Han pasado dos meses desde los 11 emblemáticos días de octubre en los que el pueblo ecuatoriano inició la revuelta que sacude a América Latina. Chile, Bolivia, Haití y Colombia, cada uno con sus historias, contextos y expectativas diferentes, tienen en común la calle, la participación masiva de jóvenes, mujeres e indígenas interpelando las aplastantes políticas económicas neoliberales. Poniendo el cuerpo al autoritarismo, al desprecio y a la simulación de los gobernantes. Sabiendo que, en el caso de Ecuador, no fue diferente con el gobierno de Rafael Correa.
En Ecuador se puso a prueba la convocatoria indígena y urbana. El presidente Lenín Moreno intentó todo para detener la cascada de protestas que lo hizo huir a Guayaquil, imponer toques de queda, matar, herir y encarcelar. Y nada detuvo la ira por el cúmulo de agravios.
Pero Moreno lo sigue intentando y anunció este diciembre la inversión de 100 millones de dólares en equipamiento para que las fuerzas armadas mejoren su capacidad operativa. El refuerzo de equipos antimotines lo realizó al calor del paro. Es la única respuesta que conoce.
El paro nacional, coinciden, tenía el objetivo primordial de la derogación del decreto. Lo lograron, y los miles de indígenas movilizados regresaron a sus comu-nidades llevando a sus muertos. Y para ellos y sus heridos exigen justicia. Y libertad para sus presos.
El post paro aún no tiene su justa medida. Los medios alternativos de comunicación que hicieron una cobertura notable evalúan las jornadas mientras se recuperan de los gases. Saben que registraron un momento histórico y ahora lo acomodan poniéndole rostro e historia a los 11 caídos. Y resguardando la memoria. Falta. En octubre no sólo se derogó un decreto.