Palestina enseña vida. Mensajes desde Belén en cuarentena
Llevo días preguntándome sobre qué escribir en esta columna. En este presente distópico creado por la pandemia, a nadie le importa mucho lo que pase en Palestina.
No va a interesarles saber que, tras la tercera elección israelí en un año, los rivales Gantz y Netanyahu siguen en empate técnico sin poder formar gobierno (Gantz podría hacerlo con el apoyo de la Lista Conjunta formada por los partidos palestinos −que son la tercera fuerza−, pero el racismo de los políticos judíos les impide aceptar cualquier alianza con los árabes); y que sin importar el resultado ni quién consiga finalmente ser el próximo Primer Ministro, la inmena mayoría de la población palestina (casi la mitad de quienes viven entre el Mediterráneo y el Jordán) seguirá sin derecho a votar a quienes controlan su vida, y viviendo bajo el apartheid, la ocupación militar y colonial.
Ni que, tras los sucesivos regalos de Trump a Israel, la violencia impune de colonos y soldados sionistas se ha potenciado, dejando a la población palestina a merced de las turbas que continuamente atacan sus campos, confiscan sus instalaciones de agua, sus tractores o sus salones de clase, destruyen de a cientos sus olivos, roban sin pausa sus tierras y su agua, o queman o destruyen propiedades (aulas de clase, viviendas, vehículos, mezquitas, iglesias incluso)… Ni que en 2019 se batió el récord de demolición de viviendas palestinas en Jerusalén Este. Ni que todos los días hay adolescentes o jóvenes que despiertan de madrugada por los culatazos de soldados que irrumpen en sus hogares armados a guerra para llevarlos esposados y de ojos vendados con rumbo desconocido.
Tampoco les interesará leer que una topadora israelí aplastó y levantó colgando el cuerpo de un joven mártir en Gaza, o que seis francotiradores del “ejército más moral del mundo” dieron rienda suelta a su crueldad obscena jactándose de competir por la cantidad de rodillas palestinas que eran capaces de destrozar en un día (la cifra récord es de 42).
Por eso en esta coyuntura singular prefiero escribir sobre el tema del momento, pero con algo de lo que nadie habla: en Palestina ocupada, la pequeña ciudad de Belén está desde el 6 de marzo en cuarentena debido a la aparición de 35 casos de coronavirus. La Autoridad Palestina declaró el estado de emergencia por 30 días en toda Cisjordania. Aunque los ministros de la AP dejan mucho que desear, la ministra de Salud May Kayali es una de las buenas. La Dra. Kayali actuó rápidamente y ordenó cerrar las instituciones educativas y la entrada de turistas. Igualmente eficiente fue la coordinación entre las autoridades distritales y municipales de Belén para implementar la cuarentena. Gracias al rápido accionar se pudo identificar el origen (una delegación griega que visitó Belén, alojándose en un hotel de la vecina Beit Jala) y se tomó medidas eficaces para evitar su propagación.
La cuarentena impuesta por las autoridades ha sido respetada por la población, que además se organizó de manera ejemplar para asistir a personas y grupos vulnerables, a fin de que tuvieran sus necesidades básicas cubiertas. El científico y activista Mazin Qumsiyeh (Director y fundador del Instituto Palestino para la Biodiversidad y la Sustentabilidad) escribió en un mailing: “Puedo escribir un libro entero sobre cómo nuestra comunidad está a la altura del desafío; y no sólo el personal médico, sino también la policía, los dueños de tiendas y restaurantes, y muchos otros que trabajan en silencio. Mucha gente dona comida, medicinas, dinero, etc. para ayudar a quienes están en cuarentena o a las familias de las personas infectadas. Ante el descubrimiento del virus, activistas utilizaron el hashtag “Belén, mantente fuerte» en las redes sociales. Me complace decir que Belén es muy fuerte. Nuestra gente es inspiradora.”
Un ejemplo notable es la reacción organizada de los centros culturales y sociales en los campos de refugiados/as (hay tres en Belén). Para hablar del que conozco mejor de primera mano (hice una nueva estadía recientemente, entre noviembre y diciembre), en Aida el Comité Popular que reúne a las fuerzas vivas convocó reuniones de coordinación para definir protocolos de higiene y asistencia en el mujayyam. Los equipos juveniles y de salud de los centros Al-Rowwad, Lajee, Noor y Shabab organizaron visitas y campañas informativas para prevenir el contagio, además de coordinar la distribución de alimentos, agua, medicinas, artículos de higiene y protección, en general donados por la población local y de otras ciudades palestinas.
También en Aida la organización de mujeres Noor WEG (que gestiona un centro de atención a menores con discapacidad) publicó en su página de Facebook: “Belén ocupa el segundo lugar en el mundo después de China en su capacidad para limitar la propagación del virus, y esto es indicativo de que Palestina es capaz de ser un Estado con derecho propio (…) La gente está rezando, esperando, esperando… El tiempo es lento y el día ya no es tan colorido… Las calles son fantasmales y no están llenas de saludos y ruidos de niños hiperactivos, y vendedores gritando para ofrecer su mercancía… Los lugares de culto están cerrados, y a veces se reza en las calles o en casa. Para nosotros/as musulmanes, la oración en grupo es muy importante, por lo que es un gran vacío cuando la mezquita está cerrada… pero la gente entiende la gravedad de la enfermedad y la importancia de la cuarentena, y la necesidad de asumir la responsabilidad por su vida y la de los demás.”
Mientras Belén se blindaba y la población respetaba la cuarentena impuesta por sus autoridades, el régimen de ocupación también cerró todos los checkpoints que miles de palestinos con permiso (muchos de Belén) cruzan a diario para ir a trabajar en Israel −donde se detectaron más de 200 casos positivos−. A esto se suma la parálisis económica en una ciudad −de por sí castigada por el Muro que la separa de Jerusalén− cuya principal actividad (70%) sigue siendo el turismo.
Las imágenes desoladoras de la Plaza del Pesebre, la Iglesia de la Natividad, las calles, mercados, mezquitas, iglesias, tiendas y restaurantes vacíos y cerrados dan cuenta del enorme perjuicio económico que sufre la ciudad, junto con sus vecinas Beit Jala y Beit Sahour. En este triángulo es donde se concentra la mayor población cristiana de Cisjordania, cuya principal fuente de ingresos está en el turismo religioso (hoteles, restaurantes, tiendas de artículos religiosos). Es por eso que la población cristiana carga con el mayor peso económico de la cuarentena. Similar preocupación tiene la comunidad palestina de Jerusalén y también de Nazaret y alrededores del lago de Galilea (oficialmente en territorio israelí), ya que el cierre de fronteras impuesto por el gobierno anuncia una Semana Santa catastrófica para la actividad turística.
La cuarentena también afecta las actividades de las ONG y centros culturales de los campos de refugiados/as, que habitualmente desarrollan programas de intercambio y visitas con delegaciones internacionales, que son también una fuente de ingresos para las casas de huéspedes, las clases de cocina palestina, los espectáculos artísticos, etc. Todo ha sido cancelado, y los centros permanecen cerrados al público, funcionando únicamente los equipos a cargo de los servicios de emergencia.
Sin embargo, y paradójicamente, la población palestina está mejor preparada para la cuarentena que la israelí. En las localidades palestinas los supermercados no fueron vaciados por masas en pánico. A lo largo de décadas de ocupación, y especialmente durante las intifadas, la gente aprendió a sobrevivir largos períodos de sitio y toque de queda mediante la solidaridad organizada. Lo recordaba estos días en su muro de Facebook Abdelfattah Abusrour, director del centro cultural Al Rowwad de Aida: “Hemos experimentado toques de queda y sitios; el más famoso, de 43 días, entre el 30 de marzo y el 12 de mayo de 2002. En el mujayyam pudimos trabajar las 24 horas del día durante ese período, con una respuesta de emergencia que nos ha dado más experiencia que muchos otros lugares para hacer frente a estas situaciones. Mucha solidaridad dentro de la comunidad hizo que fuera fácil, a pesar de la difícil situación y el toque de queda. Nadie murió de hambre.”
Pero Belén y Cisjordania siguen bajo una ocupación militar y colonial implacable, que ni el virus detiene. Mientras la población palestina se mantiene encerrada en sus guetos o bantustanes y el ejército de ocupación impone restricciones aún más severas a la libertad de movimiento, los colonos judíos −que viven ilegalmente en más de dos centenares de colonias construidas sobre tierras robadas− tienen total libertad para desplazarse por el territorio ocupado, y están aprovechando esta coyuntura para ocupar más tierra por la fuerza. La pasada semana, un adolescente palestino de 15 años fue asesinado a tiros por soldados israelíes cuando los habitantes del pueblo de Beita (al sur de Nablus) trataban de resistir el intento de los colonos de apropiarse de tierras ubicadas en la colina Jabal al-Armeh, que han estado codiciando desde los años Ochenta.
Ninguna de estas noticias es de interés para los medios occidentales, que incluso omiten los casos palestinos en las cifras mundiales de COVID-19 (y que también son ignorados por el Estado de Israel). Al respecto, el Dr. Qumsiyeh escribió al Center for Systems Science and Engineering (CSSE), pidiéndole explicaciones por haber eliminado los casos palestinos de su base de datos mundial, siguiendo la retórica de la administración Trump: “Para que conste, no vivimos en ‘Israel’, e Israel mismo nos trata como si viviéramos en otro mundo. Vivo en Belén, Palestina, donde tuvimos (…) un total de 35 casos. Palestina es un Estado reconocido mundialmente por más de 150 países, y es un Estado miembro (sin voto) de la ONU, reconocido como tal (…) incluso por la Organización Mundial de la Salud.”
Mientras el mundo lo ignora o sataniza, el pueblo palestino una vez más demuestra su altura moral. Yo, que siento a Aida y Belén como un segundo hogar, no puedo estar más orgullosa de su gente. En palabras de mis amigas de Noor WEG: “El pueblo palestino ha hecho y sigue haciendo todos los sacrificios y todo tipo de lucha y resistencia para preservar su tierra, su identidad, su causa y su religión. Por lo tanto, el enfrentamiento de este virus es parte de esa lucha; mantendremos la seguridad pública hasta que brille el sol de la libertad y la esperanza… Ganaremos esta batalla, in sha Allah, porque tenemos la fe y el derecho. Somos un pueblo fuerte. Todo el amor a Belén y a su gente.”