Estamos ante un movimiento social y ciudadano independiente de los partidos y de los dirigentes consagrados –Álvaro Uribe y Gustavo Petro incluidos–. Los ciudadanos se convocan a sí mismos directamente a través de las redes sociales, un medio fundamental y con un poder temible. La correa de transmisión entre el ciudadano y el poder está desgastada. Los políticos y la política de democracia representativa como la conocemos desde el establecimiento de los estados nacionales occidentales, están en una crisis de fondo ligada a la que a su vez viven los estados nacionales decimonónicos con los cuales y para los cuales nació esa forma de democracia.
En Colombia el escenario social y ciudadano está cambiando, y fuertemente. A nivel interno se respira un nuevo aire, resultado de la terminación del conflicto armado con las Farc, que no del fin de la violencia. Se levantó una campana neumática en que había quedado aprisionada y satanizada la protesta ciudadana al asociarla con maniobras de la guerrilla y sus aliados. La voz ciudadana puede volver a expresarse libre y pacíficamente, capaz incluso de neutralizar pretensiones de algunos de volverlas violentas.
Estamos ante una nueva realidad que llegó para quedarse y que habrá de impulsar el cambio de la política como la conocemos, que de años atrás muestra un agotamiento creciente. Van apareciendo temas importantes que estaban relegados a un segundo plano y que los marchantes han puesto sobre la mesa y que expresan un cúmulo de insatisfacciones y reclamos que estaban encajonados y que ahora finalmente pueden salir a la superficie.
En una encuesta del Centro Nacional de Consultoría, los consultados mayoritariamente dicen tener una imagen positiva y esperanzada de las movilizaciones y acciones de protesta, especialmente los menores de 55 años para los cuales el futuro es una realidad en sus vidas. Consideran igualmente que éstas no deben ser indefinidas y que el gobierno debe atender prontamente unos reclamos que consideran justos. Hay conciencia de que el tema no se reduce a Duque y que se está ante una pesada herencia acumulada de gobiernos anteriores pero que de él depende la salida que se les dé. Ahí se juega su gobernabilidad con “la conversación nacional”, que recuerda a Macron con los chalecos amarillos en Francia.
La Encuesta del CNC muestra que al ciudadano corriente le preocupan más los problemas que tienen que ver con el futuro que con el pasado, sobre todo en lo que este tiene de violento e injusto. Reclaman por una mejor educación y oportunidades y empleo para los jóvenes; contra la corrupción y por la transparencia; por pensiones y condiciones laborales dignas; por una especial atención a la realidad campesina y por una reforma tributaria que genere equidad tributaria y no atropelle a una clase media en proceso de consolidarse y que estuvo bien activa en estos días. Poca mención hacen de los temas que alimentan a la prensa y a muchos analistas y dirigentes políticos: las negociaciones con el ELN, la implementación del Acuerdo de paz, la privatización de empresas estatales, el medio ambiente.
Va quedando claro, y tal como se expresó en las elecciones locales, estamos ante un movimiento social y ciudadano independiente de los partidos y de los dirigentes consagrados –Álvaro Uribe y Gustavo Petro incluidos–. Los ciudadanos se convocan a sí mismos directamente a través de las redes sociales, un medio fundamental y con un poder temible. La correa de transmisión entre el ciudadano y el poder está desgastada. Los políticos y la política de democracia representativa como la conocemos desde el establecimiento de los estados nacionales occidentales, están en una crisis de fondo ligada a la que a su vez viven los estados nacionales decimonónicos con los cuales y para los cuales nació esa forma de democracia.
Hoy los Estados nacionales están amenazados desde arriba por una globalización económica que no política y desde abajo por una ciudadanía que se preocupa ante todo por los problemas y posibilidades que les son más cercanos y cuya atención oportuna no requiere de los engorrosos procesos de la representación, de los políticos profesionales. Es una crisis mundial y por ello el malestar y la protesta se expresan en todas las latitudes, no como fruto de alguna conspiración sino por el agotamiento de sus estados nacionales y de su sistema democrático representativo.
Quedan sobre la mesa grandes y fundamentales temas por analizar. En primer lugar, el futuro del Estado nacional y de su expresión y desdoblamiento regional. En segundo lugar, la definición de la política para compenetrarse con esas nuevas realidades. En tercer lugar, el papel del Estado en las nuevas dinámicas económicas y en la administración de una justicia renovada. Podrían ser los puntos centrales de la agenda de un debate, que debe abrirse una vez resuelta la primera. Podría ser el primer paso hacia una reforma constitucional para perfeccionar la actual; indudablemente como punto de llegada y no de partida de este proceso de transformación que se inicia.