Durante más de una década el pueblo mapuche sirvió como conejillo de indias en las prácticas represivas. Muchas veces se denunciaron los hechos que ocurrían en territorio mapuche y que hoy se reproducen, multiplicados, en Santiago y otras ciudades. De hecho, muchas de las fuerzas que participaron en el asesinato de Camilo y en el copamiento de las comunidades, hoy están desplegadas en las grandes ciudades, con el consiguiente reguero de sangre joven que dejan a su paso.
En un camino de tierra de la comunidad Temucucui, el Comando Jungla acribilló a Camilo por la espalda. Tres de la tarde del jueves 14, el sol no da tregua. Juan Catrillanca, lonko y abuelo de Camilo, apoyado en su wiño anuncia que en una hora y media empieza la ceremonia.
La mamá de Camilo preparó una fuente de sopaipillas para su hijo. Le ofrece un chorro de muday a la mapu y apoya la fuente sobre el motor del tractor azul. Hace un año, Camilo manejaba ese tractor ahora ataviado de flores.
Y de agujeros de bala numerados.
Antes, cerca del mediodía, una procesión a pie, caballos y vehículos recorrió ida y vuelta la ruta 5 entre Ercilla y el puente de Chamichaco. Flameaban banderas mapuche. Los camiones, en sentido contrario y a toda velocidad, tocaban bocina, saludaban. Un peñi dijo:
-Hace un mes esto no pasaba.
En el centro de Ercilla, subido a la caja de una camioneta improvisada como escenario, Marcelo Catrillanca agradeció el acompañamiento y apoyo. Informó que marcharían hasta el tractor, para hacer una rogativa y encontrarse con el espíritu de su hijo. Luego, la caravana seguiría hasta la casa de Camilo. La que estaba construyendo el 14 de noviembre del año pasado.
“Había estado trabajando en la mañana. Me avisó que venía a mi casa a buscar cilantro, pero nunca llegó. Cuando vi el helicóptero volando bajito pensé: ojalá que no pase nada. Pero enseguida sentí un peso en el cuerpo, y supe que era mi hijo. Nunca pensé que me lo habían venido a matar”.
Teresa, la mamá de Camilo, hasta ahora nunca había hablado en público. Lo hizo por primera vez, en mapudungun, el viernes en el cementerio. Y un rato más tarde con El Desconcierto: “Para mí no pasó un año, para mí todos los días es el mismo sufrimiento. Con Camilo teníamos mucha comunicación, me consultaba antes de tomar decisiones importantes. Siempre fue parte del weichan (la lucha) y aunque pudo irse a estudiar a otro lado prefirió quedarse a apoyar la recuperación territorial de Temucuicui. Su familia y su comunidad eran lo más importante”.
Siete años tenía Camilo, hijo mayor y principal sostén de Teresa cuando su marido pasó a la clandestinidad, acusado de usurpar el fundo Alaska, hoy territorio recuperado de Temucuicui.
—Siempre pareció más grande, con reflexiones de una persona mayor. No sé de dónde le venía la sabiduría.
Camilo, introvertido de niño, en el liceo comenzó a tomar la palabra. “Era directo el peñi, decía las cosas difíciles sin rodeos, y todos lo respetaban mucho en las comunidades”, dice un amigo de su infancia, que lo vio liderar tomas y movilizaciones estudiantiles. “Yo pienso que el Camilo está ayudando a los cabros que se levantan por todo Chile”, agrega con una sonrisa.
“Tengo sentimientos encontrados. Hoy debería ser un día muy triste, pero que el pueblo chileno haya despertado y tanta gente apoye la causa de mi hijo y del pueblo mapuche es una buena noticia. La ciudadanía entendió que estamos en una lucha, y a partir del estallido social, hoy somos dos pueblos unidos los que luchamos por nuestros derechos. Lamentablemente la respuesta del gobierno es la misma: represión”.
Las palabras de Marcelo Catrillanca se ven, se escuchan, se respiran unos minutos después sobre el puente que pasa por arriba de la ruta 5 y conecta Ercilla con las comunidades. Tres bombas lacrimógenas atraviesan el cielo y caen en medio de la procesión. Caballos desbocados, personas atrapadas dentro de vehículos, niños y mujeres ahogadas corren para escapar del humo espeso que crece con tres bombas más.
Y otras tres, y otras tres.
Son disparadas desde una comisaría abarrotada de blindados y efectivos del GOPE armados para “una guerra”.
“Durante más de una década el pueblo mapuche sirvió como conejillo de indias en las prácticas represivas. Muchas veces se denunciaron los hechos que ocurrían en territorio mapuche y que hoy se reproducen, multiplicados, en Santiago y otras ciudades. De hecho, muchas de las fuerzas que participaron en el asesinato de Camilo y en el copamiento de las comunidades, hoy están desplegadas en las grandes ciudades, con el consiguiente reguero de sangre joven que dejan a su paso”, dice Nelson Miranda Urrutia, abogado de la familia Catrillanca.
El martes 26 de noviembre en el Tribunal Oral de Angol comenzará el juicio contra “algunos” de los responsables del asesinato. El Ministerio Público acusó de homicidio simple al sargento Carlos Alarcón, y a otros seis efectivos del Comando Jungla y un abogado de delitos menores, lo que les asegura no estar ni un día en prisión. La familia de Camilo pretende que se condene a los cuatro integrantes de la patrulla como coautores de homicidio calificado, y a los otros cuatro como cómplices del mismo delito.
“Es difícil creer en la Justicia. Ahora vemos a muchas madres sufriendo por la represión a sus hijos en todo Chile. El Estado no sabe lo que afecta a las familias”, dice Ada Huentecol, que lo sabe bien: es madre de Brandon, el joven que a los 17 años fue fusilado por un carabinero. A su hijo todavía le quedan decenas de los 180 perdigones que se le incrustaron en la espalda. La familia Huentecol, que acompaña a los Catrillanca, no sólo no tuvo justicia, sino que ahora ve cómo la violencia se extiende a otros jóvenes:
— Es triste que el pueblo chileno esté viviendo lo que nos toca a nosotros los 365 días del año. Es el pan diario mapuche. Y las consecuencias se pueden ver en Camilo, en los cientos de peñis encarcelados, en los montajes. Nuestros hijos viven con perdigones en el cuerpo. Por eso si hablamos de justicia, la única forma de hacerla es organizarse para recuperar nuestras tierras, nuestra cultura, nuestra forma de vida.
Son las 16.36 cuando suena el kulkul. Las lamgen y los peñis se acercan al tractor, junto a una bandera negra que dice: Ni la cárcel ni las balas apagarán la lucha de mi pueblo. Camilo Catrillanca vive por siempre.
—Marichiweu, marichiweu.
Una lamgen hace sonar un kultrún, se suman otros kulkul y trutrucas.
Delante del tractor, la familia Catrillanca es rodeada por los weichafe a caballo. Un niño parece más pequeño sentado en una de las ruedas gigantes del tractor, las piernitas le cuelgan debajo del makún. Inspecciona un agujero de bala entre las flores.
La abuela, la hija mayor, una tía, la madre y la compañera de Camilo distribuyen vasijas con mulay. Toman hojas de canelo y le convidan a la mapu. En susurros se hace la rogativa.
El lonko Juan Catrillanca le habla a los jinetes encapuchados en mapudungun. Todos los presentes apuntan la mirada al sol. Unos segundos después, hacia los cerros. En el momento más silencioso de la tarde, el viento decide hablar. Camilo se siente en el aire. Se lo escucha en cencerros.
Hay hilos cada vez más visibles entre esos niños que danzan alrededor del tractor azul, en Temucucui, y los cabros que bailan en plena rebautizada Plaza de la Dignidad: la cultura, la defensa de sus derechos, la represión.
Y también la resistencia. El futuro.
Camilo, que como estudiante peleaba por la desmilitarización y la educación, unió esos dos mundos: la lucha mapuche y la de juventud, también perseguida. Su asesinato provocó un sin número de actos de rebeldía que se tradujeron en acciones en contra de forestales y latifundistas, y en recuperaciones territoriales, como así también múltiples marchas de repudio a lo largo de Chile y otros países. También fue una inspiración para muchos cabros no mapuche, igualmente estigmatizados por enfrentar el poder, por no bajar la cabeza, por organizarse.
“El pueblo mapuche fue el espejo de la sociedad chilena, siempre defendió sus derechos. Pero por momentos parecíamos otra cosa. Ahora el pueblo chileno recordó lo que es ser reprimido, torturado, asesinado y que le inventen montajes. Mucho tienen que ver los jóvenes”, dice Jaime Huenchullan, víctima de la Operación Huracán y nada sorprendido con este despertar chileno:
—Las machis venían diciendo en los guillatunes que se venía un gran weichán. La mapu hablaba por todo el daño que se le está haciendo. Hace poco se secaron los coihues, esa fue una señal. Pero son muchas las señales, y esto recién empieza.
“El promedio de deserción escolar en Chile es superior a 72.000 niñas y niños por año. El coeficiente de Gini, que es una medida de Naciones Unidas que marca desigualdad y pobreza, dice que cuando la cifra supera 0,40 es alarmante, ‘ya que indica una realidad de polarización entre ricos y pobres, siendo caldo de cultivo para el antagonismo y la fractura social’. Este año en Chile el coeficiente es de 0,488. Esos números nos los mira el neoliberalismo, que se preocupa más por seguir buscando nichos de mercado ¿Y adónde van esos niños que dejan de estudiar?”, se pregunta Juana Aguilera, de la Comisión Ética Contra la Tortura. Ella, que fue prisionera y torturada durante la dictadura, hace casi dos décadas denuncia que “en democracia lo que está viviendo Chile es la continuidad de una represión iniciada contra el pueblo mapuche por los gobiernos post dictatoriales, que continuó con los estudiantes y que se extendió contra cualquier grupo organizado”.
La respuesta de los cabros y los peñis contra Carabineros si sale en las noticias. No así la represión del miércoles a la noche a jóvenes del Liceo de Ercilla, uno de los cuales, de 14 años, fue golpeado y detenido ilegalmente. La televisión si mostró los destrozos, durante las protestas en distintas ciudades en homenaje a Catrillanca, como viene haciéndolo con el estallido social. Nada dijo, en cambio, que ese mismo día hubo decenas de jóvenes detenidos. Ni que en Temuco efectivos ingresaron a hogares de estudiantes mapuche a punta de fusil.
Uno de los niños que baila choike purrum alrededor del tractor azul sostiene una foto de Camilo bailando, igual que ellos. Ese mismo día, un joven que llegó hasta la Plaza de la Dignidad porta una pancarta, con la cara de Camilo y la inscripción:
—Todos tenemos sangre mapuche. Los pobres, en las venas. Los ricos, en las manos.
Ana Llao es werken de la organización Ad Mapu. Su hijo era amigo de Camilo y ella conoce hace rato a la familia Catrillanca. En sus horas en Temucuicui aprovechó también para discutir con otras autoridades sobre el levantamiento del pueblo chileno.
– La figura de Catrillanca traspasó las fronteras del mundo mapuche, y así como da herramientas a los jóvenes para lucha también nos sube la vara a los dirigentes mapuche. Ahora lo que falta es nuestro estallido social, falta ‘Wallmapu despertó’. Porque si bien hace años estamos despiertos, también es cierto que estamos dispersos. Y llegó el momento de unirse. Porque no son treinta años, son quinientos.