El capitalismo mundial vive una sombría crisis económica, política y, lo más importante, una dolorosa crisis humanitaria. Al 23 de marzo de 2020, la difusión global del coronavirus (también conocido como COVID-19), ha cobrado ya la vida de más de 16 mil personas, con casos en extremo dramáticos como Italia, China o España, con 6 mil, 3 mil y 2 mil víctimas mortales respectivamente. Los sistemas de salud en varios países han empezado a colapsar y hasta se ha llegado a la dolorosa situación de elegir qué vidas son o no salvadas. Como trasfondo de esta cruda realidad, emerge una crisis financiera de proporciones quizá mucho mayores a la crisis de 2007-2009 asociada en ese entonces a las hipotecas subprime en Estados Unidos. Apenas como muestra de una posible nueva crisis financiera mundial, durante las tres últimas semanas el índice bursátil S&P500, que engloba a las 500 empresas más grandes que cotizan en la bolsa de valores de Nueva York, ha caído en un 33%. Por su parte, el precio del petróleo West Texas Intermediate se derrumbó de 50 a 22 dólares por barril, como fiel resultado de la drástica caída de la demanda y de la actividad económica mundial (además de pugnas entre Arabia Saudita y Rusia por cuotas de participación en el mercado petrolero).
Como vemos, el capitalismo mundial afronta una crisis múltiple, una crisis civilizatoria sin duda acelerada pero no originada por la expansión del coronavirus. Y si los países centrales viven horas dramáticas, desde la periferia del capitalismo global sufrimos la incertidumbre de hasta qué punto nuestros frágiles sistemas de salud (muchas veces debilitados a propósito y en beneficio de lógicas mercantiles) podrán sobrellevar la tragedia. Asimismo, las contradicciones de una civilización basada en la desigualdad se vuelven extremas, pues la informalidad propia de la periferia capitalista pone a millones de personas en la dura elección de morir por el coronavirus, o morirse de hambre, pues su sustento diario vive en la frialdad de las calles. Empieza a suceder en Latinoamérica, sucederá tristemente en África, e incluso en las poblaciones marginadas de los propios centros capitalistas.
Y si pensamos un poco en el futuro, el panorama tampoco es alentador. Los sistemas autoritarios de control de la población implantados por Estados y grandes capitales aliados entre sí cada vez van ganando más espacio bajo el argumento de enfrentar la crisis del COVID-19. Es como estar a las puertas de una nueva etapa del capitalismo, que ya no se basta a sí mismo con las pugnas imperialistas, y ahora parecería mutar hacia una forma más compleja y autoritaria, donde la propia ilusión de la democracia burguesa se ve reducida a la mínima expresión. Parecería que estamos próximos a la expansión del capitalismo en una versión perfeccionada, aquella versión oriental (en especial china) en donde el Estado y el mercado no entran en pugnas infantiles sino que se coordinan para acentuar aún más la acumulación y la explotación al ser humano y a la Naturaleza. A ese autoritarismo total del capital se juntan grandes tecnologías de manejo masivo de información, al punto que los dolores y sentimientos más privados de la población quedarán cada vez más a merced de la civilización del lucro sin fin.
En respuesta a tan duro momento, quizá ya es hora de repensar nuestro mundo. Pues, la barbarie no está en el coronavirus, sino en las sociedades donde el poder del dinero puede mercantilizar hasta a la vida. Quizá es hora de revolucionar y abolir, de una vez por todas, las pretensiones de la acumulación permanente de dinero y poder propias del capitalismo. Quizá es hora de sobrevivir y reconstruir nuestras sociedades desde el humanismo, la solidaridad, la abolición de toda clase social; reconstruirlas desde la vida, no desde el capital.
John Cajas-Guijarro, economista ecuatoriano.
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