El levantamiento social y popular en Chile contra el gobierno se Sebastián Piñeira se desata con la subida del transporte y, prácticamente, de los servicios, como efecto; sin embargo, es la gota, como se dice, que ha hecho rebalsar el agua del vaso. Se trata de un modelo, el neoliberal, compartido por los gobiernos de coalición, que han cargado el peso del crecimiento y del desarrollo económico sobre las espaldas del pueblo trabajador. En el reciente gobierno de Piñeira retoma impulso este modelo, en parte continuando el carácter privatizador y de transnacionalización de la economía, y en parte profundizando determinados aspectos de lo que se nombra costo social. El presidente de Chile se ha visto obligado a decretar Estado de Sitio, sin embargo, ni la salida de los militares a las calles, en condiciones de Estado de excepción, pudo detener el levantamiento popular. Incluso, derrotado, a pesar del incremento de la violencia represiva, se vio obligado al derogar el decreto impopular, acudiendo al Congreso. Una vez ocurrido esto y con los militares en las calles, retrotrayendo no solo la remembranza de la dictadura militar, no desaparecida sino sumergida, latente, el levantamiento social, la persistencia de las movilizaciones, de las concentraciones y de las manifestaciones se han incrementado. Por una parte, estas circunstancias muestran la facilidad con la que reaparecen las estructuras represivas de la dictadura militar, sino también, en contraste, la potencia como emerge la fuerza social, cuya memoria e intuición subversiva se desenvuelve, se despliega y se irradia como demanda, reivindicación, esperanza y proyecto político-social-cultural del porvenir.
Hay también analogías virtuosas. Los pueblos se movilizan simultáneamente, independientemente del rostro que presente su gobierno, pretenda, éste, ser de “izquierda” o sea, éste, de conocida afiliación de “derecha”. Se movilizan contra las medidas y políticas que asumen; esto acaece en los casos gubernamentales mencionados, sean formas de gubernamentalidad clientelar, como en el caso de Bolivia y Venezuela, o sean tipificados como neoliberales, claramente en el caso de Chile, con menos intensidad en el caso de Ecuador, y en el caso de Brasil, tipificado como gobierno de expresión fascista criolla. Llama la atención esta coincidencia, donde las características de la movilización no son atribuibles a ningún partido político, ni de izquierda ni de derecha, aunque el discurso gubernamental acuse a los enemigos “extranjeros”, usando la teoría de la conspiración, de la manera acostumbrada; que es analogía compartida tanto por gobiernos de “izquierda” como por gobiernos de “derecha”. ¿Este es un síntoma del hartazgo de los pueblos respecto de la casta política gobernante, se pretenda de “izquierda” o sea de afiliación de “derecha”? ¿Se tratará del hartazgo de los pueblos respecto a sus Estado-nación, que implica también un cansancio abrumador del orden mundial que sostienen? Estas son preguntas que hay que responder. Así como hay que atender el contenido mayoritario, peculiar, de la población movilizada, abrumadoramente joven. En el caso de Ecuador, la movilización se núcleo alrededor de la central indígena CONAIE, en el resto de los casos, el perfil es de una participación asociada y espontánea de diferentes colectivos y organizaciones de la sociedad civil, pero mayoritariamente jóvenes. También en Bolivia, la CIDOB auténtica, la que marcha en defensa de la Chiquitanía, el Chaco boliviano, participa, haciéndolo en una marcha que ya llegó a Santa Cruz de la Sierra; lo mismo ocurre con la participación de organizaciones y pueblos indígenas amazónicos en el caso de Brasil. Estas analogías virtuosas nos muestran desplazamientos en el perfil de las movilizaciones sociales antigubernamentales, dejando atrás las conocidas formas de convocatorias y organizativas políticas.
En el caso de Bolivia y Brasil la coincidencia es asombrosa en lo que respecta a la inclinación compulsiva de sus gobiernos por el ecocidio. Tanto el gobierno de Evo Morales así como el gobierno de Jaír Bolsonaro han coincidido, incluso en la coyuntura, con una demoledora extensión de la frontera agrícola, sobre todo en la forma planificada del despliegue horroroso de las extensas quemas de bosques amazónicos, chaqueños y del pantanal, aunque no solo de estas zonas geográficas. En el caso de Brasil esta compulsión depredadora y destructiva adquiere ribetes racistas, cuando se declara anti-indígena y estar en contra de los derechos de los pueblos indígenas. Aunque no ocurre lo mismo en Bolivia, porque estamos ante un gobierno que se reclama “indígena”, aunque en efecto en la práctica se ha comportado sistemáticamente como anti-indígena, a pesar de la demagogia, cada vez más desgastada, de mostrarse ente el mundo como gobierno “indígena”. Las políticas gubernamentales en Ecuador y en Chile son también anti-indígenas. Esta es la razón por la que los pueblos indígenas se confrontan con sus gobiernos. Lo mismo podemos aseverar del “gobierno progresista” de Venezuela que, al hacer concesiones mineras en territorios indígenas, ha desplegado políticas etnocidas. Entonces, con relación a esta inclinación etnocida, podemos señalar otra analogía perversa entre los gobiernos de los países mencionados de Sur América.
¿En el contexto histórico político, qué es lo que comparten estos países sudamericanos, sus Estado-nación y sus gobiernos? Hemos dicho, en anteriores escritos, que asistimos a la crisis múltiple de los Estado-nación; la forma peculiar de esta crisis adquiere singularidades, dependiendo de las historias políticas de los estados mencionados y de sus singulares formaciones sociales. En la coyuntura, en Bolivia la crisis múltiple del Estado-nación se manifiesta como crisis constitucional, adquiriendo expresiones dramáticas con el fraude descomunal, escandaloso y craso que ha perpetrado el régimen clientelar del gobierno de Evo Morales. En Brasil la crisis mencionada se manifiesta como crisis de gobernabilidad, en el caso de Ecuador como crisis de legitimidad, así mismo ocurre en el caso de Venezuela, solo que, en este caso la crisis es dilatada por el desenvolvimiento claro de un terrorismo de Estado. En el caso de Chile la crisis múltiple del Estado-nación aparece como una crisis social, como efecto del costo social del modelo neoliberal implementado durante décadas, que esconde, a pesar de lo que muestran los datos macroeconómicos, una crisis latente económica.
En el ciclo mediano del Estado-nación de Chile se está ante una genealogía del poder que tiene como substrato a la dictadura militar, que se extendió durante diecisiete años (1973-1990) de manera explícita, aunque se sumergió de manera latente desde su culminación formal. La Constitución fue escrita durante la dictadura militar. La Constitución de 1980 establece la disminución de las facultades del Congreso; la creación del Tribunal Constitucional; se considera al Estado subsidiario en lo económico, social y cultural; se conformó el Concejo de Seguridad Nacional, regido por el presidente de la República; se sustituyó el sistema proporcional electoral por uno binominal; se implantó el sistema de segunda vuelta electoral, cuando no se consiga mayoría absoluta en las elecciones presidenciales; se fijó el período presidencial en 8 años, después se modificaría a seis y luego a cuatro años. Se estableció un plazo de transición a la democracia; es decir, durante ocho años Pinochet gobernaría como presidente, cuando terminase ese período la Junta pondría un candidato, que sería Pinochet posteriormente, para que lo aprobase en un nuevo mandato de 8 años o lo rechazase, luego de este lapso podía ser reelecto otros 8 años. Luego, en el año 2005, bajo la presidencia de Ricardo Lagos se aprobaron una serie de reformas a la constitución de 1980, que, de acuerdo a la jerga política de entonces, se decía que tuvieron por finalidad democratizar y modernizar la Constitución pinochetista; algunas reformas afectaron a las atribuciones de los funcionarios públicos, sobre todo en lo que respecta al plazo durante el cual ejercen sus cargos; se redujo el período presidencial de seis a cuatro años, excluyéndose la posibilidad de ir por un segundo mandato consecutivo.
Ahora bien, en la crisis de Estado-nación, que se manifiesta como crisis social y también, como dijimos, como latente crisis económica, aunque encubierta con indicadores macroeconómicos, por más paradójico que suene, el substrato no resuelto de la dictadura militar emerge elocuentemente, incluso en sus formas más horrorosas de represión. Se han hecho denuncias de torturas, de vejámenes sexuales, incluso rapto de mujeres jóvenes movilizadas, con el fin de aterrorizar a la sociedad y al pueblo movilizado. La presencia militar en las calles, después de declarado el toque de queda, ha activado la memoria social del pueblo chileno, lo que, a su vez, ha provocado una actitud más decidida y de coraje en las movilizaciones, acrecentándolas e intensificándolas. Ahora ya no solamente se pide la derogatorita del decreto que alza el costo del transporte y por ende el costo de la vida, sino también la renuncia del presidente. Otro síntoma del despliegue de la dictadura militar latente es la escalada de muertes, que ya llegan cerca de la veintena o ya sobrepasan esta cifra, dependiendo de la fuente de información. En consecuencia, se puede decir que la crisis múltiple del Estado-nación de Chile supone esta crisis profunda de carácter psico-social que la sociedad chilena no ha terminado de resolver, la irradiación en tiempos “democráticos” de la dictadura militar.
El ciclo largo de la genealogía del Estado-nación de Chile tiene como substrato la conquista y la colonia, como todos los Estado-nación del continente. Después la geopolítica regional de expansión, que cobra espacio al sur y al norte, al sur con la nación Mapuche, al norte con los países vecinos, Bolivia y Perú. La irradiación de la revolución industrial llega desenvolviendo el ciclo del guano y del salitre, recursos naturales que explota para abastecer las necesidades de acumulación ampliada del ciclo largo del capitalismo vigente, de hegemonía británica. Después viene el ciclo del cobre, que corresponde al siguiente ciclo largo del capitalismo, de hegemonía norteamericana. En este ciclo largo de explotación de los recursos naturales se da lugar a una retención significativa en propio suelo de la acumulación ampliada de capital del sistema-mundo capitalista, que concentra la valorización en los centros de la economía-mundo. Lo que los neoliberales denominan apresuradamente el “milagro chileno”, que datan su comienzo en la dictadura militar de Pinochet, en realidad comenzó mucho antes, durante el ciclo largo del cobre. Lo que ocurre durante la dictadura de Pinochet, con la implantación temprana, respecto a Sud América, del modelo neoliberal, es la concentración de la parte de la acumulación de capital retenida en Chile en los estratos más conservadores y momios de la burguesía nacional, además, respondiendo a la orientación del modelo, a la transnacionalización de la economía. Es un equivoco considerar que el cifrado crecimiento y desarrollo económico de Chile se debe al modelo neoliberal. Lo que ha ocurrido en el mediano ciclo político-económico del modelo neoliberal es una redistribución de la riqueza en pocas manos.
Las otras genealogías de los Estado-nación del continente están también vinculadas a los ciclos largos de la explotación de los recursos naturales, salvo lo que ocurre en los Estados Unidos de Norte-América, que se convierte en el centro hegemónico al ciclo largo del capitalismo vigente, siguiendo a la clausurada hegemonía británica. En este nuevo centro hegemónico del ciclo largo del capitalismo se dan lugar revoluciones industriales, tecnológicas-científicas, administrativas y comunicacionales. La globalización adquiere una integralidad mayor, sobre todo después de la segunda guerra mundial, cuando Estados Unidos de Norte América se convierte en superpotencia económica-tecnológica-militar-comunicacional-cibernética, acompañada, en principio por la otra superpotencia, la URSS, que empero, se hunde en sus propias contradicciones, al formar parte del mismo sistema-mundo capitalismo transformado. Por lo tanto, los Estado-nación, al sur del Río Grande, forman parte de la gama variopinta de las periferias de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, convirtiéndose Brasil momentáneamente, en una de las llamadas potencias emergentes, el nuevo estrato espacial de la cartografía política de la economía-mundo.
En los espesores de la coyuntura presente de Chile, las dinámicas moleculares y las dinámicas molares sociales, configuran la complejidad espaciotemporal-social-política-económica-cultural en base al eje de las movilizaciones sociales, cuya característica expresa la imaginación y el imaginario radicales, en el sentido de Cornelius Castoriadis. El pueblo chileno movilizado, mayoritariamente joven, donde se integra dinámicamente e incidiendo en el acontecimiento la nación y los pueblos mapuches, deconstruye las narrativas fosilizadas de las ideologías, que construyeron formaciones enunciativas y discursivas parciales de su historia política y social, sobre todo diseminan las mallas institucionales anacrónicas, petrificadas, que obstaculizan la potencia social. El pueblo chileno se abre a su porvenir creativo luchando, inventando, rompiendo con los anacronismos rezagados ideológicos, políticos e institucionales.