Vivimos en un mundo de distopía global en el cual parece que nada es posible, sino la catástrofe que se avecina. Pero, por otro lado, a nivel local hay una multiplicidad de experiencias innovadoras que plantean otros modos de habitar el territorio, otros modelos de desarrollo.
Maristella Svampa es socióloga, doctorada en París, investigadora del Conicet y prolífica escritora. Recorrió con sistematicidad el continente y coordina el Grupo de Estudios Críticos e interdisciplinarios sobre la Problemática Energética. En un contexto de movilizaciones sociales en el continente, analiza que se producen acciones de desobediencia civil pero a la vez una fuerte represión estatal y un avance de las extremas derechas y de la xenofobia. En entrevista con EL POPULAR plantea que “vivimos en un mundo de distopía global en el cual parece que nada es posible, sino la catástrofe que se avecina. Pero, por otro lado, a nivel local hay una multiplicidad de experiencias innovadoras que plantean otros modos de habitar el territorio, otros modelos de desarrollo”.
-Asistimos, en el continente, a un tiempo de radicalización hacia las derechas de matrices autoritarias y racistas que en las últimas décadas eran más propias de Europa ¿Qué lectura le das?
-No es que eran propias de Europa. Siempre se pensó que América Latina iba a contramano de estos procesos en las líneas de sus gobiernos progresistas hasta 2015. Hoy en día tendemos a pensar que quizás subestimamos la potencialidad que tienen esas corrientes sociales subterráneas que se manifiestan en determinados momentos por conflictos muy puntuales, sobre todo en contextos de fuerte polarización política y social. Pensemos, por ejemplo, en esas corrientes sociales que se han manifestado en contra de los feminismos y que han desarrollado en Argentina una línea política antiabortista. Más allá de que la marea verde, el empoderamiento del movimiento feminista ha sido una de las notas fundamentales de nuestro tiempo, por otro lado, en el último año y medio, ha habido una reacción conservadora que podemos ilustrar con dos ejemplos. El 20 % de los votos que logró en Santa Fe una candidata antiaborto con apoyo de sectores pentecostales. Y, en el Norte, cómo las vertientes ultramontanas del catolicismo han impulsado una política tanto en contra de la Educación Sexual Integral como inclusive de la realización del aborto no punible, que existe en nuestro país desde 1921. En este conglomerado tan heterogéneo se mezclan una suerte de neoliberalismo extremo con sectores fundamentalistas religiosos, tanto católicos como evangélicos.
-Ha habido un punto en común a los distintos gobiernos y es que basaron sus plataformas políticas y sus gestiones en el extractivismo… ¿Por qué?
-No nos olvidemos de que el ciclo progresista arranca hacia el 2000-2003 con muchas expectativas políticas y se cierra hacia el 2015 con el golpe parlamentario a Dilma Roussef, la alternancia electoral en Argentina y quizás la clausura definitiva, de modo catastrófico, con el golpe de estado en Bolivia. Pero convengamos que durante esos años las plataformas fueron muy desarrollistas en el sentido más tradicional y hegemónico del término. Sin contemplar los límites de los recursos naturales y sobre todo los impactos territoriales y sociales. América Latina ha sido históricamente exportadora de materias primas o de naturaleza. Que nutre un imaginario basado en la creencia de que explotando los recursos naturales nuestros países podrán hacerse ricos y acortar rápidamente, de manera casi mágica, la distancia que tienen con los países más desarrollados. Hoy en día, al calor de la crisis socioecológica que tiene un alcance planetario y que aparece ilustrada de manera emblemática por la crisis climática y el calentamiento global, todo esto aparece relativizado. Y mucho más en América Latina donde hay que darle un anclaje más territorial a la crisis climática para vincularla con los modelos de desarrollo realmente existentes y de dimensiones insustentables. Desde los agronegocios, a partir de su avance en los territorios, con el desmonte, la deforestación, las fumigaciones; la megaminería, que es altamente destructiva y es cuestionada en toda América Latina con una suerte de figura extrema del neoextractivismo o el fracking.
-¿Cómo se cambia la matriz energética para no depender económicamente del extractivismo? Tanto en minería como agricultura.
-Las transiciones no son lineales. Son impuras, desordenadas. Pero lo que está en juego es ni más ni menos la posibilidad de la vida en nuestro planeta. Por eso en la agenda de los países la transición energética hacia energías renovables es un elemento fundamental y la sociedad en la que se está pensando es pos-fósil. Pero sin duda la transición va a mezclar elementos del viejo paradigma con elementos del nuevo. Estamos en una encrucijada civilizatoria. Vivimos en un mundo atravesado por la distopía a nivel global, por las narrativas colapsistas o catastróficas y por la utopía a nivel local. Donde se propone otra relación entre sociedad y naturaleza. En América Latina la agroecología es un nuevo paradigma aunque en verdad no es nuevo. Tanto en México como en Cuba están muy desarrollados desde hace mucho tiempo. En Argentina sí es algo novedoso y no es casual que se haya dado en el país más sojizado del continente. Es una de las respuestas más creativas y disruptivas que hemos observado en los últimos años. Me preocupa sobremanera que el gobierno que comienza el 10 de diciembre no esté planteando sino la continuidad de los modelos de desarrollo insustentables que se han consolidado en los últimos 20 años. Más megaminería, más fracking, más agronegocios parecieran ser la respuesta sin tener en cuenta ni la crisis socioecológica ni sus impactos locales, territoriales ligados a estos modelos y las resistencias que en los últimos 15 años se han manifestado en Argentina. Confío de todas maneras en el hecho de que el próximo gobierno no es un bloque homogéneo y que estos últimos 4 años de macrismo han hecho reflexionar a muchos miembros del nuevo oficialismo.
-¿Cómo hace un país como Argentina para subsistir sin depender del fracking y de los hidrocarburos o Bolivia, para no depender del litio? Teniendo en cuenta, incluso, que procesos de mayor cuidado ambiental como la energía eólica, por ejemplo, ya fueron materia de negociados.
-Efectivamente la transición es compleja, pero hay que tomar la decisión política de transitarla. Lo más probable es que en el marco de una grave situación económica y social como la que vive la Argentina se vuelvan a repetir errores que se han cometido en gobiernos anteriores. Respecto de las energías renovables, fueron un punto ciego durante los 12 años de kirchnerismo y el macrismo introdujo pero con un fuerte proceso de concentración en manos de unas pocas empresas. Entonces no basta con diversificar la matriz energética sino que hay que pensar en otro sistema energético en el que la desconcentración, la democratización sean un elemento fundamental.
-¿Hay espacio para pensar alternativas?
-Sí, lo hay. Tanto en relación a la soja, a la megaminería, al fracking. Hay espacio y sobre todo si pensamos en una agenda de energías renovables en donde el Estado tenga un rol fundamental y el desarrollo endógeno haga posible también el empoderamiento de actores locales. La explotación de hidrocarburos no convencionales a través del fracking representa una fuga hacia adelante. Agrava la crisis socioecológica global. A nivel territorial implica enormes impactos y está muy asociado a la precarización laboral. En términos económicos sólo cierra a las grandes empresas como demostró el esquema perverso que instaló el gobierno macrista. Prevalece la creencia de que explotando recursos naturales, de manera mágica lograremos el desarrollo convirtiéndonos en potencias extractivas, exportadoras y que en realidad nunca se cumple. Y Vaca Muerta es, de 2013 en adelante, la ilustración más acabada de este fracaso constante. Hay una suerte de desesperación por parte de la clase política y económica por explotar Vaca Muerta antes de que la exigencia de la transición energética haga que estos recursos no sean más viables y queden efectivamente bajo tierra. No hay que olvidarse de que hoy en día, los movimientos sociales, políticos, son muy acelerados y las transformaciones que conllevan -como las del clima-, implican mutaciones muy bruscas. Que nos colocan ante un nuevo umbral.
-¿Es posible crear una matriz no extractivista por fuera del Estado?
-Hay que pensar más allá del hiperautonomismo pero también más allá del estadocentrismo. Eso lo han aprendido sobre todo los movimientos sociales. En todo caso, pienso que es a partir del doble vínculo que es posible una transformación. Así, las experiencias de agroecología muestran que es posible una transformación de la matriz productiva y social, por fuera del Estado, pero tambien en vínculo con el Estado. Pero insisto, hay que pensar en la agenda socioambiental, ecológica y productiva desde escalas más grandes. No se trata de ir a cultivar el propio jardín o de perderse en las matrix de la distopía global. Hay que promover cambios a una escala nacional, regional y global. En esa línea, confío en que los y las jóvenes movilizados por el cambio climático, cuya emergencia está ligada al efecto Greta Thumberg, muestran un camino interesante, pues buscan incidir en la agenda global y nacional. Y devengan ellos también una irresistible marea verde que abran las cabezas y las prácticas al cambio cultural que necesitamos como humanidad.
-¿Por qué hablar de matrix y no de matriz? ¿Cuál es la diferencia?
- La matrix reenvía a la imagen de una red dominante o capaz de dominar al ser humano, apelando al recuerdo de la gran película con ese nombre. En términos conceptuales, la matriz es un concepto más neutral.
Desobediencias y estados de excepción
-¿Cómo leés globalmente la serie de movimientos intestinos que se están produciendo en América Latina, más allá de sus distintos orígenes y metodologías?
-En primer lugar, hay que decir que los movimientos y las movilizaciones sociales que observamos hoy en América Latina van en la línea de lo que observamos también en otras partes del mundo. O sea, en Hong Kong, en Cataluña o en Egipto. Se trata, sin duda, de un nuevo ciclo de acción colectiva muy signado por revueltas o movilizaciones populares de carácter muy heterogéneo en términos sociales y de demandas, muy signados por acciones de desobediencia civil, con un fuerte componente destituyente y que, en la mayor parte de los casos, son respondidos a través de la represión estatal y con medidas ligadas al estado de excepción.
-Más allá de que todo hoy está en plena ebullición, se vislumbra claramente un proceso de derechización. ¿Sos optimista respecto del rumbo hacia el que todo pueda desembocar?
-Si soy o no optimista respecto de este nuevo ciclo de movilización, depende del contexto. Hay que subrayar que es muy diferente respecto del de los años 2000, 2003 que, en América Latina abrió a un nuevo escenario político que muchos hemos denominado el ciclo progresista latinoamericano. Hoy hay una tendencia hacia los populismos xenófobos y a las extremas derechas cada vez más intolerantes. En términos continentales y subcontinentales hemos asistido a la clausura del ciclo progresista. El final más catastrófico es, sin duda, el del gobierno boliviano. Por otro lado, en términos económicos el contexto también es diferente. No hay que disociar la suerte del ciclo progresista con el boom del precio de los commodities y la consolidación de un neoextractivismo que se fundó en una suerte de rentabilidad extraordinaria. Hoy en día ha habido una baja en el precio de los commodities más allá de la profundización del neoextractivismo que observamos en América Latina. Y por último, está el hecho de que no hay una vinculación entre movimientos sociales y liderazgos progresistas y tenemos un contexto global y continental muy marcado por el avance de derechas radicales conservadoras que son corrientes sociales subterráneas que, en el contexto de estas revueltas tan heterogéneas encuentran también la posibilidad de una expresión más político institucional. Pero además con un desgaste que sobre todo han sufrido el conjunto de las izquierdas, no sólo los progresismos existentes, a nivel continental.
-¿En qué se parecen y en qué se diferencian entre sí las convulsiones en la región?
-En lo que se parecen es que estamos en un contexto pos progresista de suma fragilidad para las democracias latinoamericanas y por otro lado, en un contexto de empoderamiento y ascenso de extremas derechas que resumen diferentes elementos. Son extremas derechas que se articulan con ideologías fundamentalistas muy intolerantes desde todo punto de vista.
Extractivismo
No hay manera de pensar en el modelo extractivista sin entrar de lleno en el concepto de vaciamiento de los territorios. En arrancar a la tierra y a la naturaleza todas sus riquezas –por cierto, no renovables- para transformarlas en mercancías de recambio. Tal vez la fotografía más perfecta de ese sistema sea la megaminería en donde se ve cómo quedan tremendos vacíos en los territorios que despojan a las sociedades de sus recursos naturales. Pero el extractivismo es mucho más que minería. El monocultivo es extractivismo agrícola. Que agota a la tierra y la deja inerte. Que se contrapone a la vida porque, en definitiva, el extractivismo no hace más que arrancar para tributar a la inequidad y a las finanzas a costo ecológico, social y humano.