Contra la pandemia ¿militarizar o comunizar?
“Salud para el pueblo implica indefectiblemente salud por el pueblo”
Enrique Pichón Riviere y Ana Quiroga
Según un viejo dicho, “puede ser peor el remedio que la enfermedad”. Muchos dichos suelen ser falsos y conservadores, pero justo éste, lamentablemente, adquiere aires de veracidad.
Los diarios anuncian que las Fuerzas armadas fueron convocadas a intervenir en la “guerra” contra el coronavirus. Hasta el momento, armando hospitales de campaña, repartiendo comida y “sobrevolando las zonas con amontonamiento de gente”, según describe Clarín. La idea -con pedido de estado de sitio incluido- nació de los gobernadores e intendentes, que no descartan estallidos de saqueos y protestas, ante un tercio de la población precarizada para la que “cuarentena” implica perder todos los medios de subsistencia. Morir por el virus o de hambre no parece ser una opción realista ante la que se pueda permanecer pasivos. Asimismo, no puede descartarse que, tal como los trabajadores metalúrgicos de Italia o de la Mercedes Benz de España, sectores de los trabajadores salgan a la pelea para garantizar medidas sanitarias que la patronal les niega.
Esta intervención militar -más allá de que el resto de las fuerzas de seguridad no pecan de democráticas precisamente- constituye, tras el amague presidencial de “dar vuelta la página”, el capítulo más serio en la batalla ideológica por ganar consenso para la “reconciliación” en un sector de la población y construir una subjetividad autoritaria que relegue la búsqueda de justicia, apoyándose ahora en el generalizado temor ocasionado por el virus y la justificada bronca frente a los casos en que miembros de la élite se cagan en el pueblo de misma manera en que siempre lo hicieron. Pero la gran mayoría de los miles de detenidos por incumplir la cuarentena no forman parte de esa élite y las denuncias de abusos, maltratos y golpizas que ya hubo en provincias como Tucumán, Santa Fe o Jujuy, no puede sorprender a nadie en nuestro país.
Resulta evidente que una cosa es cuidar a la población y otra muy diferente la militarización de la sociedad, como quedó claro en el reciente discurso del ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires Sergio Berni, quien alentó a las fuerzas policiales a terminar con los “libre pensadores” y los “tibios”, palabras muy semejantes a las que utilizó en su momento el ministro del interior de la dictadura genocida, general Albano Harguindeguy. A pocos días del 24 de marzo, resulta más preocupante aún.
Así como sucede con la crisis económica, el coronavirus es un espejo que refleja magnificando los procesos sociales ya existentes. En este caso, se pone en evidencia que la democracia liberal, limitada y antipopular -que hasta hace poco era presentada por el capital como la gran meta final de la sociedad- constituye un lastre del que desean deshacerse tirándola al tacho de la basura.
Qué régimen político la sucederá es un interrogante que solo se resolverá a través de la lucha. La imprescindible pelea por frenar la pandemia constituye al mismo tiempo para las clases dominantes un gran campo donde ensayar nuevas tecnologías y métodos de control social. Para las clases populares, retomando las rebeliones populares que se extendían en todos los continentes, puede significar ensayos y prácticas de solidaridad, de organización comunitaria y articulación popular, hacia sociedades realmente democráticas y participativas. La pelea por evitar el estado de sitio y la militarización es parte de esta batalla.
Menos mal que no está Macri, pero los límites del capital son infranqueables para todxs
¿Lo antedicho significa que el gobierno argentino está haciendo todo mal? No. Una pregunta que recorre las redes es ¿se imaginan si esta pandemia hubiera ocurrido durante el gobierno de Mauricio Macri? De solo pensarlo no se pueden evitar los escalofríos. La sensación no hubiera sido, como ahora, la de estar protagonizando una película de ficción post-apocalítica, sino un filme de terror.
Entusiasmado quizás por el proclamado “fin de la grieta” y las afirmaciones que en la pelea contra el virus hay lugar para “todos”, Macri aconsejó a Alberto Fernández evitar que las medidas de aislamiento paralicen la economía. En otras palabras, Macri teme más a las pérdidas de sectores empresariales, así como a los “gastos” suplementarios por el combate a la pandemia, que al virus. Coherente con su visión, afirmó que “el populismo es más peligroso que el coronavirus”. Es la misma orientación frente al virus que tuvieron en Italia y reproducen Trump, Bolsonaro o Boris Johnson y que ahora paga la población. Y si un neoliberal como el chileno Piñera se deslindó de ese grupo y se apuró en decretar la “emergencia sanitaria”, no fue para frenar al “virus” sino a la protesta popular que amenaza terminar con su gobierno.
Es claro entonces que no todos los gobiernos actúan de la misma forma desaprensiva y el aislamiento preventivo se impone como necesidad, aunque resulte un golpe contra los pueblos, del que deberemos ver cómo nos reponemos.
Pero aún con las mejores intenciones, afrontar la crisis de la pandemia obliga a adoptar medidas de fondo, imprescindibles, que difícilmente se tomen desde gobiernos imposibilitados de trascender y ni siquiera pensar desde otras lógicas diferentes a las del capital. Medidas de fondo, porque no se trata de aplicar algunos cambios y retoques presupuestarios de aquí para allá, sino transformar una sociedad que está estructurada en todos sus aspectos alrededor de las ganancias del capital y no sobre las necesidades de la población. No resultará posible afrontar la crisis sin transformar siquiera en algo esta estructura y romper con sus lógicas, profundamente arraigadas.
El capitalismo se sostiene sobre dos lógicas, dos pilares inconmovibles. El primero es que las ganancias son lo importante, la salud de la población va y viene. A veces lo dicen con total descaro, como cuando un director del Banco Mundial del que ahora no recuerdo el nombre afirmó que las industrias contaminantes había que instalarlas en los países menos desarrollados porque allí, las indemnizaciones por las muertes eran más baratas. O cuando la hasta hace poco directora del FMI, Cristine Lagarde, lamentó que hubiera demasiados viejos y eso era un gasto. Ahora debe estar festejando. Pero otras veces, sin tanto descaro, se actúa con similar lógica. ¿De qué otra lógica se trata cuando se hace depender la economía de adoptar medidas que “tranquilicen a los mercados”, se sostiene la negociación con el FMI y los bonistas por la fraudulenta deuda, se insiste en la falaz teoría del “derrame”, se mantienen las reglas del mercado en el ámbito de la salud y los medicamentos, o no se pone entre rejas a quienes remarcan los precios en la crisis?
Garantizar por sobre todo la salud de la población necesita de dar vuelta de cuajo estas lógicas. El periodista Verbitsky resalta que Alberto Fernández tiene un ojo en la pandemia y otro en la renegociación de la deuda. ¿Pero no es el momento de decirle a los bonistas y al FMI que esperen, que otro día charlamos y dedicar ambos ojos, pero principalmente todos los fondos a, por ejemplo, pagarle una suficiente “renta básica de cuarentena” (como reclaman en Italia) a todxs quienes no reciban un sueldo mientras dure la emergencia? ¿No es el momento de destinar los fondos necesarios a la compra y fabricación de test rápidos para la detección del virus -que se han demostrado tan eficaces para evitar la propagación en países como Corea-, así como insumos para los centros de salud, la contratación de personal y la implementación de equipos interdisciplinarios para el sostén físico y psicológico de afectados por la enfermedad o por la cuarentena? ¿No resulta imprescindible prohibir despidos y sancionar fuertemente a empresas que, como Swiss Medical, decidió no pagar a quienes debieron tomar licencias para cuidar a sus hijxs sin clases?
Entrevistado en el programa “Morfi”, Alberto Fernández se declaró satisfecho de tener tres sistemas de salud al mismo tiempo, que funcionarían muy bien: las obras sociales para quienes tienen trabajo, las prepagas para los de mayor poder adquisitivo y la salud pública para quienes no tienen esos medios. ¿No sería la hora, frente a la pandemia, de unificar todo en un solo sistema de salud, igualitario para todxs? No puede haber salud de primera, de segunda y de tercera marcas.
La desproporción actual es enorme. Mientras los gastos suplementarios para la salud que se destinaron hasta ahora ronda los 26 millones de dólares, al mismo tiempo y según la revista Forbes, sólo uno de los 50 argentinos que están en la lista de los más ricos del mundo posee una fortuna de 9.300 millones de dólares.
Alguna vez le preguntaron a Atahualpa Yupanqui sobre una donación de tierra que había hecho un terrateniente. El respondió ¿las donó o las devolvió? Tenía toda la razón. Dar vuelta las lógicas y afectar las ganancias y propiedades de quienes ganaron a nuestras costillas para ponerlas al servicio de la salud de la población, sería un acto de estricta justicia.
Protagonismo popular y organización comunitaria para combatir la pandemia
Hay una segunda lógica que también sostiene al capitalismo y que la actual pandemia pone en blanco sobre negro: que el pueblo siempre debe quedarse en sus casas mientras otrxs se ocupan de las cosas. Al punto que como ahora, se prefiera que quienes se ocupen sean las fuerzas represivas y los militares. ¿Acaso hay otras lógicas posibles?
El gobierno se reunió con los gobernadores para decidir sobre las medidas a adoptar. Las anunció flanqueado por Horacio Rodríguez Larreta, Axel Kicillof, el gobernador radical de Jujuy Gerardo Morales y el de Santa Fé, Omar Perotti. Posteriormente Sergio Massa anunció el fin de la “grieta” y la unidad de todos, oficialismo y oposición, contra la pandemia. ¿Estamos realmente todos? ¿Este es el “todxs” que necesitamos? ¿Qué nos pueden aportar para frenar la enfermedad quienes durante años destruyeron nuestra salud? ¿Qué virus mutó para ocasionar tal milagro?
Pero quienes sí pueden aportar quedaron fuera. Si la enfermedad afecta a todxs, y más aún a los sectores populares, en especial a las mujeres que toman a su cargo los trabajos de cuidado, ¿no debieran ser protagonistas y parte de las soluciones las colectivas y organizaciones de mujeres, feministas, para aportar sus prácticas y saberes? ¿No son al mismo tiempo las organizaciones de médicxs, psicólogxs, enfermerxs y todxs lxs trabajadores e investigadorxs de la salud quienes debieran ser convocadxs y decidir sobre las medidas a adoptar, así como a capacitar al respecto a las organizaciones populares? Si en cada barrio hay centenares o miles de ancianxs o niños que necesitan cuidados especiales, ¿no necesitamos organizarnos en cada territorio -también desde cada escuela- para sostenernos y cuidarnos ante la pandemia? ¿No se pondrían de relieve otras graves amenazas a las que enfrentar, como el dengue, que azota los territorios? ¿No son estas mismas organizaciones territoriales las que pueden garantizar colectivamente la cuarentena, sin el maltrato y la prepotencia de las fuerzas de seguridad? ¿No serían estas mismas, junto a organizaciones de trabajadores, quienes podrían garantizar un efectivo congelamiento de los precios en los artículos de primera necesidad, así como su abastecimiento?
El capitalismo va destruyendo la organización, el protagonismo popular y deteriorando los vínculos y subjetividades comunitarias que las hacen posible. Pero como toda crisis, también es oportunidad. El protagonismo popular tiene dos vías para abrirse paso. Una es el impulso desde arriba, como se hiciera en su momento en Venezuela cuando Hugo Chávez llamó al pueblo a construir las comunas. El otro, es desde abajo, con las miles de iniciativas que el pueblo toma y sabe tomar, cuando es necesario y cuando la “solidaridad” y el “empoderamiento” dejan de ser meras palabras.
La primera vía está descartada en Argentina. Es impensable que desde el gobierno haya impulso a la participación de un pueblo al que se relega al rol de receptor pasivo y aplaudidor de políticas ajenas. ¿sabremos construir el protagonismo popular con nuestras propias manos en las nuevas condiciones? ¿Podremos unirnos todxs, nuestrx todxs, no el de ellos y hacer como lxs zapatistas, que en sus territorios llamaron “a no perder el contacto humano, sino a cambiar temporalmente las formas para sabernos compañeras, compañeros, compañeroas, hermanas, hermanos, hermanoas?”
Los de arriba intervienen para que las subjetividades emergentes de la crisis sean las del individualismo y consumismo sobre las que se sostiene el capitalismo. Nuestra pelea es por la de construirnos subjetiva y comunitariamente en lazos indestructibles e impenetrables para las lógicas del capital. Y para que en nuestras sociedades que sepamos construir, el protagonismo deje de estar en los mismos personajes e instituciones de siempre, hacia sociedades verdaderamente humanas, libres de las imposiciones del capital.
Antes del estallido de la pandemia del coronavirus los pueblos del todo el mundo habían salido a la calle a decir basta, desde Chile, hasta Francia, desde Ecuador hasta Argelia, desde Haití hasta Hong Kong. Miles de voces denunciaban que era el capitalismo el que, con su destrucción irracional de la naturaleza y sus sistemas de producción alimentaria, sólo alimentaba el hambre y la enfermedad, favoreciendo la mutación de los virus y su pasaje al ser humano, en forma cada vez más acelerada. Nuevos métodos de lucha y nuevas o renovadas organizaciones populares iban siendo paridas por las rebeliones.
¿Se profundizarán estos procesos de lucha y organización o se darán nuevos retrocesos?
El gran interrogante no es el día después. Porque no hay pronósticos posibles ni rumbos asegurados. Todo depende de lo que los pueblos hagamos hoy.