“Después de 16 años hemos despertado para decir basta. Somos un país rico, pero la gente es pobre, y además nos dividen con el argumento de las divisiones sectarias”
El viernes fue un día más de contradicciones en Tahrir. El sonido de los disparos, pero en especial los efectos de los gases que llegaban desde lo que en los alrededores de esta plazoleta se conoce como el frente , era más fuerte que en días anteriores. Alcanzaban las calles donde miles de familias, con niños incluidos, asistían a apoyar a quienes se han plantado en los alrededores de esta céntrica plaza de Bagdad desde el 25 de octubre para pedir una reestructura del modelo de gobierno que rige en Irak desde la invasión en el 2003, y en especial del sistema corrupto que carcome todos los aspectos de la vida de los iraquíes. “El Gobierno se tiene que ir”, aseguran en Tahrir, donde hay decenas de carteles en los que se leen sus diez demandas.
Venían motivados por el mensaje semanal del gran ayatolá Ali Sistani, en el que había apoyado nuevamente las protestas. Irak, en opinión de quien es la figura más respetada del país, nunca volvería a ser el mismo país después de Tahrir. Lo mismo piensan en esta plaza donde se recalca que aquí no importa la secta ni la religión, que las divisiones son del pasado como lo es la exclusión de la mujer. Miles de ellas están en el frente dando apoyo, especialmente a miles de jóvenes de todos los orígenes, muchos de ellos de los sectores más pobres. Los jóvenes representan el 60% de la población, y uno de cada tres no tiene trabajo. Muchos tuvieron que abandonar un sistema educativo que, especialmente en el sector público, está roto. No hay asientos, baños, luz…
“Después de 16 años hemos despertado para decir basta. Somos un país rico, pero la gente es pobre, y además nos dividen con el argumento de las divisiones sectarias”, explicaba Salma, una estudiante de medicina de 22 años que lleva dos semanas dando apoyo en uno de los tantos centros de salud improvisados alrededor de la plaza. “Yo no tengo problemas económicos, pero sí sufrimos las consecuencias de la corrupción y falta de oportunidades”, decía.
“El Gobierno se tiene que ir”, claman los manifestantes
Las máscaras para protegerse se agotaban, los puestos de salud no alcanzaban a lavar suficientes rostros ni a poner todas las gotas en ojos que eran requeridas. En medio del caos, otros hacían teatro, jugaban a fútbol, bailaban al ritmo de la música que tocaban algunos tambores o braseaban kebabs para ser repartidos entre los asistentes. Y en las paredes del puente que cruza la plaza por debajo, los artistas seguían pintando los grafitis que recogen el espíritu de orgullo patrio de estos días en Bagdad.
Pero también captan las arbitrariedades que se cometen, más de 319 han muerto en todo Irak desde que se dieron las primeras movilizaciones el 1 de octubre. Al menos 15 sólo el viernes. Esto sucedía al tiempo que tuk tuks –que operan gratuitamente y que se han reconvertido en ambulancias– corrían peligrosamente por estas mismas calles para descargar a los heridos y personas desmayadas por el efecto de los gases. Tropas de voluntarios los recibían y daban primeros auxilios.
Llegaban desde las cercanías de la plazoleta Al Jalami, donde decenas de hombres intentaban tumbar los muros levantados por las fuerzas iraquíes. Como respuesta recibían gases, pero también munición real, como fuimos testigos. Pero también como queda registrado en los vídeos, que los manifestantes muestran como si fuera su tesoro. “Mire este”, señala un hombre en un vídeo donde un proyectil de gas alcanza la cabeza de un manifestante. El resto del vídeo es imposible de ver.
En la plaza nadie sabe realmente quién los ataca, pero acusan a las milicias que se esconden detrás de uniformes militares.
Después de que se abriera la posibilidad de que el primer ministro Abdel Mahdi ofreciera su renuncia como primer paso para estos cambios, la propuesta se habría echado atrás cuando todos los partidos lo respaldaron. Algunas fuentes en Bagdad dicen que esto sucedió después de reuniones con el general de las fuerzas Qods iraníes, Qasem Soleimani, que coordina la relación con Irak. Irán es acusado en esta plaza de sostener al Gobierno y de estar detrás de la represión. De ahí que el partido del jueves pasado entre ambos países por la clasificación del Mundial se vivió como un carnaval en la plaza. Irak ganó 2 -1.
Los jóvenes son el 60% de la población y son quienes lideran la contestación al régimen
“Ellos creen que tienen que hacerlo –luchar por ganar terreno– porque si nos quedamos quietos en esta plaza, no van a escucharnos. El Gobierno ya ha demostrado que no ha hecho nada ante sus promesas de hacer cambios”, contaba Ghaith, de 22 años, el sábado por la mañana cuando caminaba hacia el puente de Al Sinak, que ayer había sido retomado por los manifestantes.
La presión de cientos de jóvenes logró hacer retroceder –posiblemente después de recibir una orden– a las fuerzas iraquíes que hasta la noche del viernes estaban en los edificios que rodeaban la plazoleta, donde ayer volvía a transitar la gente con tranquilidad. La zona quedó convertida en un frente de guerra con edificaciones quemadas y fachadas llenas de huecos de balas. “Allá queremos llegar, a decirle al Gobierno que tiene que escucharnos”, decía Hamza, otro de los jóvenes que acampan en Tahrir, al señalar hacia el otro lado del río Tigris.
La paranoia se ha hecho mayor después de que el viernes por la noche explotaron tres bombas sonoras, una de ellas muy cerca de la plaza, que dejó al menos dos muertos. La dejaron abandonada debajo de un coche. Y es que nadie confía en nadie en estos días en Tahrir. Decenas de personas están desaparecidas. Sus fotos están por todas partes como lo están las de los muertos, que aquí se consideran “mártires”. Uno de ellos, Ali, un joven de 18 años que trabaja barriendo calles. Su hermano Mohamed pegaba ayer carteles en Tahrir con la esperanza de encontrarlo después de tres días. Muchos de los jóvenes que están adentro, especialmente los médicos, aseguran que han recibido amenazas. Y todos los heridos temen ir a los hospitales porque los capturan.
Muchos de ellos temen salir del perímetro de la plaza, pues saben que mucha gente ha desaparecido de esa manera. “Si esta revolución no sale victoriosa, muchos estaremos en problemas. Pero es el precio que hay que pagar”, decía Muhtada, un diseñador de 23 años que, como la gran mayoría en Tahrir, no entiende por qué al mundo no le importa lo que pasa en Irak. “Nos matan y nadie dice nada”, concluye.
Las protestas en Irak continuaron ayer a pesar de la represión. En la mañana, algunas calles de Bagdad estaban semibloqueadas con manifestaciones en las que se gritaban eslóganes pidiendo al Gobierno que escuche las peticiones que se vienen haciendo. Las banderas iraquíes, como es costumbre en estas marchas, eran las protagonistas. Las protestas también continuaron en el sur del país –de mayoría chií–, donde ayer se llevó a cabo un paro general. Tal como lo vienen haciendo desde el comienzo de las protestas, miles de manifestantes se sentaron en lugares estratégicos de ciudades como Najaf, Diuaniya o Nasiriya; en está ultima, las fuerzas oficiales han reprimido con extrema severidad las protestas desde el comienzo y después de Bagdad es el lugar donde han muerto más personas. En estas ciudades los colegios y las oficinas gubernamentales han estado cerrados. En la ciudad de Basora, la más grande del sur del país y donde se encuentran los mayores yacimientos de petróleo, cientos de personas cerraron algunas de las vías de la ciudad. También en el sur, las autoridades cerraron el paso fronterizo de Shalamshe con Irán. Según las autoridades locales, fue una petición de Teherán para evitar así la llegada de personas que puedan reforzar las protestas que se llevan a cabo actualmente en Irán.