Clajadep :: Red de divulgación e intercambios sobre autonomía y poder popular

Imprimir

Clase magistral: La crisis múltiple que asola al sistema-mundo moderno

Raúl Prada Alcoreza :: 03.12.19

La forma de Estado moderno, la forma del Estado-nación, ya no puede sostener la institucionalidad de una legitimidad jurídico-política. Se trata pues de la crisis múltiple del Estado-nación, ya se presente en las formas de gubernamentalidad neopopulista o neoliberales. Las formas de gubernamentalidad “socialista” y liberales ya tocaron sus propios límites durante los desenvolvimientos histórico-políticos del siglo XX. En otras palabras, las formas de gobierno ingresan en lo que Jürgen Habermas denominó la crisis de legitimidad en el capitalismo tardío, es decir, se trata de una crisis ideológica, ahora decimos, también institucional. Pero, en el fondo, en el substrato de las genealogías del poder, se trata de la crisis de la civilización moderna.
convocatoria a los pueblos y sociedades a un cambio radical de comportamientos y conductas sociales. No se puede seguir por los caminos recorridos dramáticamente durante la modernidad. Hay que detener esta marcha macabra de la muerte. Desandar los caminos recorridos y abrir otros senderos y orientaciones, que inventen mundos alternativos, incluso alterativos.

3 diciembre, 2019 

La crisis múltiple que asola al sistema-mundo moderno

Raúl Prada Alcoreza

 

La crisis de la civilización moderna, agravada en la crisis ecológica, que amenaza a la sobrevivencia humana en el planeta, adquiere connotaciones singulares con la crisis del sistema-mundo político, que forma parte del sistema-mundo capitalista. En el continente de Abya Yala, llamada América, la crisis múltiple del Estado-nación ha adquirido intensidades y expansiones asombrosas[1]; se puede decir que ningún país escapa a esta crisis política, que ya tiene claros síntomas de crisis institucional, es decir de las mallas institucionales del Estado y la sociedad. De lo que se trata es de saber qué pasa, sobre todo, cómo funcionan las máquinas de poder en plena crisis orgánica y estructural del círculo vicioso del poder.

 

Para comenzar, habría que decir que la crisis múltiple del Estado-nación atraviesa las mallas institucionales del orden mundial, el orden de las dominaciones, denominado, provisionalmente por Antonio Negri y Michael Hardt, como imperio. Entonces, no se trata solamente de la crisis de las formas de gubernamentalidad singulares, sino de la crisis estructural y orgánica del Estado-nación, en el contexto mundial. Ahora bien, ¿en qué consiste la composición y estructura de esta crisis?  La hipótesis interpretativa que usamos es que la forma de Estado moderno, la forma del Estado-nación, ya no puede sostener la institucionalidad de una legitimidad jurídico-política. Se trata pues de la crisis múltiple del Estado-nación, ya se presente en las formas de gubernamentalidad neopopulista o neoliberales. Las formas de gubernamentalidad “socialista” y liberales ya tocaron sus propios límites durante los desenvolvimientos histórico-políticos del siglo XX. En otras palabras, las formas de gobierno ingresan en lo que Jürgen Habermas denominó la crisis de legitimidad en el capitalismo tardío, es decir, se trata de una crisis ideológica, ahora decimos, también institucional.  Pero, en el fondo, en el substrato de las genealogías del poder, se trata de la crisis de la civilización moderna.

 

La crisis política boliviana, que se expresa de manera inmediata como crisis constitucional e institucional y del fraude electoral, que supone, en el substrato histórico, una crisis múltiple del Estado-nación, ha desplegado dos etapas de un proceso contradictorio, el de la defensa de la democracia y el voto, y el de la reacción de los sectores afines al MAS en pleno desconcierto ideológico y político. En el medio se encuentra la renuncia de Evo Morales Ayma y su subsiguiente salida del país, el exilio y el refugio político en México. Como desenlace, por así decirlo, por lo menos en la coyuntura, se manifiesta la convocatoria a elecciones sin el binomio Evo Morales y Álvaro García. Tanto en la movilización ciudadana y cívica de la defensa de la democracia y del voto, así como en la movilización que pedía la renuncia de la presidenta de sustitución constitucional, se observan movilizaciones sociales contra estatales y contra gubernamentales[2].

 

Ampliando la mirada al panorama suramericano, vemos que la crisis social y política, desplegada en Chile, se expresa como una confrontación entre sociedad y Estado, así como entre pueblo y gobierno. A diferencia del caso boliviano, no se trata de la interpelación social a un “gobierno progresista”, sino de la interpelación social a un gobierno conservador, que forma parte de los procedimientos y alianzas de la coalición[3]. Los escenarios de la confrontación fueron las calles, ocupadas por multitudes, sobre todo de jóvenes. Con su propia singularidad histórico-política, algo parecido pasa en Colombia, cuando la convocatoria a una movilización general y a una huelga nacional paraliza el país. En este caso, también se tiene enfrente a un gobierno conservador, que no respeta el Acuerdo de Paz y deja que se asesiné a dirigentes indígenas y a activistas sociales. A pesar de las diferencias del referente gubernamental, sea de pretendida “izquierda” o de señalada “derecha”, las sociedades y los pueblos se manifiestan contra sus gobiernos. La crisis política que se desató en Ecuador la suspensión de la subvención a los carburantes, sobre todo a la gasolina, ocasionando movilizaciones sociales y de las organizaciones indígenas, obligó al gobierno de Lenin Moreno a retroceder en la medida. Aquí también tenemos otro ejemplo de lo que llamamos la crisis orgánica y estructural del Estado-nación. 

 

Si nos colocamos en una perspectiva mayor, por así decirlo, mundial, vemos que la crisis del sistema-mundo político, es decir, del orden mundial, atraviesa a todos los países, con excepciones que confirman la regla[4]. Las movilizaciones sociales en Europa, las movilizaciones populares en Asia, las movilizaciones en todo el mundo nos muestran los síntomas extendidos de la crisis múltiple del Estado-nación y de la civilización moderna. En Gran Bretaña, en España, en Francia, incluso en Alemania, así como en el Medio Oriente y en el extremo Oriente, como en Hong Kong, las movilizaciones sociales y las interpelaciones populares nos muestran, por lo menos, el desacuerdo social con el sistema político. En Gran Bretaña, la crisis política tiene que ver con la incertidumbre que genera el BREXIT, en España tiene que ver con la independencia de Cataluña, en Alemania con la defensa del medio ambiente, en Hong Kong contra la ley de extradición promulgada por el gobierno de la República Popular de China, en el Medio Oriente con la guerra interminable desatada por los llamados fundamentalismos religiosos, sostenidos por la OTAN, además de con las políticas de austeridad promovidas, como en el caso de Irán. En toda esta variedad de singularidades locales, naciónales y regionales, lo que es común, en todas estas manifestaciones y desplazamientos de la crisis política, es la confrontación de las sociedades y pueblos con los gobiernos y Estados.

 

Una primera consecuencia interpretativa de lo que exponemos, de esta descripción panorámica de la crisis política mundial, parece ser que asistimos a los despliegues diferenciados, pero, entrelazados, de la crisis del sistema-mundo político, acompañado por la crisis del sistema-mundo cultural de la banalización, contenidos en la crisis orgánica y estructural del sistema-mundo capitalista

 

Una segunda consecuencia interpretativa parece ser que la singularidad de las manifestaciones y desenvolvimientos de la crisis política se deben al perfil propio de las contradicciones inherentes, en cada caso, acumuladas en cada país. La importancia de la singularidad, en cada caso, radica en la peculiar genealogía del poder, en cada Estado, así como se hacen presentes en la coyuntura mundial las síntesis de las formaciones sociales-económicas-culturales-políticas.

 

Una tercera consecuencia interpretativa parece radicar en la muerte de las ideologías, las formaciones discursivas, las narrativas políticas de la modernidad, que ya no convencen, tampoco convocan. Por lo tanto, no se puede explicar la crisis política mundial y las crisis singulares de los Estados particulares a partir de sus referentes ideológicos y sus modelos políticos, pues todos los referentes y modelos participan de la crisis, sino tomando en cuenta la decadencia de la propia materialidad institucional del Estado moderno y de la sociedad moderna. No se encuentra pues, ni mucho menos, la clave de la interpretación adecuada en el debate insulso ideológico y político entre versiones de “derecha” y versiones de “izquierda”, entre versiones neoliberales y versiones neopopulistas, pues este debate es solo carta de presentación de una crisis más profunda, sino que la clave se encuentra en las mismas condiciones de posibilidad históricas y políticas que comparten las distintas formas de gubernamentalidad, las formas desplegadas del poder de la modernidad tardía.

 

Una cuarta consecuencia interpretativa parece situarse en la crisis ecológica, que amenaza a la sobrevivencia humana en el planeta. La civilización moderna, es decir, el desenvolvimiento y despliegues de lo que podemos considerar el nacimiento, la conformación, consolidación y decadencia de la modernidad, ha evidenciado su materialidad ineludible, el mapa escabroso de las huellas ecológicas, huellas de muerte de la vida en el planeta. El desarrollo y el crecimiento económicos suponen un costo demasiado grande, de las formas de vida y sistemas de vida en el planeta. Esto implica, ineludiblemente, que la civilización moderna es, de manera patente, la civilización de la muerte.

 

Una quinta consecuencia interpretativa, teniendo en cuenta las anteriores, tiene que ver con la convocatoria a los pueblos y sociedades a un cambio radical de comportamientos y conductas sociales.  No se puede seguir por los caminos recorridos dramáticamente durante la modernidad. Hay que detener esta marcha macabra de la muerte. Desandar los caminos recorridos y abrir otros senderos y orientaciones, que inventen mundos alternativos, incluso alterativos.

 

 

 

La crisis política boliviana

 

Como hemos venido exponiendo, por lo menos desde los escritos de 2010, tendríamos que comprender la crisis política boliviana tanto desde la perspectiva de las genealogías del poder, así como, en contraste, desde lo que hemos denominado las contra-genealogías del contra-poder[5]. Se trata de varias sedimentaciones acumuladas y entrecruzadas de la llamada crisis política. El término de crisis política connota tanto el sentido de crisis de la política, así como del sistema político, pero también de crisis del Estado, al implicar la crisis institucional y la crisis de legitimidad. En anteriores ensayos definimos un substrato de la crisis política relativo a la crisis múltiple del Estado-nación, crisis estructural y orgánica del Estado moderno. Sobre este substrato histórico-político señalamos la crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar, que es la forma de gobierno que caracteriza al “gobierno progresista” de Evo Morales Ayma. Esta crisis de la forma de gubernamentalidad clientelar está asociada al modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente; forma de la económica de la formación económica y social boliviana. Dijimos que la forma de gubernamentalidad clientelar adquirió su perfil más dramático en el desborde galopante de la corrosión institucional y la corrupción galopante, después en la opción, cada vez más recurrente, de la violencia descarnada del Estado, incluso de la violencia descarnada del uso de los grupos paralelos de choque, es más, incluso, en el momento más desesperado, de los grupos paramilitares. La crisis política adquirió el perfil patente de la crisis constitucional, institucional y del fraude electoral, en la coyuntura inmediatamente anterior. El desenlace de esta crisis derivó en la renuncia de Evo Morales Ayma y de Álvaro García Linera, presidente y vicepresidente del gobierno anterior, y en la huida de ambos a México, Estado que les otorgó refugio político. El remanente de la crisis adquirió barruntos de violencia desatada por parte de las “organizaciones sociales” que rechazaron, en principio, la renuncia de Evo Morales, después se concentraron en el pedido de renuncia de la presidenta de sustitución constitucional, Jeanine Añez, para luego pactar la pacificación con el gobierno en transición.

 

¿Cómo interpretar lo acaecido en la historia política reciente hasta el momento? Hemos dicho, desde el análisis efectuado, que el gobierno clientelar ya había ingresado a su proceso de implosión; a lo que se asistía es a un derrumbamiento diferido de un ejercicio de poder que ya había tocado sus propios límites. Esta interpretación fue ilustrada con los cruces de límites en el mapa político por parte del “gobierno progresista”; estos cruces límites, que situaban al gobierno neopopulista en condiciones de enfrentamiento con el pueblo, se ejemplificaron con la crisis del “gasolinazo”, el conflicto del TIPNIS, el conflicto del Código Penal y, por último, el conflicto del referéndum del 21 de febrero del 2016, que se extendió hasta la caída de Evo Morales Ayma, contrayéndose en las movilizaciones de resistencia democrática y de defensa del voto. En relación con lo ocurrido, en la coyuntura inmediatamente anterior, la caída de Evo Morales Ayma fue empujada por una movilización social de resistencia democrática; empero, esta caída tiene que leerse genealógicamente, el derrumbe del régimen neopopulista fue labrándose, por lo menos, desde la promulgación de la Constitución. Paradójicamente, el “gobierno progresista” promulga la Constitución para no cumplirla, mas bien, para desmantelarla sistemáticamente.  

 

No se trata de explicar la caída de un régimen a partir de la lectura del ciclo mismo del régimen, que nace, se desenvuelve, se consolida, se desgasta y deteriora, por último, por su vaciamiento interno y corrosión, termina derrumbándose. Esto sería una generalidad donde solo se afirma como función el desenvolvimiento destructivo del tiempo, en este caso del tiempo político. Esto, como se puede ver, no es una explicación de lo acaecido en una historia política concreta. Para avanzar en la explicación requerimos identificar las causas particulares del deterioro y la corrosión institucional, los procesos de vaciamiento político que llevaron a la crisis de legitimación y pérdida de convocatoria; es más, se requiere comprender el funcionamiento específico de la máquina de poder edificada por el régimen en cuestión, por lo tanto, entender el deterioro de sus engranajes y el desemboque en su propia disfuncionalidad. Lo que se ha observado en el ciclo del régimen neopopulista de Evo Morales Ayma es la marcada diferencia entre el discurso o la propaganda políticos con lo que efectivamente acontecía. Esta marcada diferencia se afincaba el contraste notorio entre Constitución y práctica política en las gestiones de gobierno. En otras palabras, casi desde un principio, el gobierno neopopulista apostó más a la publicidad y la propaganda, que adquirieron niveles compulsivos, más que por las reformas políticas, ni siquiera, que era mucho pedir, por las transformaciones estructurales e institucionales del Estado.

 

¿Cuánto puede durar el efecto adormecedor de la propaganda política? Lo que duro, en el gobierno de Evo Morales, es aproximadamente una década, quizás menos, haciéndose evidentes y patentes los contrastes y las contradicciones de un gobierno que se reclamaba serlo de los “movimientos sociales”, incluso de “gobierno indígena”, también de “antiimperialista”, además de “revolucionario”. La insistencia publicitaria y propagandista, por más desmesurada que sea, no puede sustituir a la realidad efectiva; puede adormecer a las masas por un tiempo, pero no puede cambiar la realidad. La realidad efectiva política ineludible fue que el régimen neopopulista no salió del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente, continuando con el mismo, por los caminos demagógicos del populismo del siglo XXI. La realidad efectiva política mostraba patentemente que lo que se erigió no fue un Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, sino se restauró el Estado-nación, invistiéndolo de nombres y símbolos rimbombantes. Se hizo patente el carácter anti-indígena del gobierno de Evo Morales desde el conflicto del TIPNIS, así como lo que se llama comúnmente como “derechización” del gobierno al conformar alianzas con la burguesía boliviana. Lo que se evidenció, sin poder ocultarlo, es la expansión de la corrosión institucional y la galopante corrupción, en todos los niveles del Estado, incluyendo a las cooptadas organizaciones sociales. Más grave aún, las formas paralelas de poder, del lado oscuro del poder, no solo atravesaron al lado institucional del poder, sino lo comenzaron a controlar, hasta lograrlo. Esto acontecía en la medida que la economía política de la cocaína fue irrumpiendo expansivamente, mucho más que antes, cobrando territorialidad y organicidad, hasta el punto de convertirse en super-Estado.

 

Entonces, se puede decir que el régimen clientelar conformó una estructura de poder perversa, que solo podría subsistir, más allá de la década, por el recurso escalonado y cada vez más descarnado de la violencia; es decir, solo podría permanecer por el recurso al terrorismo de Estado. Esto es precisamente lo que intentó hacer el gobierno de Evo Morales, pero, aunque si desplegó el terrorismo de Estado, en baja y hasta mediana intensidad, no pudo mantener constante este recurso extremadamente violento. Para que ocurra esto era menester haber inhibido absolutamente a la sociedad, a sus dinámicas sociales, además de contar ya con una máquina de guerra del terror, instrumentalizada y conformada. Estas condiciones para un régimen del terror no se cumplieron; la sociedad alterativa se desbordó, no solamente resistió, sino incluso ingresó a una ofensiva pacífica. Por otra parte, el desencadenamiento de los niveles más calientes de la crisis política adelantó la implosión y el derrumbe del régimen; el desenlace político pescó en calzoncillos, por así decirlo, a un gobierno en plena decadencia, que solo atinaba a defenderse desesperadamente.    

 

Los voceros del derrocado gobierno, los “gobiernos progresistas”, que quedan, la “izquierda” internacional, apoltronada en sus laureles, la intelectualidad nihilista, de poses académicos y progresistas, acudió, como en inercia, mecánicamente y sin raciocinio, por lo tanto, sin reflexión, mucho menos pedirle crítica, a la hipótesis endémica de “golpe de Estado”[6]. Esta actitud autocomplaciente, es más, cómplice con la decadencia de gobiernos impostores, manifiesta abiertamente el carácter conservador y la condición enajenada de esta “izquierda”; en consecuencia, su concomitancia con la geopolítica del sistema-mundo capitalista y el sistema-mundo político, el orden de las dominaciones mundiales.  El discurso de esta “izquierda” ha perdido no solo toda facultad argumentativa, sino incluso la capacidad de retórica, en el sentido del arte del convencimiento. La letanía repetitiva de clichés “antiimperialistas”, desgastados de por sí, pues habla de un imperialismo desaparecido, cuando ahora se asiste a una transformación de las estructuras de poder del imperio; la aburrida repetición del esquematismo simplón de un enemigo endemoniado; la paranoia de una eterna conspiración, mimetizada en todas partes; el señalamiento de una “derecha reaccionaria, racista y fascista” a toda movilización que cuestiona el régimen, recientemente al gobierno de transición, que aunque se lo pueda identificar con cierta derecha tradicional, aparece con perfiles mezclados y barrocos, que hacen recuerdo, mas bien, a ciertos perfiles del pretendido “Estado Plurinacional de Bolivia; en fin, las defensas políticas del gobierno derrocado expresan elocuentemente las grandes debilidades de un régimen que optó por la simulación y el espectáculo político.

 

En la actual coyuntura, la de la convocatoria a elecciones, a pesar del perfil de esta situación, la electoral y de la transición, todas las vocerías de la “izquierda” mentada insisten en la insostenible hipótesis del “golpe de Estado”. En apoyo de esta insistencia acuden a la denuncia de las masacres en Huayllani, Cochabamba, y en Senkata, El Alto, acusando al gobierno de transición de asesino. La tragedia de la muerte no es aceptable, compromete e interpela, coloca a la sociedad ante lo irremediable e inaudito. Ciertamente las muertes ocurridas tienen que ser investigadas exhaustivamente, mejor por organismos internacionales imparciales, sobre todo de Naciones Unidas; tampoco hay que olvidar, sin ninguna intensión de relativizar, que hubo muertes por ambos lados, para decirlo de ese modo. Estos trágicos hechos nos hablan de los escabrosos niveles de violencia a las que se llegó en la confrontación, también de las corresponsabilidades de lo acontecido; empero, no sirven para reforzar la endémica hipótesis de un “golpe de Estado”.  La indisimulada manipulación sensacionalista de una susodicha delegación investigadora de derechos humanos, venida de la Argentina, no ayuda ni a esclarecer los hechos, tampoco a santificar a un régimen que se acostumbró a confundir la política con el chantaje, la coerción, el clientelismo, el prebendalismo, la corrupción y la demagogia desgarbada. Lo que hace es mostrar los niveles de vaciamiento y decadencia intelectual a la que ha caído cierta “izquierda” internacional, que nunca ha dejado de ser colonial.

 

Las experiencias sociales y políticas recientes, no solo en Bolivia, sino en el continente y en el mundo, exigen a los pueblos y las sociedades una evaluación crítica de las herencia políticas, ideológicas, económicas, sociales y culturales. El desafío, en plena crisis ecológica y de la civilización moderna, por lo tanto, de las mallas institucionales de la modernidad, así como de su forma de Estado-nación y de su conglomerado asociado como orden mundial, es romper con los círculos viciosos del poder y los círculos viciosos de una economía-mundo, basada en la valorización abstracta, que implica la expansión apocalíptica de las huellas ecológicas. Tener la capacidad de abrir nuevos horizontes civilizatorios, desde la potencia social creadora[7].      

 

[1] Ver Breve genealogía de la crisis múltiple del Estado-nación-

https://www.bolpress.com/2019/10/24/breve-genealogia-de-la-crisis-multiple-del-estado-nacion/.

 

[2] Ver Ironías de la historia política.

https://www.bolpress.com/2019/11/23/ironias-de-la-historia-politica/.

[3] Ver Analogías perversas y virtuosas en las genealogías de los Estado-nación.

https://www.bolpress.com/2019/10/26/analogias-perversas-y-virtuosas-en-las-genealogias-de-los-estado-nacion/.

 

[4] Ver Paradojas del sistema mundo.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_del_sistema-mundo.

 

[5] Ver Potencia social o poder.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/potencia_social_o_poder. 

 

[6] Leer de Fernando Mires ¿GOLPE DE ESTADO? (a propósito de la caída de Evo Morales).

https://polisfmires.blogspot.com/2019/11/fernando-mires-golpe-de-estado.html.

[7] Ver Capitalismus versus vida.

https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/capitalismus_versus_vida_2.  

Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.


https://clajadep.lahaine.org