Desde la sociedad empieza a emerger la fuerza de la solidaridad frente a la inopia del gobierno. El barrio, la familia, el ayllu (la comunidad) se convierten en el espacio colectivo para protegerse y cuidarse, para alimentarse en conjunto y cuidar de los más vulnerables.
La pandemia del coronavirus COVID-19 ha colocado a la humanidad ante la angustia de una posible muerte generalizada. Ataca a todos sin diferencias: han caído contaminados gobernantes, artistas, deportistas, sacerdotes, gente común, jóvenes, viejos, hombres, mujeres. Pero, sobre todo, amenaza a los más pobres, a quienes no tienen condiciones para protegerse ni aislarse.
La actual crisis mundial no es el resultado de la pandemia; venía gestándose desde antes, como consecuencia del capitalismo depredador y salvaje que nos han impuesto los poderes globales.
Desde las autoridades se privilegian las medidas de control y disciplinamiento, la estrategia del miedo. La primera preocupación del poder mundial es la salud del mercado, no la vida de los seres humanos. Nunca hablan de las otras pandemias: la especulación criminal del capital global, el extractivismo, la sobreexplotación de los trabajadores, el hambre, un modelo productivo que exacerba la contaminación ambiental. Nunca dicen que la crisis sanitaria que vive el planeta se debe al desmantelamiento de los sistemas públicos de salud y al debilitamiento del tejido comunitario y de las organizaciones que pueden responder a la emergencia desde las bases de la sociedad.
La primera reacción del gobierno ecuatoriano, hace un par de semanas, fue la aplicación oportunista de un mini paquete de medidas fiscalistas, atacando a los trabajadores públicos y a las clases medias a fin de obtener liquidez inmediata y hacer buena letra frente al Fondo Monetario Internacional. Completó el esquema con medidas policiales, ignorando, por ejemplo, el llamado de la CONAIE a coordinar acciones en zonas y territorios vulnerables y desprotegidos. El gobierno no cree –más bien le teme, como evidenció durante el paro de octubre– en la capacidad organizada de la sociedad.
Décadas de políticas populistas en el campo de la salud evidencian el colapso de un sistema que se basa en la curación y en la oferta de servicios, mas no en la prevención y promoción de la salud. Esto se potenciaría mucho más si se recuperaran los saberes ancestrales y se respetaran los territorios de los pueblos y comunidades que los desarrollan. La reducción del presupuesto, el despido masivo de personal médico, el despilfarro y la corrupción en los hospitales públicos confirman que los gobiernos han priorizado un modelo empresarial para favorecer a grandes grupos privados y transnacionales de la salud. Ante la pandemia, hasta voceros neoliberales, como el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se han visto obligados a reconocer que la salud no puede estar sometida al imperio del mercado.
Desde la sociedad empieza a emerger la fuerza de la solidaridad frente a la inopia del gobierno. El barrio, la familia, el ayllu se convierten en el espacio colectivo para protegerse y cuidarse, para alimentarse en conjunto y cuidar de los más vulnerables. Desde el gobierno, en cambio, hay una deuda sobre la transparencia de la información, que únicamente genera mayor angustia e incertidumbre.
En el Ecuador hay más de 60% de desempleados y subempleados que no están en condiciones de poner en práctica la mayor parte de las medidas impuestas. Si el gobierno no abastece de alimentos a las familias que presenten casos, la cuarentena y la restricción a la movilidad serán un fracaso.
La decisión desde abajo surge de la fuerza y la conciencia de los sectores subalternos del país, que propician un programa para atender las propuestas alternativas que vienen desde la resistencia al extractivismo y la construcción de otros modos de vida (soberanía alimentaria, agroecología, agricultura familiar campesina, turismo comunitario, seguridad social), en armonía con la naturaleza. Vienen desde la lucha de las mujeres contra el patriarcado y por la soberanía de los cuerpos, para construir desde el cuidado un mundo compartido por todos y todas, sin las violencias que destruyen a nuestra sociedad. Vienen desde las luchas de las nuevas generaciones por un mundo libre de los ataques a la madre naturaleza y a la vida. Vienen, en este momento de resistencia a la precarización y sobreexplotación del trabajo, de la resistencia al capitalismo del desastre.
Hay que potenciar los vínculos comunitarios y la solidaridad en esta hora difícil. Debemos estar preparados para que se concrete un efectivo cambio de rumbo en todos los ámbitos. No se puede tolerar que autoritarismo, extractivismo y neoliberalismo marquen el camino para cuando hayamos controlado la pandemia.
La crisis no la deben pagar los pobres, sino los responsables de la codicia y la desposesión como modos de vida. En el Ecuador, la crisis debe recaer sobre los que más se beneficiaron de la bonanza petrolera y de las medidas neoliberales aplicadas en los últimos años. Es inadmisible que un grupo de economistas neoliberales, que han hecho una apología permanente de la desigualdad social, hoy propongan al pueblo ecuatoriano medidas duras para salir de la crisis, beneficiando a los grandes grupos económicos.
Frente a estas iniciativas mezquinas e insolidarias, proponemos un diálogo democrático que acoja las iniciativas nacidas de la dinámica y de la necesidad concreta de los sectores populares, campesinos e indígenas del Ecuador.
Declaramos nuestro apoyo a las propuestas y caminos abiertos por el Parlamento de los Pueblos, por el movimiento indígena, las mujeres, las y los jóvenes, los sindicatos y los movimientos sociales. Llamamos a fortalecer y juntar las resistencias y a construir una democracia diferente, un Estado plurinacional sin permiso, capaz de sostener y apoyar la unidad del movimiento indígena y los movimientos sociales, y preparar propuestas para enfrentar la decadencia del capitalismo planetario.