A diferencia del reciente levantamiento en Sudán, que es más homogéneo políticamente, en Argelia ninguna organización o liderazgo ha tomado forma. Esto facilita un movimiento de masas: en su punto máximo, según las cifras policiales, las protestas semanales juntaron a cerca de diez millones de personas, o casi un cuarto de la población. Su naturaleza democrática y pacífica es notable teniendo en cuenta las formas más descontroladas en décadas pasadas.
En su punto máximo las protestas semanales juntaron a cerca de diez millones de personas, o casi un cuarto de la población.
Feministas en la línea del frente del levantamiento argelino
El Salto
Desinformémonos
28 septiembre 2019 0
Cuando a principios de febrero el debilitado presidente octogenario de Argelia, Abdelaziz Bouteflika, anunció su intención de presentarse a un quinto mandato en la presidencia, millones de argelinos tomaron las calles en respuestas. Tras semanas de manifestaciones, se forzó a Bouteflika a dimitir el 2 de abril, solo para que fuera sustituido por una tríada de compinches del Gobierno: Abdelkader Bensalah como presidente interino, Noureddine Bedoui como primer ministro y el mayor general Ahmed Gaid Salah, que ha surgido como el agente clave del poder en el país.
A pesar de los arrestos de dos de los ex primeros ministros del país y de varios líderes empresariales por cargos de corrupción, las protestas han continuado durante ya más de siete meses, con los manifestantes demandando una transformación radical del régimen sostenido por el Ejército.
Unas nuevas elecciones originalmente planeadas para el 4 de julio fueron pospuestas por el Consejo Constitucional a principios de junio, presuntamente debido a falta de candidatos.
El aplazamiento de las elecciones se vio como una victoria de los manifestantes, que temían que elecciones organizadas rápidamente a corto plazo beneficiaran a los viejos poderes y dejaran poca oportunidad para que los partidos ciudadanos se prepararan.
Las propuestas para un diálogo nacional lideradas por el ex portavoz de la Cámara baja Karim Younes para facilitar el camino hacia las elecciones presidenciales se han encontrado con escaso entusiasmo de la oposición. Gaid Salah ha demandado que la fecha para las elecciones debería anunciarse para mediados de septiembre.
¿Cómo se organiza la gente? ¿Quién está protestando? ¿Podemos incluso hablar de un “movimiento popular” en el que la gente está siguiendo un programa común más allá de la demanda del fin del régimen de Bouteflika y sus compinches?
Ningún grupo específico está dirigiendo estas manifestaciones. Por el contrario, como fue el caso en otros países de la región en 2011, este momento es de convulsión repentina (aunque algunos analistas intentaron hacer sonar las alarmas pocas semanas antes). Algunos han intentado atribuir los comienzos de la contestación a los estadios y locales de hinchas de fútbol, dada la larga historia política y decolonial del deporte en Argelia.
Los primeros llamamientos en diciembre de 2018 a manifestarse en el barrio de clase trabajadora de Bab El Oued, en Argel, fueron desatendidos. A mediados de febrero, marchas más grandes tuvieron lugar en Kherrata (cerca de Béjaïa), en Khenchela, después en Annaba, donde se rompió y pisoteó el retrato del presidente.
La extensión de las manifestaciones del 22 de febrero fue realmente sorprendente: las protestas surgieron simultáneamente por todo el país en la mayoría de las ciudades principales y en varias ciudades de tamaño medio. El movimiento alcanzó incluso oasis y wilayas (provincias) poco habitadas como Djelfa, Adrar y Tamanrasset.
A diferencia del reciente levantamiento en Sudán, que es más homogéneo políticamente, en Argelia ninguna organización o liderazgo ha tomado forma. Esto facilita un movimiento de masas: en su punto máximo, según las cifras policiales, las protestas semanales juntaron a cerca de diez millones de personas, o casi un cuarto de la población. Su naturaleza democrática y pacífica es notable teniendo en cuenta las formas más descontroladas en décadas pasadas.
En su punto máximo las protestas semanales juntaron a cerca de diez millones de personas, o casi un cuarto de la población
Uno de los eslóganes es “silmiya, silmiya” o “pacíficos, pacíficos”. Otra es “handeriyya” o “civilizados”. Éstas son protestas donde voluntarios mantienen el orden y limpian las calles tras la manifestación, donde familias protestan juntas con sus hijos y bebés en cochecitos —lo que da seguridad a los adultos más mayores entre ellos—, donde se reparten botellas de agua y caramelos y, hasta recientemente, donde los manifestantes han reclamado libertad de expresión y las autoridades la han respetado relativamente.
Pero desde el intento fallido del Gobierno en junio de dividir al movimiento al prohibir la bandera amazigh (bereber), la represión se ha ido intensificando a un ritmo alarmante.
No obstante, en las calles, la gente está hablando: pequeños foros públicos tienen lugar cada viernes antes de las manifestaciones en algunas de las principales ciudades. Por ejemplo, la plaza principal de Orán, Plaza del Primero de Noviembre, es todavía el lugar de frecuentes debates públicos. Durante el Ramadán, la wilaya decidió sensatamente instalar allí una feria de artesanía pero al día siguiente los manifestantes llegaron en masa y quitaron las tiendas de la feria.
“¡QUE SE VAYAN TODOS!”
Las respuestas a la participación de la clase política en las protestas son proporcionales a la proximidad al poder de los políticos. Hemos visto ser expulsadas de manifestaciones a figuras cercanas al régimen, como Saïd Sadi, fundador y antiguo líder del partido Agrupación por la Cultura y la Democracia, o Louisa Hanoune, fundadora y actual líder del Partido de los Trabajadores.
Es de destacar lo hostil que se ha mostrado el movimiento ante cualquier tipo de eslóganes ideológicos o políticos. Ha encontrado iconos en figuras como Djamila Bouhired, una celebrada militante de la liberación nacional, o Ramzi Yettou, un manifestante de 23 años que murió el viernes 19 de abril tras ser golpeado por la policía.
A principios de junio, Kamal Eddine Fekhar, un activista de la minoría mozabite que había protestado contra la segregación en el sur del país, murió tras una huelga de hambre de dos meses, atrayendo mayor atención hacia los “presos de conciencia” menos conocidos más allá de los círculos activistas de Argel.
Sin duda, están en marcha esfuerzos organizativos embrionarios con grupos sindicales y de interés, pero la gente marcha individualmente o en familia, lado a lado con feministas, víctimas de la guerra civil, reconocidos veteranos o miembros olvidados de milicias “patriotas” del décennie noire [Década Negra, la guerra civil entre Gobierno y grupos armados islamistas de los años 90].
Generalmente, miembros de toda la sociedad civil argelina se juntan para protestar cada viernes, unidos por un eslogan “Yatnahaw ga” (“Que se vayan todos, hasta el último”).
De hecho, durante varias décadas, la sociedad argelina se ha polarizado entre una minoría social dependiente del Estado rentista que sigue enriqueciéndose gracias a sus profundos lazos con la valorización global del capital y una gran mayoría que sigue estando empobrecida de diferentes formas. La naturaleza rentista de la economía presta un cariz político a todas las demandas sociales. En este contexto, los eslóganes de “que se vayan todos”, tanto radicales como vagos, permiten una unificación de todos los segmentos sociales en un extenso movimiento interclasista.
Cada clase ha utilizado este movimiento como una forma de denunciar la presión que ha sufrido bajo un sistema increíblemente corrupto
Desde las mujeres y hombres jóvenes del proletariado informal a las clases medias e incluso la burguesía, hasta el momento cada clase ha utilizado este movimiento como una forma de denunciar la presión que ha sufrido bajo un sistema increíblemente corrupto.
HOMBRO CON HOMBRO, CON O SIN VELO
Aunque había muy pocas en los comienzos, las mujeres han estado presentes de manera masiva desde el 22 de febrero, e incluso más desde el Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo.
Mujeres de todas las edades y clases han sido extremadamente visibles, pero la mayoría son jóvenes, urbanas y con una educación elevada. Y a pesar de sus carreras, se ven desempleadas, como muchos hombres, pero incluso en mayor número. Así que, cada viernes, han estado protestando hombro con hombro, con o sin velo, en las densas manifestaciones.
Su misma presencia en espacios públicos ha cambiado el movimiento. Ahora, cuando algunas mujeres lanzan eslóganes generales, los hombres están siguiendo su iniciativa y cantando junto a ellas. Estas mujeres no tienen miedo de ser arrestadas por la policía.
Desde las primeras semanas del movimiento, colectivos feministas han estado organizando encuentros en grandes ciudades por todo el país. Las tácticas se debaten en francés, árabe o darja, el dialecto árabe local. Algunas mujeres llevan el velo, otras reinterpretan las normas religiosas en su búsqueda de mayor igualdad. Para entender lo que está en juego en el feminismo islámico argelino, mirad la reciente obra de Feriel Bouatta.
La mayoría de las mujeres pide la abolición del Código de Familia Argelino, pero no tienen una estrategia única sobre cómo lograr este objetivo; los colectivos feministas son bien conscientes del mayor riesgo al que se enfrentan de ser acusadas de dividir el movimiento.
El 16 de marzo, el colectivo Mujeres Argelinas por el Cambio Hacia la Igualdad decidió organizar una plaza feminista frente a la Facultad Central de Argel. La periodista Daïka Dridi reflexionó más tarde: “Nadie me pidió mi opinión sobre la plaza feminista, y no es una idea que yo hubiera defendido si hubiera participado en la organización, pero ahora que esta plaza existe, la apoyo totalmente en solidaridad”.
Dos semanas después, el 29 de marzo varios hombres atacaron la plaza, rompiendo pancartas y agrediendo verbalmente a algunas mujeres. Las feministas mantuvieron su posición. El 3 de abril, un hombre argelino que vive en Inglaterra publicó un vídeo en Facebook amenazando con ataques de ácido a las mujeres que demandan iguales derechos. Su identidad fue rápidamente verificada, activistas presentaron quejas y él se disculpó inmediatamente.
¿HACIA LA DEROGACIÓN DEL CÓDIGO DE FAMILIA?
A pesar del hecho de que las demandas de igualdad de género no agradan a todo el mundo, grupos feministas grandes y pequeños siguen marchando y coordinándose; nuevos grupos aparecen cada mes. La mayoría reivindican la abolición del Código de Familia.
La dualidad de fuentes seculares y religiosas ha dominado en la ley argelina desde el período colonial. Jurídicamente, las mujeres argelinas están entre dos mundos: un estatus definido constitucionalmente como iguales a los hombres y un estatus inferior bajo la dominación del padre y el marido, como define el Código de Familia de 1984, que las obliga a buscar aprobación de un wali, o guardián, para estar casadas.
Las mujeres divorciadas pierden la custodia de sus hijos si se vuelven a casar, un matrimonio es invalidado si el marido es un apóstata confirmado y todavía se reconocen los repudios. La ley de sucesión sigue bajo ley religiosa normativa, creando desigualdad entre herederos en base a su género.
La presión de las mujeres y las feministas ha llevado a alguna mejora de la ley durante los últimos diez años, como la ley de 2015 que permite a las mujeres presentar cargos en casos de violencia doméstica. Sin embargo, esa ley contiene una cláusula inaceptable en la que se retiran los cargos contra el agresor si la víctima le “perdona”. Esta ley abre una puerta a todo tipo de presión.
En un contexto donde Occidente —esto es, los centros de acumulación amenazados por la crisis— usa el feminismo para reforzar su control en casa y en el extranjero, varios antagonismos se hacen claros cuando las mujeres argelinas se movilizan como feministas. Argelia es un país rentista, dominado por el rentismo que le permite participar en el capitalismo global. Sectores enteros de su economía tienen todavía que ser privatizados y así atraer los apetitos de las potencias internacionales.
Dada la obsesión occidental con las mentiras culturalistas y racistas sobre el Islam, necesitamos considerar críticamente cómo el Código de Familia fue parte de la perestroika en los años 80.
Durante el así llamado período “socialista”, las mujeres argelinas se beneficiaron de la campaña por la educación pública. Con gran desempleo, no se benefician de una política de empleo nacional más proactiva para las mujeres. Como ha mostrado la economista feminista Fatiha Talahite, “sin abandonar el ideal de la emancipación a través del trabajo, generaciones de mujeres fueron sacrificadas a cambio de la promesa de que futuras generaciones de mujeres podrían trabajar”.
Y sin embargo, al contrario que en algunos países latinoamericanos donde la industrialización ha supuesto puestos de trabajo para las mujeres, la economía argelina sigue siendo prisionera de la renta. A principios de los años 80, enfrentados con una inmensa reserva de mano de obra femenina educada pero desempleada, los líderes gubernamentales usaron el pretexto de la tradición para poner en marcha el Código de Familia: el poderoso estatus que atribuye a los hombres sobre las mujeres funciona para enmascarar el problema con el desempleo y la vivienda en un contexto de liberalización acelerada.
La rígida estructuración de la familia como lugar de reproducción es una tendencia que acompaña el empobrecimiento general. De esta forma, los líderes del momento deliberadamente decidieron acentuar jurídicamente la sumisión de las mujeres a los hombres para atenuar el shock de la transición a una economía de mercado.
Cuando los ingresos de la renta se vinieron abajo en 1986, las mujeres no tuvieron otra elección que ir a buscar trabajo en un mercado en crisis, en una situación de desindustrialización donde solo quedaban disponibles puestos de trabajo precarios, con bajos salarios, mayoritariamente informales. Esta fue la terrible Década Negra.
Tras la guerra civil, el aumento de los precios del petróleo permitió una reducción de la pobreza y, con ello, una elevada natalidad. Desde 2001, el empleo femenino ha disminuido considerablemente. Cada vez más mujeres han quedado limitadas al trabajo informal. Según la Oficina Nacional de Estadística, de los 11 millones de trabajadores, solo 1,9 millones son mujeres.
Las mujeres suponen el 60% de los argelinos con títulos universitarios, pero más de la mitad de ellas están desempleadas y se identifican como tales. De hecho, a pesar de la reislamización del país, las relaciones de género han evolucionado enormemente durante los últimos 20 años, especialmente en las grandes ciudades donde las mujeres se las arreglan para establecerse a través del trabajo. Como ha observado Fatma Oussedik, “con o sin un hijab, las mujeres han salido”.
A pesar de las leyes que todavía son injustas para las mujeres, y para gran disgusto de los argelinos más conservadores, el divorcio se ha disparado en años recientes, sobre todo en zonas urbanas.
LA LUCHA AÚN ESTÁ LEJOS DE GANARSE
Después de una evidente ausencia durante el Ramadán, las mujeres han vuelto a las manifestaciones de los viernes.
Pero en un contexto de desempleo generalizado y beneficios del petróleo disminuidos a medida que la economía rentista se tambalea, en un contexto donde defender públicamente el derecho al aborto sigue siendo una ofensa punible, el debate con algunos autoproclamados representantes de la “sociedad civil” sobre la igualdad ante la ley y en el trabajo sigue siendo tenso.
Por ejemplo, la red Wasilla, que reúne organizaciones por los derechos de las mujeres, tuvo que anunciar su retirada de la conferencia nacional del 15 de junio que juntó a varios grupos, organizaciones y sindicatos —a menudo autónomos— para proponer “una salida de la crisis y una transición democrática”.
El tema sigue siendo que, como señala el sociólogo Nacer Djabi, “los sindicatos son conservadores. Reflejan la sociedad argelina. Son de clase media y procedentes de todo el país, no sólo de las grandes ciudades”. Así que las tendencias políticas cubrían todo desde la extrema izquierda secular al islamismo. La red Wasilla se salió de la conferencia, acertadamente en nuestra opinión, porque “no defiende claramente y sin ambigüedad el principio político fundamental y no negociable de la igualdad entre hombres y mujeres”.
Sin embargo, el 20-22 de junio se encontraron en Tigrhemt (cerca de Béjaïa) representantes de alrededor de 20 organizaciones y colectivos de mujeres, así como participantes independientes. Como señaló W. Zizi, tal variedad de tendencias ideológicas, con feministas de izquierda, feministas de derecha, activistas LGTBQI clandestinos y mujeres que no separan la religión del Estado, puede crear debate que a veces parece “un lío enorme”.
Además, nuevos colectivos del sur (Ouargla, Ghardaïa y Tamanrasset) no pudieron acudir por razones logísticas pero de todas maneras lograron emitir una declaración común contra el trabajo precario y por la derogación del Código de Familia.
Algunos colectivos han conseguido incluso organizarse en los pueblos con mujeres de clase trabajadora alrededor de temas de trabajo doméstico o la falta de servicios de guardería para empleadas en el sector público, por ejemplo.
La lucha está lejos de ganarse, sin embargo. A pesar de los esfuerzos durante el período socialista, y debido a su historia colonial específica de “síndrome holandés”, Argelia no tuvo el desarrollo económico en los años 70 y 80 que había surgido en el sureste asiático y América Latina.
De aquí el desempleo masivo y una sociedad severamente heteronormativa en la que la reproducción todavía es a menudo garantizada bajo presión de una familia extensa o incluso de un clan.
La socióloga Rose Schembri, quien recientemente describió la “difícil afirmación homosexual en Argelia”, utiliza como contrapunto la obra del historiador John D’Emilio, quien correlaciona la emergencia de una identidad gay en los Estados Unidos con la largo historia de la revolución industrial. D’Emilio muestra cómo la llegada de un mercado de trabajo y empleo masivo permitieron parcialmente una ruptura de la estructura familiar en los centros capitalistas de acumulación (que son todavía hoy estructuralmente racistas y patriarcales): exactamente lo que no pudo producirse en Argelia.
UNA AMARGA LUCHA POR DELANTE
En una situación de renta en declive y desempleo general, uno puede imaginar la extensión de la tarea de las feministas argelinas. Aunque pocas en número, estas mujeres son muy visibles y deben luchar en un contexto internacional donde los capitalistas occidentales instrumentalizan el feminismo con fines racistas e islamofóbicos, mientras que al mismo tiempo presionan por una “apertura” económica y una aceleración de la privatización gracias a costa de las mujeres pobres argelinas.
Por encima de todo, deben enfrentarse a un contexto nacional donde los islamistas juegan la carta del “diálogo” y movilizan a las mujeres en torno a la afirmación femenina, que está totalmente esencializada y es perversa, pero espantosamente efectiva.
Ahora que se han cancelado las elecciones, algunos en la izquierda están pidiendo una conferencia nacional o una asamblea constituyente, pero nadie puede predecir lo que ocurrirá. Fortalecidas por la larga historia del feminismo argelino (brillantemente evocado por una nueva generación de mujeres directoras de cine y documentalistas de la historia oral), las feministas quizá puedan contar con nuevas generaciones reclutadas desde el hirak para oponerse a las élites liberales y afrontar las negociaciones con una Argelia ampliamente conservadora.
Pero con la aceleración de la crisis económica en Argelia, la cual, como en el resto de sitios, se está negociando a costa de las mujeres, la lucha será amarga.
ROARMAGAZINE
Artículo original publicado en inglés en Roar Magazine, traducido para El Salto por Eduardo Pérez.
Leïla Ouitis es una feminista franco-argelina, activista por la vivienda y profesora que vive en París y trabaja en Seine-Saint-Denis.