No hay duda que México es un país extraordinario y tiene una larga tradición de ofrecer asilo a quienes se sienten perseguidos, y lo ha hecho a personas tan diversas como el Sha de Irán o Trotsky. También cientos de bolivianos fueron acogidos en ese país durante las dictaduras militares, por lo que debemos estar agradecidos.
Pero su rol actual puede ser considerado como cuestionable. México, desde el cual Evo Morales, a pesar de su condición de asilado, se siente en total libertad para usar las redes sociales y hacer declaraciones a los medios, enviando mensajes de división y confrontación inaceptables.
Es insólito ver a un asilado político, un fugado de Bolivia como lo es Morales, obtener el trato ofrecido por el gobierno mexicano. Es raro que el gobierno de un país hermano como México, y conducido por un hombre progresista como Andrés Manuel López Obrador, y que desde la revolución mexicana mantiene la consigna de no a la reelección, haya tomado partido tan claramente por una de las facciones bolivianas en pugna: le abre las puertas y le permite al polémico expresidente ventilar sus airadas opiniones, mientras deja a la nueva Presidenta, y a toda la antigua oposición boliviana, en una posición incómoda y de sospecha ante la comunidad internacional.
Lo peor de todo esto se da cuando el Gobierno transitorio, que no deber tener otro fin que el de convocar a unas elecciones limpias, debe además lidiar con la violencia y la convulsión social; el terror y la incertidumbre, gran parte de ella organizada por los aún vigentes operadores gubernamentales y operadores extranjeros y con el aliento permanente de Evo desde el exilio.
El gobierno mexicano, a través de su canciller Marcelo Ebrard, debería exigirle a Morales que modere su activismo político, que está ayudando a convulsionar el país, y que si realmente quiere que en Bolivia se produzcan elecciones y una normalización democrática debe actuar en consecuencia
Parece ser que el gobierno mexicano, por el contrario, no está interesado en evitar que naufrague esa posibilidad, seguramente con la idea de respaldar un eventual retorno al poder de Morales.
Es correcto dar asilo a quien se siente perseguido, pero de ahí a tomar partido por un sector sin el suficiente conocimiento de los hechos hay mucho trecho. Aparte de fomentar la polarización en Bolivia, México, un país con muchas semejanzas al boliviano, podría más bien ser un actor de acercamiento y pacificación, aportando a consensuar la viabilidad de un futuro proceso electoral. Sucede todo lo contrario, y ello será muy negativo para Bolivia en el futuro. Más que Cuba o Venezuela, el que genera inestabilidad hoy en Bolivia es México. Su embajadora, María Teresa Mercado, debería ser más ecuánime en los reportes que envía a sus jefes.
Publicado originalmente en la Editorial de Página Siete Bolivia