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Crónicas del siglo 21 (Parte XIX). Octubre de 2003: Cambio del escenario político de la rebelión social boliviana

Jaime Yovanovic (Profesor J) Compilador :: 13.08.19

En estos doce días, que se suceden desde el 8 al 19 de octubre del 2003, se produce la configuración de un nuevo escenario, relativo a la incorporación de las ciudades al conflicto social. Desde la declaratoria de paro indefinido por parte de las organizaciones vivas de la ciudad de El Alto, particularmente la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), la Central Obrera Regional (COR) y la Federación de Trabajadores Gremiales, hasta las tonalidades concretas que adquieren los desenlaces de la coyuntura, que tienen que ver con la estructuración del nuevo gabinete, se suceden los eventos vertiginosamente, cambiando raudamente el carácter del escenario político, de acuerdo al tiempo social que emerge de las masas.

Rebelión boliviana. Artículo de Raul Prada: El gasto heroico
https://clajadep.lahaine.org/?p=2294
21.Dic.03

El gasto Heroico
Raúl Prada Alcoreza

Las memorias de la rebelión social

¿Cuáles son las temporalidades que se conjugan en la actual movilización social, de octubre del 2003? La que vuelve a aparecer de manera nítida desde septiembre del 2000, acompañada de los bloqueos de caminos y el sitio a las ciudades, es la memoria larga de las rebeliones indígenas. En los sucesos de Warisata y Sorata esta memoria de las antiguas luchas se hace presente, emerge con la fuerza de las organizaciones sindicales, atravesadas en su composición por la transfiguración orgánica del ayllu, actualiza las rebeliones del siglo XVIII, las actualiza obviamente en un nuevo contexto histórico-político-cultural. Pero, la temporalidad unificadora parece ser la devenida de una memoria más corta, aquella que recoge la huella dejada por la guerra del Chaco en la subjetividad de los bolivianos. La defensa del petróleo se ha convertido ahora en la defensa del gas, la guerra del Chaco se ha transformado en la guerra del gas. Ciertamente el enemigo no es el pila , tampoco lo era en aquel entonces (1932), en realidad nunca lo fue del todo, pues se trataba de una guerra del petróleo mediada por la guerra entre dos países pobres de Sur América, una guerra por el monopolio de los recursos entre compañías petroleras, una norteamericana, la Standard Oil, la otra inglesa, la Royal Duch Shell . Se tardo un tiempo en descubrir que el enemigo estaba en casa, la oligarquía. Ahora los enemigos son la nueva oligarquía y las trasnacionales, a más de setenta años de la conflagración bélica. El enemigo es el gobierno que está al servicio de los intereses de las trasnacionales. El enfrentamiento es entre el pueblo y el Estado, por lo menos en la forma estatal constituida, la forma de gobierno, el proyecto de gobernabilidad, particularmente en lo que respecta a su concreción política, el simulacro democrático. Llamemos a este teatro político la supresión de la democracia, que corresponde a la supresión de la política, es decir a la instauración de un orden policial . En lo que corresponde a Bolivia, hablamos de una combinación perversa entre una forma postdemocrática y una forma predemocrática de suprimir la política. Sin embargo, a pesar de las diferencias históricas y estructurales entre la guerra del petróleo y la guerra del gas, hay analogías que son sintomáticas. Una de ellas tiene que ver con la defensa del territorio y del preciado recurso natural; otra, que tanto antes como ahora es una guerra en la que tiene que ver el capital financiero y empresas trasnacionales; otra analogía de digna de mencionarse tiene que ver con el monopolio de las reservas, los recursos, la comercialización y la industrialización, es decir con la dependencia. Tanto ahora como en aquel entonces estamos ante una lucha a muerte, pues se trata de una lucha por la existencia misma.

Quedándonos sólo con el dibujo de estas dos temporalidades, de estas dos memorias constitutivas, interesa interpretar el imaginario colectivo radical de las movilizaciones. Dos identidades colectivas emergen con fuerza, la identidad indígena y la identidad nacional. No creo que de ninguna manera estas identidades se excluyan, como se ha pretendido en los discursos políticos del momento, discursos formativos, organizativos, pero discursos inacabados, incompletos. Estos discursos no expresan la totalidad del acontecimiento instituyente del imaginario social. La hipótesis interpretativa va por el siguiente lado:

 Hay un renacimiento de la conciencia nacional, una remembranza de esta conciencia social en otro contexto, distinto al relativo a la guerra del Chaco y distinto a lo acontecido en el horizonte de la revolución de 1952, sin embargo, conciencia nacional, unificadora de los densos componentes de la sociedad. Conciencia de defensa de los recursos naturales, conciencia que se constituye en la polarización nación-antinación . Hay ciertamente analogías con las formaciones discursivas de la década de los cuarenta y de los cincuenta, pero estas analogías se dan en contextos diferentes, lo que marca también las diferencias entre la constitución de la conciencia nacional hoy y la de ayer. Esta retoma de la conciencia se puede seguir a través de su propia genealogía. Los abuelos combatieron en la guerra del Chaco, los padres participaron en la revolución de 1952 o fueron milicianos del periodo desventurado de la revolución. Actualmente los nietos, los hijos, se alzan de nuevo en contra la moderna oligarquía. La convocatoria de la defensa del gas es integradora; la nación busca renacer.

 Asistimos a la reconfiguración de la identidad indígena, a su recomposición vital, a su despliegue y repliegue en la reconstitución de las subjetividades indias. Todo esto viene acompañado por la recuperación de la lengua, la restitución de los horizontes culturales, el recogimiento de las antiguas instituciones como parámetros de comportamientos sociales, por proyectos políticos que se dibujan en el horizonte de la soberanía de los indígenas. Esta reconstitución indígena adquiere profundidad y expansividad cuando se logra movilizar a grande sectores sociodemográficos distribuidos en la geografía política, concentrados y dispersados, dependiendo de las estrategias espaciales. Esta constitución cala hondo cuando la identidad es el motivo de la movilización y del reconocimiento.

 Ambas constituciones de subjetividades, de memorias colectivas, de identidades sociales, no se contradicen, se conjugan, se complementan, llevando esta combinación y entrecruzamiento a una reciprocidad potencial inauguradora de un nuevo horizonte político. Cuando más indios somos somos más bolivianos, cuando mas bolivianos somos somos más indios. Estos juegos de identidad no excluyen a nadie, los mestizos, los criollos. Al contrario proponen los escenarios enriquecidos de las acciones comunicativas, substrato de formación de consensos constituyentes. Un indio es boliviano, como un mestizo o un criollo. Pero el criollo y el mestizo tienen la alternativa, la oportunidad, de ser indios. No llamemos por ahora, a este campo de posibilidades interculturalidad, pues esta palabra esta afectada por los usos gubernamentales y por lo tanto desprovista de toda la riqueza de connotaciones hermenéuticas. Hablemos llanamente de una comunicación que compromete la diferencia entre horizontes histórico-culturales, hablemos de fusión de horizontes. Hay comunicación entre horizontes histórico-culturales a partir de lenguajes diferentes, valores diferentes, símbolos y significaciones distintas, cuando hacemos circular estos lenguajes, estos valores, estos símbolos y estas significaciones. Cuando reconocemos su fuerza conmutativa, su potencia hermenéutica, su intercambio posible. Hablando francamente, hay comunicación cuando no hay discriminación. La comunicación sólo es posible por medio de una descolonización radical.

Esta hipótesis puede servir para aproximarnos a una interpretación de la compleja realidad social y política, afectada por los movimientos sociales. Esta hipótesis puede permitir pensar una matriz de conexiones diversas, de diferentes composiciones, una matriz móvil de espacios de dispersión. Lo indígena se abre a su propio acontecimiento diferido en el tiempo y en el espacio de dispersión de constituciones subjetivas, imaginarios sociales, significaciones colectivas y prácticas discursivas. En este horizonte comprendemos los espacios constitutivos y de dispersión aymara, quischwa, guarani, tacana, moxeño, espacios de dispersión que comprenden comunidades asentadas en el Altiplano, la cordillera, las zonas lacustres, los valles, las caídas subtropicales de la cordillera, los montes, los llanos, el chaco, las zonas de afluentes de los ríos, las cuencas y lo recorridos acuáticos amazónicos. Comprenden también ciudades intermedias y ciudades capitales, en este sentido comprenden espacios de dispersión y concentración urbanas. Estas condicionantes espaciales, territoriales, rurales y urbanas, hablan de distintos escenarios donde se constituyen las subjetividades en los contextos de las redes de relaciones sociales y estructuras institucionales. En otras palabras se producen mezclas y mestizajes indígenas. La actualización de la identidad es un viaje, el recorrido de la identidad cultural es nómada. Obviamente, este panorama sociocultural se complica aún más cuando relacionamos esta matriz indígena con la matriz mestiza y criolla. Hablamos de un mestizaje superpuesto a los mestizajes indígenas , un mestizaje compuesto a partir de la vertiente española y la vertiente indígena. Sin embargo, no se puede olvidar de ninguna manera el mestizaje entre la vertiente europea y la vertiente africana; el mestizaje afroamericano es extenso y variado en América Latina y el Caribe. Se llamó criollo al descendiente europeo ibérico en el continente de las indias, ahora, después de varias migraciones a América, la dispersión criolla es más abierta. Tal parece que lo que más se ha extendido y proliferado son los mestizajes en toda la geografía social del continente. En este sentido podemos hablar de un espacio de dispersión de los mestizajes.

En Bolivia la genealogía sociocultural tiene su propia densidad, sobre todo debido a la condensación de la vertiente indígena aymara y quischwa. Bolivia es desde 1825 una delimitación geográfica política moderna, delimitación constituida bajo el estatuto de república; este recorte geográfico correspondió en tiempos del incanato al Collasuyo, parte del Tawantinsuyo , este espacio sociocultural terminó administrada por dos virreinatos, primero el del Perú y luego el de la Plata, este espacio estuvo circunscrito jurídicamente a la llamada Audiencia de Charcas, que fungió por ser una administración especial del interior de los virreinatos, de una región rica en minerales, en poblaciones indígenas y extensos llanos. Las mezclas, los mestizajes, los espacios de dispersión, la constitución de subjetividades, se dieron en esta república sobre la base de la vertiente indígena y la vertiente criollo-mestiza española.

La Quimera Estatal

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad histórica de un nacimiento político? ¿Es suficiente el concurso de las voluntades? ¿Basta el síntoma de las movilizaciones sociales? ¿Se puede certificar la clausura de un régimen por el agotamiento de un modelo económico? ¿Qué del modelo político? ¿Cuáles son los datos del agotamiento? Obviamente las preguntas no quedan aquí, pues pueden seguir y ahondar el cuestionamiento. Por ejemplo, se pueden plantear preguntas que comprenden los ciclos largos, ¿del capitalismo o mas bien del colonialismo? ¿El retorno manifiesto de los movimientos indígenas, que conllevan nuevas características, propias de las contradicciones sociales y políticas contemporáneas, son la señal de una nueva lucha anticolonial, ciertamente en sus nuevas versiones, el neocolonialismo, las formas cambiantes del colonialismo interno? ¿O mas bien la unificación de los movimientos en torno a la defensa de los recursos naturales, prioritariamente los hidrocarburíferos, particularmente el gas, son un síntoma de una nueva forma del renacimiento de la conciencia nacional? Sin dejar de desprender más preguntas, vale la pena detenerse un rato, para hurgar reflexivamente los dos grupos de preguntas. Nombremos al primer grupo de preguntas como las relativas a la crisis múltiple que agobia al Estado y a la República, llamemos al segundo grupo de preguntas como las referidas a la genealogía histórica de las dominaciones. Para responder a las preguntas debemos caracterizar la crisis envolvente que asola el panorama social, político y económico del país. Para responder al segundo grupo de preguntas debemos teorizar sobre la genealogía colonial y la historia efectiva de la nación o de las naciones, si se quiere. Son estas dos tareas las que vamos a retomar con la urgencia del caso.

Los confines de la crisis

Se dice que la actual crisis económica tiene sus comienzos durante la década de los setenta, tiene que ver con el agotamiento de un modelo capitalista, el relativo al ciclo del capitalismo norteamericano. Esta crisis repercute en la periferia con cierto diferimiento diferencial, dependiendo de las regiones y las economías nacionales, esto sobre todo en relación a su particular articulación con el mercado mundial. Esta crisis económica deriva en crisis política en la medida que las instituciones, los Estados, los proyectos políticoculturales, asumen las consecuencias de la crisis de uno u otro modo, dependiendo de las estrategias discursivas que se desprenden. La crisis del petróleo va marcar un hito en el enfrentamiento entre lo que llamaremos, a modo de simplificar la discusión, centro y periferia del modo de producción capitalista. Los países árabes ricos en petróleo, las organizaciones que aglutinan la administración del oro negro, deciden retener el excedente en sus manos, por lo menos por un momento, y deciden subir los precios del petróleo. Esto ocasiona un marasmo económico en el centro hegemónico del capitalismo. Los países centrales deciden ahorrar energía, hacer grandes esfuerzos por lograr este ahorro. Los países petroleros se benefician rápidamente con la situación, atrayendo grandes sumas de dinero, debido a la ganancia de la diferencial de los precios del hidrocarburo. Una pregunta inmediata al respecto, ¿este dinero se convierte en capital? La administración jerárquica de esta riqueza súbita opta por una estrategia de inversión en la industria y el mundo del negocio, de los países centrales, más que una estrategia de inversión en sus propias economías. Los países petroleros están lejos de haberse convertido en países industriales. La estrategia de los países centrales va a ser distinta, van a buscar transferir el desbalance que producen la subida de los precios de las materias primas hacia los países periféricos, no industriales, subiendo a su ves la valorización de su tecnología, ensanchando la brecha del intercambio desigual, consolidando la abismal diferencia jerárquica en los términos de intercambio. El intercambio desigual entre materias primas y productos industriales vuelve al escenario bajo los parámetros de las nuevas condiciones, cada vez más injustas. Desde entonces a la fecha el boquete tecnológico se ha vuelto abismal. La subida de los precios del petróleo, que viene acompañada por la relativa subida de los precios de las materias primas, situación, que en principio, beneficia a las arcas de las economías nacionales periféricas, sobre todo de los países árabes, termina convirtiéndose en un bumerang. Los países centrales, industrializados y de concentración de capitales, no tardan en recuperarse de la situación crítica en la que se ven sometidos en un principio de la crisis del petróleo, recuperan rápidamente el control de la circunstancias, retomando el mando de la economía del mundo. La dependencia va tomar nuevas formas, quizás más virulentas, en unos casos, más sofisticadas en otros. Una prueba palpable del ejercicio de la hegemonía mundial, de los efectos de poder, en el marco de la dominación global desplegada, es el papel de guardián imperial desempeñado por parte de uno de los países centrales, vencedores de la guerra fría. Se trata de los Estados Unidos de Norte América, que se ha convertido en la hiperpotencia que monopoliza la violencia global, que hace de centro gravitatorio y de centro tecnológico-mediático-político-militar en el contexto del nuevo orden mundial. Esta exacerbada configuración imperial, que espesa su poder global de manera desmesurada, ha convertido al mundo en objeto de un panoptismo universal. Con esto se habría pasado de los diagramas disciplinarios de la modernidad a los diagramas de control de la postmodernidad. El imperio ya cuenta en su haber con una larga cadena de guerras preventivas, que fungen de intervenciones policiales, pero que en la práctica inhabilitan las soberanías nacionales y suspenden el derecho internacional.

Durante la década de los setenta, Bolivia se vio beneficiada por la subida de los precios de las materias primas. Esta situación apreciable desde un punto de vista económico fue, como quien dice, despilfarrada por la dictadura militar de entonces, la del General Banzer. Estos ingresos fueron la base para acrecentar raudamente los montos de la deuda externa, por otra parte se hicieron grandes transferencias del excedente por concepto de préstamo al demandante empresariado del oriente boliviano, particularmente el cruceño. El discurso parecía a primera vista convincente, invertir en la diversificación de la industria y de las exportaciones. Ganaderos, agroindustriales, azucareros, industriales se hicieron grandes prestamos, que nunca devolvieron al fisco. La verdad es que la mayor parte de esos prestamos no se invirtieron en el desarrollo económico sino sirvieron para circular en las redes especulativas del capital financiero. Los préstamos se extranjerizaron. Las grandes empresas estatales, como COMIBOL y YPFB se vieron afectadas, al convertirse en entidades que transferían su excedente y no eran consideradas sujetos de reinversión. No hubo ni prospección geológica significativa, tampoco recomposición tecnológica, ni mucho menos puede verse de ninguna manera el fenómeno económico ligado a la acumulación ampliada de capital. Bolivia no dejaba de ser una economía de enclave, un campamento capitalista destinado a transferir su excedente a los centros de acumulación ampliada de capital.

Podemos decir que las repercusiones de la crisis cíclica del capitalismo, que tiene su nacimiento durante la década de los setenta, adquiere sus particulares formas locales en las estrechas dimensiones de las economías nacionales latinoamericanas. Se comenzó a gestar en esa década paradójica, de ilusoria bonanza perentoria, pero también de despilfarro por parte de dictaduras militares que accedieron a montos importantes de los ingresos provenientes de las exportaciones de las materias primas. Desviaron esos recursos dinerarios a un uso, como dicen los economistas, no productivo, mas bien suntuario, desviaron los recursos de acuerdo a la lógica de las redes de relaciones clientelistas.

Por lo tanto habría que considerar ciclos socioeconómicos y economicopolíticos más largos para poderse explicar la crisis múltiple que atraviesa Bolivia, en el contexto de crisis regionales, continentales y mundiales. La crisis económica del capitalismo a nivel mundial comienza en la década de los setenta, esta crisis corresponde al ciclo del capitalismo norteamericano, expansivo y territorialista, ciclo que comienza con la decadencia del ciclo inglés, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. En Bolivia esta crisis no se nota de manera directa, es mas bien diferida. Lo primero que se vive son los beneficios circunstanciales de la subida del precio de las materias primas. La crisis va a serse sentir en Bolivia y en los países periféricos cuando bajen los precios de las materias primas, particularmente de los recursos no hidrocarburíferos, de los recursos minerales. La dependencia económica es particularmente respecto a la explotación, refinamiento, fundición y comercialización del estaño. Las consecuencias sociales de esta crisis tendrán su resonancia más tarde, repercusiones que quizás aparecen como síntomas preocupantes durante la década de los ochenta; se agravan con la aplicación de medidas neoliberales, políticas de shock, ajuste estructural, reformas estructurales. Con la privatización de las empresas estatales y con la virtualización de la economía nacional, medidas que traen a colación una perdurable recesión económica, termina agravándose la crisis social. Esto se puede observar empíricamente en el ascenso galopante del desempleo y el subempleo, la terceriarización de la economía, la profundización y expansión de la pauperización de las clases subalternas, además de constatar estos fenómenos en el deterioro de las condiciones socidemográficas. Se podría ver el proceso de la siguiente manera: El despliegue de la crisis económica desemboca en el ahondamiento de la crisis social, ambas crisis hacen estallar la crisis política, crisis que de todas maneras se encontraba mas o menos latente, mas o menos manifiesta. No se vea esto como que una crisis ocasiona a la otra, sino que las tres crisis se empujan, se entrecruzan, dibujando en el presente el panorama de una crisis múltiple.

Genealogía de las dominaciones

La conquista no se dio de un golpe, fue mas bien un proceso, desde avistamiento de la primera isla en el Caribe a la vuelta marítima al nuevo continente y posterior circunnavegación del planeta, pasando por el estrecho que llevará el nombre de Magallanes llegando a Filipinas y de ahí después a España (1492-1522), de la conquista emprendida por Hernán Cortés en el Yucatán a la conquista Diego de Almagro y Francisco Pizarro en el Perú, de la conquista de Tenochtitlán a la conquista del Cuzco. En el transcurso de poco menos de medio siglo cambia la faz de la tierra y el horizonte histórico cultural del mundo. Hasta se podría decir que la conquista continuo a lo largo de los distintos periodos coloniales. Incluso más, derivó en guerras de reconquistas por parte de las repúblicas criollas, aunque estas se hayan dado en el contexto de sus particularidades locales. Este diferimiento concurre de una manera diferencial en el caso de los países con preponderancia de población indígena o con una densidad demográfica significativa indígena en el conjunto de la población. Concurre de manera completamente diferente en los países donde la guerra contra los indios se lleva prácticamente a su extinción. En el primer caso podemos citar países como Bolivia, Perú, Ecuador, Guatemala, incluyendo a México donde el mestizaje adquiere connotaciones históricas en el perfil barroco de su población. En el segundo caso aparecen países como los Estados Unidos de Norte América, Argentina, Chile y Uruguay. Quizás deba incluirse en este caso, teniendo en cuenta significativas diferencias, dando lugar por lo tanto a cualitativas distinciones, a países donde el mestizaje, la exigüidad de poblaciones nativas se sustituyen por la incorporación sustantiva de las poblaciones africanas, traídas a América por la violencia del comercio de esclavos en el proceso de la acumulación originaria de capital.

En Bolivia, la genealogía de las dominaciones tiene sus procedencias en el diferido proceso de conquista desatada tanto en las llamadas tierras altas del Altiplano, la cordillera y los valles, como en las llamadas tierras bajas de la Amazonia y el Chaco. En unos casos prepondera el estilo militar de la conquista y en los otros se realiza por medio de los procedimientos de conquista espiritual. Este es el caso peculiar de la colonización religiosa desarrollada en toda la geografía ocupada por las misiones. Sin embargo, no se puede obviar, que la combinación entre avanzadas militares y religiosas siempre se da, aunque conservando sus particularidades locales. Estas procedencias son reiterativas en contextos mas bien locales en las sucesivas reconquistas criollas en tierras indígenas. Este es el caso de la reimplantación del tributo indígenal al comienzo de la vida republicana. Aunque es patente y dramático el uso de la expropiación te tierras comunitarias, desde la ley de exvinculación, bajo el gobierno de Melgarejo. De 1871 hasta 1900 se desata una guerra indígena contra las formas administrativas de estas reiteradas expoliaciones de tierras, que ni siquiera respetaron el pacto colonial. Aunque parezca paradójico, el periodo liberal (1900-1952) se ha de caracterizar por la legitimación de este procedimiento de reconquista colonial.

La Reforma Agraria de 1953 devuelve la tierra a los indígenas, pero lo hace bajo los marcos de la propiedad privada familiar. No se respetan las 3000 comunidades que todavía subsistían, sobrevivientes de esta diferida guerra de reconquista. Un nuevo mapa de fuerzas dispone los diagramas de poder en el contexto histórico definido por la Revolución Nacional de 1952. Las dominaciones ahora pasan por el tamiz de la mestización cultural, la campesinización y la proletarización. Un nuevo pacto sostendrá al régimen populista. La construcción de lo nacional popular es el telos del proyecto contenido en las prácticas discursivas del nacionalismo revolucionario. Los sindicatos campesinos y obreros, junto al aparatoso partido del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) formaran parte de este nuevo Estado, que derivara rápidamente en un gigantesco estado prebendal y en una compleja sociedad civil atravesada por las redes de relaciones clientelistas. A la caída del régimen de una revolución que terminó de rodillas en 1964, el pacto entre el Estado nacional y los sindicatos campesinos será convertido grotescamente en el pacto militar campesino. El artífice de este pacto de pacotilla es nada menos que un títere del Pentágono y del Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norte América, el General Barrientos. Durante el periodo de los gobiernos de dictadura militar el engranaje de las dominaciones pasa de la mediación estatal a las mediaciones intervencionistas del imperialismo norteamericano. ¿Un anticipado paso a la globalización? Se puede aceptar esta hipótesis interpretativa si es que se lee retrospectivamente este periodo de gobiernos de facto (1964-1982).

Con la derrota del frente popular, la UDP, se culmina con un modelo de acumulación estatal (1952-1985), que puede ser entendido como un modelo de transferencia de capital, en el contexto de las políticas desarrollistas o de sustitución de importaciones. En 1985 se ingresa al llamado periodo neoliberal, que se va a caracterizar por el ingreso traumático al proceso de globalización, mediante políticas de shock, el proceso de privatización de las empresas públicas, que en Bolivia adquirirán el equívoco nombre de capitalizaciones. Bajo estas premisas políticas y económicas se desatan las reformas estructurales, que pasan por redefinir el papel del Estado, convirtiéndolo en un Estado regulador, que transfiere la administración de sus recursos a las trasnacionales. Estas reformas vienen acompañadas por la aplicación de políticas de descentralización locales, en las que los municipios se convierten en los actores de gestiones locales, diseminadas y débiles, en un mapa fracturado por las circunscripciones territoriales y míseros recursos de la coparticipación para atender las demandas sociales acumuladas en la historia reciente. La reforma educativa forma parte de estas reformas estructurales que buscan supuestamente atender al carácter multicultural y plurilingüe de la nación boliviana, empero terminan como instrumentos de legitimación de un régimen que impone a un pueblo hambriento la transnacionalización de su economía y la transferencia inusitada de sus recursos naturales. La reforma jurídica y la reforma estatal no dejan de ser paliativos anacrónicos en el contexto de destructivos procesos de privatización, que vienen rápidamente acompañados por expansivas pauperizaciones de las clases sociales. En este horizonte el engranaje de las dominaciones pasa a formar parte del nuevo orden mundial, del imperio, en la compulsiva virulencia del capitalismo desterritorializado. Una consecuencia notoria de esta máquina abstracta de poder resulta en la radical supeditación de los Estados subalternos a las formas efectivas de trasnacionalización. Las resistencias sociales adquieren sus nuevos perfiles en una proliferación de los enfrentamientos. Estas contradicciones se pueden resumir en la configuración del antagonismo entre imperio y multitud. Antagonismo que adquiere sus propias tonalidades diversas en el ámbito variado de las formaciones sociales centrales y periféricas, entremezcladas y barrocas, incorporando los singulares localismos a los violentos procesos de globalización.

La Proliferación de los Conflictos

Desde el miércoles 8 de octubre del 2003, asistimos a la proliferación de los conflictos sociales. Asistimos al desenvolvimiento de la conflictividad a partir de estallidos locales y sectoriales, cada uno con su pliego de demandas, aunque todos coincidiendo con el compartido tema de la defensa del gas. Esta última fase forma parte del ciclo de los movimientos sociales desatados en abril del 2000, cuando la guerra del agua termina expulsando a una trasnacional, que pretende monopolizar el recurso vital y lograr ganancias comerciales de este monopolio, cobrando precios exorbitantes por el consumo. Sin embargo, se distingue de lo que ocurre con los movimientos sociales durante aproximadamente tres años (2000-2002). Dos o tres epicentros organizacionales se convirtieron en los núcleos gravitacionales del movimiento: Las siete federaciones sindicales del Chapare, la Confederación Única de trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), la Coordinadora del Agua. Las organizaciones tendían a la síntesis simbólica de sus respectivos líderes: Evo Morales, Felipe Quispe y Oscar Olivera. Los discursos de interpelación terminaban emitidos por estos caudillos, particularmente los dos primeros. El debate con el gobierno, las discusiones en las mesas de diálogos, también tenían escenarios mediatizados donde actores individualizados protagonizaban la pugna y sugerían sus papeles desenlaces liderados. En todo este periodo el papel de los individuos, de estos líderes caudillos jugó una función organizativa y atractiva. Pero, a partir de un determinado momento, la concentración del liderato terminó inhibiendo la espontaneidad de los movimientos sociales, terminó obstaculizando el desenvolvimiento organizacional de las bases. Una contradicción latente entre bases y dirigentes apareció mas de una vez de modo explicito. Esto no sólo se hizo evidente en las asambleas y en las decisiones tomadas desde abajo, sino sobre todo en la crisis orgánica de los sindicatos y de los instrumentos políticos. Esta crisis se hizo patente después de las elecciones, cuando un importante contingente de dirigentes indígenas, sindicales e izquierdistas ocupó casi la mitad del parlamento nacional. El divorcio entre dirigentes y bases se hizo patente. La lógica parlamentaria terminó absorbiendo la lógica del movimiento social. Poco a poco se hizo sentir la censura de las bases a sus dirigentes. Esta contradicción inherente a la organización de los movimientos sociales no derivó en divisiones, salvo lo ocurrido con el Movimiento Indio Pachacuti (MIP), sino que fue superada por el desborde de las bases sociales sobre sus dirigencias, la proliferación de nuevos dirigentes salidos de las bases, la expansión del conflicto a las ciudades, particularmente a la ciudad de El Alto. Ahora no hay dos o tres epicentros, sino muchos, la multiplicación del conflicto ha ganado fuerza y cobrado vida, la singularidad de lo local se ha convertido en lectura especifica de las demandas concretas. Sin embargo, al mismo tiempo, como desarrollando una dialéctica propia al dualismo entre expansión y concentración, entre proliferación y unificación, los movimientos sociales fragmentados encontraron su proceso de unificación desde las bases. La consigna unificadora es la defensa del gas, el proceso unificador es la construcción de un intelecto general, que se expresa como saber múltiple y compartido del valor histórico de los recursos naturales. Usando un lenguaje antiguo, diríamos que este intelecto colectivo, articulado a través de la información alternativa, el rumor social, y las reuniones de formación, es el renacimiento de la conciencia nacional, en las condiciones de posibilidad que determina las composiciones de la multitud.

Los bloqueos abarcan la zona de Yapacani, sobre la carretera que va de Cochabamba a Santa Cruz, pasando precisamente por esta población estratégica, donde se asientan colonizadores, campesinos y grupos vinculados a los del movimiento de los sin tierra. La ciudad de El Alto desde la declaración del paro indefinido hasta el viernes 17 de octubre del 2003 ha vivido una jornada sangrienta, sobre todo durante el fatídico transcurso entre el sábado y el domingo del 11 al 12 de octubre. La ciudad de La Paz vivió la repetición de la sangrienta jornada al día siguiente, un lunes del que no se podrán olvidar los vecinos de Obejuyo, Chasquipampa, Cota Cota y los campesinos de las comunidades aledañas, particularmente la comunidad de Uni. El paro alteño comenzó con una gran concentración y marcha, cuando en la ciudad de La Paz, se anunciaban variadas marchas sectoriales. Aunque La Paz esté acostumbrada a ser la sede del conflicto social, por lo tanto de marchas, protestas y bloqueos, no sospechó al amanecer del domingo que es lo que le esperaba vivir en dos días consecutivos de enfrentamientos y muertes. La salida de las cisternas de gasolina de Senkata y de los camiones de garrafas de gas, acompañadas por su protección militar, sembró la muerte en su recorrido, habiendo dejado el sello de la muerte antes de salir, con la militarización de la ciudad de El Alto. En la caprichosa topografía de la hoyada paceña esas muertes llegaron como puñalada a la sensibilidad de los barrios. La solidaridad con la ciudad de El Alto se hizo sentir con anuncios de marchas sobre la zona sur. Estas marchas fueron detenidas sangrientamente.

El bloqueo de caminos del Altiplano norte continúa acompañada por la huelga de los mallkus y mamatallas en la radio San Gabriel, este conflicto de los campesinos con el Estado es arrastrado desde las últimas semanas de septiembre, ingresa a la segunda semana de octubre sin visos de solución. El conflicto tomó nuevo rumbo después de la intervención militar en Warisata y Sorata, dejando como recuerdo seis muertos y varios heridos. Después de la matanza en El Alto y en La Paz, los muertos se aproximan a la centena y los heridos ya suman cerca de quinientos. Este nuevo tramo del conflicto esta signado por el fantasma de la guerra civil. Sin embargo, este fantasma no se ha hecho presente, lo que sigue cobrando vida es la reiterada forma expansiva del bloqueo y de las marchas. En este contexto proliferante de los conflictos, los mineros anunciaron una marcha hacia la sede de gobierno, marcha que partiría de Caracollo, bifurcación importante que reparte la carretera principal del Altiplanos a Oruro y a Cochabamba. Esta marcha ya se llevó a cabo y fue detenida en Patacamaya, donde la represión se llevó tres muertos y varios heridos.

En el atardecer del jueves, 16 de octubre del 2003, la ex defensora del Pueblo Ana María Romero de Campero anunciaba la incorporación a una Huelga de Hambre de un grupo destacado de intelectuales y personajes de reconocimiento de la sociedad en la iglesia de los carmelitas. En un comunicado los huelguistas expresan un rotundo basta a las matanzas y piden la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la república. La noche del mismo día otro piquete de huelga se sumaba al mismo pedido en la iglesia de San Miguel, en el corazón mismo de la zona sur. Al poco tiempo los piquetes de huelga llegan a ochenta y tres en todo el país. Esta irradiación de la huelga recuerda a la huelga de hambre de las mujeres mineras de 1978, huelga que creció rápidamente en la cuantificación de los piquetes, huelga que derrotó a la dictadura del General Banzer, dictadura militar que contaba con siete años gobierno de facto. La analogía entonces es sintomática, aunque hay que establecer las diferencias. Ciertamente no es la huelga de hambre la que derrota al símbolo del régimen neoliberal, al odiado gringo, Gonzalo Sánchez de Lozada, sino es el gigantesco movimiento social, que combina la participación de las juntas de vecinos, de las organizaciones gremialistas y de los sindicatos coaligados en la Central Obrera Regional (COR), composición de lucha a la que se suma la valiosa participación de los mineros y de continentes campesinos, que marcharon durante días a la sede de gobierno.

La expansión y desarrollo del conflicto social hacia las ciudades se hace sentir con el desplazamiento de la geografía del conflicto y la agregación de significativos representantes y sectores de las clases medias. Esta adición sintomática de la reciente incorporación de las clases medias es un dato que ya habla de una modificación cualitativa del conflicto, pues la irradiación del moviendo social alcanza a las bases de legitimación del régimen neoliberal. Con lo que se muestra que la crisis no sólo es orgánica, además de contener la crisis de legitimación, sino que manifiesta patentemente la insostenibilidad el gobierno. Este cambio del estado de cosas, esta modificación en la situación del campo de fuerzas, no solamente nos hace ingresar a nuevos escenarios sino que comienza a modificar el perfil mismo del movimiento social. Perfil que no deja de ser popular, plebeyo, que no deja su raigambre indígena, llegando a comprometer a la emigrante ciudad de El Alto, dando una connotación urbana al movimiento, pero al afectar a sectores de las clases medias, indica la irradiación de la hegemonía política a los estratos sociales urbanos, que son indiferentes o sostenedores de los prejuicios en torno a la democracia representativa. Con esto se verifica la crisis de valores de la democracia delegativa, llamando la atención sobre las posibilidades de inventar una democracia de la multitud. El detonante de esta irradiación e incorporación fue la indignación generalizada por las matanzas. El atentado masivo contra la vida por parte de un desencadenado terrorismo de Estado fracturó las certezas de una subjetividad media, acomodada y acostumbrada a administrar dosis de indiferencia. La matanza, la desvalorización grotesca de la vida, el racismo desvergonzado de las ejecuciones, terminaron de conmover al ciudadano medio, despertarlo de su evanescencia ilusoria, mostrándole sin miramientos el drama multitudinario de la política, de la lucha de clases y de la pervivencia soterrada de las estructuras coloniales. Estas matanzas se suman al haber negro acumulado por sostener a un régimen antipopular. Se comprende entonces el consenso que se forma en torno al pedido de renuncia del presidente, que cobra resonancia en el ámbito de instituciones cívicas y profesionales. Todas estas modificaciones del entramado del conflicto social mudan la estructura y la composición del campo de fuerzas en las que se sostiene el mapa político. También adquiere otro cariz la crisis en la coyuntura, que no solamente pone en el tapete los problemas estructurales planteados por los movimientos sociales, sino también se hace evidente la decadencia del armazón estatal.

Recorridos del conflicto en la cronología política

El lunes, 13 de octubre de 2003, un día después de la matanza de la Ciudad de El Alto, y a las semanas de la masacre de Warisata, varias marchas se concentraron en la ciudad de La Paz. Los bloqueos de caminos seguían en el Altiplano Norte y los yungas. Para entonces ya se había iniciado bloqueos en el Chapare, también marchas y concentraciones en otras ciudades de Bolivia. Como centro de este horizonte desencadenado por el moviendo social continuaba el paro indefinido en la ciudad de El Alto. En este contexto del conflicto desatado se dio lugar al pronunciamiento contundente de la Coordinadora de la Defensa del Gas. Pronunciamiento que gozaba de consenso. Todos coincidieron en lo siguiente:

1. Renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la República.
2. Derogación de la Ley de Hidrocarburos.
3. Derogación de la Ley privatizadora de la capitalización.
4. Reversión al Estado de los recursos naturales, particularmente de los hidrocarburos, entregados a las trasnacionales.
5. Desmilitarización de la ciudad del Alto.
6. Detención inmediata de la represión del pueblo movilizado.

Después de lo ocurrido, de la espiral de muerte que remontaba la represión gubernamental, estos planteamientos eran ineludibles, sobre todo aquellos que tienen que ver con los motivos fundamentales del conflicto social: Renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, derogación de la Ley de Hidrocarburos y reversión al Estado de las reservas y recursos hidrocarburíferos. Sin embargo, a pesar de este consenso, unas preguntas golpeaban las mentes, esta cuestionarte se puede resumir del modo siguiente: ¿Qué después de la renuncia a la presidencia? ¿Se acepta la sucesión constitucional del mando? ¿Se forma un gobierno provisional revolucionario? Dada la envergadura de la crisis resultaba claro que la sucesión constitucional no era de ninguna manera la solución a la problemática vivida como crisis estructural del régimen neoliberal y de la república criolla. No era la vicepresidencia, no era el parlamento, tampoco era el poder judicial, ninguna de estas instituciones era la instancia adecuada que puede hacerse cargo de la solución de la crisis múltiple, política, ideológica, económica, social y de valores. La expansión y la profundidad alcanzada por la crisis múltiple no pueden ser resueltas con las mismas instituciones que forman parte de un Estado en crisis. La crisis no puede ser resuelta en el contexto del mismo mapa político que expresa la descripción cartográfica de las instituciones en crisis. La Vicepresidencia, el parlamento y el poder judicial, tampoco ninguna de otras las instituciones estatales son los dispositivos adecuados para resolver la crisis estructural. Estos organismos no reúnen los atributos morales, éticos y políticos para resolver la crisis, para atacar los nudos problemáticos desde sus raíces, tampoco responden al crédito social, todo lo contrario se han ganado de parte de la opinión publica el descrédito y la descalificación más grande. ¿Cuáles son entonces las condiciones de posibilidad de la democracia, de una democracia en el sentido pleno de la palabra, de una democracia que suspenda las dominaciones? Por los problemas abordados, recogidos y planteados por los movimientos sociales, esa condición política, esa condición histórica de transición, que sea a su vez la reunión de las fuerzas sociales, parece ser un gobierno provisional revolucionario.

El desenlace de los acontecimientos empero derivó en la sustitución constitucional. Este desenlace si bien no es la solución estructural a los problemas matriciales de la crisis, en todo caso aparece como condición perentoria para una pacificación, que puede ser momentánea o durar el periodo correspondiente a la culminación de la gestión presidencial. La transición dada por la sucesión constitucional puede ser aprovechada para abordar dos tareas prioritarias, resolver el problema de la enajenación del gas y crear las condiciones para una Asamblea Constituyente Revolucionaria.

La gran concentración popular

Múltiples marchas que salieron de los barios confluyeron en una multitudinaria concentración el día jueves, 16 de octubre de 2003. También las marchas de las organizaciones sindicales, obreras y campesinas, confluyeron en esta enorme y popular congregación de la Plaza de los Héroes o Plaza San Francisco. Pocas veces se ha visto un acontecimiento numérico de monumental convocatoria, quizás fue la UDP la que logro parecidas convocatorias, sobre todo antes de su ascenso al poder. Empero, sin lugar a dudas, la espontánea asamblea popular de la Plaza San Francisco del 16 de octubre supero a aquellas. Después de esta magnifica concentración de la multitud, los acontecimientos se sucedieron raudamente hasta la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia de la república. Por otra parte se trató de una concentración que fue organizada desde abajo, a partir de las múltiples organizaciones de base, a diferencia de las convocatorias de la UDP, que se conformaron desde arriba, desde los aparatos partidarios.

La fabulosa concentración multitudinaria del jueves por la tarde definió el destino del régimen. La Plaza de Armas fue rodeada por una envolvente masa social, que recorría el entorno del Palacio quemado. Los flujos de la multitud marchante llegaba de todos los barrios, las avenidas y calles centrales se convirtieron en ríos enriquecidos de conglomerados afluentes sociales. El alcance de la concentración sobrepasaba los límites de la Plaza San Francisco, por el norte, sur, este y oeste llegaban marchas barriales a la concentración, de la plaza salían otras marchas para recorrer las principales avenidas que circundan el centro de la ciudad. La concentración convocada por la Central Obrera Boliviana (COB) fue organizada desde abaja, por cada junta de vecinos, por cada barrio, por distintas organizaciones gremiales, por los sindicatos, por jóvenes, estudiantes y universitarios. Este acontecimiento no sólo significo la recuperación simbólica de la organización de los trabajadores, sino dibujo un nuevo mapa de alianzas sociales, donde aparecen nuevas tácticas del movimiento y una conciencia colectiva de la fuerza de la multitud. Esto quiere decir que la sociedad no sólo mostró su capacidad de organización, ni solo la acumulación expansiva de su convocatoria, sino además que es capaz de usar su fuerza para tumbar un gobierno oprobioso.

Los 12 Días que Conmovieron a Bolivia

Podría decirse que en estos doce días, que se suceden desde el 8 al 19 de octubre del 2003, se produce la configuración de un nuevo escenario, relativo a la incorporación de las ciudades al conflicto social. Desde la declaratoria de paro indefinido por parte de las organizaciones vivas de la ciudad de El Alto, particularmente la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE), la Central Obrera Regional (COR) y la Federación de Trabajadores Gremiales, hasta las tonalidades concretas que adquieren los desenlaces de la coyuntura, que tienen que ver con la estructuración del nuevo gabinete, se suceden los eventos vertiginosamente, cambiando raudamente el carácter del escenario político, de acuerdo al tiempo social que emerge de las masas. La coyuntura es atravesada por el conflicto social en las dos ciudades siamesas de La Paz y El Alto. Es posible que la coyuntura no comience con el paro indefinido de la ciudad de El Alto sino mas bien con el conflicto desatado por la masacre de Warisata, Ilabaya y Sorata, sobre todo debido a las repercusiones movilizadoras de las resonancias de la muerte de campesinos, sin embargo podemos decir con certeza que la coyuntura clausura su curva con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada y la sucesión constitucional. La coyuntura llega a un límite con los desenlaces políticos, cruza este límite, llega al umbral, donde se dibujan nuevos escenarios, dando lugar a un nuevo contexto del momento histórico. Las tonalidades del desenlace tienen que ver con la formación del gabinete del gobierno en transición de Carlos Mesa, por un lado, y el pronunciamiento de los sectores movilizados a bajar la guardia, desbloquear, desmovilizarse, aunque manteniendo la vigilancia, dando un plazo perentorio al gobierno a que cumpla con su promesa inaugural y con los pliegos que se le presentan de parte de las organizaciones sociales.

Como hemos dicho, lo peculiar del conflicto social y político de la coyuntura que se clausura es haber trasladado el epicentro del conflicto social del campo a las ciudades. Todo este traslado, por lo menos coyuntural, modifica en parte la geografía del conflicto social. Lo que inquieta es describir la singularidad de estas variaciones, interpretar el significado político de estas modificaciones y evaluar la perspectiva de las fuerzas encontradas. Esto adquiere un matiz especial con la incorporación a la movilización de parte de significativos sectores de las clases medias en el contexto de los movimientos sociales desatados desde la guerra del agua (abril del 2000). Podríamos decir que desde la caída de la Unión Democrática y Popular (UDP) las clases medias no habían vuelto a incorporarse al movimiento social. Esto se puede constatar en un indicatum peculiar, la práctica ausencia de las universidades en el conflicto social, en las movilizaciones, y en el ambiente concurrente de la formación de opinión. Después de casi veinte años de ausencia las clases medias se reincorporan al movimiento social, esto ocurre sobre todo a partir de sectores sensibles a los acontecimientos sociales y políticos, como son los intelectuales, además de ciertas entidades de la sociedad civil, compenetradas con el trabajo de los derechos y los estudios sectoriales. Las clases medias recurrieron a la huelga de hambre para manifestar su indignación ante las masacres, le elipse incontrolable de la violencia estatal, además de pedir la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada a la presidencia. No dejaron de optar por otras formas de manifestación como la cadena humana y la medida plebeya de las marchas. Esta incorporación de las clases medias al movimiento social no sólo tiene que ver con la expansión e irradiación del movimiento popular, particularmente indígena, sino con los efectos de poder del paro y la compacta movilización de la Ciudad de El Alto, efectos que alcanzan con su resonancia a la ciudad de La Paz, primero en los barrios periféricos, luego en los barrios centrales, para pasar a los barrios residenciales. Efectos de poder que tienen que ver con el quiebre de los márgenes de legitimación social del régimen liberal. Todo esto sucede en un contexto de modificaciones de actitudes en las bases mismas de las organizaciones sindicales, se produce lo que llamamos la emergencia proliferante de los mandos medios. Esto significa por lo menos dos cosas: La emergencia del control social y el desborde de las bases respecto a los dirigentes nacionales. Emerge la multitud de mil rostros, a diferencia del rostro público y caudillo del dirigente nacional. Aquí concurre, como se dice, la recuperación de la democracia de asamblea, el resurgimiento del accionar de la democracia directa, dejando de lado el monopolio de la palabra de los dirigentes-caudillos. Estas modificaciones replantean y desdibujan el mapa del conflicto social, para volver a configurar de nuevo la geografía del conflicto nacional, este rediseño sobre todo tiene que ver con esbozo de las alianzas en el contexto de la proliferación emergente del control de las bases y mandos medios.

El miércoles 8 de octubre se declara el paro indefinido, el día jueves 9 llegan los mineros de Oruro y se alojan en las instalaciones de la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Este día se producen dos bajas en el enfrentamiento con las fuerzas del gobierno, caen el minero José Luis Atahuichi Ramos y el estudiante Ramiro Vargas Astilla. El viernes 10 es patente la escasez de la gasolina en la ciudad de La Paz. El sábado 11 se suceden nuevos enfrentamientos, mueren un niño y un padre de familia. Durante el atardecer y en el transcurso de las primeras horas de la noche se producen fuertes enfrentamientos por el sector de Río Seco. Recomienza la espiral de la muerte. El día fatídico es el domingo 12 cuando se producen los más duros enfrentamientos entre la población movilizada de El Alto y las fuerzas combinadas del gobierno, las cuales custodian la caravana de cisternas que sale de Senkata y llevan la preciada gasolina y el gas licuado a la sitiada ciudad de La Paz. Esta caravana se convierte en la caravana de la muerte, deja como saldo 26 muertos y un centenar de heridos. Después de conocerse los alcances de la matanza, las ciudad de La Paz reacciona, primero en las laderas y toda la periferia de los barrios populares, para luego ir comprometiendo a los barrios residenciales, como Miraflores, Sopocachi, también Obrajes y Cota Cota. Cuando las dos ciudades se hallan comprometidas en la vorágine del conflicto, el día martes 14 se conoce la muerte de dos mineros en Patacamaya, como consecuencia de enfrentamientos con el ejército. El día miércoles 15, cuando se hace patente la insostenibilidad del gobierno de Sánchez de Lozada, cuando los acontecimientos han llegado muy lejos como para volver atrás, se da lugar a una tardía reacción del gobierno. El presidente y su ministro de desarrollo sostenible salen al frente ofreciendo referéndum consultivo respecto a la venta del gas y la ley de hidrocarburos, empero condicionando lo segundo a la participación de las trasnacionales. Este ofrecimiento viene acompañado por un epilogo belicoso de parte del entonces presidente de la republica, quien califica a los movilizados como anarco sindicalistas y narcoterroristas. El día jueves 16 la protesta ya es nacional. En Villamontes, Villazón y el Chaco, también en el Beni se producen marchas de protesta. Este mismo día se produce una multitudinaria concentración de centenas de barrios de La Paz y El Alto, sumándose a las organizaciones sindicales obreras y campesinas. Se dice que semejante concentración no se había producido desde el ascenso de la UDP al poder. Esta concentración fabulosa termina definiendo la correlación de fuerzas, por lo menos en lo que respecta a la valoración política. El día viernes 17 ingresan por la zona sur de la ciudad de La Paz marchas campesinas que se dirigen a las concentraciones de la Plaza San Francisco. Al día siguiente, el día sábado 18, se suceden los desenlaces. Quedaba claro que el gobierno derivaba dramáticamente en una dictadura abierta, no solamente por la opción de fuerza a la que se inclinaba, desatando una espiral de violencia incontrolable, sino porque ya no contaba con mínimos sectores sociales que puedan sostener todavía breves, fragmentarios, espacios de legitimación. Casi la totalidad de la sociedad se había pronunciado por la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, salvo los empresarios privados y dos comités cívicos cuestionables, el cruceño y el tarijeño. Obviamente todavía los partidos aliados lo seguían sosteniendo, sin embargo, la mañana del sábado se agolpan las renuncias y las deserciones del campo oficialista. El Capitán Reyes Villa hace conocer su retiro del Gobierno y no ve otra salida que la sucesión constitucional. Como se dice, los dados estaban echados. Como al medio día se rumorea por los medios de radio que la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada prácticamente era un hecho, que se iba a leer su carta de renuncia en la sesión de emergencia del congreso convocada para la tarde. Efectivamente, en la noche se lee la carta de renuncia y el congreso decide por mayoría la sucesión constitucional. El domingo 19 Carlos Mesa, ya hecho presidente de la república, sube a la ciudad de El Alto a una concentración de vecinos y organizaciones sociales y sindicales a rendir homenaje a los caídos en los aciagos días del conflicto.

Poiesis de la multitud

Pregunta 1

¿Cómo se llega a un desenlace? ¿Qué ocurre antes en las entrañas mismas de los acontecimientos para que se produzca el desenlace? El tiempo político nace del movimiento molecular de la multitud y se desplaza en el mapa de las fuerzas desplegada, tiene una duración particular en la geografía de las instituciones como cronograma político. La renuncia a la presidencia de la república del símbolo mayúsculo del régimen neoliberal fue una victoria del movimiento popular, cuyo eje articulador es el movimiento indígena, que atraviesa tanto al campo como a las ciudades. Sin embargo, no se puede olvidar que el desencadenamiento de las acciones como la huelga de hambre, el bloqueo de caminos, las marchas, los bloqueos de calles y avenidas, la construcción de barricadas y el cavado de zanjas para que no pasen los tanques, la fabulosa concentración de la multiplicidad de vecinos de barrios de El Alto y La Paz, que sobrepasaron a la convocatoria de más de 400 barrios, no se circunscribe al movimiento indígena, por lo tanto tampoco a su centralidad aymara. Los sindicatos campesinos del Altiplano norte adquieren un nuevo carácter en el despeñadero de los acontecimientos. Las convocatorias masivas de asambleas, la retórica y la oratoria de las exposiciones se concentran en principio en dos temas, la libertad del dirigente Huambo y la defensa del gas. Después de la masacre de Ilabaya los discursos son más encendidos, se reclama por la muerte de los compañeros y comienza a perfilarse la idea de pedir la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. La imagen de los muertos remueve los espíritus de la gente. Casi de manera inmediata las organizaciones sociales son convocadas a defender la vida, a luchas contra la represión violenta, que se ensaña con los cuerpos de los campesinos. Esta remoción tendrá una peculiar repercusión en la ciudad de El Alto. Se llegará a declarar un paro indefinido. Aunque para llegar a esta medida, para comprender esta determinación es menester revisar una historia, la historia reciente de los desplazamientos de fuerza en la tupida red de las juntas de vecinos.

Descripción 1

Desde los sucesos desatados en Warisata, Sorata e Ilabaya los eventos se trastocan rápidamente en consecuencias políticas. Se trata de la legitimidad de un régimen que ya no puede sostenerse sino por el desencadenamiento de la violencia descarnada. Se trata de un gobierno que vive su emergencia, no puede ya seguir la ruta de su añorada normalidad. La represión a los bloqueos de caminos del Altiplano norte no quiebra esta forma de protesta que detiene el tránsito, detiene la circulación, ocasionando el éxtasis de las pasiones y deseos de la multitud. Estancado el transcurrir del transporte de los productos y de la gente, interrumpido el tiempo republicano se viaja manteniéndose en el mismo lugar de repente a otro ciclo histórico, no sólo el de la efectividad histórica o el de la historia efectiva, sino al ciclo recuperado en la memoria de antiguas luchas, que se hacen presentes en el momento. Esta actualización modifica en el contexto actual el significado integral de los símbolos, valores e instituciones en juego. No se trata solamente del Tawantinsuyo contra la colonización reiterada, tampoco sólo del antagonismo del Collasuyo con la República de Bolívar, sino de la circulación de estas utopías en su lucha contra el imperialismo y por la recuperación del sentido nacional. No es ninguna excusa la defensa del gas, de los recursos naturales, de la forma efectiva de la manqapacha, es el modo de hacerse historia de una voluntad concentrada en la cultura. No hay contradicción entre utopía andina y nación. Su disociación mas bien puede traer un descalabro, la derrota de los movimientos sociales gestados desde abril del 2000. No es una salida liberal la que busca la realización de esta voluntad histórica, no son las autonomías liberales los perfiles que se dibujan en el corazón anhelante de los combatientes, es más bien la construcción colectiva de utopías no realizadas en el contexto de una nación que no termina de nacer, que no termina de constituirse a partir de la intuición volitiva de sus multitudes. ¿Sino qué sentido tiene hablar de Asamblea Constituyente Revolucionaria? Las fuerzas vivas de la sociedad quieren constituir una nación, quieren realizar su potencia, materializar históricamente su poder constituyente. Se busca no sólo hacer frente a la avalancha de las movilizaciones, a las en suspenso el engranaje chirriante de las dominaciones, las fuerzas vivas de la sociedad desean, buscan hacer política en el sentido plebeyo, quieren inventar la democracia con la imaginación radical de los indígenas y mestizos comprometidos en esta interpelación. La bandera de las autonomías ha sido asumida por las oligarquías criollas regionales de Tarija y Santa Cruz. Desde estos núcleos reaccionarios se quiere detener las reivindicaciones de los sin tierra contra el monopolio de la tenencia de la tierra de un pequeño grupo de familias latifundistas. Se quiere parar las legítimas demandas sociales en torno a la recuperación del gas para los bolivianos. Con la bandera de las autonomías liberales se intenta trastocar el sentido político construido profusamente por las multitudes movilizadas. El sentido transformador quiere ser convertido en un sentido local, circunscrito a la mezquindad de las oligarquías regionales. El resultado político, hoy por hoy adverso a las fuerzas conservadoras, quiere ser desviado a favor de estas pequeñas minorías privilegiadas y a favor de los intereses de las trasnacionales. Las autonomías liberales cobran este peculiar perfil reactivo, las fuerzas reaccionarias quieren apropiarse del objeto político y darle un sentido histórico, descomponer el espacio heredado por los hijos del Collasuyo, los hijos de los nómadas chaqueños y amazónicos, los hijos mestizos, habitantes de la Audiencia de Charcas y combatientes del imperio Colonial. Tienen la misma mentalidad que la vieja oligarquía, una psicología que confunde el país con sus predios, sus latifundios, sus minas. Mientras el pueblo quiere recuperar lo que le pertenece por derecho natural, los recursos, los dispositivos económicos, los dispositivos políticos. Quiere decidir su destino y el destino de estos recursos. Esto es, quiere darle un desenlace positivo a la guerra por el excedente.

Los bloqueos se expanden, se articulan a otros bloqueos que parten de otras historias locales, como los de Caranavi y los Yungas. También hay bloqueos esporádicos en el Chapare. Se producen bloqueos en el Altiplano sur y en las conexiones de la cordillera, los bloqueos se expanden a los valles. Las marchas también proliferan, llegan a los llanos. Dos enormes marchas, una de colonizadores, otros de campesinos e indígenas del norte de Santa Cruz, avanzan a la capital de la sierra. Una de las marchas logra atravesarla y llegar a la plaza de armas, donde se produce una trifulca protagonizada por jóvenes de la nación camba. Esta expansión del paisaje social de las movilizaciones, esta trama cuya narración descuella en boca de los protagonistas, que son las multitudes, las organizaciones populares, esta narratividad colectiva que se escribe con las acciones de las movilizaciones que desencadenan la potencia creativa de lo social desbordado, tiene como una amplitud de recorridos, pero también un orden puro del acontecimiento político. La ciudad de El Alto es la urbe popular que contiene a la nación, que contiene las ansias de la nación, las esperanzas de la nación, el gasto heroico de su población arroja sus muertos al campo de batalla de la historia, el imaginario social retoma este sacrificio como donación a los dioses que juegan al azar ya la necesidad. La memoria colectiva ya los vela, ya los cobija, ya los entierra, pero para convocarlos en los procesos de las nuevas batallas, de la guerra que no ha concluido. Los muertos no nos abandonan, están con nosotros para construir nuevas barricadas, para ayudarnos a destruir las máquinas abstractas de las dominaciones.

Problema 1

¿Cómo constituir una democracia de la multitud? ¿Cómo construir una democracia que forme parte de las prácticas sociales concurrentes y transformadoras? ¿Cómo hacer que la democracia vuelva a pertenecer a la asamblea, a la retórica, a la discusión, al arte del convencimiento y a la poiesis política? ¿Cómo hacer que la democracia sea el despliegue de las energías ciudadanas y comunitarias? Aunque parezca una tautología y una redundancia valdría la pena reducir estas preguntas en la siguiente: ¿Cómo hacer que la democracia sea democrática?

Hipótesis 1

La democracia es posible porque pone en suspenso las dominaciones. Se basa en el reconocimiento de la igualdad y a partir de este fundamento su práctica resulta en luchas contra las desigualdades. Su contenido histórico es la libertad, a partir de ella se pone en cuestión el monopolio de la riqueza y el monopolio de la moral, la virtud de los mejores. La ética social es el despliegue histórico de la libertad, que tiene que tomarse tanto en su figura colectiva como en su figura individual. La democracia es el poder constituyente de la multitud. En su sentido práctico la democracia no deja de manifestarse como conflicto. Este conflicto se puede dirimir pacíficamente en la asamblea o estratégicamente en la lucha de clases.

Corolario

La lucha indígena forma parte de la lucha contra las dominaciones, concretamente la lucha contra el colonialismo polimorfo. Desde esta perspectiva es una lucha democrática, adquiere su valor histórico en el horizonte de una democracia radical, que llegue hasta las raíces de las formas de dominación en las formaciones coloniales y postcoloniales. Esta raíz se encuentra en una violencia inicial histórica, en la guerra de conquista, esta guerra atraviesa el cuerpo social y el mapa de las instituciones en el transcurrir histórico de las formaciones sociales, vale decir, los virreinatos, los repartimientos, la Audiencia de Charcas y los periodos republicanos. Esta guerra de conquista, que desata una guerra de liberación, que cuestiona la legitimidad de los regimenes. El arjé y el telos de esta guerra de dos caras hacen inteligible el decurso de los acontecimientos.

Para ver las crónicas anteriores y la secuencia histórica, copie y vaya a:
https://clajadep.lahaine.org/index.php?s=Cr%C3%B3nicas+del+siglo+21&sentence=AND


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