Un año después de la irrupción explosiva del malestar, el número de manifestantes ha decaído de forma significativa en Francia. Pero la solidaridad y la construcción de lo común persisten como herencia de las protestas.
Un año después de la irrupción explosiva del malestar, el número de manifestantes ha decaído de forma significativa en Francia. Pero la solidaridad y la construcción de lo común persisten como herencia de las protestas.
Un chaleco amarillo gigantesco colgado de una ventana llama la atención del transeúnte. Unos metros más adelante, delante de un portal, en una pancarta aparece escrito: “Casa del pueblo”. En pleno centro de Nantes, un colegio católico abandonado se ha convertido en el nuevo epicentro de los chalecos amarillos de esta localidad del noroeste de Francia. Entre las paredes de hormigón de un edificio ostensiblemente abandonado, intentan mantener la llama de la indignación que el 17 de noviembre del año pasado llenó de gente las carreteras, rotondas y calles de Francia. Y puso contra las cuerdas al presidente francés, Emmanuel Macron.
Un año después de la irrupción explosiva de los chalecos amarillos, las manifestaciones se siguen repitiendo cada sábado, pero estas son cada vez más minoritarias, salvo ocasiones excepcionales como las protestas para conmemorar este sábado el primer aniversario. Aunque las calles se han ido vaciando, persiste un legado de solidaridad y construcción de lo común. La “Casa del pueblo” es una buena prueba de ello.
“Nuestro objetivo es reapropiarnos de espacios comunes para intentar resolver la miseria actual y evitar que haya gente que duerma en la calle”, asegura Renz, de 37 años. Este militante, con “dedicación completa desde hace tres años”, se trasladó a Nantes en julio cuando impulsaron la primera “Casa del pueblo” de esta localidad. Tras ser expulsados de un primer espacio, se instalaron en octubre en el colegio Notre-Dame-du-Bon-Conseil.
“Los chalecos amarillos permitieron a la gente que no llegaba a fin de mes que dejara de esconderse. Estos salieron a la calle y dijeron que estaban hartos”
Sentado en torno a una mesa en el patio de este recinto, Renz recuerda al detalle cómo vivió la emergencia de los chalecos amarillos el 17 de noviembre del año pasado. “Estuve bloqueando la circulación en un centro comercial durante una semana en Pau (sur de Francia) y después fui a Saint-Nazaire, donde intentamos impedir el acceso a uno de los principales puertos industriales del país”, explica este manifestante, con una barba bien poblada e inseparable de su gorro de lana. En Saint-Nazaire, cerca de Nantes, descubrió la primera “Casa del pueblo”, impulsada a principios de diciembre. Estos edificios ocupados se multiplicaron desde entonces por el territorio francés: Marsella, Burdeos, Caen, Lorient, Tours…
“Los chalecos amarillos permitieron a la gente que no llegaba a fin de mes que dejara de esconderse. Estos salieron a la calle y dijeron que estaban hartos”, afirma Mathieu Herbomel, un hipnoterapeuta que nunca antes había militado hasta la emergencia de este movimiento. Ahora es uno de los coordinadores de la “Casa del pueblo” de Nantes. “Acogemos a unas 30 personas. Un tercio de ellas son migrantes y otro tercio franceses sin techo”, indica sobre este espacio ocupado que se inspira en el espíritu del barrio anarquista de Atenas Exarchia y en casas okupas de Barcelona y Madrid. Además de las asambleas semanales de los chalecos amarillos, “también se celebran reuniones de colectivos de estudiantes, militantes ecologistas y de asociaciones de acogida de refugiados”.
Las “Casas del pueblo” resultan la continuidad de las miles de rotondas ocupadas hace un año cuando empezaron las protestas a través de cortes de carreteras. La presencia de manifestantes fue permanente durante semanas y meses a lo largo del invierno. Las fuerzas de seguridad desalojaron la mayoría de ellas. No obstante, algunos chalecos amarillos aún resisten como galos. “No hemos logrado gran cosa por parte del presidente Emmanuel Macron, pero al menos hemos conseguido que el movimiento no se detenga durante un año. Cuando emergió, nadie hubiera creído que duraría tanto tiempo”, asegura Erick Simon, de 58 años, portavoz de los chalecos amarillos de Coutances, una localidad normanda de 8.000 habitantes, situada a unos 330 kilómetros al oeste de París, en la que la rotonda des Îles ha estado ocupada de forma casi continuada durante los últimos doce meses.
“Al menos Macron nos ha permitido descubrir una fraternidad que antes ignorábamos”, presume Simon sobre los fuertes vínculos de solidaridad establecidos entre los chalecos amarillos de su región y, en concreto, de su localidad. Allí conmemoran este domingo el primer aniversario “preparando una gran sopa para comer y debatir con todos los vecinos que se acerquen a la rotonda”. Esta reivindicación de lo local es una de las herencias más fuertes de este movimiento transversal, que en diciembre logró frenar la ofensiva neoliberal del joven presidente francés.
La reivindicación de lo local es una de las herencias más fuertes de este movimiento transversal, que en diciembre logró frenar la ofensiva neoliberal del joven presidente francés.
“La ocupación de las rotondas permitió crear nuevos colectivos de personas en zonas periurbanas y rurales donde vivían de forma muy aislada e individual”, defiende el politólogo Laurent Jeanpierre, autor del libro In Girum. Les leçons politiques des ronds-points (La Découverte, 2019). Según este profesor de la Universidad París 8, “ha representado un movimiento de educación popular que ha dado lugar a una nueva sociedad civil en zonas que estaban muy despolitizadas”. Para muchos chalecos amarillos, estas protestas representaron la primera militancia de sus vidas. Entonces, descubrieron “que la política no solo consiste en votar. Aprendieron que hablar de los problemas cotidianos de salud, empleo o transporte también es una forma de hacer política”.
Además de la solidaridad de las rotondas, la identidad de los chalecos amarillos se vio reforzada por la experiencia de la confrontación con la policía. “En un inicio no había la voluntad de manifestarse a través de disturbios y de forma insurreccional”, recuerda Romain Huet, que publicó recientemente el libro Le vertige de l’emeute. De la Zad aux gilets jaunes (PUF, 2019). Pero fruto de su voluntad de hacerse visibles en el espacio público y perpetuar su presencia en los barrios ricos de las grandes ciudades, las barricadas y los disturbios se convirtieron en una forma habitual de manifestarse. “Reflejaron una cierta impotencia de la política, dado que no es posible expresar su indignación solo manifestándose de forma pacífica”, añade este profesor en comunicación en la Universidad de Rennes sobre unas protestas conflictivas que en los últimos meses se reprodujeron en Hong Kong, Ecuador, Chile o incluso en Catalunya.
Unas manifestaciones que experimentaron una dura represión de las fuerzas de seguridad francesas. Así lo refleja el balance de las víctimas de violencias policiales en los últimos doce meses: 2 muertos, 2.448 heridos, 315 manifestantes con heridas en la cabeza, 24 que perdieron un ojo, 5 que se quedaron sin una mano…
Fue para denunciar estos abusos policiales que Gabin Formont creó en diciembre de 2018 el medio Vécu (Vivido), cuya página de Facebook ya cuenta con más de 100.000 seguidores. “No era normal que casi ningún medio hablara en diciembre de las violencias policiales”, asegura este joven de 29 años, que no es periodista de formación y que se manifestó ese 17 de noviembre prácticamente por primera vez en su vida. Desde entonces, se consagra a su tarea de “reportero-ciudadano”. Ante el tratamiento hostil de los grandes medios, los chalecos amarillos prefirieron informarse a través de publicaciones alternativas, como Brut, ThinkerView, Le Média o la edición francesa de la cadena rusa RT.
Doce meses después de que el aumento del precio del combustible desatara esta protesta, “el cabreo social permanece”, reconoce Jeanpierre. Aunque los chalecos amarillos son el movimiento que más ha obligado a ceder a Macron, que adoptó una serie de medidas sociales y bajadas de impuestos para las clases medias valoradas en 17.000 millones de euros, “las dificultades económicas persisten”, afirma este politólogo.
“El precio de la gasolina no ha dejado de aumentar. También sube la electricidad y los productos de primera necesidad. El gobierno no ha cambiado nada”, lamenta Laure Courbey, integrante de los chalecos amarillos en Nemours, en el sur de la región parisina, donde mantienen una rotonda ocupada. Según un sondeo del instituto Elabe para la cadena BFM TV, el 55% de los franceses sigue apoyando las reivindicaciones de los chalecos amarillos, aunque el 66% no desea que sus movilizaciones se intensifiquen.
Según un sondeo el 55% de los franceses sigue apoyando las reivindicaciones de los chalecos amarillos, aunque el 66% no desea que sus movilizaciones se intensifiquen.
Priscillia Ludosky y Jérôme Rodrigues, dos de las figuras del movimiento, enviaron a finales de octubre una carta a Macron pidiéndole una reunión antes del 16 de noviembre. Una petición denegada. Su objetivo era transmitirle las 59 propuestas elaboradas a través del “verdadero debate”, una plataforma impulsada por los chalecos amarillos como alternativa al “gran debate” del presidente francés y que contó con un millón de contribuciones. Unas medidas focalizadas en la justicia fiscal, ecología solidaria, refuerzo de los servicios públicos y una transformación del sistema político.
Ludosky, que originó las protestas con una petición en internet contra el aumento del precio del combustible que obtuvo más de un millón de firmas, también anunció este viernes la creación de un lobby ciudadano. Una iniciativa con la que quiere hacer emerger reivindicaciones locales y nacionales, sobre todo de las zonas periurbanas y rurales. Otros “chalecos amarillos” apuestan por estructurarse a través del modelo asambleario. Unos 600 delegados de asambleas locales se reunieron, del 1 al 3 de noviembre, en Montpellier para debatir sobre el futuro del movimiento en la cuarta “asamblea de las asambleas”.
“También existe la voluntad de presentarse en las elecciones municipales de marzo del año que viene”, asegura Jeanpierre, quien subraya que es el “movimiento más descentralizado en la historia reciente de Francia”. En grandessamblea de las asambleas”, grupos de chalecos amarillos ya preparan “listas ciudadanas”. Sus expectativas resultan muy inciertas. En las pasadas elecciones europeas, candidaturas que querían encarnar el espíritu de las protestas obtuvieron unos resultados ínfimos. localidades como Burdeos, Niza o Grenoble, pero también en pequeñas como Commercy (nordeste), donde se celebró la primera “a
“Nuestra apuesta es concentrarnos en la convergencia de luchas”, defiende, por su lado, Herbomel. Este militante de la “Casa del pueblo” de Nantes cita como muestra del malestar persistente las recientes manifestaciones en el sector sanitario o de los estudiantes después de que la semana pasada un joven de 22 años intentara inmolarse prendiéndose fuego a sí mismo delante de un restaurante universitario en Lyon. Los indignados franceses no solo tienen marcado en rojo en el calendario este fin de semana, sino también la huelga del 5 de diciembre contra la reforma de las pensiones. El legado de los chalecos amarillos no se transmite, se transforma.