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John Holloway responde a Sergio Rodriguez: El árbol de la vida

09.02.04

El árbol de la vida
Una respuesta a Sergio Rodríguez

John Holloway
Revista Rebeldía / La Fogata

El levantamiento zapatista, como todas las rebeliones importantes, abrió un mundo nuevo de pensar y soñar y discutir y hacer. El levantamiento obligó a la gente a repensar muchos temas como el poder, el Estado, los movimientos indígenas, la organización radical, la posibilidad de crear un mundo distinto, y muchos más. Este es un debate que va más allá del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) o del Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN), un debate en el cual hay desacuerdos, en el cual no existe una línea correcta, ninguna autoridad que pueda decir “es así”.

El propósito de mi libro, Cambiar el Mundo sin Tomar el Poder, es hacer una aportación a este debate. Es en este sentido, y solamente en este sentido, que se puede decir que el libro es un libro zapatista. No representa y no pretende representar de ninguna manera la posición del EZLN o del FZLN.

Le agradezco mucho a Sergio Rodríguez haber dejado este punto totalmente claro en su artículo “¿Puede ser verde la teoría?” publicado en Rebeldía no. 8. En este punto estoy completamente de acuerdo con Sergio.

Hay otros puntos sobre los cuales no estoy para nada de acuerdo con él.

En esta nota quiero desarrollar cuatro de estos puntos. Mi meta es abrir el debate, y no cerrarlo.

1. ¿Podemos sacar conclusiones generales de la lucha zapatista? Alguna gente entiende la lucha zapatista como una lucha indígena o una lucha mexicana. Mi argumento es que el significado de la lucha zapatista va mucho más allá de Chiapas y de México. Los zapatistas han sido una fuente importante de inspiración para las luchas en Argentina y para los altermundistas de Europa y de otras partes del mundo.

Han sido una fuente de inspiración no porque la gente en otros países esté copiando a los zapatistas, sino porque encuentra que los comunicados y las acciones de los zapatistas resuenan con su experiencia propia. Así, por ejemplo, cuando los zapatistas dicen que no quieren tomar el poder, esto encuentra un eco en la experiencia de gente en otras partes del mundo que ha llega do a conclusiones semejantes a través de sus lu-chas. Pero entonces surge la pregunta “¿qué es del poder, qué es del Estado que hace que tantos movimientos diferentes en diferentes partes del mundo lleguen a conclusiones parecidas?” Pensar en esta pregunta es ya generalizar en base a las diferentes experiencias, reflexionar sobre la naturaleza del poder y su relación con el capital. Si esta reflexión refuerza las resonancias que ya existen entre los movimientos diferentes, entonces puede ser una actividad valiosa.

Sergio dice “La quinta esencia del pensamiento zapatista no es la no toma del poder, o el no a la formación de un partido político (ambos conceptos claves de su teoría son producto de su experiencia específica), sino el hecho de que su teoría es producto de su práctica”. Con esto pienso que quiere decir que la experiencia particular de los zapatistas en México los ha llevado a la conclusión de que ellos no deberían tratar de tomar el poder en México, pero que no quieren generalizar esta conclusión con respecto a otros tiempos y otros lugares.

Si esta es la conclusión a la cual ha llegado el EZLN, muy bien. Deberíamos respetar su conclusión pero no necesariamente compartirla. Está claro que mucha gente prozapatista en otros países está llegando a conclusiones más generales. Ven la experiencia zapatista como parte de un rechazo generalizado a la idea de que el mundo se pueda cambiar a través de la toma del poder estatal. La influencia enorme del movimiento zapatista en todo el mundo se debe en parte precisamente al hecho de que se ve como parte de un movimiento mucho más amplio para cambiar el mundo sin tomar el poder. En todos los casos, estas conclusiones surgen, directa o indirectamente, de la práctica.

El argumento en mi libro es que, en base a estas muchas experiencias y la reflexión sobre la naturaleza del poder y del capital, podemos llegar a la conclusión general de que la sociedad no se puede cambiar radicalmente a través de la toma del poder estatal, ni en México ni en cualquier otro país, ni en este momento ni en cualquier otro. Esto es así porque el Estado es una forma de organización específicamente capitalista, desarrollada históricamente con el propósito de dominar y estrechamente integrada a la totalidad mundial de relaciones sociales capitalistas. Incluso el Estado más “progresivo” es siempre un intento de reconciliar la rebeldía con la aceptación de la dominación capitalista. No existe ninguna “autonomía relativa” que permitiría al Estado oponerse a la reproducción del capital.

Si Sergio está en desacuerdo con este argumento, si quiere mantener que la lucha por el poder estatal puede ser en otros países una parte importante de la lucha para crear un mundo de dignidad, está bien, pero que exponga su argumento. Que explique porqué piensa que la lucha por el poder estatal no es el camino correcto en México, pero que puede ser el buen camino en otros países. No es adecuado afirmar simplemente que yo elaboro “una teoría y una explicación unívoca, atemporal, ahistórica, globalizadora y totalizadora de la revolución (con minúsculas)”.

Este es un desacuerdo. Es un desacuerdo que debería abrir argumentos, no cerrarlos. Espero que Sergio contestará sobre este punto, porque pienso que es un punto importante para los prozapatistas de todo el mundo y que se debería discutir plenamente, no para llegar a un consenso sino para enriquecer la lucha.

2. En segundo lugar está la cuestión de rebelión y revolución.

Sergio dice: “no compartimos nuevas visiones mistificadas y definitivas, un ejemplo lo podemos encontrar en el texto que John escribió para el número 1 de nuestra revista, cuando dice: “No es cuestión de la Revolución, pero tampoco es cuestión simple - mente de la rebeldía: es cuestión de la revolución (con r minúscula)”. Otra vez estamos en desacuerdo, pero sería bueno si Sergio pudiera desarrollar su argumento, en lugar de descalificar mi argumento como una “visión mistificada y definitiva”.

Nosotros (los lectores de Rebeldía) somos todos parte de una rebelión. Esto está claro. Rechazamos el neoliberalismo, luchamos por un mundo diferente, un mundo en donde quepan muchos mundos. Entonces, si todos somos rebeldes ¿por qué hablar de revolución? En mi caso quiero hablar de revolución simplemente para enfatizar que la creación de un mundo mejor no es compatible con la existencia del capitalismo.

El modo capitalista de organizar el trabajo (o de organizar el hacer en la forma de trabajo) significa, inevitablemente, una agresión constante en contra de la humanidad. La lucha por la humanidad es necesariamente una lucha no solamente contra el neoliberalismo sino también contra el capitalismo.

La abolición del capitalismo y la creación de otra forma de sociedad en todo el mundo es lo que entiendo por revolución.

Hablo de “revolución” y no de “Revolución” porque no creo que la revolución se pueda hacer por el camino clásico de partido revolucionario y toma de poder estatal.

Pensar en revolución y no simplemente en rebelión puede tener un impacto sobre la dirección de nuestra rebeldía, porque deja en claro que la cuestión central es la organización del trabajo, o más bien la abolición del trabajo enajenado y la organización social del hacer.

Si hablamos de revolución y no simplemente de rebeldía ¿existe el peligro de enajenar a algunos que son parte de la misma rebelión pero que no quieren hablar de revolución? No lo creo, porque en todo momento entiendo mis argumentos (sobre la revolución, sobre el Estado) como argumentos dentro de un movimiento, dentro de un debate, y no como argumentos que puedan o deban definir el movimiento o el debate. Este punto es importante.

Sería un error muy grave pensar que el carácter plural del movimiento debería excluir el debate o la expresión clara de diferencias.

Puedo entender que haya argumentos en contra de mi posición. Se podría argumentar que la distinción es innecesaria porque la rebeldía se va a convertir por su propia dinámica en revolución —pero entonces los argumentos como los míos son parte de esta “propia dinámica”. O bien, se podría decir que es demasiado ambicioso hablar de revolución, porque los tiempos para la revolución han pasado y ahora tenemos que bajar nuestras expectativas. Esto se puede argumentar, pero Sergio no hace ningún argumento, simplemente descalifica mi argumento como “visión mistificada y definitiva”. Lo que me preocupa del artículo de Sergio no es nuestros desacuerdos sino que parece argumentar de una manera que cierra el argumento, mientras que para mí el zapatismo significa abrir argumentos.

3. En tercer lugar está la cuestión de la historia. Sergio sugiere que me falta respeto para la historia y que caigo en la “tentación de tabla rasa” que “es muy peligrosa y al mismo tiempo muy común”.

En un sentido Sergio tiene razón.

El argumento del libro no es un argumento histórico. Me refiero a la historia como una manera de abrir preguntas, pero no de contestarlas. La experiencia del último siglo sugiere que el intento de transformar a la sociedad a través del Estado no puede ser exitoso, pero no lo comprueba. Para desarrollar la pregunta abierta por la historia tenemos que pensar qué significa canalizar nuestra lucha a través del Estado y, por lo tanto, tenemos que reflexionar sobre la relación entre el Estado y la sociedad capitalista. Sólo nosotros que somos vivos en el presente podemos cambiar la sociedad. No lo pueden hacer ni los muertos ni los aún no nacidos. Demasiado seguido, la izquierda usa la historia como una coartada, como una excusa para no pensar; para muchos, “Stalin” y “estalinismo” son las respuestas a todos los problemas.

Esto no quiere decir que no respeto la memoria de Rosa Luxemburgo, o de las millones de otras personas que vivieron y murieron en la lucha por una sociedad mejor. Toda esta gente vive dentro de nosotros y dentro de nuestras luchas. Pero la responsabilidad es nuestra. Marx, Luxemburgo, Pannekoek, Che nos pueden inspirar o darnos ideas, pero no pueden resolver nuestros problemas.

No estoy de acuerdo con Sergio cuando dice que la “tentación de la tabla rasa” es peligrosa. No es por nada que la Internacional dice “Du passé faisons table rase” (”Del pasado hay que hacer añicos” en la versión en español). Para crear un mundo nuevo tenemos que romper el tiempo, romper la historia. La historia es una pesadilla de la cual tenemos que despertar, no un sueño que debemos soñar hasta su final feliz. Crear un mundo nuevo implica romper radicalmente con el pasado.

Tenemos varios cientos de años produciendo la dominación capitalista todos los días. El capital existe porque nosotros lo producimos. Depende totalmente de nosotros para su existencia.

El capital existe hoy no porque lo produjimos ayer o hace cien años sino porque lo producimos hoy. Si no lo producimos mañana, no va a existir. El problema de la revolución no es destruir el capitalismo sino dejar de producirlo.

Esto quiere decir que tenemos que crear una tabla rasa. Tenemos que decir adiós (o algo más grosero) al capital, adiós al Estado y empezar de nuevo.

4. Esto nos lleva a la cuestión de la certeza. Sergio rechaza mi argumento de que la incertidumbre es elemento central de la lucha revolucionaria y lo considera como pesimista. Dice “sí tenemos una certeza: vamos a ganar y ese triunfo no será el producto de la elaboración teórica de tal o cual corriente, pero tampoco de la declaración pesimista de que el camino es el del no-saber”.

Existe una tradición larga en la izquierda de pensar en la historia como destino, como una trayectoria que nos va a lle - var a la tierra prometida. De ahí viene la idea de la certeza.

Tenemos que luchar y luchar y luchar porque sabemos que al final vamos a ganar. Por muchos años, los revolucionarios han usado la promesa de la victoria final como una manera de fortalecer nuestra determinación de luchar.

Pero no hay ningún destino, no hay ninguna certeza y fingir que sí hay, no fortalece la lucha, la debilita.

No podemos estar seguros de que un día vamos a lograr crear una sociedad basada en la dignidad. Podemos estar seguros de que mientras haya opresión va a haber rebeldía en contra de esa opresión, pero no hay forma de estar seguros de que vamos a superar esta opresión. Existe una posibilidad real de que el capital logre aniquilar a la humanidad.

Decir hoy que la victoria es segura ya no convence a nadie. Al contrario, es precisamente porque existe un peligro muy real de que no ganemos, un peligro muy real de que la humanidad se aniquile totalmente, que la lucha es desesperadamente urgente. Tenemos que luchar y luchar y luchar precisamente porque no sabemos si vamos a ganar al final y porque las consecuencias de perder son horrorosas. Tal vez la idea de una victoria segura convenció a la gente hace cien años. Hoy pienso que no convence a nadie y se convierte en el tipo de retórica vacía que queremos evitar.

Esta no es una conclusión pesimista. Creo firmemente que la esperanza es la base de toda lucha, pero la única esperanza real es la esperanza que está consciente de los peligros de perder.

Nuestra lucha es una lucha sin certeza, parte de un mundo vertiginoso en el cual la única certeza es nuestro NO a la opresión y la estrella utópica de la dignidad que está conte - nida en el NO. Esto da miedo, pero también es emocionante.

Estamos obligados a madurar, a aceptar nuestra humanidad, el hecho de que nosotros solos somos responsables por el futuro del mundo.


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