La dominación y la hegemonía de las estructuras de poder y de las conductas modernas, que no son otra cosa que comportamientos que expresan la reproducción y acumulación del capital, la idolatría del fetichismo de la mercancía, se imaginan que son el único mundo posible, que son la “realidad”.
Raúl Prada Alcoreza
Toda rebelión es como el recuerdo del estallido inicial, creador del universo. Toda rebelión quiere ser el inicio de otro mundo posible. Toda rebelión es fuego creativo. Aunque no logre expresar discursivamente su ímpetu, basta vivirlo, pues esta es la comprensión corporal del acontecimiento. Si algo podemos decir de las historias de las sociedades, es que sus decursos cambiantes se deben a la dinámica de las rebeliones que cobijó y cobija. Este desacuerdo con el presente, con la estructura del presente, es lo que la hace explosionar, volviéndola tan dúctil, que el presente deja de ser tal; se convierte en apertura. También en abertura. Herida abierta por la rebelón en la pretendida estabilidad de la llamada “realidad”. La rebelión como desacuerdo, como disconformidad, es potencia, ámbito de posibilidades, capacidad de invención. Hecho o acontecimiento que nos presenta a la “realidad” como creación. Pareciera que asistimos a la pictórica y narrativa de las emociones e intuiciones del “espíritu” errático, del impulso artista que plasma sus pasiones y pensamientos libres en la materialización lúdica de la producción armónica de las simetrías.
Somos producto de las rebeliones, acumuladas, desatadas, distribuidas, diferenciadas, singulares; incluso los conformistas lo son, pues son expresión de la conformidad con un estado de cosas, representada como equilibrio, que no es otra cosa que producto de cambios y conmociones ocasionadas por rebeliones pretéritas. Tenemos que agradecer lo que somos a las y los rebeldes, que plasmaron su desacuerdo en movilizaciones, en alteraciones del statu quo; ellas y ellos alteraron los decursos inscritos institucionalmente, inventando otros recorridos. Aunque no sepamos claramente lo que somos en el momento presente, ni cómo hemos llegado a ser lo que somos, lo importante es comprender que esta llegada era imposible sin las voluntades rebeldes.
Alguien puede interpelar y decir que lo que hemos llegado a ser es esta sociedad mundializada compulsivamente consumista, acumuladora y destructiva. No deja de ser cierta esta descripción; sin embargo, no hay que olvidar que no solamente son eso las sociedades; son también lo opuesto, el desacuerdo con esta condición institucionalizada. La representación institucionalizada de las sociedades se encuentra en esta forma, modo o sistema dominante; que es efectivamente destructivo. Sin embargo, las sociedades, sus dinámicas plurales y proliferantes, sus dinámicas alterativas, no son efectivamente o, no se reducen, a esta representación institucionalizada. Las sociedades vivas, no las instituciones imaginarias de la sociedad, no dejan de transmitir el impulso inicial, el impulso vital, no dejan de manifestar la potencia de la vida.
No es cierto que la historia es la historia de las dominaciones institucionalizadas. Esta es una versión académica. Las dominaciones se impusieron institucionalmente al flujo eterno de las rebeliones. Empero se impusieron institucionalmente; es decir, imaginariamente. Lo que no ha dejado de acontecer es la ebullición del juego proliferante y creativo de las composiciones, acontecer dependiente de las dinámicas moleculares sociales. Lo que hace la “ideología” estatal – la “ideología” no puede ser sino estatal – es presentar sus derrotas, aunque se den en ciclos largos, como victorias del orden. Nada más falso.
El problema radica no en el inconveniente supuesto de demostrar la derrota continua de la institucionalidad, sino en que las victorias de las rebeliones se conviertan en una nueva institucionalidad. ¿Por qué las rebeliones victoriosas vuelven a plantar las semillas desechadas por la propia rebelión? Estos desenlaces parecen escribir la recurrencia de la trama trágica, la condena a caer en la resurrección del fantasma derrotado. Pareciera que las rebeliones no pudieran encontrar otra solución que repetir el arquetipo anterior, el arquetipo derrotado, efectuando variaciones en sus apariencias. ¿Esto es así? ¿Paradoja e ironía de la rebelión?
Si hubiera sido así, hace tiempo que las historias de la rebeliones hubiera acabado. Si persisten es porque no es así, porque el desacuerdo continúa como latencia. Esta búsqueda insatisfecha por lograr la utopía, por lograr retornar a la híper-simetría, anterior al estallido inicial, manifiesta que el secreto de que haya historia, entendida no sólo como relato, como narración, como memoria actualizada, sino como figuras de la invención humana, radica precisamente en la rebelión. Rebelión que tiene dos caras, por así decirlo; a modo de ejemplo, metafóricamente; en primer lugar, la rebelión inicial que provoca el estallido inicial, de las partículas infinitesimales; en segundo lugar, la persecución inaudita de la rebelión final, la que logre el retorno a la híper-simetría, a la armonía absoluta.
Lo que pasa es que la rebelión misma es paradójica; se rebela a un orden establecido, quebrando el equilibrio impuesto institucionalmente; empero sueña con un equilibrio mejor, armónico, algo que parece imposible. Si fuese consecuente la rebelión, debería apostar por el caos continuo. Algo que también parece inadecuado, pues equivale a la diseminación absoluta. Esta contradicción inscrita en la rebelión la lleva a destruir y, alternativamente, a restaurar. Jugando con hipótesis extremas diríamos que la consecuencia de la rebelión sería la destrucción absoluta. Empero, en contraste, la sugerencia opuesta, la del fin de la historia, la del orden y el equilibrio logrados, también es la muerte, la congelación de las dinámicas sociales, que no pueden sino ser alterativas. Pareciera que el dilema de las sociedades humanas es el de optar por una u otra destrucción. Al respecto, ante este dilema hipotético, nosotros decimos, sin necesidad de dejar ser sinceros, sin optar por un optimismo forzado, que la vida es eso, la pasión inscrita en el dilema, que apuesta a la sobrevivencia, incluso más allá, a la permanente creación.
Quizás tengamos que mirar de otra manera; la existencia es paradójica. De lo que se trata es de saber cómo se asume las paradojas. Los conservadurismos recalcitrantes, de “derecha” e “izquierda”, usando esta clasificación decimonónica, pretenden abolir la paradoja, privilegiando uno de los términos. Al hacerlo, lo que hacen es dar lugar a la utopía absoluta de la quietud, de la estática. Empero, esto no es más que utopía conservadora, pues la vida continua, a pesar de las pretensiones totalitaristas. La dialéctica ha querido dominar la paradoja pretendiendo una síntesis de la contradicción. Sueño hegeliano de domesticar al propio movimiento en función de la razón y el saber absoluto. Los marxistas continuaron con este sueño, que se convirtió en pesadilla, cuando la síntesis resultó en la “ideología” monolítica de la “ciencia proletaria”. No es posible encerrar o capturar la paradoja existencial; ésta se burlara siempre de sus cazadores. La paradoja está inscrita en todos los lugares, desde los infinitesimales, hasta las grandes masas de las constelaciones. Los cazadores de las paradojas también están atravesados por la paradoja existencial. No pueden cazarla, salvo que se capturen a sí mismos. Sólo la ironía podría hacerlo, reírse de sí mismos. Empero, este humor está lejos del talento dogmático de estos cazadores.
En el fondo, la paradoja de la rebelión nos muestra que la vida es interminable, que es un juego interminable de paradojas. No hay necesidad de decidir entre dos formas de destrucción, sino de comprender el juego eterno de la vida. La constante creación y recreación, la permanente apertura de mundos y de horizontes; el juego lúdico de posibilidades.
El sentido, incluso polisémico, de rebelión, es más antiguo que el concepto de revolución, que es, mas bien, moderno. En resumidas cuentas, se puede tomarlo como rechazo a la institucionalidad establecida, desde el desacato hasta la sedición contra la autoridad. La manifestación de rebelión es de las más antiguas experiencias, vinculadas a lo que la modernidad llamó libertad. Cuando una sociedad excluye la rebelión, por uno u otro medio, “pacifico” o violento – lo primero, por medio del disciplinamiento, la domesticación, el hábito del conformismo, el campo escolar; lo segundo, por medio de la represión, el terror de Estado, los procedimientos policiales – esa sociedad estaría muerta. Sería una sociedad sin dinámicas moleculares sociales. Sin energía, sin potencia social. ¿Esto es posible? No; salvo en el imaginario paranoico de los déspotas.
Es sugerente observar, en las experiencias de la modernidad, las que tienen que ver con las llamadas revoluciones, que después de este acontecimiento subversivo, la revolución derive en el termidor, por un lado, y, alternativamente, reaparezcan nuevas generaciones de luchas y rebeliones. Esta paradoja de la revolución que se clausura y la paradoja de la sociedad, capturada por el Estado de la revolución, que encuentra fuerzas creativas en su propia potencia, nos muestran las asociaciones explosivas de los contrastes, como secreto de las dinámicas, de las energías, en una palabra de la potencia.
Ciertamente las rebeliones no se dan de manera pura; nada se da abstractamente, sino de manera concreta, mezclada. Las rebeliones se dan en un contexto y en una coyuntura determinada; las rebeliones también son singulares. Las rebeliones son desacatos, insubordinaciones, sediciones, subversiones, contra una estructura de autoridad dada, contra una malla institucional determinada. Se explican no por su deducción abstracta o filosófica, sino por su relación contradictoria con la estructura de autoridad y la malla institucional concretas, por la problemática que devela con su experiencia y su interpretación crítica. Entonces las rebeliones adquieren narrativa en la interpelación a formas de poder concretos. Lo sugerente de esta proliferación es la constelación abierta por las rebeliones singulares, la compulsa plural entre rebeliones y estructuras de poder determinadas.
No hay pues poder abstracto, sino dominaciones concretas, efectivas, que atraviesan los cuerpos e inducen comportamientos. Tampoco hay, como dijimos, rebeliones abstractas, sino singulares. Entonces la interpretación de las rebeliones exige la apreciación de su singularidad, de su emergencia, en un espacio-tiempo dado. El significado de las rebeliones se encuentra en estos decursos específicos y en sus discursos localizados. Por eso, para su comprensión, es menester sumergirse en su emergencia y expansión.
En adelante, trataremos de lograr algunas anotaciones sobre bocetos de interpretación de lo que llamamos rebeliones recientes o, si se quiere, rebeliones en la historia reciente.
Rebeliones en la historia reciente
El 1 de enero de 1994, columnas de guerrilleros mayas ocuparon parcialmente siete cabeceras municipales, el mismo día en que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), durante el cuestionado gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Gobierno que hizo evidente la inclinación del Partido Revolucionario Institucional (PRI) por la aplicación del modelo neoliberal. La guerrilla zapatista interpela de frete al caduco y corrompido sistema político, supuestamente constituido como consecuencia de la revolución mexicana. La respuesta del Estado fue la contrainsurgencia militar. Ante la arremetida esperada, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) entró en la clandestinidad, continuando la lucha de liberación de los pueblos indígenas sometidos por el Estado-nación. En ese comienzo de la lucha declarada, se conformó el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General (CCRI-CG) del EZLN.
Los zapatistas, las comunidades zapatistas, su ejército clandestino y las estructuras comunitarias, interpelaron y desafiaron al sistema-mundo capitalista cuando este sistema, a través de los estados de Norteamérica, se proponían demostrar al mundo que el capitalismo había vencido, que esa era la conclusión de la historia, que había llegado el fin de la historia con el logro mayúsculo del Estado liberal y el sistema global del capital.
Comunidades mayas, perdidas en la selva lacandona, salían a relucir, dejando la paz del bosque, rasgando las texturas de las pretensiosas narrativas modernas, poniendo en evidencia la endeble, aunque bulliciosa, elocuencia de las comunicaciones publicitarias y su “ideología” de consumo y de mercado especulativo. Comunidades olvidadas por la algarabía del turismo, las inversiones hoteleras, el llamado libre comercio, que congrega a los estados y sus geografías para la realización vertiginosa acumulación del capitalismo especulativo y la hegemonía financiera. El discurso victorioso del neoliberalismo es derribado por la emocionante intervención de las comunidades mayas, que exigen sobre todo dignidad.
La rebelión indígena pone en escena la memoria larga de los pueblos colonizados, pueblos resistentes, persistentes en sus formas e instituciones propias, pueblos que plantean patentemente la simultaneidad dinámica de épocas y periodos no desaparecidos. Lo que en el fondo decían las comunidades insurgentes es que la guerra anticolonial continua, actualizada como guerra contra el capitalismo, en su versión neoliberal. La sociedad mexicana fue conmovida por este gesto heroico, dado en un rincón de su geografía, quizás uno de los más alejados. Lo conmovedor es que los indígenas mayas interpelan a la sociedad mexicana a partir de sus propios mitos constitutivos, tomando el nombre del legendario guerrillero Emiliano Zapata. Se pone en evidencia, con este retorno del fantasma insomne, que el Estado-nación mexicano, se había constituido sobre el cadáver asesinado de Emiliano Zapata, que el Estado era una traición a la lucha sostenida por los campesinos de los territorios del sur. Que el Estado-nación era una versión más del colonialismo y su subsecuente colonialidad.
Se puede decir que esta irrupción indígena, en la historia reciente de la modernidad tardía, es no solamente el gesto más conmovedor en el anunciado siglo XXI, sino es el develamiento profundo que la llamada modernidad no fue más que una representación. La “ideología” de la modernidad, incluso su realización en los comportamientos, habitus e instituciones, no copó todo, no penetró los espesores, fue la manifestación brillante en la superficie de las composiciones sociales. El contenido dinámico de estas composiciones persistía en sus contrastes, contradicciones, en sus heridas, en sus problemáticas no resueltas. Es como el inaugural siglo XXI, que le sigue al corto siglo XX, este último ultimatista, homogeneizante, pretendidamente democrático y socialista; el siglo XXI interpelara el siglo antecedente, poniendo en evidencia sus pretensiones no realizadas.
Lo que acontece en la selva lacandona es el comienzo del largo o corto siglo XXI, lo que va a depender no sólo de la hermenéutica de interpretación, sino de lo que acontezca en este periodo. Como corroborando la interpelación maya, aymaras, quechuas, guaraníes, moxeños, de los Andes y de la Amazonia, se rebelan desplegando una movilización prolongada, de 2000 al 2005, interpelando también al modelo neoliberal, aunque también al sistema-mundo capitalista, interpretado popularmente como la continuidad del colonialismo. La rebelión indígena tomaba la posta dejada por la rebelión proletaria, mas bien, revelaban que la rebelión proletaria, sólo podía tener consistencia en la lucha anti-colonial y descolonizadora.
Se trata de rebeliones que emergen desde el espesor de las experiencias del colonialismo y la colonialidad, desde experiencias que acopian la irrupción de violencias que buscan convertir a los cuerpos en materia de descalificación racial. Experiencias que son substrato de las estrategias de la memoria. La interpretación de esta memoria no podía ser la del reconocimiento de los beneficios de la modernidad, restringida en los discursos de los Estado-nación subalterno, a las figuras rimbombantes del desarrollo. El mundo vivido por estas experiencias de los pueblos nativos no es el de la modernidad proclamada, sino el de la colonialidad persistente. Mundo que los excluye y los deja fuera del mundo, a no ser que se incorporen al teatro de la simulación de la modernidad.
No hay pues un solo mundo, único, homogéneo, moderno, sino muchos mundos, dependiendo de la experiencia vivida, dependiendo de la memoria constituida, por lo tanto dependiendo, de la interpretación conformada por los pueblos afectados. La dominación y la hegemonía de las estructuras de poder y de las conductas modernas, que no son otra cosa que comportamientos que expresan la reproducción y acumulación del capital, la idolatría del fetichismo de la mercancía, se imaginan que son el único mundo posible, que son la “realidad”. Nada más falso, falsedad sostenida por los medios de comunicación, por el campo escolar, por el campo burocrático, la malla institucional y el campo político. Este mundo es el mundo brillante, luminoso, del poder; sin embargo, no es el único mundo posible, pues hay otros, que proliferan y emergen de otras experiencias. Aunque no se hagan luminosos en los medios, aunque no sean reconocidos institucionalmente, estos mundos acontecen, son como la energía oscura y la materia oscura ignorada por una mirada ingenua, atraída por la luminosidad. No hay que olvidar que la mayor parte del universo, la aplastante mayor parte, el noventa y cinco por ciento, es energía oscura y materia oscura. Algo parecido ocurre con el llamado imaginario de la modernidad; este imaginario es atraído por la luminosidad, por los abalorios de los fetichismos, es incapaz de atender, de dar forma y figura a lo que no ve, a lo que se le oculta a su mirada. Por lo menos las tres cuartas partes del “mundo” no responden al imaginario de la modernidad única y homogénea; por lo menos, si es que nos mantenemos en los bordes de este imaginario, se efectúan modernidades en clave heterogénea. Yendo más lejos, podemos decir que las tres cuartas partes del mundo no son modernas, en el sentido la modernidad universal. Son, en el fondo, lo que es también la otra cuarta parte de la humanidad, aunque no lo crea; en su propia experiencia ocultada, son la explosión proliferante de la existencia, paradójica, realizada en ciclos que repiten el eterno comienzo en sus distintas formas.
Lo sugerente de las rebeliones indígenas del comienzo del siglo XXI, incluso si éste haya comenzado antes, 1994, es que hacen una prospección en profundidad en el cuerpo vital del supuesto hombre moderno, revelando su geología, sus sedimentaciones, sus estratos, su dinámica existencial apegada a la memoria, al imposible olvido de los comienzos. Las rebeliones indígenas ponen en su sitio al hombre moderno. No es lo que pretende, el fin de una evolución, sino que es la máscara brillante, que esconde todas las pieles negras, por así decirlo, parafraseando a Franz Fanon, que esconde el gravitante estallido del comienzo de la hominización. Como el mismo Franz Fanon dijo, no hay negro ni blanco, como bifurca e inventa la economía política racial, sino humanidad sometida a las violencias múltiples inventadas.
Hay que aprender del intelectual martinico, quien supo expresar la paradoja de la modernidad arrojada al tejido del espacio-tiempo-vital-social; lo que se da son los y las condenadas de la tierra, no beneficiados por el progreso.
Franz Fanon no tenía pretensiones de escuela de-colonial o post-colonial; su militancia por la liberación de los pueblos, su activismo, sus reflexiones apegadas a las experiencias de la piel, son como las facultades dinámicas de un saber contemporáneo, en toda su complejidad. Hay que aprender más de su experiencia y sus percepciones que de sus narrativas, sus elaboraciones conceptuales, sus interpretaciones intensas, hay que aprender de su testimonio vivido, del que supo abordarlo en sus paradojas y dramas. La humanidad no se circunscribe a su representación moderna, representación racial, sino que nunca dejo de ser demanda de reconocimiento. Si quisiéramos simplificar la interpretación de la obra del intelectual martinico, sin caer en reduccionismo, podríamos decir que Franz Fanon propone el retorno al humanismo, a la demanda de reconocimiento de la humanidad como potencia. Su crítica a la economía política racial, la de la geopolítica del sistema-mundo capitalista, no apunta a invertir la estructura colonial, manteniendo la misma estructura, pues dice que el negro que ocupa el lugar del blanco es un blanco, que hace las mismas cosas que el blanco, cumpliendo con la función de las dominaciones. Sino que apunta a destruir la estructura colonial, a destruir la economía política racial de la colonialidad.
Sin haber leído a Franz Fanon los indígenas mayas, quechuas, aymaras, guaraníes, moxeños, comprenden el mundo de la misma manera. No necesitan decirlo del mismo modo, basta con narrar en los lenguajes de los cuerpos y en las narrativas de las movilizaciones. Dejemos a la academia la interpretación de los textos; lo que nos interesa a los y las activistas es la interpretación de los actos, de las acciones, de las prácticas.
Una manera de volver a Franz Fanon fue la guerrilla zapatista de 1994, otra manera fue la movilización prolongada boliviana de 2000 al 2005. Ambas insurgencias, ambas intuiciones subversivas, ambos saberes facticos, repiten, a su manera, la interpretación crítica de Fanon del llamado mundo moderno, entendido como colonialidad mundializada. Ahora, después de ambas experiencias, y las vivencias de sus consecuencias, sabemos que de lo que se trata es que el resto de las sociedades, el resto de la humanidad, logre decodificar los mensajes, escapando de la “ideología” de la modernidad. Logre conmoverse, pudiendo recuperarse de su propio abandono.