Desde Santiago
La céntrica Plaza de la Dignidad, nombre con el que la revuelta chilena ha rebautizado la Plaza Italia, parece zona de guerra. Los comercios están cerrados en varias cuadras a la redonda, engalanados con pintadas multicolores que denuncian la represión, incitan la revuelta y enfrentan las más diversas opresiones.
Los y las jóvenes no la quieren abandonar, aunque vayan quedando menos, porque sostienen que el día que la protesta abandone la calle, estará todo perdido. Una lógica implacable, pero difícil de sostener después de 40 días de protesta.
Las mayoría de las cientos de miles de pintadas que se encuentran en cada muro en todo Chile, denuncian la violencia de Carabineros. “Nos violan y nos matan”. “No más abuso”. “Pacos asesinos”. “Paco culiao” y así indefinidamente. Sobre una lágrima de sangre, se puede leer: “Vivir en Chile cuesta un ojo de la cara”. Serían necesarias miles de páginas para registrarlas todas.
El diario La Tercera asegura que hay 450 mil metros cuadrados de muros pintados que, dice uno de los portavoces de la derecha, “ensucian Santiago”. Como suele suceder, la derecha concede mayor importancia a las pérdidas materiales que a los 230 ojos cegados por balines y las casi tres decenas de asesinados, lo que devela una concepción del mundo que no hace lugar a los seres humanos, reconvertidos por el neo-colonialismo en bestias de carga como en los peores tiempos de la Colonia.
Abundan también los muros feministas, donde se ataca frontalmente la violencia machista y el patriarcado. Pintadas en tonos violetas y lilas que se entremezclan con las jaculatorias contra la represión. “La culpa no era mía, ni donde estaba, ni cómo vestía. El violador eres tú”, acusan los muros.
Me impacta el cartel que colocó una comunidad de vecinos sobre la avenida Grecia: “Volvimos a ser pueblo”. Tan sencillo como profundo, ya que denuncia el neoliberalismo chileno que convirtió a las gentes, apenas, en consumidoras. Todo un programa político y una ética de vida en cuatro palabras.
Las estatuas son un tema aparte. Se dice que son más de 30 las figuras de militares y conquistadores que fueron grafiteadas, desde Arica en la frontera con Perú hasta el sur mapuche. En la plaza de la Dignidad, la figura ecuestre del general Baquedano ha sido pintada y tapada parcialmente. La historiografía de arriba lo considera “héroe” de guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia, en la cual la segunda perdió su salida al mar.
En Arica destruyeron una escultura en piedra de Colón, que llevaba más de n siglo en el lugar. En La Serena, rodó la estatua del colonizador y militar Francisco de Aguirre y en su lugar colocaron la escultura de una mujer diaguita. En Temuco removieron el busto de Pedro de Valdivia y la cabeza fue colgado en la mano del guerrero mapuche Caupolicán.
Pedro de Valdivia está en el ojo de los manifestantes. El militar que acompañó a Pizarro en la guerra de conquista y exterminio, fundó algunas de las principales ciudades de Chile, desde Santiago y La Serena hasta Concepción y Valdivia. Es una de las figuras más odiadas por la población.
Su estatua estuvo a punto de ser derribada en la céntrica plaza de Armas. Pero el hecho más simbólico sucedió en Concepción, 500 kilómetros al sur de Santiago. Cientos de jóvenes se concentraron en la plaza de la Independencia, donde derribaron la estatua de Valdivia el mismo día que se conmemoraba el primer aniversario del asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca (https://bit.ly/37IuYEY).
Fue asesinado el 14 de noviembre de 2018 por un comando de Carabineros, especializado en la represión al pueblo mapuche. El crimen suscitó una amplia reacción popular en 30 ciudades del país. En algunos barrios de Santiago hubo cortes de calles y caceroleos durante más de 15 días. La dignidad mapuche explica que la bandera más ondeada en el estallido sea la mapuche y que las cabezas de los genocidas rueden por los suelos ante la algarabía popular.