La izquierda anticapitalista no busca el rostro humano del capitalismo ni aspira a ser beneficiaria de programas clientelares y corporativos que individualizan y fragmentan las comunidades. Se pronuncia, por el contrario, por el fortalecimiento de sus procesos autonómicos de defensa de la Madre Naturaleza y sus recursos vitales, por el pensamiento crítico (no conformista), con la conciencia de que nuevamente se enfrenta a un mal gobierno que insiste en declarar la guerra a los pueblos originarios, mientras convalida supuestos reconocimientos constitucionales de libre determinación.
Conservadurismo e izquierda anticapitalista
Gilberto López y Rivas
La Jornada
Ante el reiterado uso de los términos “conservador” o “conservadurismo” para identificar a la izquierda anticapitalista, tildada de “radical” por articulistas que defienden denodadamente al gobierno actual, es necesario precisar sus múltiples significados, que remiten hoy, en el ámbito de la política, a las posiciones y organizaciones de derecha o extrema derecha, partidarias del status quo y enemigas de toda transformación revolucionaria, sobre todo, de signo marxista o socialista.
Históricamente, la oposición a la revolución francesa y la Ilustración, que pugnaba por la restauración del antiguo régimen, da origen al uso de “conservador” y “conservadurismo” para identificar a este sector socio-político, con peculiaridades en distintos contextos geográfico-temporales. En América Latina, a partir de los movimientos de independencia, el conservadurismo o los partidos conservadores, usualmente se caracterizaron por la añoranza del régimen colonial, el mantenimiento de rígidos sistemas jerárquicos de clase y casta y la defensa a ultranza de propiedades, fueros y canonjías de la Iglesia y el Ejército.
Así, resulta un contrasentido, tanto histórico como conceptual, pretender calificar a la izquierda anticapitalista como conservadora, cuando en realidad constituye su antípoda. Estamos ante el clásico maniqueísmo de construir un adversario a modo que, en referencia al gobierno de la Cuarta Transformación (4T), sin pruebas ni argumentos, equipara la oposición anticapitalista con la de la vieja partidocracia priísta y panista, sosteniendo que la izquierda esconde (sic) “tras su radicalismo, objetivos semejantes al conservadurismo”.
El problema radica, conjuntamente con estas “licencias” conceptuales y maniqueísmos, en la ausencia de un análisis profundo sobre la naturaleza de los cambios que están ocurriendo en los primeros meses del actual gobierno que, de acuerdo con los abogados de oficio de la 4T, representan una ruptura con las políticas neoliberales. Cómo lo han reiterado el EZLN y el Congreso Nacional Indígena – Concejo Indígena de Gobierno, los megaproyectos en marcha, el llamado Tren Maya, el canal seco del Istmo de Tehuantepec (con sus líneas de ferrocarril para contenedores, corredores industriales, desarrollos inmobiliarios, turísticos y los seguros daños etnocidas y ecocidas), el Proyecto Integral Morelos (con la apertura de obsoletas hidroeléctricas y gasoductos, y marcado con la muerte de Samir Flores Soberanes y la criminalización de opositores), el nuevo aeropuerto metropolitano en manos castrenses, la permanencia de concesiones mineras que cubren por lo menos un tercio del territorio nacional, etcétera, no sólo si representan una línea de continuidad con las políticas neoliberales de los pasados sexenios, sino, incluso, van más allá de lo que estos gobiernos impusieron como gerentes al servicio de las corporaciones capitalistas. Recordemos que el canal seco de Tehuantepec, con sus planes de desarrollo de las naciones centroamericanas fue el célebre Plan Puebla Panamá, rebautizado Mesoamérica, que el Proyecto Integral Morelos también fue sacado del baúl de anteriores administraciones.
El neoliberalismo se caracteriza, precisamente, por buscar que el Estado actúe como un eficiente mecanismo de intermediación que facilite el proceso de recolonización de los territorios y, en esta dirección, la lucha contra la corrupción y el adelgazamiento de las estructuras gubernamentales, si bien siempre positivas en el terreno de un imaginario nacional de indignación ante la impunidad de la clase gobernante en el saqueo del erario, constituyen, paradójicamente, un factor en favor de México entre los estados nacionales en competencia para una puesta en práctica expedita y efectiva de los proyectos neoliberales, como los emprendidos por la 4T.
La izquierda anticapitalista (sí, radical, pero no como adjetivo descalificador, sino por sus análisis que van a la raíz de los problemas causados por los sistemas de explotación y dominación de la actual fase de acumulación militarizada necrófila) no añora nada de los gobiernos anteriores, a los cuales combatió y resistió por décadas, con el costo en vidas humanas y sufrimientos que hacen de México una de las peores catástrofes humanitarias del planeta. Esta izquierda no busca el rostro humano del capitalismo ni aspira a ser beneficiaria de programas clientelares y corporativos que individualizan y fragmentan las comunidades. Se pronuncia, por el contrario, por el fortalecimiento de sus procesos autonómicos de defensa de la Madre Naturaleza y sus recursos vitales, por el pensamiento crítico (no conformista), con la conciencia de que nuevamente se enfrenta a un mal gobierno que insiste en declarar la guerra a los pueblos originarios, mientras convalida supuestos reconocimientos constitucionales de libre determinación.