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Servirán de algo los avances del progresismo en Colombia si ya ha fracasado en todas partes y se ha derechizado en Argentina y México?

agencias :: 26.12.19

Poco a poco fuimos pasando de un país donde la guerrilla alzada en armas —especialmente las Farc— alejaba cualquier posibilidad de proselitismo para no ser encasillado o macartizado, a otro país: uno donde salimos a votar un plebiscito del proceso de paz, aunque ganó el No con una pírrica victoria (gracias a la escasa popularidad del presidente Santos, a que los opositores le sumaron “ideología de género” y hasta sacaron a la gente “a votar berraca”, entre otros); también uno donde votamos una consulta anticorrupción y luego votamos en 2018 por Gustavo Petro, quien pese a la propaganda adversa, recordando su paso por el M-19 y que era “el agente del castrochavismo”, obtuvo más de ocho millones de sufragios… y hemos seguido transitando en estas posibilidades democráticas, hasta llegar al 27 de octubre pasado, cuando los sectores menos afines al Gobierno y a los partidos tradicionales se hicieron con los principales cargos de elección popular del país.

Por: Guillermo Zuluaga

El Espectador

Los retos del “progresismo” en Colombia

La historia viene repitiéndose: unos meses de efervescencia en las calles y, en los últimos años, también en redes sociales: una idea de que esta vez sí, pero al final ver cómo esta vez tampoco fue. Los sectores “progresistas” colombianos, en junio cada cuatro años, en las jornadas de elección presidencial, asistimos a algo que —discúlpeseme el lugar común— es derrota anunciada. Desde finales de los años 90 —cuando el voto menos reaccionario del país estuvo con Horacio Serpa—, pasando por Carlos Gaviria y Antanas Mockus hasta llegar a las elecciones de 2018 con Gustavo Petro, siempre sentimos que estuvo bien, que “fue bacano soñar”, pero que faltó “el centavito pa’l peso”. Y entonces en la próxima…

Y si bien es cierto lo anterior, valdría la pena analizar en conjunto los dos últimos años. Poco a poco fuimos pasando de un país donde la guerrilla alzada en armas —especialmente las Farc— alejaba cualquier posibilidad de proselitismo para no ser encasillado o macartizado, a otro país: uno donde salimos a votar un plebiscito del proceso de paz, aunque ganó el No con una pírrica victoria (gracias a la escasa popularidad del presidente Santos, a que los opositores le sumaron “ideología de género” y hasta sacaron a la gente “a votar berraca”, entre otros); también uno donde votamos una consulta anticorrupción y luego votamos en 2018 por Gustavo Petro, quien pese a la propaganda adversa, recordando su paso por el M-19 y que era “el agente del castrochavismo”, obtuvo más de ocho millones de sufragios… y hemos seguido transitando en estas posibilidades democráticas, hasta llegar al 27 de octubre pasado, cuando los sectores menos afines al Gobierno y a los partidos tradicionales se hicieron con los principales cargos de elección popular del país.

Los triunfos de Claudia López en Bogotá, de Daniel Quintero en Medellín, de Jorge Iván Ospina en Cali, de William Dau en Cartagena, de Jairo Yáñez en Cúcuta, de Virna Johnson en Santa Marta, entre otros, demuestran que hay una nueva ciudadanía quizá más informada, menos atada a las clases políticas tradicionales, menos temerosa de las narrativas tejidas desde el mismo poder, y ese es un potencial enorme para construir un proyecto progresista a la Presidencia en 2022.

La tendencia marca un aumento de votos a favor de los sectores progresistas en Colombia. O, dicho de otra manera, el péndulo parece estar virando hacia la izquierda. Sin embargo, esa sola tendencia no garantiza que el próximo presidente será de esta línea política. Como dije arriba, muchas veces parece que va a ocurrir, pero los egos de sus líderes se han quedado discutiendo una palabra, una coma, y eso les ha tapizado el camino a los más reaccionarios y a los sectores tradicionales para siempre quedarse con el poder. Como se dice en el argot popular, en la izquierda parece que hubiera “mucho cacique y poco indio”, mientras que los sectores de la derecha no tienen problemas en reunirse y estar por encima de pequeñas rencillas, pues más que ideologías defienden intereses. Mientras la izquierda discute, la derecha se enfila y se organiza. Tienen tan leído el libreto.

Superar las eternas divisiones dentro de los sectores o entre los líderes que se consideran progresistas es uno de los factores para que este se consolide. También, asumir que muchas veces sus dirigentes actúan de forma similar a sus rivales: los líderes de izquierda quieren eternizarse en el pequeño poder que logran; por ejemplo, así como alguien caricaturizó al nonagenario José Galat, “eterno presidente de las juventudes conservadoras”, hay que decir que Gilberto Vieira fue el eterno director del Partido Comunista. En esa línea habría que tener en cuenta que si bien muchos dirigentes sindicales han protagonizado luchas a favor del sector trabajador, también sería hora de que entendieran que el progresismo requiere relevos como en cualquier competencia donde interese más el triunfo colectivo que el lucimiento personal. En esa línea, por ejemplo, a Jorge Robledo se le agradecen muchas y muy juiciosas denuncias, pero quizá ya cumplió su ciclo. Quizá hasta el mismísimo Fajardo (que a veces se reclama progresista) debería pensar seriamente en dedicarse a su docencia y a ver ballenas en nuestro zafíreo Pacífico.

Otro reto estará en los nuevos gobernantes de tendencias progresistas o independientes de viejas maquinarias, quienes tendrán que gobernar muy bien. Sobre ellos estará el foco de la opinión pública y de los “viudos del poder”, pues muchos de ellos han llegado gracias a las críticas hechas contra los clanes y clases políticas. Y también porque serán el espejo en que se mirarán los que vienen de atrás. Estos mandatarios desde sus ciudades, asimismo, deberán ir proyectando gente nueva, con una mirada diferente del país, más sintonizada con las dinámicas mundiales —menos feudales, si se quiere—.

La juventud que ahora está en las calles sumada a nuevos liderazgos, como los de Camilo Romero y Carlos Amaya, que dejarán sus gobernaciones de Nariño y Boyacá, y del exministro y rector de Los Andes, Alejandro Gaviria —quienes han demostrado con hechos y con palabras que se sintonizan y comparten las inquietudes y las luchas medioambientales, la consolidación de la paz y el derrumbamiento de la inequidad y la corrupción, principales banderas que enarbolan por estos días los sectores progresistas —podrían ir allanando un camino interesante. Si a ese trabajo se une la veteranía de personas como Antonio Navarro, Ángela María Robledo, Angélica Lozano, Rodolfo Hernández, Cecilia López, Juan Carlos Henao, Gustavo Petro y el mismísimo Robledo, seguramente serán un elemento clave de aquí a 2022. La capacidad de trabajar por lo que los une, y no de buscar lo que los separa, podría garantizar el éxito hasta ahora esquivo.

Y, entonces, mientras este “Gobierno autista” se niega a aceptar lo que se vive en las calles, ese progresismo organizado en torno a nuevas figuras podrá ir asumiendo como suyas esas causas legítimas que durante semanas han salido a defender los jóvenes, los artistas, los campesinos y los indígenas, y construir una plataforma incluyente y participativa de cara a las presidenciales de 2022.

De la sumatoria de todos estos liderazgos, de saber canalizar el descontento con el Gobierno, manifestado en los paros de estos días, y de comenzar a pensar en soluciones estructurales seguramente dependa el triunfo de un sector progresista en Colombia. De ese tamaño es el reto… en junio de 2022 veremos si ahora sí… por fin.


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