No se trata de saber si hubo o no hubo un golpe de Estado en Bolivia, sino de posesionar en el imaginario de la opinión publica, atrapada en las redes mediáticas, el imaginario del golpe de Estado o de su ausencia.
Lo que hay que atender, para comprender la crisis política, es precisamente el funcionamiento de los aparatos del poder en plena crisis, no tanto si hubo o no hubo un “golpe de estado”. Lo que es evidente es que asistimos a una crisis múltiple del Estado-nación y de la casta política, crisis ideológica y de legitimación.
Raúl Prada Alcoreza
Los conceptos son síntesis de estructuras categoriales, composiciones teóricas que configuran e interpretan fenomenologías de la percepción, que son, en el fondo, fenomenologías corporales; capturan impresiones, sensaciones, también visibilidades, convirtiéndolas en síntesis intelectiva. En la formación discursiva de la ciencia política, antes en la filosofía política, se han desarrollado conceptos que buscan interpretar las problemáticas que manifiesta el devenir del poder, devenir de la voluntad, en relación contradictoria con la libertad y en relación barroca con la justicia. En este campo de la narrativa política hay dos conceptos que nos interesan, paradójicamente, tanto por su proximidad, así como por su alejamiento; estos son el concepto de golpe de Estado y el concepto de Estado de excepción, más antiguo. Vamos a intentar evaluar teóricamente sus circuitos colaterales, correlativos y complementarios, es decir, lo que hacen al enunciado o, mejor dicho, al acontecimiento del enunciado, el haz de relaciones, desde la perspectiva que le otorga Michel Foucault a la configuración del enunciado en la Arqueología del saber. Comenzaremos con una breve descripción del concepto moderno de golpe de Estado, dejando para después el tratamiento del concepto de Estado de Excepción, de raigambre antigua, empero, actualizado en la modernidad.
Se dice que golpe de Estado corresponde a la toma del gobierno, es decir, de la forma de Estado singularizada en una forma de gubernamentalidad particular. Se toma el poder de un modo súbito, destacadamente por un grupo de conspiradores, quebrantando la Constitución, las leyes, las normas y las reglas institucionales. El concepto de golpe de Estado se diferencia de otros conceptos que aluden a las formas concretas de la crisis política, por ejemplo, como los conceptos de revuelta, motín, rebelión, putsch, revolución, incluso guerra civil.
El subcontinente referente de ejemplos de golpes de Estado ha sido América Latina. Al subcontinente le ha tocado sufrir, desde los inicios mismos de las repúblicas, después de las guerras de independencia, motines militares, que pueden asimilarse a la genealogía de los golpes de Estado. Después de periodos de relativa estabilidad política, pretendidamente liberal, le tocó sufrir golpes de Estado militares, en pleno contexto de la guerra fría.
En lo que podemos denominar arqueología del concepto de golpe de Estado, se puede decir que el concepto de golpe de Estado surgió siendo utilizado en Francia durante el siglo XVII. Se lo usó para relatar sobre las contingencias de hechos y procedimientos violentos, medidas imprevistas tomadas por el rey, quien dejaba de respetar la legislación, así como las normas; lo hacía ordinariamente para deshacerse de sus enemigos; esto ocurría cuando el rey contemplaba que era necesario hacerlo por razón de Estado. En su sentido inicial, el concepto de golpe de Estado era muy análogo a lo que ahora se nombra autogolpe; en otras palabras, el deslizamiento del mismo gobierno, desplazando a una parte de este, es decir, un desplazamiento en el mismo Estado.
El concepto de golpe de Estado experimentó desplazamientos durante el siglo XIX; los desplazamientos corresponden a la significación de las operaciones violentas del Estado, de parte del Estado o respecto al Estado, particularmente referidas a las fuerzas armadas o acciones militares con el objeto de tomar el gobierno. El concepto de golpe de Estado se diferenció del concepto de revolución, que definía, más bien, a la acción colectiva de la sociedad civil para derrocar un régimen político.
Durante el siglo XX, siglo ultimatista, a decir de Alain Badiou, a diferencia del siglo romántico del siglo XIX, el concepto de golpe de Estado se desplazó hasta sus significaciones, por así decirlo, técnicas. En 1930, Curzio Malaparte publicó Técnica del colpo di Stato, Técnica del golpe de Estado; este libro imprimiría el uso más difundido hasta nuestros días de la acepción del concepto de golpe Estado que lo define como irrupción repentina, violenta y armada para la toma del poder. Se podría decir que ésta es la acepción moderna más usual y generalizada, convertida, incluso, en sentido común. Teniendo cono referente a las acciones, procedimientos, convocatorias y movilizaciones del fascismo italiano y del nazismo alemán, Malaparte concibe el concepto del golpe de Estado no sólo como operación ejercida por partes componentes del Estado, como el ejército, sino que incluye también a formas de organización civil, de carácter conspirativo. Se trata de operaciones destinadas a la desestabilización del gobierno, mediante el despliegue de acciones encaminadas a generar caos social, buscando provocar la caída del gobierno, conquistando el poder. De acuerdo con la interpretación de Malaparte, lo que distingue al concepto de golpe de Estado respecto de los conceptos de guerra civil y revolución, se debe a su característica súbita y provisoria de irrupción violenta, así como de sorpresa, en un lapso corto, en el despliegue abrupto de operaciones, circunscribiendo y restringiendo la magnitud del tamaño, la extensión y la intensidad de la confrontación armada.
En el libro citado Malaparte escribe:
Si bien me propongo mostrar cómo se conquista un Estado moderno y cómo se defiende, no puede decirse que este libro quiera ser una imitación de El Príncipe de Maquiavelo, ni siquiera una imitación moderna, es decir, poco maquiavélica. El momento al que se refieren los temas, los ejemplos, los juicios y la moral de El Príncipe eran de una decadencia tal de la libertad pública y privada, de la dignidad del ciudadano y del respeto humano, que sería ofender al lector, un hombre libre, tomar como modelo la famosa obra de Maquiavelo para tratar algunos de los problemas más importantes que nos plantea la Europa moderna.
La historia política de estos diez últimos años no es la de la aplicación del Tratado de Versalles, ni la de las consecuencias económicas de la guerra, ni la del esfuerzo de los gobiernos para asegurar la paz europea, sino que es la historia de la lucha entablada entre los defensores del principio de la libertad y de la democracia, es decir, los defensores del Estado parlamentario, y sus adversarios. Las actitudes de los partidos no son otra cosa que los aspectos políticos de esa lucha y como tales deben ser considerados si se quiere comprender el significado de muchos acontecimientos de los últimos años y prever el desarrollo de la actual situación interna de algunos Estados europeos. En casi todos los países, al lado de los partidos que se declaran defensores del Estado parlamentario y partidarios de una política de equilibrio interior, es decir, liberal y democrática (los conservadores de todo tipo, desde los liberales de derechas hasta los socialistas de izquierda), hay partidos que plantean el problema del Estado en el terreno revolucionario: son los partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, los «catilinarios», es decir, los fascistas y los comunistas. Los catilinarios[1] de derechas temen el peligro del desorden: acusan al gobierno de debilidad, de incapacidad y de irresponsabilidad; defienden la necesidad de una férrea organización estatal y de un control severo de toda la vida política, social, económica. Son los idólatras del Estado, los partidarios del absolutismo estatal. En un Estado centralizador, autoritario, antiliberal y antidemocrático es donde ven la única garantía de orden y de libertad, la única defensa contra el peligro comunista. “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”, afirma Mussolini. Los catilinarios de izquierdas pretenden la conquista del Estado para instaurar la dictadura del proletariado. “Allí donde hay libertad, no hay Estado”, afirma Lenin[2].
En la cita del libro connotado se puede remarcar que Malaparte hace hincapié en el contexto político, sobre todo en la época política de referencia. No se trata, en ese ahora, el presente de Nicolas Maquiavelo, sino de lo que acaecía en el presente de Curzio Malaparte, no se trata de una decadencia tal de la libertad pública y privada, sino se trata de las soluciones “extremas” a la crisis política, por el lado de la “derecha” conservadora o, en contraste, por el lado de la “izquierda radical”. Malaparte busca describir e interpretar los desplazamientos en las operaciones, procedimientos y técnicas de la toma del poder, teniendo en cuenta la experiencia política de su tiempo. Desde esta perspectiva hace una comparación de sucesos y eventos políticos que clasifica como golpes de Estado; compara el golpe de Estado Bolchevique y la táctica de Trotsky, en octubre de 1917, donde se aborda la toma del poder en Rusia por parte de los bolcheviques, comandados por León Trotski en la llamada revolución rusa, desenvuelta entre febrero y octubre de 1917; también tiene que ver con la historia de un golpe de Estado fallido, donde se trata sobre la defensa de Iósif Stalin frente al intento de Trotski de tomar el poder en 1927. Se analiza la experiencia polaca; la cuestión del orden versus el caos que tiene en vilo a Varsovia; se trata sobre las luchas internas por el poder en la Polonia de Józef Pilsudski. Se evalúa el caso Kapp, que se figura como Marte contra Marx; donde se trabaja sobre el golpe de Estado de Kapp, golpe militar fracasado, que se tuvo lugar en la Alemania de 1920, dirigido por Wolfgang Kapp. También se analiza el referente político de Bonaparte, considerado el primer golpe de estado moderno; donde se analiza el golpe de Estado del 18 de Brumario, en comparación con el golpe de Estado dado por Napoleón el 9 de noviembre de 1799. Después se compara el golpe de Primo de Rivera con el dado por Pilsudski; un cortesano y un general socialista; aquí compara las actuaciones de Primo de Rivera y Pilsudski con las de Napoleón, golpes que se refugiaron en la legalidad del Estado vigente en lugar de rechazarla. En la contemporaneidad de Malaparte se tiene como otro referente al caso de Mussolini y el golpe de Estado fascista, donde se analiza la marcha sobre Roma y la toma del poder del Partido Nacional Fascista, de la que el propio Malaparte tomó parte. En este contexto, se ocupa del primer intento fallido de toma del poder por parte de Adolfo Hitler, el denominado Putsch de Múnich; al que lo nombra como un dictador fracasado; en este capítulo trata de las acciones fracasadas de Hitler con el objeto de la toma del poder. Al respecto no hay que olvidar que Técnicas del Golpe de Estado se publica en 1931, antes de que Adolf Hitler tome el poder en Alemania.
Continuando con las técnicas del golpe de Estado de Curzio Malaparte, el autor escribe:
El ejemplo de Mussolini y de Lenin influye considerablemente en el desarrollo de la lucha entre los catilinarios de derecha y de izquierda, y los defensores del Estado liberal y democrático. Existen, sin duda, una táctica fascista y una táctica comunista. Sin embargo, conviene hacer notar que, hasta ahora, ni los catilinarios ni los defensores del Estado parecen saber en qué consisten la una y la otra, si existen analogías entre ellas o cuáles son sus características propias. La táctica de Bela Kun no tiene nada en común con la táctica bolchevique. El intento revolucionario de Kapp no es más que una sedición militar. Los golpes de Primo de Rivera y de Pilsudski parecen haber sido concebidos y ejecutados de acuerdo con las reglas de una táctica tradicional que no se parece en nada a la táctica fascista. Bela Kun puede parecer un táctico más moderno, más técnico y, por eso, más peligroso que los otros tres; pero incluso él, al plantearse el problema de la conquista del Estado, demuestra desconocer la existencia, no sólo de una táctica insurreccional moderna, sino también de una técnica moderna del golpe de Estado. Bela Kun cree imitar a Trotsky y no se da cuenta de que se ha limitado a seguir las reglas establecidas por Marx según el ejemplo de la Comuna de París de 1871. Kapp cree poder repetir el golpe del 18 de Brumario contra la Asamblea de Weimar. Primo de Rivera y Pilsudski creen que para apoderarse de un Estado moderno basta con derrocar con las armas un gobierno constitucional.
Es evidente que ni los gobiernos ni los catilinarios se han planteado aún la cuestión de saber si hay una técnica moderna de golpe de Estado y cuáles pueden ser sus reglas fundamentales. A la táctica revolucionaria de los catilinarios, los gobiernos siguen oponiendo una táctica defensiva que revela una ignorancia absoluta de los principios elementales del arte de conquistar y de defender el Estado moderno. Sólo Bauer, canciller del Reich en marzo de 1920, ha dado muestras de haber entendido que para poder defender el Estado hace falta conocer el arte de apoderarse de él[3].
Malaparte busca describir y definir lo que llama las técnicas modernas del golpe de Estado. ¿En qué consisten éstas? No se trata tan solo de la toma del poder con el recurso de las armas, se trata de comprender el contexto moderno donde se disputan las fuerzas el control del Estado. En este sentido, Curzio Malaparte parece entender que las técnicas modernas del golpe de Estado se desarrollan de manera más operativa y, si se quiere, sofisticada, con la intervención combinada de fuerzas, procedimientos, operaciones y convocatorias, que despliegan los bolcheviques. Sin embargo, no se puede decir que Malaparte atribuya solo a los bolcheviques el desarrollo de las técnicas de golpe de Estado, además de las técnicas insurreccionales, por así llamarlas, continuando con las analogías, sino que otros perfiles políticos también lo hacen desde la intervención “bonapartista” del sobrino de Napoleón Bonaparte. Es loable la búsqueda descriptiva del golpe de Estado moderno por parte de Malaparte, empero, podemos sugerir la siguiente impresión de su lectura: no solamente no asiste, cuando publica su connotado libro sobre técnicas del golpe de Estado, a la asunción al gobierno y al poder del tercer Reich por parte de Adolf Hitler y del nacional socialismo, sino que tampoco va a tener la oportunidad, pues es otro tiempo, más actual, la experiencia política de los golpes de Estado militares durante la guerra fría.
Edwin Lieuwen, en Generals vs. Presidents: Neomilitarism in Latín America, hace una descripción sucinta de los golpes de Estado militares modernos, escribe:
En la madrugada, un destacamento de tropas, en ocasiones apoyadas por tanques, llega repentinamente a la residencia del poder ejecutivo y captura al presidente. Al mismo tiempo, otras tropas toman el control de los medios de comunicación (la central telefónica, las estaciones de radio y televisión, y la prensa favorable al gobierno). Mientras tanto, el poder de fuego se concentra en los puntos estratégicos para yugular cualquier posible resistencia civil. Al amanecer se produce el pronunciamiento, el anuncio de las fuerzas armadas al pueblo de que han asumido el control del gobierno, y que el presidente y el Congreso han sido destituidos[4].
Al respecto, Eduardo Gonzales Calleja, autor de En las tinieblas de Brumario: cuatro siglos de reflexión política sobre el golpe de Estado[5], dice:
Esta secuencia tópica del asalto al poder en un país latinoamericano puede servir de introducción a uno de los fenómenos más recurrentes y, quizás, peor conocidos de las crisis políticas: el golpe de Estado. Hasta la fecha, el golpismo ha tenido un tratamiento bastante confuso por parte de las ciencias sociales: se le ha achacado un carácter fundamentalmente conservador, se le ha definido como un modo paradigmático de intervención militar, se le ha confundido con un tipo particular de violencia política, o se ha restringido la explicación de sus condiciones de desarrollo, ejecución y consecuencias a determinadas áreas geográficas, afectadas por el colonialismo y por la dependencia económica. El recorrido que nos proponemos iniciar sobre la evolución de las teorías explicativas del golpe de Estado tiene como objeto desentrañar los logros y las limitaciones de los estudios que, a lo largo del tiempo, han tratado de analizar su origen, sus etapas, sus protagonistas y sus repercusiones en la comunidad política. Pero, antes de iniciar este periplo, parece pertinente abordar una caracterización previa de los rasgos fundamentales del golpe, que nos permita revisar alguno de los tópicos más arraigados en el examen de tan particular fenómeno[6].
De la misma manera que, en su tiempo, Curzio Malaparte intentó describir y definir el golpe de Estado moderno, Eduardo Gonzáles Calleja también busca describir el golpe de Estado de su contemporaneidad correspondiente del siglo XX, sobre todo teniendo como referente los golpes de Estado militares dados en el contexto de la llamada guerra fría. Para comenzar, podemos señalar que, de entrada, se trata de contextos histórico-políticos distintos, el vivido por Malaparte y el experimentado por Calleja. Sin embargo, vale la pena citar la descripción que hace este último autor mencionado. Calleja, en un intento preliminar de definición y caracterización del término “golpe de Estado”, escribe:
Acuñado en Francia durante el siglo XVII, ha quedado incorporado en la actualidad al vocabulario de casi todas las lenguas modernas. Las definiciones reseñadas en los diccionarios de uso corriente presentan muchos rasgos coincidentes, que nos pueden servir para ensayar una aproximación preliminar a la naturaleza de este fenómeno. En primer lugar, el secretismo en la preparación del complot y la necesaria rapidez de su ejecución dan al golpe una característica impronta de acto repentino, inesperado y, en ocasiones, impredecible. En su fase de preparación, los golpes son eventos conspirativos que precisan, al menos, de una cierta discreción entre sus promotores. La naturaleza secreta y azarosa del golpe se pone en evidencia cuando, por la mayor parte de los testimonios coetáneos, se constata que puede fracasar en muchas fases de su desarrollo, por la equivocada apreciación de las circunstancias objetivas, por las indiscreciones producidas durante su preparación o por los errores cometidos en el momento de su ejecución. Este amplio umbral de incertidumbre que se vincula a la decisión golpista implica una alta tasa de riesgo, que suele aumentar en proporción al tamaño del grupo conspirativo. Pero el peligro queda compensado con el bajo coste relativo que conlleva este tipo de acciones en comparación con los réditos políticos que los conjurados pretenden obtener. En todo caso, la experiencia histórica parece demostrar que el golpe es una operación arriesgada, cuyo éxito no está, ni mucho menos, garantizado: de 88 golpes de Estado censados en el mundo entre 1945 y 1967, 62 fueron calificados por Luttwak como “eficientes” (léase coronados por el éxito), y el resto como fracasados o frustrados.
Una segunda característica del golpe es su pretendido carácter violento, ya que, casi por definición, su ejecución implica una transferencia de poder donde está presente la fuerza o la amenaza de su uso. Podría ser considerado por ello como una forma de violencia política, caracterizada por el protagonismo de un actor colectivo minoritario y elitista, que dispone de amplios recursos coactivos para alcanzar una meta ambiciosa: la conquista total del Estado o la transformación profunda de las reglas del juego político e incluso de la organización social en su conjunto. Los estudios generales sobre la violencia han incluido al golpe de Estado como una forma de inestabilidad política que deriva en el uso de la fuerza, junto con los motines, las rebeliones, la guerra de guerrillas, el terrorismo o la guerra civil, con los que comparte su naturaleza de fenómenos políticos ilegales, que implican siempre un desorden extenso y un empleo intensivo de la coacción física. Pero resulta evidente que el golpe no cubre todo el campo semántico de las interrupciones brutales del poder político. A pesar de su más que habitual relación con otros tipos de violencia en contextos de crisis política aguda, las disparidades de partida resultan sustanciales. Los golpes de Estado se diferencian de otras clases de asalto al poder en que requieren un empleo de la violencia física muy reducido e incluso nulo, y no necesitan la implicación de las masas. El golpe es siempre un ataque fulminante y expeditivo a las instancias de gobierno que se ejecuta desde dentro del entramado del poder, y en eso se distingue fundamentalmente de las modalidades de violencia subversiva, como la guerra civil o la insurrección. La acción insurreccional es un hecho a menudo escasamente planificado, que es protagonizado por una coalición heterogénea de tipo popular y que tiene una duración prolongada, mientras que el golpe es el acto de usurpación política razonado y metódico por excelencia, impulsado por una institución bastante homogénea (partido, gobierno, parlamento, ejército) de forma rápida e imprevista.
El golpe de Estado es un modo más discriminado de violencia, y más selectivo en sus objetivos que otras formas violentas como el terrorismo. La esencia del golpe es el secreto, mientras que el terrorista busca el máximo de publicidad en sus acciones. A diferencia de la guerrilla y de la guerra revolucionaria, cuyo objetivo es debilitar y desarticular progresivamente los organismos de gobierno, el golpe de Estado lo suelen perpetrar los propios representantes del poder constituido, y casi siempre cobra la fisonomía de un asalto, repentino e inapelable, a las máximas instituciones del Estado, que incide en un terreno muy restringido (generalmente, determinados puntos neurálgicos de una capital) y que busca, pura y simplemente, la obtención del poder o la anulación de un adversario político. En consonancia con su equívoca relación con la violencia política, los golpes de Estado hacen más fluida o intrincada la circulación hacia otras modalidades violentas de gran alcance, del mismo modo que la tendencia hacia este y otros tipos de intervención militar aumenta con el incremento de la violencia colectiva. El golpe puede ser el prólogo o el epílogo de una crisis bélica interna o externa o de un proceso revolucionario, pero se diferencia de las revoluciones en que no suele implicar grandes costes en recursos movilizados, y arroja como resultado un relativamente pequeño desplazamiento de los miembros de la élite dirigente, o todo lo más un cambio en la titularidad del poder ejecutivo. Sin embargo, no todos los eventos que denominamos golpes de Estado dan lugar a cambios menores. Tal fue el caso del “golpe de Praga” de febrero de 1948. En esas condiciones, el golpismo aparece como una ruptura brutal, marcada por el derrocamiento del poder establecido, y, en ocasiones, por un cambio radical en la naturaleza del régimen político. Se podría convenir entonces en que el golpe de Estado describe un modo determinado de acción subversiva, y la revolución las consecuencias últimas de ese proceso.
Algunos estudiosos han advertido que la verdadera esencia política del golpe de Estado no está en su naturaleza intrínsecamente violenta. Brichet admitió que, en la mayor parte de los casos, los golpes acostumbran a ser actos de fuerza, pero que en otras circunstancias no han precisado del empleo de la coacción física, sino de dosis adecuadas de decisión política, tal como la entendía Carl Schmitt: como generación de nuevas normas jurídicas impuestas por la determinación soberana del gobernante, por encima del Derecho natural y positivo. En ese sentido, lo que caracterizaría al golpe de Estado no es su naturaleza violenta, sino su carácter ilegal, de transgresión del ordenamiento jurídico-político tanto en los medios utilizados como en los fines perseguidos, sean éstos el establecimiento de un régimen dictatorial o un cambio en el equilibrio constitucional de los poderes del Estado. Kelsen opinaba que un golpe de Estado era una acción radicalmente ilegal, ya que al romper la Constitución invalidaba todas las leyes existentes. Por la naturaleza de sus actores y por su desarrollo, el golpe se encuadra de forma más satisfactoria entre los procesos de transferencia anómala, ilegal y extrajurídica (por forzada y violenta) del poder de una élite a otra, ya sea un ‘clique’ militar o una minoría civil que inspira o apoya la subversión castrense. Pero es posible su inserción en la continuidad de la vida política, ya que, según algunos autores, los golpes no se diferencian necesariamente por su significación o por sus consecuencias, sino que son otra forma, no tan disfuncional como parece, de obtener el poder. Algunos especialistas llegan a aceptar el golpismo como una expresión peculiar del estado de la opinión pública, o incluso como un tipo particular de acto revolucionario. El argumento, harto polémico, de presentar el golpe como un modo más o menos “institucionalizado” de expresar una opinión o una aspiración colectivas se basa en el hecho innegable de que, en algunos países, como es el caso de varias repúblicas latinoamericanas, esta acción ilegal resulta un incidente habitual de la vida política, y como tal está ampliamente ritualizado y resulta incluso predecible.
Un golpe de Estado no implica siempre la conquista del poder establecido, sino que puede, simplemente, apuntar a una redistribución o reforzamiento de papeles en el seno de un gobierno dividido (caso de los conflictos entre la Jefatura del Estado, del Gabinete o del Ejército en muchos regímenes pretorianos del tercer mundo) o a reordenar las relaciones entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, como fue el caso de la “celada parlamentaria” de Bonaparte el 18 Brumario del año VIII (9-10 de noviembre de 1799). Como instrumento no pautado de resolución de una crisis política, el golpe acostumbra a surgir del interior de la misma estructura estatal, por ejemplo, como un medio de conservar un poder amenazado por los plazos electorales o por otras disposiciones institucionales, como fue el caso de Luis Napoleón en 1851. Pero el caso más espectacular (aunque, quizás, no el más frecuente) es el asalto al poder, en cuyo caso el golpe puede vincularse con fenómenos de más amplio alcance transformador como la revolución o la contrarrevolución.
La mayor parte de las definiciones otorgan el protagonismo de los golpes de Estado a una minoría que cuenta con un acceso privilegiado a los resortes de poder, especialmente los de naturaleza coactiva. La naturaleza conspirativa del golpe exige la implicación del menor número de personas posible. El golpismo es una estrategia propia de minorías caracterizadas por su acceso preferente a los resortes más sensibles del poder político. Según Huntington, el golpe sólo puede ser realizado “por un grupo que participa en el sistema político existente y que posee bases institucionales de poder dentro del sistema. En particular el grupo instigador necesita del apoyo de algunos elementos de las fuerzas armadas”. William Randall Thompson asigna al golpe de Estado una autoría exclusivamente militar, al definirlo como “la sustitución o intento de sustitución de jefe ejecutivo del Estado por las fuerzas armadas regulares a través del uso o la amenaza de la fuerza”. En este caso, el golpe de Estado como usurpación de funciones políticas por parte de los militares, y que no suele responder a una ideología de la subversión determinada, se ha convertido en la expresión fáctica más representativa de ese fenómeno social, político y cultural de carácter multidimensional que denominamos militarismo, o de la manifestación estratégica característica de la intromisión militar en la vida política que llamamos pretorianismo. Sin embargo, no hay que detenerse demasiado en la observación de los preparativos, ejecución y desenlace de los golpes de Estado para constatar que estas acciones no son el único modelo de intervención militar en la política, ni los uniformados son sus únicos protagonistas. Con harta frecuencia, cualquier rumor de complot, una dimisión política más o menos forzada, una revuelta, una revolución, un motín, una guerra civil o cualquier otra intromisión militar en la política han sido calificados de golpe de Estado. Este abigarramiento de intervenciones políticas ilegales demuestra que la acción pretoriana puede darse perfectamente sin recurrir al golpismo, y que es erróneo considerar el golpe como la forma por antonomasia de intervención militar. Existen mecanismos no menos eficaces de acción pretoriana que, a diferencia de los golpes, no implican el derrocamiento del poder establecido con el empleo directo de la violencia física, como las presiones militares encubiertas o los golpes “blandos”.
Esta revisión preliminar de las características básicas de los golpes nos permite avanzar una serie de definiciones acuñadas por los especialistas en la materia. Samuel P. Huntington aporta todos los elementos necesarios para el análisis del fenómeno, al describirlo como un esfuerzo de la coalición política disidente para desalojar ilegítimamente a los dirigentes gubernamentales por la violencia o la amenaza de su utilización, aunque la violencia empleada resulta escasa y está controlada, intervienen pocas personas y los participantes poseen ya bases de poder institucional en los marcos del sistema político vigente. En resumen, el golpe de Estado puede ser evaluado como un cambio de gobierno efectuado por algunos poseedores del poder gubernamental en desafío de la constitución legal del Estado. Es un acto inesperado, repentino, decisivo, potencialmente violento e ilegal, cuya impredecibilidad resulta tan peligrosa para los conjurados como para las eventuales víctimas, y que precisa de un gran cuidado en la ejecución. Su propósito deliberado es alterar la política estatal mediante una intervención por sorpresa y con el menor esfuerzo posible[7].
Comparando lo escrito por Curzio Malaparte y lo escrito por Eduardo Gonzáles Calleja, entre el contexto político de la primera parte del siglo XX y el contexto político de la segunda parte del siglo XX, vemos el desarrollo de una mayor precisión en el concepto de golpe de Estado, a la luz de la propia complejización de la problemática política, también de la estructura del Estado; teniendo en cuenta, además, el avance tecnológico, no solamente militar sino de las comunicaciones, la informática y la cibernética. Por otra parte, no hay que olvidar que ya se cuenta con un bagaje de experiencia sobre golpes de Estado modernos, además de una historia en la discusión, el debate y los análisis descriptivos y teóricos sobre golpe de Estado. Sobresalen en la descripción de Calleja sobre el golpe de Estado lo siguiente: El golpe de Estado adquiere un carácter principalmente conspirativo, que llama “secretismo”; el golpe de Estado es un a irrupción violenta, solo que, en comparación con la revolución o la guerra civil, es violencia circunscrita y selectiva o, si se quiere, puntual; el golpe de Estado se puede caracterizar más que por su violencia por su carácter y condición de despliegue y desenvolvimiento ilegal. Por último, podemos recoger, tanto en lo que respecta a lo dicho por Malaparte y lo enunciado por Calleja, que el golpe de Estado es una técnica susceptible de ser empleada tanto por unos y por otros, por “derechas” y por “izquierdas”, por grupos particulares de poder o por grupos de control monopólico económico.
Samuel Finer, en 1962, intentó otra conceptualización del golpe de Estado; su libro conocido es The Man on Horseback: The Role of the Military in Politics, Los militares en la política mundial[8]. El mentado autor, teniendo como referente a los militares, reconoce cuatro categorías de presión sobre el Estado, respecto de los cuales considera legítimo sólo al primero:
Durante la dramática historia política del siglo XX, el golpe de Estado adquirió la forma particular de un despliegue de las fuerzas armadas, desplazando, por intermedio de la violencia fáctica, al gobierno instituido. Empero, a pesar de este rasgo común, compartido por las asonadas violentas, considerando el periodo de las dictaduras latinoamericanas, en la décadas de 1970 y 1980, incluso antes, en la década anterior, los golpes de Estado han ido adoptando formas más complejas y menos evidentes, mediante técnicas de desestabilización económica, “golpes de mercado”, así como la incubación de climas de caos social, saqueos, huelgas, que pueden ser agravados por el uso proliferante de medios de comunicación de masas.
Como dijimos, el concepto de golpe de Estado está ligado con otros conceptos concernientes a perturbaciones del poder institucionalizado; por ejemplo, como los relativos a la revuelta, motín, revolución o guerra civil. Estas locuciones se esgrimen comúnmente de manera espontánea, generalmente con propósitos propagandísticos o, peor aún, de desinformación. La revolución, en la jerga de la ciencia política, denota el acontecimiento político relativo al cambio social, prioritariamente radical, que suele ser dramático; prácticamente involucra confrontaciones violentas, en términos marxistas, la lucha de clases. De todas maneras, los límites de los campos conceptuales se suelen cruzar en el decurso de las deliberaciones, debates y discusiones políticas e ideológicas; por ejemplo, una revolución puede mezclarse, antes o después, con el evento de golpe de Estado. Esto pasa cuando las autoridades instituidas, legalmente constituidas, son desplazadas por diligencias ilegales, sean estas fehacientes o, mas bien, preservando una apariencia de legalidad. La guerra civil corresponde al enfrentamiento armado de una sociedad civil desgarrada, contrapuesta y separada en dos bandos enemigos. Es clara la diferencia entre guerra civil y golpe de Estado, no solo por la extensión, la intensidad y la duración, además de abarcar y comprometer a toda la sociedad, sino por las propias dinámicas moleculares y molares que conforman distintos hechos políticos y bélicos. El motín es un fenómeno puntual, se podría decir una insubordinación dada en un cuerpo institucional bien definido, por ejemplo, como el ejército, las fuerzas armadas, la policía o si se quiere, en insubordinación dada en una nave o embarcación. Se trata del desacato y de la desobediencia grupal o colectiva de un cuerpo institucional bien definido. No tiene, exactamente, como fin derrocar al gobierno, tampoco trastrocar un régimen, ni mucho menos hacer transformaciones institucionales estructurales, aunque si puede, dependiendo los casos, buscar reformas menores. Las revueltas corresponden a rebeliones y levantamientos, generalmente espontáneos, donde las multitudes invaden, irrumpen y conquistan espacios públicos, afrontando a la autoridad y a la institucionalidad establecidas. Las revueltas generan situaciones alterativas, que pueden derivar en aperturas y la creación de alternativas a la institucionalidad establecida. Recientemente se ha venido usando términos disyuntivos, próximos o semejantes al de golpe de Estado; por ejemplo, golpe parlamentario. En las constituciones republicanas puede estar previsto que el Congreso haga juicio político al presidente o a las autoridades gobernantes, en consecuencia, destituya al presidente o a las autoridades, sobre todo en el caso de que se comprobara que se cometió delito durante la gestión de gobierno. El presidente o las autoridades equiparan dichos juicios con golpes de Estado; lo hacen a manera de defensa y de descalificación de los juicios que los interpelan.
Respecto a la defensa de la institucionalidad de la república, distintas constituciones tienen normas específicas para prevenir el golpe de Estado, de este modo señalar y penar a los responsables de la acción de golpe de Estado, así como se cuenta con un reglamento penal para sancionar los delitos contra la democracia. Estas normas están encaminadas fundamentalmente a operar en dos señaladas situaciones: Dejando sin efecto los actos efectuados por las autoridades que asumieron el poder en condición de un golpe de Estado, disponiendo que los mismos serán nulos de pleno derecho; estableciendo las penas para aplicar a los responsables de haber intentado o realizado un golpe de Estado[9].
El concepto de golpe de Estado en Samuel Finer adquiere mayor ductilidad y fluidez, dando lugar a distintos matices, donde la acción armada se relativiza y adquieren peso otras formas de intervención conspirativa. Métodos de presión, procedimientos de chantaje y coerción, diligencias legales o de judicialización, así como juicios e interpelaciones parlamentarias, adquieren la incidencia operativa como para influir en el cambio de gobierno o en los decursos políticos. Estamos entonces, ante desplazamientos conceptuales de la noción y el enunciado sobre golpe de Estado. Ahora bien, hay que tener en cuenta que estos desplazamientos teóricos no solo transcurren en el campo de la formación discursiva y enunciativa, sino que también se corresponden con modificaciones y transformaciones en la materialidad social del referente, en este caso, por así decirlo, en el plano de intensidad político, sobre todo de las dinámicas de las prácticas políticas. Esta correspondencia no es ciertamente conmutativa, sino que pueden darse, y esto es lo que ocurre, rezagos en la interpretación teórica, así como la interpretación teórica se desenvuelve más por su propia acumulación que por una correspondencia inmediata con los hechos, secuencias de hechos, procesos, dados en la realidad efectiva. Pero, de todas maneras, no hay que olvidar que la interpretación teórica no puede dejar de desenvolverse sin el referente empírico.
No se trata de encontrar, en este caso, el golpe de Estado inicial, pues el estado inicial, en sentido de situación o condición de posibilidad histórica política inicial, es la guerra de conquista, sino de dibujar una cronología en un mapa político en el tiempo o en la historia, que nos muestre periodos de aguda crisis o, de vacío político, que se expresaron sintomáticamente en el motín militar, como decía Carlos Montenegro; periodo señalados de los bárbaros ilustrados, después, intermitentemente, periodos de asonadas, así como también de irrupciones militares, distinguiendo estos lapsos dramáticos de la crisis política del periodo de las dictaduras militares, en el contexto de la guerra fría. En la perspectiva de la historia presente, nos interesa enfocarnos en estas últimas, en el perfil de lo que se vino a considerar como modelo de los golpes de Estado, llevado a cabo por militares, respondiendo a los embates mundiales de la guerra fría, así como en las contingencias nacionales de la concurrencia de fuerzas por el control del poder.
Podemos decir que el primer golpe de Estado de este periodo de dictaduras militares fue el perpetrado por el general René Barrientos Ortuño, en 1964, contra el último gobierno de la revolución nacional (1952-1964), cuyo presidente era Víctor Paz Estensoro. El 5 de noviembre de 1964 asumió el poder el general René Barrientos Ortuño como presidente de la Junta Militar constituida luego del golpe de Estado, en tanto co-presidente, junto al General Alfredo Ovando Candia en el lapso de 1964-1965. Barrientos era el vicepresidente de Víctor Paz Estensoro, el golpe, entonces, fue perpetrado desde adentro. Era el tercer período de mandato presidencial de Paz Estenssoro; periodo que había comenzado el 6 de agosto de 1964, justo después de que hubieran tenido lugar numerosas huelgas de los trabajadores mineros, reprimidas duramente por las incursiones del ejército; sobresale el enfrentamiento en Sora Sora, contra las milicias mineras. Paz Estenssoro fue, por lo menos, tres veces, en ocasiones diferentes, presidente de la República de Bolivia, 1952-1956, 1960-1964 y, por último, desde 1985 hasta 1989. El primer gobierno de Paz Estenssoro se inició en 1952, después de la revolución nacional; se implementaron las medidas de transformaciones estructurales como la nacionalización de las minas, el voto universal, la reforma agraria y la reforma educativa; se estableció el monopolio en la exportación del estaño. Después de la derrota militar sufrida por parte del ejército el 9 de abril, se reestructuró el ejército. A Paz Estenssoro le sucedió, después de las elecciones correspondientes, Hernán Siles Zuazo, que gobernó desde 1956 hasta 1960. Concluido su mandato en 1960, entregó el mando presidencial nuevamente a Víctor Paz Estensoro, quién volvió a ganar las elecciones. En vez de seguir con las sucesiones acordadas entre los líderes de la revolución nacional, Víctor Paz Estensoro, Hernán Siles Suazo, Juan Lechín Oquendo y Walter Guevara Arze, Paz Estensoro se volvió a postular como candidato a la presidencia. En los comicios de 1964 salió triunfante de nuevo Paz Estenssoro, pero esta su reelección fue cuestionada por distintos sectores, tanto del mismo partido, el MNR, como por otros partidos, así como por parte de la opinión pública.
Después de los enfrentamientos de Sora Sora (1963), el MNR había cruzado la línea, en un largo y sinuoso recorrido de retrocesos, que Sergio Almaraz Paz llamó “el tiempo de las cosas pequeñas”; una vez cruzada la línea el partido de la revolución nacional, en el gobierno, enfrentaba al pueblo. No solamente el partido se dividió, quedando una ala con el presidente, otra con Juan Lechín Oquendo, líder de los trabajadores y cabeza de la COB; esta era el ala, por así decirlo de “izquierda”, el Partido Revolucionario de Izquierda (PRI), y otra ala, señalada como de “derecha”, era la que encabezaba Walter Guevara Arze, el Partido Revolucionario Auténtico (PRA), sino que el bloque nacional-popular se había roto, quedando los milicianos a merced de lo que pueda ocurrir. El mismo partido conspiró contra el gobierno de Paz Estensoro, se involucraron en el golpe de Estado, que se venía gestando, hubo reuniones entre Juan Lechín Oqueno y Hernán Siles Suazo con el propio general René Barrientos Ortuño. Parte de la “izquierda” también lo hizo, sobre todo el PCB, salvo el POR que se posicionó al margen. El ideólogo del POR, Guillermo Lora, dijo que se trataba de un enfrentamiento entre fracciones burguesas, aunque uno de sus militantes minero, Filemón Escobar tuvo otra posición; exigió la participación en la defensa de la revolución contra el golpe militar, para retomar las banderas de abril, de la misma revolución nacional, para convertirlas en banderas rojas.
Ante el desbande de los milicianos, la ruptura del bloque nacional-popular, la conspiración golpista en el seno del mismo partido de la revolución nacional, los militares se impusieron, frente a una mermada, grupal, defensa desesperada de la revolución en el cerro Laykakota, “sepelio de una revolución arrodillada”. El golpe de Estado triunfó y se hizo cargo del gobierno, ingresando los militares al “Palacio quemado”. El perfil del golpe no fue distinto a los golpes militares que vinieron después; acuerdos, telefonazos, presiones, incorporaciones, entre generales al mando; movilización de tropas, toma de puntos estratégicos, control de las ciudades, toma o acceso a las radioemisoras, desde donde se difundían los bandos golpistas y se comunicaba a la población sobre las convocatorias militares desplegadas; añadiendo la incursión de aviones y el ametrallamiento a las trincheras de los milicianos del cerro Laykakota.
Esta breve descripción del golpe de Estado militar de noviembre de 1964 nos muestra que un golpe de Estado no es solamente producto de una “conspiración”, sino que su brote y desarrollo dependen de las dinámicas políticas y la correlación de fuerzas en un contexto social y político determinado. Es decir, el golpe de Estado no se da en un vacío político y solo se mueve por las reglas y las “técnicas” del golpe de Estado, sino que depende primordialmente de lo que ocurre en la sociedad, de la crisis inherente social, además de la crisis política, también crisis económica. En otras palabras, las “técnicas” del golpe de Estado solo son útiles si están dadas las condiciones de posibilidad históricas y políticas para una intervención conspirativa; estas condiciones de posibilidad corresponden a las dinámicas mismas de la crisis política, también a la crisis institucional, concretamente de la república, específicamente, crisis del Estado-nación. Por lo tanto, hablar de golpe de Estado y de “técnicas de golpe de Estado” como si éstas fuesen independientes de lo que acaece en la sociedad, es caer en el craso supuesto de las teorías de la conspiración. Si no hay crisis política, el golpe de Estado, incluso con la mejor conspiración y conspiradores, con las mejores “técnicas de golpe de Estado”, no puede prosperar si no hay crisis política, mejor aún, yendo más lejos, si no hay crisis institucional, muchísimo mejor, si no hay crisis social y económica. Por lo tanto, si bien es ponderable el esfuerzo de descripción de lo que llama Curzio Malaparte “técnicas del golpe de Estado”, lo que ayuda a comprender parte del funcionamiento de la crisis política y de la política en plena crisis, sus tesis caen en el abismo abstracto y desconectado de las teorías de la conspiración.
En consecuencia, no puede haber una teoría del golpe de Estado, no solamente porque ésta se circunscribe a las “técnicas del golpe de Estado”, sino porque ningún golpe de Estado puede evadirse y levitar sobre las dinámicas de la realidad social efectiva, las dinámicas de la complejidad social. Para comprender, a cabalidad el golpe de Estado, algún golpe de Estado en particular es indispensable conocer y entender cómo funcionan las estructuras, los diagramas y las máquinas de poder en una situación concreta y en un país especifico, sobre todo en un periodo o coyuntura de crisis. Si no se tiene este conocimiento, se cae en lo que cae toda teoría de la conspiración, en una especulación abstracta, disociada, que se parece a una política-ficción.
El golpe de Estado de noviembre de 1964 fue como la matriz de los siguientes golpes militares que siguieron hasta 1982. Observando retrospectivamente la dramática historia reciente de los golpes de Estado, Alfredo Ovando Candia se erigió en pilar cardinal en la reorganización de las Fuerzas Armadas, después de la revolución nacional de 1952. Se puede decir que fue Ovando quien modernizó al ejército, tanto en la logística, así como en armamento. Durante su dirección, el ejército adoptó el uniforme al estilo que utilizaba el ejército alemán durante la segunda guerra mundial, de la década de los cuarenta. En 1964, Alfredo Ovando Candia fue nombrado comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Ese mismo año apadrinó el complot con el general René Barrientos Ortuño, en la conspiración golpista para derrocar al presidente de ese entonces Víctor Paz Estenssoro. En 1969, el presidente Barrientos falleció, a causa de un supuesto accidente aéreo de helicóptero. Le sucedió su vicepresidente Luis Adolfo Siles Salinas. Empero, Siles Salinas no estuvo mucho tiempo en el poder, siendo derrocado mediante un golpe de Estado perpetrado por el mismo Ovando Candia. Alfredo Ovando Candia subió a la presidencia el 26 de septiembre de 1969. En su vertiginoso gobierno nacionalizó del petróleo, el 17 de octubre de 1969, recurriendo a la expropiación de la Gulf Oil Company, el Estado se hizo propietario de sus recursos hidrocarburíferos; también se efectuó la instalación de la primera fundidora de estaño en el país. Al mismo tiempo aplicó medidas sociales importantes como campañas de alfabetización.
El gobierno del general Alfredo Ovando Candia tuvo que enfrentar un golpe militar de derecha, que intentó hacerse cargo del poder, imponiendo un triunvirato militar. Empero, un contra-golpe militar evitó que la Junta Militar se consolide. El general Juan José Torres asumió el poder apoyado en un levantamiento popular, con participación de trabajadores, organizaciones campesinas, el movimiento universitario y un sector de los militares leales al general Juan José Torres. El presidente Torres bautizó a esta alianza como si fuesen los 4 pilares de la revolución provisoria, el 7 de octubre de 1970, logrando, de este modo, evitar la consolidación del golpe de Estado de “derecha” contra el gobierno del general Alfredo Ovando Candia; estableciendo un gobierno militar de izquierda nacional. Durante su breve gobierno se efectuó la nacionalización de la Mina Matilde, así como las Colas y Desmontes; también se decretó la expulsión de los Cuerpos de Paz, organismos de intervención social de los Estados Unidos de Norte América. Entre sus medidas dispuso un aumento presupuestario significativo a las universidades. Su política exterior se caracterizó por ser pluralista, postulando el respeto por la autodeterminación de las naciones. Se dieron lugar acercamientos con el gobierno de Chile del presidente socialista de Salvador Allende, dando avances importantes en las negociaciones para una salida al mar. Conformó la Corporación de Desarrollo, plataforma o incubadoras de las empresas públicas; creo el Banco del Estado, concebido como Banco de Desarrollo, además de determinar la reposición salarial a los mineros. En contraposición, la geopolítica norteamericana reacciono rápidamente, el gobierno de Estados Unidos de Norte América impuso un bloqueo económico.
El General Jan José Torres fue la cobertura política del intento del establecimiento de un modelo de fortalecimiento y profundización de la democracia en Bolivia, conformando la participación popular directa mediante el plebiscito, la formación del Consejo de Estado, por medio de una Asamblea Nacional, incorporando diversas modalidades de representación. Para ello durante su gobierno se elaboró la “Constitución Política del Estado – Gobierno Revolucionario – República de Bolivia – 1971”. El nacimiento de la Asamblea Popular, que quiso hacer co-gobierno, que era una propuesta, por así decirlo consejista o soviética, provocó una nueva asonada militar, dando lugar a un nuevo golpe de Estado, que llevó a la presidencia al general Hugo Banzer Suarez el 21 de agosto de 1971. El régimen de Hugo Banzer viró rápidamente hacia una escalada represiva; ilegalizó a los partidos políticos, prohibió la acción sindical, suspendió todos los derechos civiles, además de enviar tropas a los centros mineros, ocupándolos. Este presidente de facto de “derecha” fue apoyado explicitamente por el dictador Augusto Pinochet, así como también por la Casa Blanca y del Pentágono de los Estados Unidos de Norte América. Fue el dictador que duró más largamente hasta entonces, unos siete años. Su gobierno incrementó desmesuradamente el endeudamiento del país, aprovechando la subida de los precios de las exportaciones bolivianas de estaño, el petróleo y prestamos de la comunidad internacional. Hugo Banzer fue derrocado en 1978; una junta militar liderada por Juan Pereda Asbún se hizo con el poder.
En el lapso entre 1978 y 1982 se sucedieron ocho presidentes, lapso dado entre la provisional recuperación de la democracia y la llamada narcodictadura. Entre la caída de la dictadura de Hugo Banzer Suarez y la asunción del gobierno democrático de Hernán Siles Suazo , en 1982, el país se vio sometido a un forcejeo de concurrencias de fuerzas conspirativas, sufriendo una puja de sectores, incluso dentro de las Fuerzas Armadas, entre aquellos que intentaban volver a la democracia y aquellos que buscaban profundizar la dictadura, de acuerdo al modelo del Estado burocrático autoritario, adoptado entonces por todos los países circundantes. Argentina con el denominado “Proceso de Reorganización Nacional”, en Brasil, con el gobierno militar de João Baptista de Oliveira Figueiredo, en Chile, con la dictadura militar de Augusto Pinochet, en Paraguay, con la larga dictadura de Alfredo Stroessner, en Perú, con el general Francisco Morales Bermúdez. En resumen, durante estos cuatro años dramáticos gobernaron ocho presidentes, Pereda, Padilla, Guevara Arce, Natusch Busch, Gueiler, García Meza, Torrelio y Vildoso. Se puede decir que la circunstancia coyuntural convergió con la clausura del ciclo del estaño, sobre todo marcada por una caída estrepitosa del precio de la materia prima en el mercado internacional; la coyuntura álgida derivó en el escenario económico de la hiperinflación, ocasionando falta de divisas; así como se ensancharon los espacios perversos de la economía política de la cocaína. El general David Padilla tomó el poder el 24 de noviembre de 1978; derrocó al general Juan Pereda Asbún, planteándose como objetivo establecer un gobierno “democrático”; convocó a elecciones en julio de 1979. En estas elecciones salió victorioso Hernán Siles Suazo del MNR-I. De todas maneras, a pesar del triunfo, al no alcanzar Siles Suazo el 50% de los votos, la Constitución contemplaba, en ese entonces, que el Congreso era el que debía definir la elección del presidente. En este contexto, abrumado por presiones, no se pudo obtener la mayoría requerida en el Congreso. Cómo solución provisional el Congreso designó al presidente del Senado, Walter Gurvara Arce, para hacerse cargo interinamente de la Presidencia de la República por un año, hasta las elecciones de 1980. El 1 de noviembre de 1979 el general Alberto Natusch Busch derrocó al gobierno interino perpetrando un sangriento golpe de Estado. En contraposición al golpe de Estado militar se dio lugar un levantamiento popular, conducida por la Central Obrera Boliviana (COB), repercutiendo en enfrentamientos, así como en sañudas represiones; se puede mencionar como terrible ilustración a la masacre de Todos Santos, donde murieron más de 100 personas, así como se contaron más de 30 desaparecidos. Dieciséis días después, la resistencia popular obligó a Natusch Busch a devolver el poder al Congreso que eligió a la presidenta de la Cámara de Diputados, Lidia Gueiler Tejada, otra vez como presidente interina de la República, hasta las elecciones del 29 de junio del año siguiente. Hasta ese entonces, Lidia Gueiler fue la única presidenta de Bolivia. El 17 de julio de 1980 un grupo de militares, ligados al narcotráfico, liderados por Luis García Meza y su lugarteniente Luis Arce Gómez, contando con apoyo operativo de la dictadura militar argentina, así como la participación cruenta de un comando paramilitar, denominado los “Novios de la Muerte”, organizado por el acusado de criminal de guerra nazi Klaus Barbie y el mafioso italiano Marco Mariano Diodato, encubiertos por la CIA; esta coalición perversa ocasionó un sangriento golpe de Estado, derrocando al gobierno interino de Lidia Gueiler e impidiendo la asunción de Hernán Siles Suazo.
Habiendo aprendido la lección del fallido golpe del año anterior encabezado por Alberto Natusch Busch, debido a la resistencia popular organizada por la COB, el objetivo principal del grupo terrorista los “Novios de la Muerte” fue atacar la central sindical donde se reunía el Comité Nacional de Defensa de la Democracia (CONADE). En el ataque asesinaron al connotado intelectual socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz, al diputado Carlos Flores Bedregal y al dirigente minero Gualberto Vega Yapura. La dictadura de García Meza fue de los períodos más cruento de la historia reciente de la política boliviana. El balance es trágico, el saldo es del asesinato y desparecidos de por lo menos 500 opositores. Como contrastando grotescamente, en un recuento anecdótico, las exportaciones de cocaína sumaron 850 millones de dólares, el doble de las exportaciones legales. Sin embargo, la sañuda represión, así como la galopante corrupción, no lograron apaliar ni ocultar las luchas intestinas entre diferentes facciones militares. Estas luchas derivaron en la renuncia del narcodictador, ocasionando que el 4 de agosto de 1981 García Meza renunciara, llevando al gobierno al general Celso Torrelio Villa, quien, sin embargo, no manifestó ninguna inclinación por retornar al ejercicio de la democracia. En julio de 1982 el sector militar que respondía a García Meza volvió a intentar un golpe de estado fallido, que provocó la caída de Torrelio Vila, provocando su reemplazo por el General Guido Vildoso Calderón, quien tenía el mandato de comenzar a organizar la transición hacia un régimen “democrático”. Los eventos políticos se aceleraron cuando el 17 de septiembre de 1982, una huelga general convocada por la COB puso al país al borde de la guerra civil. La dictadura militar colapsó, el poder le fue entregado a un Congreso Nacional, conformado según la composición de 1980, Congreso que decidió considerar válidas las elecciones de 1980, designando, en efecto, a Hernán Siles Suazo como presidente[10].
Conclusiones preliminares
Conclusiones generales
[1] Las Catilinarias son cuatro discursos de Cicerón. Fueron pronunciados entre noviembre y diciembre del año 63 a. C., después de ser descubierta y reprimida una conjura encabezada por Cantilina para dar un golpe de estado. Catilina, quien se había postulado para el cargo de cónsul, después de haber perdido la primera vez, intentó asegurarse la victoria mediante sobornos. Cicerón entonces impulsó una ley prohibiendo maquinaciones de este tipo. Catilina, a su vez, conspiró con sus partidarios para matar a Cicerón y a miembros clave del Senado en el día de la elección. Cicerón descubrió el complot y pospuso la fecha de las elecciones para dar tiempo al Senado para discutir el intento de golpe de estado. Un día después de la fecha original de las elecciones, Cicerón habló al Senado sobre ese tema y la respuesta de Catilina fue inmediata y violenta. En respuesta al comportamiento de Catilina, el Senado emitió un senatus consultum ultimum (medida similar al Estado de sitio moderno) por el cual quedó suspendida la ley regular y Cicerón, como cónsul, fue investido con poder absoluto.
Cuando finalmente se realizaron las elecciones, Catilina volvió a perder. Anticipando la derrota, los conspiradores ya habían juntado un ejército. El plan era iniciar una insurrección en toda Italia, incendiar Roma y matar a tantos miembros del Senado como fuera posible.
Pero nuevamente Cicerón estaba al tanto. El 8 de noviembre, convocó al Senado en el Templo de Jupiter Estator. Catilina asistió también a la reunión. Fue entonces que Cicerón pronunció la Primera Catilinaria, que comienza con la célebre frase ¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia? (Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?). Ver Catilinarias. Enciclopedia Libre: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Catilinarias.
[2] Leer de Curzio Malaparte Técnicas del golpe de Estado. Editorial Ariel. Estructuras políticas: totalitarismo y dictadura. Traductor: Guevara, Vítora.
https://www.todostuslibros.com/libros/tecnicas-de-golpe-de-estado_978-84-344-2565-1.
[3] Ibídem.
[4] Edwin Lieuwen, Generals vs. Presidents: Neomilitarism in Latín America, Nueva York, Frederick A. Praeger, 1964, pág. 108.
[5] Leer Golpes de Estado. Golpes de Estado PDF. CEPC. Www.cepc.gob.es. EG Calleja; artículos relacionados.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] La edición original de Finner fue ampliada en 1975, en la editorial Peregrine Books, y en 1976 en la editorial Penguin Books; en 1988 se plasmó también una edición publicada por Westview Press.
[9] Referencias: B., Elie (24 de junio de 2009). «Los militares en la política latinoamericana desde 1930». Publications Docs-en-stock.com. Consultado el 18 de mayo de 2016. Saltar a:a b Arrivillaga, Edgardo. «24 de marzo de 1976: un genuino golpe cívico militar que nadie quiere escribir.» Archivado el 15 de julio de 2008 en la Wayback Machine. Inteligencia Estratégica, marzo de 2005. Finer, Samuel E. The Man on Horseback: the Role of Military in Politics, Londres, Pall Mall, 1962; Edición en español: Los militares en la política mundial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1969. Finer, ob.cit. Safire, William (1991). «On Language; When Putsch Comes to Coup.» 22 de septiembre de 1991. The New York Times.
Bibliografía: Malaparte, Curzio (1930). Técnica del colpo di Stato (Técnica del Golpe de Estado). Finer, Samuel E. The Man on Horseback: the Role of Military in Politics, Londres, Pall Mall, 1962; Edición en español: Los militares en la política mundial, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1969. González Calleja, Eduardo En las tinieblas de Brumario: cuatro siglos de reflexión política sobre el Golpe de Estado En Historia y política: Ideas, procesos y movimientos sociales, ISSN 1575-0361, Nº 5, 2001. págs. 89-122. Martínez, Rafael. Subtipos de golpes de Estado: transformaciones recientes de un concepto del siglo XVII En revista CIBOD d’afers internacionals. Dugarte Rangel, Ramón A. El golpe de Estado en América Latina. Un ejercicio de Historia conceptual En revista Procesos Históricos. Revista de Historia y Ciencias Sociales, 35, enero-junio, 2019, 147-164. Universidad de Los Andes, Mérida (Venezuela) ISSN 1690-4818. Ver Enciclopedia Libre: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Golpe_de_Estado.
[10] Leer Gobiernos militares en Bolivia (1964-1982). Referencias: Klaus Barbie. Enseñanzas de la Asamblea Popular de 1971, por J.F., LOR-C.I. A 30 años del asesinato del General Juan José Torres, un general olvidado, por Carlos Castillos y Laura Barros (dpa), Sitio de la Comunidad Boliviana en la Argentina. [Impunidad y sus Efectos en los Procesos Democráticos, Seminario Internacional, Santiago de Chile, Chile, 14 de diciembre de 1996, Nunca Más]. “The New York Times”: Elección de Bachelet es un avance de las mujeres en el mundo, EMOL, Jueves 19 de enero de 2006. Las siete mujeres presidentas de América hasta 2007 son: la argentina María Estela Martínez de Perón, la boliviana Lidia Gueiler, la nicaragüense Violeta Chamorro, la guayanesa Janet Rosemberg, la ecuatoriana Rosalía Arteaga, la panameña Mireya Moscoso, la haitiana Ertha Pascal-Trouillot y la chilena Michelle Bachelet. El atentado del 21 de junio de 1980 fue realizado contra una avioneta en la que viajaban varios líderes de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en campaña electoral. Todos los ocupantes murieron, a excepción de Jaime Paz Zamora quien sufrió graves quemaduras. La avioneta pertenecía a una compañía de taxis aéreos de propiedad de Luis Arce Gómez, quien habría de asumir el Ministerio del Interior en el golpe de estado realizado un mes después y se encontraba directamente a cargo de las actividades clandestinas de represión e inteligencia. «Para no olvidar el golpe del 17 de julio de 1980, por Wilson García Mérida, Bolpres, 2006». Archivado desde el original el 15 de noviembre de 2011. Consultado el 23 de abril de 2007. En los Novios de la Muerte actuaban también los terroristas italianos Stefano della Chiaiey Pierluigi Pagliani, quienes habían dinamitado un tren en Bolonia y entrado a Bolivia con Marco Diodato y cobertura de la CIA. Para no olvidar el golpe del 17 de julio de 1980, por Wilson García Mérida, Bolpres, 2006. Archivado el 15 de noviembre de 2011 en la Wayback Machine. Transition to Democracy, Global Security. Leer Encicloperid Libre: Wikipedia: Gobiernos militares en Bolivia (1964-1982)