La candidata a presidente por el Frente Amplio, coalición que reúne a la nueva izquierda, Beatriz Sánchez, se despachó a gusto en 2017, en su entrevista a la revista Paula señalando que el gobierno de Salvador Allende intentó “imponer un modelo totalitario”. En pocas palabras transformar Chile en un Gulag.
El golpe de Estado en Chile: primer proyecto de neoliberalismo militarizado
Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Es necesario recordar que el neoliberalismo en América Latina, entro por la vía militar. Las fuerzas armadas fueron el instrumento para cambiar las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales de Chile. Su proyección en América Latina derivo en una aceptación de los marcos de un capitalismo predador y excluyente bajo el manto de una economía de mercado. En la actualidad, las fuerzas armadas, de regreso a sus cuarteles, cumplen una función de control hemisférico bajo una militarización de la sociedad. Su influencia es mucho más importante que si estuviesen en el poder político. Son el gobierno permanente. Bases militares de Estados Unidos inundan la región controlando la política de seguridad con un grado de independencia sobre el poder civil, nunca antes pensado.
La experiencia chilena abrió la puerta a pensar en una transición pacífica al socialismo. Eran tiempos de la guerra fría. Los ojos se pusieron en Chile. La redefinición del Estado, las nacionalizaciones, la reforma agraria y el enfrentamiento con el capital trasnacional fue el escenario donde el capitalismo se jugó el ser o no ser. Las clases dominantes chilenas no compartían los ideales democráticos. En cuanto fueron un obstáculo los abandonaron.
El bombardeo a La Moneda fue su respuesta a la democracia. La tiranía trasformo las estructuras sociales y de poder, desplazando a la burguesía desarrollista y su representación política. Nacía el neoliberalismo militarizado. Privatizar, desregular, flexibilizar y descentralizar bajo la bota militar. El capital trasnacional y los sectores financiero especulativos tomaban el relevo.
Los partidos de la Unidad Popular fueron declarados ilegales, sus bienes confiscados, sus militantes encarcelados y asesinados. Mientras tanto, los partidos golpistas: la Democracia Cristiana y el Partido Nacional brindaron con champagne. Su participación en las políticas económicas y las tareas del gobierno militar les delata. Ministros, subsecretarios, intendentes, etcétera, formaron parte del régimen. Entre 1973 y 1991 el país fue puesto patas arriba. Prohibición de los partidos políticos, sindicatos de clase, organizaciones populares y desaparición de opositores. Así se impuso el neoliberalismo militarizado.
Hoy parece existir consenso. Los muertos fueron necesarios para reinsertar a Chile en el mundo. El ex presidente de la Democracia Cristiana y ministro de exteriores de la Concertación con Michelle Bachelet, Alejandro Foxley, sentencio: “Pinochet realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una década después, al cual están tratado de encaramarse todos los países del mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va a perdurar por muchas décadas en Chile y que, quienes fuimos críticos con algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores. Además ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar”.
Hoy, de forma explícita o implícita, este argumento se interpreta como un punto y aparte. Fue una transición “ejemplar” entre civiles y militares, implicados en el golpe de Estado, y una oposición sumisa que aceptó mantener la Constitución de 1980, redactada por los golpistas, como Carta Magna.
Para esta traición histórica se construyó un consenso a derecha e izquierda, asentado en demonizar el proyecto de la Unidad Popular y presentarlo como ajeno a la idiosincrasia del pueblo chileno. Un trasplante a Chile de los planes quinquenales soviéticos y un atentado a la propiedad privada. Así todo calza. El único responsable del golpe de Estado, sería la propia Unidad Popular que llevo el país al caos. Hoy hablaríamos de una “crisis humanitaria”. Las fuerzas armadas debieron actuar en defensa de la libertad, los valores patrios, evitando la trasformación de Chile en un Estado totalitario, marxista leninista. Así, la candidata a presidente por el Frente Amplio, coalición que reúne a la nueva izquierda, Beatriz Sánchez, se despachó a gusto en 2017, en su entrevista a la revista Paula señalando que el gobierno de Salvador Allende intentó “imponer un modelo totalitario”. En pocas palabras transformar Chile en un Gulag. La experiencia chilena alerta. Estados Unidos, el capital trasnacional y las clases dominantes utilizan la técnica del golpe de Estado, en cualquiera de sus modalidades, cuando se ven amenazados por el triunfo electoral de proyectos populares, anticapitalistas, socialistas y democráticos.
Hoy, América Latina vive un punto de inflexión, el proyecto de neoliberalismo militarizado se impone en países como Argentina, Brasil, Colombia, Honduras, Perú, Chile o Paraguay. Los gobiernos están en manos de ex militares iluminados, empresarios corruptos, políticos de baja estopa o intermediarios de Estados Unidos. Es necesario, como señala el EZLN, romper el cerco. El continúo llamado a un golpe de Estado en Venezuela, el mantenimiento del bloqueo a Cuba, los ataques a Bolivia y los procesos desestabilizadores a los gobiernos “progresistas” dejan claro que la experiencia chilena no puede caer en el olvido, ni dejar su interpretación a sus verdugos.