Un análisis de los gobiernos de López Obrado en México y Fernández en Argentina, que aparecen como progresistas, pero en realidad se mueven como derechistas.
Mi primer impulso fue escribir el título como una afirmación, pero considero que a menudo es mucho más certera la duda que la certidumbre, así que para ser fiel a mí mismo terminé por formularlo como una interrogante.
La historia ha demostrado que la sociedad no se mueve al son de las academias, ni de las voces y los dogmas intelectuales, ni de las ideas fijas, ni de las profecías autocomplacientes de sectores gobernantes u opositores. Lo he dicho más de una vez: la realidad es terca e invencible y se comporta de manera harto caprichosa. Voy a presentar, antes de venirme hacia estos tiempos y espacios en los cuales vivimos, un caso histórico, emblemático y altamente significativo en el que aparecieron estas premisas.
Viajemos en el DeLorean del doctor Emmet Brown a China, diciembre de 1.978. Deng Xiaoping alcanza el poder en la Tercera Sesión Plenaria del XI Congreso del Comité Central del Partido Comunista de China, después de una férrea lucha interna entre factores de la izquierda radical, heredera de la Revolución Cultural impulsada por Mao, una de cuyas consecuencias fue el aislamiento y persecución de dirigentes considerados derechistas, entre ellos el propio Deng, y sectores reformistas representados por este militante comunista.
Antes de morir, Mao Zedong nombra como sucesor a Hua Guofeng, quien sería supuestamente el encargado de proteger el legado maoísta. Al fallecer el líder chino, se desata el gran debate al interior del Partido Comunista, del cual surge victorioso Deng, que venía reagrupando a su alrededor a los perseguidos por la Revolución Cultural, favorecidos además por el fracaso económico del plan formulado por Mao bajo el nombre de “Gran Salto Adelante”.
A partir de 1979 se aceleraron las reformas económicas que incluían la recuperación de algunas políticas de tipo capitalista. El sistema de comunas fue disminuido progresivamente y los campesinos empezaron a tener más libertad para administrar las tierras que cultivaban y vender sus productos en los mercados. Al mismo tiempo, la economía china se abría al exterior. Ya a finales de 1978, la empresa aeronáutica Boeing había anunciado la venta de varios aviones 747 a las líneas aéreas de la República Popular China, y la Coca-Cola hizo pública su intención de abrir una planta de producción en Shanghái.
Ahora bien, la Historia juzgará el resultado final de ese movimiento desde la izquierda hacia el centro (o sea, hacia la derecha). Sin duda las consecuencias económicas han sido exitosas para China, desde el punto de vista del crecimiento económico, hasta el punto de haberse convertido este país en un fuerte aspirante a ser considerado, más temprano que tarde, como la primera potencia económica del mundo. Sin embargo, el precio pagado ha sido alto en el aumento de la desigualdad, haciéndose cada vez más fuerte la burguesía financiera, industrial y comercial. Por otra parte, China ha asumido decididamente el funesto modelo de desarrollo de la civilización occidental capitalista, basado en el consumismo, el pragmatismo y el modelo energético depredador de la naturaleza que privilegia el uso de energías fósiles y las innovaciones tecnológicas fundamentadas en una visión utilitaria del conocimiento humano. En todo caso, no importa demasiado lo que se piense de esta situación. Es lo que ha pasado y sigue pasando: ha sido derrotada allí la izquierda radical y se han impuesto políticas centristas (¿derechistas?), para bien o para mal.
¿Se está reproduciendo el camino chino en los experimentos progresistas de América Latina? ¿Es una imposición de sectores reformistas o un movimiento relativamente natural impulsado por los pueblos? ¿Explica esto las posiciones de nuevos líderes progresistas latinoamericanos como López Obrador y Alberto Fernández, que marcan cierta distancia con Maduro y la Revolución Bolivariana? ¿Están buscando los pueblos del mundo caminos diferentes a los que plantean los cerebros afiebrados de la intelectualidad marxista, sin por ello decantarse a favor de las políticas abiertamente neoliberales? ¿Se están moviendo los pueblos hacia algún centro del espectro político y tratando de encontrar vías distintas a las tradicionales que proponen el dogmatismo de izquierda y el capitalismo dominante?
Para mí es significativo lo ocurrido en Bogotá con el triunfo de la nueva alcaldesa. Claudia López, una integrante de la comunidad LGTB, que se casó recientemente con su prometida la senadora Angélica Lozano. López se postuló por el partido Alianza Verde, un movimiento ambientalista y animalista. La nueva alcaldesa ha apoyado abiertamente las protestas recientes en Colombia y ha expresado que “Hoy no solo nos hacemos eco sino que somos parte de las mayorías ciudadanas que se han tomado las calles con las demandas y aspiraciones apenas elementales y plenamente legítimas de los jóvenes, de las mujeres, de los movimientos cívicos, de los grupos étnicos, de quienes reivindican la diversidad sexual y la igualdad (…) hoy llega al Gobierno (de la capital colombiana) esa ciudadanía, esos miles de personas que han salido espontáneamente a las calles a expresarse al ritmo de las cacerolas, más allá de los partidos y caudillos políticos (…) No vamos a permitir que nos roben la esperanza, no vamos a permitir que nos roben más vidas de esta nueva generación que hoy sale a la calle a pedir a gritos que no los dejemos estancados en los mismos debates y protagonistas del pasado”.
Por el camino que vamos, es probable que más temprano que tarde haya que incluir a los actuales progresistas latinoamericanos entre los “protagonistas del pasado”. No hay ninguna duda de que los pueblos del mundo están en lucha sobre todo contra las injusticias del capitalismo, pero eso no quiere decir que estén dando un cheque en blanco a los “progresistas”. Es la hora de la diversidad, de la decadencia de los dogmas, del autoritarismo y del verticalismo, es la hora de la creatividad, de la inventiva. La Humanidad no necesita tan solo un cambio del sistema socioeconómico, clama por algo más profundo y decisivo: el cambio cultural, el cambio civilizatorio. La transformación de las estructuras de poder burocráticas, sectarias y excluyentes, y en eso no distinguen los pueblos entre izquierdas y derechas. Con esto tiene que ver el incómodo movimiento pendular que vivimos en América Latina, en medio del círculo infernal de victorias periódicas y alternativas de las izquierdas y las derechas.
El movimiento popular mundial, donde hay que incluir, entre otras, las luchas independentistas de Cataluña, las protestas de los chalecos amarillos, la maravillosa manifestación mundial inspirada por el movimiento chileno de las Tesis, con su muy difundida coreografía de “Un violador en tu camino”, es en realidad un movimiento libertario de una Humanidad harta de esperar por los mesías y las sectas “salvadoras”. Quien tenga oídos que oiga.
Por supuesto, insisto, como siempre, que no tengo verdades sino opiniones. Solo pongo sobre la mesa estas ideas, para nada concluyentes, con la esperanza de que contribuyan al complejo debate que nos ocupa al día de hoy.