Se normaliza el relato de que la inmigración pone en peligro los valores europeos, cuando más bien su miedo es que sacan a relucir esos valores europeos que están matando y sometiendo a las personas en sus fronteras. El valor de la indiferencia frente a la muerte del otro.
Se normaliza el relato de que la inmigración pone en peligro los valores europeos, cuando más bien su miedo es que sacan a relucir esos valores europeos que están matando y sometiendo a las personas en sus fronteras. El valor de la indiferencia frente a la muerte del otro.
Vamos a empezar de forma tajante. No es la extrema derecha, ni la derecha, ni el centro derecha, ni el centro izquierda, ni la izquierda, ni la extrema izquierda, ni bla bla bla. Lo que mata en la frontera es el supremacismo de la blanquitud, es la lógica por la que se teme una invasión civilizatoria que nos pone en peligro. Una invasión que siempre viene desde el Sur global.
Es esa misma lógica la que empuja a cometer actos violentos contra las personas que son leídas como extranjeras por no entrar dentro de los imaginarios racistas de lo que es ser europeo. La misma que empuja a una señora de un autobús al grito de vete a tu país, que saca a palos y piedras a una pareja de senegaleses y su bebé de la casa que ocupan porque no tienen dónde meterse al grito de que “no se lleven nuestras ayudas”.
Una lógica supremacista que se ceba con la población de origen chino por una virus que nos han metido hasta en los sueños, mientras que poblaciones europeas como la italiana no son categorizadas como “virus andantes” cuando emerge un foco de contagio en su país. La misma lógica que encierra a la gente en cárceles por no estar regularizada, que suspende un partido de futbol por gritar nazi —a un más que posible nazi— pero nunca lo ha hecho antes por las constantes consignas racistas que se escuchan en los campos.
Lo que mata en la frontera es el supremacismo de la blanquitud, es la lógica por la que se teme una invasión civilizatoria que nos pone en peligro
Es, en definitiva, la misma lógica que permite que tras seis años de los asesinatos en la frontera de Tarajal por parte de la Guardia Civil no haya habido responsables porque nuestra justicia así lo dicta y porque no ha habido desde la abogacía del estado ni un solo paso para respaldar a los muertos. Ellos se lo buscaron. Es la idea de que los muertos son responsables de su propia muerte. Igual que las mujeres de las violaciones que sufren.
Porque en toda esta estructura sobrevuela el mismo relato. Que somos superiores y que estamos en peligro. Todo establecido a partir de un racismo cultural y epistemológico que sitúa al resto en el abismo de nuestro mundo, y que lo único que puede acercarlos es su dinero —quienes lo tengan— y no siempre.
Así se normaliza el relato de que la inmigración pone en peligro los valores europeos, cuando más bien su miedo es que sacan a relucir esos valores europeos que están matando y sometiendo a las personas en sus fronteras. El valor de la indiferencia frente a las muertes del otro. El valor que prioriza unos cuerpos sobre otros y que estable las muertes que importan y las que no. Los valores europeos basado en una suerte de solidaridad endógena —que ni existe en la práctica— y que excluye a todo lo ajeno a menos que pueda sacar algún tipo de rédito con ello.
Pero ya el miedo se dejó a un lado. Ya no hay problema en hacer explícito y público lo que antes eran prácticas de cuarto oscuro. Por eso ya no hay problema en que se normalicen las imágenes de lo que está ocurriendo en la frontera griega, que disparen a quienes intentan llegar, que les lancen gases lacrimógenos, bombas de humo, que intenten pinchar las balsas en las que viajan a sabiendas de que es más que probable que terminen ahogados.
Las muertes en las fronteras se llevan a cabo con total impunidad porque históricamente no han sido perseguidas, ni judicializadas, y, por lo tanto, los culpables no han sido castigados
Esas consecuencias ya se aceptaron hace mucho tiempo, antes lo negaban, ahora no les importa que lo veamos. ¿Y por qué no les importa? Porque no existe un castigo político, ni electoral, ni judicial sobre ello. De la misma forma que Jill Leovy nos habla en “Muerte en el gueto” de la impunidad de los asesinatos de los afroestadounidenses en los guetos de Estados Unidos, las muertes en las fronteras se llevan a cabo con total impunidad porque históricamente no han sido perseguidas, ni judicializadas, y, por lo tanto, los culpables no han sido castigados.
La normalización de la impunidad lleva a esto. Y la elección de qué impunidades se normalizan responde simplemente a principios ideológicos, en este caso, racistas. Por eso, más de 50 mil muertes en la frontera no escandalizan. Esos son una parte de nuestros valores.
En el marco de la Unión Europa todo esto es legal y por eso hoy puede respaldar, sin titubear, a Grecia en sus medidas. Hay pocas diferencias, más bien hay interdependencias, entre el atentado supremacista de hace unas semanas en Alemania y esto. La alimentación del odio y la superioridad cultural, civilizatoria y moral son su esencia. La Unión Europea es un órgano terrorista blanco independientemente de su sesgo ideológico izquierda-derecha.