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Los creyentes ideológicos

Raúl Prada Alcoreza :: 08.12.19

Las religiones actualizan los mitos en las narrativas religiosas; algo parecido pasa con la ideología, que actualiza los mitos, pasando por la herencia religiosa; construye una narrativa moderna donde los mitos y los esquematismos religiosos se actualizan en la versión narrativa de la utopía política.
Estamos ante un discurso ideológico anacrónico, con la recurrencia reiterativa de la trama desgastada de una narrativa ideológica trasnochada. “Derechas” e “izquierdas” se alternan para prorrogar el orden mundial de las dominaciones, las estructuras de poder mundiales y nacionales, la geopolítica de un sistema-mundo y de una economía-mundo que se reproduce con la extensión destructiva del extractivismo polimorfo, salvaje y también con uso de tecnología avanzada. Para decirlo de otra manera, aunque esquemática y dualista, que no compartimos, pero, tan solo para ilustrar, usando los mismos códigos de esta “izquierda”, se podría decir que se trata de una “derecha” camuflada como “izquierda”.

7 diciembre, 2019 

Los creyentes ideológicos

Raúl Prada Alcoreza

Se dice que los creyentes son hombres de fe, que creen en la palabra de Dios, claramente en las escrituras sagradas. Se trata de un concepto religioso; se remite a una comunidad dedicada o que toma en cuenta la relación con Dios, el religar, como primordial. Los creyentes cobran importancia como movimiento religioso cristiano en plena decadencia del imperio romano. Después se convierte el cristianismo en la religión del imperio romano de los últimos días. El cristianismo adquiere la dimensión de la institucionalidad absoluta, pues gobierna cuerpos y almas, además de edificar toda una estructura vertical del monopolio de la mediación con Dios. Los sacerdotes son los mediadores, la iglesia la institución absoluta, dueña de la interpretación única y de la verdad divina. Se edifica toda una pirámide de jerarquías que establece y define el campo de dominio estratificado de la iglesia sobre los feligreses. Esta situación de dominio absoluto de la religión sobre su comunidad espiritual y también carnal parecía pertenecer a una época premoderna, del medioevo y la antigüedad, sin embargo, en la modernidad se vuelve a redituar con la ideología. La ideología, que hemos denominado la fabulosa máquina de la fetichización, también ha congregado a comunidades de creyentes, quienes creen en escrituras, que parecen sagradas, por la devoción con la que se dirigen a tales textos. Las ideologías también se transmiten por intelectuales, ungidos como depositarios de las escrituras verdaderas de los maestros, los fundadores; éstos se comportan como sacerdotes respecto a las escrituras de los maestros. Es más, son los dueños de la verdad revelada por la ciencia económica, la ciencia política y la ciencia social. De una manera análoga, en este caso, se edifican estructuras verticales, que definen la jerarquía del dominio ideológico.

 

Una primera apreciación de estas analogías entre ideología y religión parece mostrarnos que ciertas estructuras culturales reaparecen tanto en la modernidad como en el medioevo y en la antigüedad; estas estructuras tienen que ver con participación de los creyentes en el funcionamiento cultural de las sociedades. Para ilustrar esquemáticamente, podemos habar del dominio estructurante de los mitos en la antigüedad, del dominio estructurante de la religión en el medioevo y del dominio estructurante de la ideología en la modernidad. Al respecto se puede sugerir una hipótesis interpretativa de alcance general; se puede decir que las religiones actualizan los mitos en las narrativas religiosas; algo parecido pasa con la ideología, que actualiza los mitos, pasando por la herencia religiosa; construye una narrativa moderna donde los mitos y los esquematismos religiosos se actualizan en la versión narrativa de la utopía política.

 

Hasta aquí con las apreciaciones generales. Ahora hay que situarse en los perfiles específicos de los creyentes ideológicos. El cuadro no es homogéneo, en los estratos más altos están los intelectuales, sobre todo académicos; en los estratos más bajos está la masa a la que se dirige la ideología con pretensiones de convencimiento; es su auditorio, el público que escucha, que pueden ser estudiantes, también los creyentes populares, que creen el mito de la revolución, en el buen sentido de la palabra, es decir, como narrativa del cambio, de la transformación radical y de la promesa política. En el medio hay distintos estratos de creyentes, están los discípulos de los intelectuales académicos, que son como referentes de la difusión ideológica; están los que siguen a los discípulos, agrupaciones más numerosas que las anteriores, que pueden estar asociados a organizaciones sociales. Cuando se trata del partido de raigambre de izquierda, que hasta puede reclamarse de marxista, las comunidades de creyentes ideológicos conforman como una “iglesia laica”, que como toda iglesia está conformada por una estructura piramidal, que practica sus propios rituales y ceremonias, que, incluso, tiene como sus santos empotrados en las paredes, los mártires y héroes de la revolución, además de los maestros fundadores.

 

Los creyentes son eso, creyentes, creen en la narrativa ideológica; no se preocupan de contrastar con la realidad efectiva las interpretaciones derivadas de la ideología. Lo que vale es la verdad transmitida por la ideología, lo otro, los contrastes inocultables de la realidad forman parte de la “conspiración”, de la “desinformación” de la “derecha” y del “imperialismo”, por más que provenga de la experiencia empírica y de descripciones sucintas de los hechos. Lo que importa es lo que se encuentra en la trama de la narrativa ideológica, no lo que se presenta en la secuencia de hechos, tampoco en los procesos desencadenados en el acontecimiento político. Por eso, acuden al manual, es decir, al esquematismo dualista de la narrativa ideológica, cuando tienen que explicarse los eventos que contrastan con la narrativa en boga. Por ejemplo, para los creyentes intelectuales, lo ocurrido en Bolivia no deja de ser un “golpe de Estado”, aunque no pueda sostenerse esta hipótesis provisoria ante la elocuencia de los hechos, sucesos de hechos y eventos desencadenados. No les interesa averiguar lo que pasó en una sucesión de coyunturas de la crisis política que derivó en la renuncia de Evo Morales Ayma, solo les interesa usar sesgadamente la información que proviene de los días posteriores a la renuncia, concentrarse en dos sucesos lamentables que ocurrieron en Huayllani, Cochabamba, y en Senkata, en El Alto, sucesos que la narrativa de los creyentes califica de masacre premeditada. Sin relativizar lo ocurrido en ambos lugares de enfrentamientos, ni justificar la represión, hay que anotar que esta versión de los creyentes ignora taxativa, los otros muertos, por así decirlo, del otro bando, antes y después de la renuncia, también ignora los desmanes cometidos, como incendios de casas, por parte de la muchedumbre desbordada, supuestamente en defensa del expresidente que renunció; ciertamente, también se quemaron dos casas de oficialistas del anterior régimen en Potosí. Este olvido manifiesto, este sesgo indisimulado, esta invención de lo que aconteció, hablan de por sí del papel que cumple la narrativa de los creyentes; sustituir la realidad efectiva por la trama imaginaria de la narrativa ideológica; imponer una verdad, la de la narrativa provisoria de los intelectuales creyentes; legitimar al régimen clientelar derrocado, deslegitimar al gobierno de transición, que convoca a elecciones; descalificar a otros intelectuales, activistas e intérpretes, que  criticaron, desde hace un buen tiempo al ejercicio del poder del los “gobiernos progresistas”; ignorar las movilizaciones indígenas, ecologistas y sociales contra las políticas extractivistas de los gobiernos neopopulistas. Es decir, seguir construyendo fetiches con la máquina fabulosa de la fetichización, que es la ideología.

 

Otra apreciación sobre los creyentes es la que interpreta su papel, en plena crisis política y múltiple del Estado-nación, como conservadora, pues refuerza las estructuras de dominación y los engranajes de las máquinas del círculo vicioso del poder.  Sobre todo, los creyentes intelectuales juegan el papel de operadores de la legitimación de la decadencia política. Se entiende que lo hagan pues defienden sus privilegios académicos, además del prestigio ganado al presentarse como “izquierdistas” y defensores de las revoluciones pasadas y de las “revoluciones” que supuestamente se dan en el presente. Esto es parte de los juegos de poder en los mundos restringidos de la academia y de los Congresos, Foros y Seminarios, donde se exponen los diagnósticos, los posicionamientos, los análisis de los problemas que atingen al mundo contemporáneo. Los creyentes no son revolucionarios, en el sentido romántico del término, aunque lo pretendan; no son ni activistas, tampoco críticos, ni militantes de las transformaciones radicales, sino intelectuales orgánicos del círculo vicioso del poder. Cuando estas transformaciones radicales aparecen en las nuevas generaciones de luchas, las desconocen, no pueden decodificarlas, solo atinan a descalificarlas como “posmodernas” o como convenientes a la “conspiración” de la “derecha” y del “imperialismo”.

 

Los creyentes no se dan cuenta que el sistema-mundo moderno se ha transformado, que sus estructuras del poder han cambiado, por lo tanto, que los referentes de las luchas son otros, actuales y emergentes. En plena crisis ecológica, amenazante para la sobrevivencia humana; en plena crisis del sistema-mundo capitalista, que clausura su último ciclo largo con la dominancia del capitalismo financiero, especulativo, extractivista traficante; en plena crisis del sistema-mundo político, que ha agotado su forma de Estado moderno, en la composición del orden mundial; en plena crisis del sistema-mundo cultural de la banalización; las luchas consecuentemente radicales, anticapitalistas, son, en primer lugar, ecológicas; en segundo lugar,  contra la geopolítica del sistema-mundo capitalista y extractivista; en tercer lugar, contra el imperio, el orden mundial de las dominaciones; en cuarto lugar, contra la trivialidad cultural de la globalización.

 

El esquematismo dualista, al que se apega la narrativa de los creyentes, repite pobremente el esquematismo dualista del amigo y enemigo, que preponderó en las ideologías del siglo XX. Cuando cayeron los Estados del socialismo real, en la Europa Oriental, la gendarmería del imperio no sabía como identificar al enemigo, puesto que, según su interpretación simplona, el “comunismo” había caído. Entonces, la gendarmería del imperio se inventó una guerra de baja intensidad contra un enemigo nebuloso, difícil de identificar, que tenía múltiples cabezas, ya sea como terrorismo, como narcoterrorismo, como fundamentalismo o como reminiscencias de antiguas guerrillas. De la misma manera, del otro lado, de forma simétrica, ante las transformaciones de las estructuras y diagramas de poder del imperio, la “izquierda” tradicional, que hemos identificado como “izquierda” colonial, no sabe como identificar al enemigo; en parte, lo sigue llamando “imperialismo”, como si fuese el mismo de antes de la guerra del Vietnam; por otra parte, también identifican al enemigo con la burguesía nacional y la oligarquía, sin considerar las metamorfosis de esta burguesía y esta oligarquía, sobre todo con el ingreso de los nuevos ricos, por ejemplo, la burguesía rentista y la burguesía del lado oscuro de la economía. Están muy lejos de entrever que los “gobiernos progresistas” conformaron y consolidaron una poderosa burguesía rentista, que además incursiona en la especulación financiera, en los beneficios del extractivismo, del capitalismo salvaje, fuera de sus incursiones clandestinas en la economía política de la cocaína. Recientemente, identifica al enemigo, en Bolivia, como fascista y racista, además de golpista. No se detiene a analizar sobre la correlación de fuerzas y los procesos inherentes que llevaron al desenlace de la caída de un régimen clientelar y corrupto, además de pirómano, extractivista y depredador. No se trata, ni mucho menos, de defender a la composición política del gobierno de transición, sino de comprender qué pasó con la llamada “izquierda” que no pudo dar una alternativa ante la decadencia política del gobierno clientelar, tampoco pudo hacerlo para imprimir un sello claro en el desenlace político, aunque intervino en los eventos y sucesos del acontecimiento político.

 

Estamos entonces, ante un discurso ideológico anacrónico, que no se correlaciona ni con la coyuntura, ni con el periodo, tampoco con el contexto de la crisis política, no se corresponde con la realidad efectiva, sino tan solo con la recurrencia reiterativa de la trama desgastada de una narrativa ideológica trasnochada. Esta “izquierda” colonial es parte de las dominaciones locales, nacionales, regionales y mundiales, es complementaria de la “derecha”. “Derechas” e “izquierdas” se alternan para prorrogar el orden mundial de las dominaciones, las estructuras de poder mundiales y nacionales, la geopolítica de un sistema-mundo y de una economía-mundo que se reproduce con la extensión destructiva del extractivismo polimorfo, salvaje y también con uso de tecnología avanzada. Para decirlo de otra manera, aunque esquemática y dualista, que no compartimos, pero, tan solo para ilustrar, usando los mismos códigos de esta “izquierda”, se podría decir que se trata de una “derecha” camuflada como “izquierda”.

  Raúl Prada Alcoreza

Escritor, artesano de poiesis, crítico y activista ácrata. Entre sus últimos libros de ensayo y análisis crítico se encuentran Anacronismos discursivos y estructuras de poder, Estado policial, El lado oscuro del poder, Devenir fenología y devenir complejidad. Entre sus poemarios – con el seudónimo de Sebastiano Monada - se hallan Alboradas crepusculares, Intuición poética, Eterno nacimiento de la rebelión, Subversión afectiva. Ensayos, análisis críticos y poemarios publicados en Amazon.


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