Licenciado en Ciencias Matemáticas, escritor, profesor de un Centro de Educación de Personas Adultos, y militante del movimiento surrealista internacional. Autor de La Tiza Envenenada.
Vicente Gutiérrez Escudero
Licenciado en Ciencias Matemáticas, escritor, profesor de un Centro de Educación de Personas Adultos, y militante del movimiento surrealista internacional. Autor de La Tiza Envenenada.
«Cada vez que escucho “¡Quédate en Casa!”, me erizo de adentro a afuera, de abajo a arriba, del sentir al pensar; y casi me dan ganas de que el coronavirus me libre de tanta infamia»
Pedro García Olivo
«El poder se viste como terapeuta y el oprimido se transforma en enfermo. El terapeuta da seguridad y es el propio enfermo el que busca esa seguridad. El poder terapéutico reabsorbe las frustraciones que podrían desencadenar una rebelión»
Santiago López Petit
Ayer mismo, de la que me dirigía hacia uno de los supermercados más cercanos a mi casa, descubrí que en una pared alguien había escrito con spray: «1984», bien grande. La pintada era reciente. Lo sé porque, durante estas semanas de confinamiento obligado, ese está siendo el único trayecto que puedo hacer con las mínimas garantías de no ser multado. He de reconocer que una extraña mezcla de entusiasmo y esperanza se apoderó de mi ante aquel pequeño gesto radical. De algún modo, uno se siente acompañado ante este tipo de acciones anónimas. No me detuve durante mucho tiempo allí para no levantar sospechas, y continué con mi pequeño paseo, tratando de imaginar qué vecinx habría sido el autor de semejante «delito». Si le hubiera sorprendido con las manos en la masa juro que le habría abrazado, dándole las gracias. Lo juro.
Estos días de confinamiento, reflexionando sobre los abusos del capital en momentos de crisis, no he dejado de darle vueltas a la importancia de la desobediencia popular. Al igual que a Carolina Meloni González me entristece comprobar cómo: «La consigna del aislamiento social ha sido interiorizada de manera global sin ningún tipo de cuestionamiento hacia la misma. Hemos acatado de manera sumisa y obediente el imperativo de permanecer recluidos, encerrados entre las paredes de nuestros hogares»(1) y tiene toda la razón el mundo cuando afirma: «Sin crítica alguna, sin posibilidad de duda, cualquier acción de rebeldía o resistencia al aislamiento será condenada no solo legal sino éticamente. El aislamiento se ha instalado en los discursos políticos, cotidianos y sociales de manera radicalmente homogénea, sin fisura alguna y sin atisbo de antagonismo alguno»(2). Es por eso que en este texto voy a defender la importancia de la rebeldía y la desobediencia, física y mental, material y simbólica, incluso en un contexto de estado de alarma sanitaria como el actual, que nos impide -en teoría- defendernos y nos mantiene a todxs separados.
Si analizamos el devenir del sistema capitalista en los últimos lustros, antes del coronavirus, comprobaremos que las derivas autoritarias por parte de muchos gobiernos han sido la tendencia mayoritaria. Tal vez el rasgo característico del capitalismo fosilista en sus etapas finales sea el fortalecimiento del capitalismo burocrático de Estado y un retorno a las viejas prácticas disciplinarias. Prueba de ello son los múltiples golpes de Estado (como en Turquía o Bolivia) y estados de emergencia decretados, por unos u otros motivos, en numerosos países (por ejemplo en Francia, Ecuador o Chile) durante todos estos últimos años. El capitalismo fosilista, en su fase final de putrefacción, necesita ejercer su poder más allá del mero control y retornar a medidas represivas para mantener con vida un sistema militar, económico y financiero que hace aguas por todos lados. Y no sólo eso; a medida que nos aproximamos al gran declive necesita implantar y prolongar medidas como el estado de alarma o de excepción, sin el cual no puede ya gobernar, ni asegurar el ciclo de la producción y realización de las mercancías. Hasta ahora y gracias al fantasma del terrorismo internacional este totalitarismo democrático ha asumido con facilidad el estado de alarma como forma intermitente de gobierno. Ahora ha encontrado la justificación perfecta en el coronavirus. De eso ya nos ha hablado Giorgio Agamben en su polémico artículo «La invención de una epidemia» publicado en el periódico Il Manifesto el pasado 26 de febrero, en el cual nos explicaba cómo, gracias a este pánico colectivo impuesto por el poder, este estado de excepción se convierte en una normalidad de gestión y de ese modo «la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerla»(3). Por esa misma senda transita Félix Rodrigo Mora, quien ha declarado sin ambages que «La grave y preocupante pandemia atribuida al virus covid-19, con declaración del estado de alarma, reforzamiento del Estado policial, militarización, arresto domiciliario de la población, toque de queda, vulneración de las libertades individuales y glorificación del aparato médico-químico-farmacéutico-tecnológico, está sirviendo de pretexto para un golpe de Estado de facto», añadiendo que: «van a enfermar y fallecer muchas más personas -lo están haciendo ya- de las que lo habrían hecho en caso de adoptar disposiciones de profilaxis pública basadas en la libertad individual, la medicalización mínima, el sentido común, la prudencia operativa, la sabiduría popular médica, el estilo de vida sana y la virtud cívica. Quizá sucumbirán unas cuatro veces más, quedando muchos cientos de miles con la salud psíquica y somática quebrantada»(4).
Si nos centramos en el coronavirus –y dejando a un lado el debate sobre su posible origen- la verdad es que las medidas de confinamiento que se han adoptado por todo el planeta para afrontar la pandemia les han venido de perlas a los gestores del desastre para justificar la recesión económica que se aproximaba y para preparar los nuevos mecanismos de acumulación de capital en un contexto de fuerte descenso energético como el presente. Por todo el mundo se han decretado estados de emergencia con el apoyo masivo de una población sumida en una suerte de histeria y pánico colectivos. Paralelamente los mecanismos de control se van sofisticando y descentralizando cada vez más. Algunos países asiáticos, por ejemplo, han recurrido a dispositivos de geolocalización para obtener datos de posibles contagiados y proporcionárselos a las autoridades o para comprobar el seguimiento de las medidas de confinamiento. Por todos lados el totalitarismo democrático se refuerza.
La verdad es que en el sur de Europa la realidad se nos presenta cada vez más cruda. Imaginar escenarios futuros posibles, sin caer en falsos alarmismos, es un buen ejercicio pues nos ayuda a anticiparnos para lo peor. No hay que descartar la posibilidad de que en unas pocas semanas se cierren canales de suministro esenciales, y que, a largo plazo, el combustible empiece a escasear y las necesidades básicas de la población puedan dejar de estar cubiertas, como comida o servicios sanitarios. Puede que la paulatina eliminación de derechos básicos de los últimos años y la represión policial –que, por cierto, ha encontrado escasa resistencia popular estos días y que estamos presenciando desde nuestras propias ventanas- venga para quedarse; lo vimos con las medidas antiterroristas tras el 11 S, aplaudidas por una población atemorizada por la farsa del terrorismo yihadista. Tal vez sean las propias clases medias y bajas las que, ante el pánico, demanden más limitaciones a sus libertades. Puede que, ¿quién sabe?, este estado de alarma se prolongue en el tiempo, llevándonos a todxs a un régimen similar a la dictadura de Primo de Rivera. Y si ahondamos en esos escenarios desfavorables conviene tener muy en cuenta lo dicho recientemente por Carlos Taibo -autor del libro Colapso. Capitalismo terminal. Transición Ecosocial. Ecofascismo, un libro fundamental para entender los grandes cambios que se nos avecinan- para quien «nos hallamos ante una crisis que se sitúa en la antesala del colapso», agregando que: «lo que está sucediendo en el Estado español es un experimento decisivo para calibrar qué es lo que pueden hacer con nosotras. […] Me resulta inevitable vincular el experimento mencionado con el horizonte del ecofascismo. No se olvide que en una de sus dimensiones principales este último bebe de la idea de que en el planeta sobra gente, de tal manera que se trataría, en la versión más suave, de marginar a quienes sobran –esto ya lo hacen- y en la más dura, directamente, de exterminarlos»(5).
Lo que sí que podemos asegurar, basándonos en numerosos estudios de prospectiva con base científica, es que dado el descenso energético en el que ya hemos entrado y las limitaciones y vulnerabilidades de un capitalismo excesivamente financiarizado que no da más de sí, es bastante probable que lo que se nos venga encima a corto plazo sea, y resumiendo mucho: un aumento del paro y la desprotección social, una masiva precarización del trabajo y un florecimiento de la economía clandestina; y a largo plazo, una progresiva proletarización de las clases medias y de la pequeña burguesía, paralela a una lumpenproletarización de lxs trabajadorxs de las periferias del capital y en combinación con nuevos procesos masivos de exclusión, a lo que habría que sumar el correspondiente surgimiento de guetos de miseria en zonas suburbiales, a cuyos habitantes H. G. Wells llamó el «pueblo del abismo» y Jack London, en su distopía El talón de hierro de 1908, la «gente del abismo». Todo ello empeorado y acelerado, desgraciadamente, por la entrada en escena del coronavirus.
Por otro lado, es esencial que estos días todxs asumamos que a largo plazo el descenso energético inevitable implica un descenso drástico de los esclavos energéticos per cápita, que hoy en día en el Estado español es de unos 45 (en EEUU la media es de unos 120). Lo que quiere decir que estamos condenados, en un futuro, a vivir con mucha menos iluminación, climatización, calefacción, agua caliente y capacidad de movilidad y comunicación. Pedro Prieto, vicepresidente de la AEREN (Asociación para el Estudio de los Recursos Energéticos) y miembro del Consejo Internacional de ASPO (Association for the Study of Peak Oil), en una entrevista y ante la pregunta: «¿Qué es lo que más te preocupa de la situación energética mundial?» afirmó que: «No hay sustitutos energéticos posibles o previsibles para el petróleo y el gas natural en la medida de los niveles actuales de consumo de la sociedad humana y a los previsibles ritmos de declive de estas energías tan fundamentales. Y mucho menos para hacer posible el crecimiento que siempre se ha dado como premisa indispensable de una sociedad capitalista»(6). Lo dijo hace 10 años y la situación es palmariamente peor. Aquellxs que tengan curiosidad sobre cuándo se produjo el pico del petróleo -alcanzado según la propia Agencia Internacional de la Energía en 2006- y el pico combinado les remito al blog de Antonio Turiel, uno de los mayores expertos en ese terreno. Así que, cuanto antes aceptemos estas limitaciones a las que nos enfrentamos, más fácilmente podremos adaptarnos a ellas y conseguir que esa adaptación se haga, además, en condiciones de justicia y equidad.
A falta de poder reunirse en librerías asociativas o centros sociales desde diferentes colectivos e individualidades dispersas se están habilitando páginas web para reflexionar en común y de forma crítica ante la irrupción del coronavirus y las consecuencias del estado de alarma. Por ejemplo, desde el colectivo La Vorágine se ha puesto en funcionamiento el espacio Apocaelipsis, un blog con «Reflexiones estructurales ante el pánico, los virus y otras coyunturas»(7) en el que se pueden ir leyendo artículos que analizan la situación tan dramática y compleja que estamos viviendo estas semanas. Otro ejemplo lo tenemos en el sitio Disciplina social cuyo impulsor, Luis Navarro, presenta como «un espacio online para la libre expresión crítica en tiempos de pandemia vírica»(8). Ahí podemos leer que: «Nuestra única posibilidad es convertir este reinicio del sistema en una ventana de oportunidad. […] dotarnos de los anticuerpos de la crítica, recuperar los espacios que nos han sido hurtados, recomponer los afectos y empezar entre todas a construir sobre estas ruinas y desde nuestras propias bases ese mundo nuevo con el que no nos dejan soñar»(9). Son tan sólo dos de los muchos ejemplos que podría poner de espacios de debate que invitan a la reflexión colectiva y a ver cómo podríamos reinventar, bajo un estado de alarma, la presencia en las calles. Como ha asegurado Raoul Vaneigem en un artículo reciente «Nuestro presente no es el confinamiento que nos impone la supervivencia, es la apertura a todas las posibilidades. […] La cuarentena favorece la reflexión. El confinamiento no suprime la presencia de la calle, la reinventa. Déjeme pensar, cum grano salis, que la insurrección de la vida cotidiana tiene insospechadas virtudes terapéuticas»(10). Por su parte, Amador Fernández Sabater ha publicado recientemente en su blog un texto titulado «Habitar la excepción: pensamientos sin cuarentena (I)». Se trata de un texto escrito a partir de diversas lecturas y conversaciones con varixs amigxs en el que apela a «la autonomía de las redes y los saberes» y en el que propone atentar contra «el monopolio de interpretación» con el que el poder crea sus discursos y nos los impone. Afirma que: «Lo interesante de que haya distintas interpretaciones a la crisis del coronavirus es que abre fisuras en ese monopolio»; propone arrebatarle al poder el monopolio en la «descripción de la realidad» y establecer «nuevos juegos de preguntas-respuestas»(11). Está hablando, grosso modo, de crear otros conocimientos, otras formas de percepción y otras subjetividades.
Habla en concreto de «habitar la excepción» como vía de transformación, pero habitar la excepción implica, queramos o no, habitar el conflicto; entrar en el conflicto y ser atravesado por éste. Sin embargo el coronavirus no abre un nuevo ciclo de conflictividad; intensifica más bien la conflictividad ya existente y visibiliza de forma más nítida las garras de poder. En un contexto en el que el Estado no toma medidas disciplinarias contra el capital sino contra las propias clases medias y bajas, debemos rebelarnos y mostrarnos hostiles a este régimen de confinamiento, desde la responsabilidad, el apoyo mutuo y la búsqueda del bien común. Habitar el conflicto para aquellxs que se defienden y enfrentan al poder conlleva, por tanto, habitar la desobediencia, con las palabras y los cuerpos. La desobediencia, por desgracia, es el único camino que tenemos lxs de abajo para apoyarnos e impedir los abusos del poder, y más en una situación como la que estamos sufriendo, en la que el brazo armado del gran capital que es el Estado lo tiene cada vez más fácil para destruir el tejido social creado desde la autogestión vecinal y obrera. Ciertamente cuando el capital no ve resistencia popular siempre aprovecha para ganar terreno. Podría poner como ejemplo los múltiples casos de personas multadas y agredidas físicamente estos días por la policía, o el reciente proceso de desalojo del centro social autogestionado La Ingobernable de Madrid, que ha sido reanudado(12) este mes tras haber estado paralizado desde el año pasado. Según La Ingobernable: «Pese a que el pasado 14 de marzo, con el Real Decreto del COVID-19 todos los procedimientos administrativos, incluyendo el nuestro, quedaban paralizados, el Ministerio de Justicia ha decidido reanudarlo alegando “motivos de salud pública”»(13). Si hay algo que agradece el capital es esa falta de protesta popular.
Uno de los asuntos que más polémicas ha provocado estos días es precisamente ese: el rechazo al estado de alarma. Llama la atención la ambigüedad con la que se trata esta cuestión. Llama la atención también el hecho de que se esté eludiendo esta cuestión, incluso por parte de pensadores del ámbito libertario. Todxs lxs que estos días están reflexionando sobre el tema saben muy bien que la línea roja es esa: desobedecer. Defender la desobediencia, justificarla, o incluso explicarla, te convierte estos días en un cretino y un irresponsable, o peor, en un homicida cuando menos «involuntario». Rebasar ese límite exacerba los odios, rompe amistades y fortalece enemistades manifiestas. A pesar de eso, en vistas a lo inédito de la situación actual, considero esencial repensar la desobediencia.
Claro que la desobediencia es un fenómeno que abarca muchas realidades. Está brotando aquí y allí de mil maneras. La ejercen desde turistas despistados, hasta aquellxs que salen a tomar el sol, se van a correr solos o a montar en bicicleta. Curiosa desobediencia esta me dirán ustedes, mitad innecesaria, mitad irresponsable, la de aquellxs que realizan actividades no sólo permitidas por gobiernos de otros países sino además incentivadas(14). Claro que habría que considerar también a aquellxs más osadxs que cometen la gran «irresponsabilidad» de ir a visitar un amigo, un familiar o un amante, a lxs que practican yoga en los tejados, a lxs que se meten a un bar clandestino, a las parejas que follan en el coche por la noche e incluso a esxs valientes que se reúnen en un piso para organizar una orgía(15); o a toxs aquellxs que, sencillamente, han salido para sentarse un rato solxs en un banco cercano quizá porque comparten piso con otrxs cuatro más, quizá porque acaban de discutir con sus parejas dadas las tensiones derivadas del hecho de tener que estar de «arresto domiciliario» en convivencia, quizá porque acaban de perder a un ser querido y necesitan estar solxs un rato sin que les vean sufrir aquellxs con quienes comparten confinamiento, quizá porque regresan del supermercado con tres pesadas bolsas de la compra o quizá porque están con depresión al haber perdido recientemente su trabajo. Lo primero que deberíamos hacer, por tanto, es tratar de entender la desobediencia; descubrir por qué se produce, en qué contexto y por parte de quién.
Habitar la desobediencia en este contexto de pandemia significa en muchas ocasiones habitar la solidaridad entre lxs de abajo. En ese sentido es esperanzador ver cómo, incluso en las conurbaciones más deshumanizadas, surgen grupos espontáneos de apoyo mutuo. Una camaradería que parecía olvidada brota, de pronto, al calor de este espantoso estado de alarma, reactivando la pasión de lo colectivo. Sin embargo, ante el más mínimo gesto de compañerismo y solidaridad el estado de alarma hace su aparición, con sus multas y su violencia policial. Un ejemplo de esto me ha tocado muy de cerca. Sucedió en un bloque a medio construir y abandonado que está en Santander, al lado de mi casa, donde «Un grupo de unos 30 albaneses sobrevive allí sin electricidad ni agua corriente, a la espera de una oportunidad para colarse en algún barco que los transporte al Reino Unido. La única ayuda que recibían se la ofrecía Javier Soto, un jardinero que les abría su casa para que se ducharan de vez en cuando, hablaran con sus familias y se sintieran, aunque fuese unas horas, en un hogar. El pasado domingo, tras la declaración del estado de alarma, todo cambió. Soto, de 46 años, quiso continuar su labor, pero acabó multado». Imposible ejemplificar más claramente el carácter abyecto de la actividad policial, al impedir la ayuda vecinal al refugiado, al excluido, al migrante, en definitiva, al nuevo apestado, no por poder estar contagiado sino por ser pobre y extranjero. Prosigue la noticia: «De poco sirvió que el jardinero apelara al artículo 7 del decreto, que permite la asistencia a personas especialmente vulnerables. Según su versión, escuchó frases como estas: “Si les trae comida no se irán y tendremos esto siempre”. “Vendrán más, y hace falta que se vayan”. “Si no se lavan es porque son unos cerdos”. Fuentes policiales indican que “el hombre no atendió razones y se rebeló verbalmente contra los agentes, insistiendo en llevarles las provisiones, por lo que finalmente fue sancionado”. La conversación terminó de malos modos y amenazaron con multarlo si llevaba el agua por la tarde, asegura Javier Soto»(16). Podría exponer ejemplos similares que han sucedido por todo el mundo durante estas últimas semanas pero creo que este caso es bastante significativo para entender que, como afirma el periodista Niccoló Barca en el mismo título de un reciente artículo suyo publicado en la revista Jacobin Brasil(17): «No hay solidaridad sin conflicto»(18).
Habitar la desobediencia, estos días, también es el único recurso que les queda a lxs que viven encarceladxs. Estos días estamos presenciando multitud de revueltas, motines y fugas masivas de presxs de todo el mundo ante la desatención sanitaria o ante las numerosas medidas restrictivas que las autoridades han impuesto en las cárceles para frenar el coronavirus, como por ejemplo las limitaciones sobre las visitas. Muchas de estas revueltas terminado con víctimas mortales, como fue el caso de la cárcel de Módena, en Italia, donde: «Seis presos de la cárcel de la ciudad italiana de Módena (norte) han muerto en medio de una revuelta surgida como protesta por las restricciones por la crisis del coronavirus, y que ha llegado a otras prisiones del país»(19) o en varias cárceles de Colombia: «Una revuelta simultánea en 13 cárceles de Colombia, aparentemente para exigir protección ante el coronavirus, dejó 23 presos muertos y 83 heridos en la penitenciaría La Modelo, de Bogotá, en la peor matanza de reclusos que recuerde el país, en un momento de incertidumbre por la pandemia»(20). A lxs presxs, por desgracia, para poder enfrentarse al coronavirus lo único que les queda es desobedecer y protestar.
Habitar la desobediencia implica también infringir muchas normas establecidas por el estado de alarma para aquellxs que habitan en zonas rurales. Como bien nos recuerda Rosa Alh: «Ir a la huerta para el autoconsumo resulta cada vez más peligroso en un momento crucial para la plantación, que si no se puede hacer, desabastecería a muchas familias de verdura no solo durante el estado de alarma sino durante gran parte del año. Sobra decir que para el cuidado de parcelas de autoconsumo carecemos de contrato de trabajo, porque nada tiene que ver con la explotación comercial de la tierra. Y no entendemos el peligro en acudir en solitario a un terreno que te pertenece, por propiedad, alquiler o cesión (no siempre demostrable), y al que nadie más va a ir»(21). Muchxs amigxs y conocidxs míxs que viven en entornos rurales me cuentan que están viviendo con más estupefacción las medidas restrictivas del estado de alarma que aquellxs que vivimos en ciudades, pues para ellxs la mayoría de actividades de su día a día, en ningún caso propician el contagio; es más, éstas contribuyen a la no propagación del coronavirus. La vida rural en sí misma, estos días y paradójicamente, es sinónimo de desobediencia.
Habitar la desobediencia, en muchos lugares del planeta, implica además defender los saberes ancestrales que muchas comunidades indígenas y territorios rurales, por fortuna, aún conservan; saberes propios relativos al cuidado, la alimentación saludable y la medicina tradicional. Curiosa desobediencia esta, también, la de esos colectivos que desconfían del Estado y cometen el «delito» de poseer otros saberes diferentes, opuestos a los conocimientos impuestos por organizaciones como la Organización Mundial de la Salud, o por agencias como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades. No hace falta detallar que tales formaciones de poder institucional que sustentan la sabiduría oficial (UNESCO, OMS, OMC, Centro de Control de Enfermedades…) están sometidas a los requerimientos de las grandes farmaceúticas y oscuras fundaciones filantrópicas como la Fundación Bill y Melinda Gates, y también, por supuesto, a las exigencias militaristas del Pentágono y la OTAN (es largo de explicar aquí). Pensemos además en los cientos de pueblos indígenas, repartidos por todo el mundo, que no disponen de asistencia estatal y han sido abandonados a su suerte. Podría pensarse que a todas estas comunidades tan sólo les queda enfermar juntxs pero pensemos que muchas de éstas aún poseen su propia cultura y ponen en práctica rutinas y costumbres que en Occidente hemos perdido por completo como son el cuidado mutuo y la autogestión vecinal y familiar. Desde Bolivia María Galindo nos habla de «repensar el contagio», y lo hace en estos términos: «¿Qué pasa si decidimos desobedecer para sobrevivir? Necesitamos alimentarnos para esperar la enfermedad y cambiar de dieta para resistir. Necesitamos buscar a nuestr@s kolliris y fabricar con ellas y ellos esos remedios no farmacéuticos, probar con nuestros cuerpos y explorar qué nos sienta mejor. Necesitamos coquita para resistir el hambre y harinas de cañahua, de amaranto, sopa de quinua. Todo eso que nos han enseñado a despreciar. Que la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas, que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra. Que nos pesque cantando y abrazándonos, porque el contagio es inminente. Porque el contagio es como respirar»(22).
Si hay algo que deberíamos aprender de muchos países del llamado tercer mundo es sin duda su capacidad de auto organización popular; en muchas comunidades indígenas de América Latina es el propio pueblo el que posee el control territorial, de modo que son lxs propios vecinxs los que van adaptando unas medidas u otras según sus necesidades inmediatas. Raul Zibechi nos recuerda que «En las periferias urbanas de América Latina, la palabra “teletrabajo” no existe en su vocabulario. El Estado sólo contempla a los de abajo como un problema de orden público. La solidaridad entre los pobres es lo único. Por eso los “curas villeros” abrieron sus parroquias para convertirles en almacenes de alimentos y en comedores populares» y refiriéndose al movimiento zapatista nos dice que: «En general, los pueblos originarios no necesitan de la policía para mantener el orden, ya que cuentan con sus guardias comunitarias. Se trata de un camino similar al que anunció el EZLN al cerrar los caracoles el 16 de marzo. En un comunicado que declara la “alerta roja”, llama a los cuidados sanitarios colectivos y pide “no perder el contacto humano” sino cambiar sus formas»(23).
Pedro García Olivo, en esa misma línea, también ha defendido estos días la desobediencia como forma de resistencia colectiva que permita conservar «la autonomía residual» o los «restos de la soberanía alimentaria rural-marginal»(24) y no ha podido ser más claro (perdón por lo extenso de la cita, pero no tiene desperdicio): «Ha llegado el momento de la “desobediencia civil” para hacer frente a esta perversa estrategia regeneradora del Capitalismo: dejar de pensar que el Estado, con su policía y su ejército, nos está “haciendo un favor”, para empezar a hacérnoslo nosotros mismos. Y juntarnos, sí, y organizarnos, y actuar, para cooperar, por ejemplo, con las personas que a día de hoy están padeciendo en primer lugar tal estrategia, los más desacomodados en el sistema, los precarizados, los marginados y también los marginales, los elegidos como “cebo” de la anulación psíquica y de la indigencia venideras. “Desobediencia civil” y “objeción de conciencia” para recuperar los deteriorados valores del apoyo mutuo, del don recíproco, de la auto-regulación comunitaria e individual […] Es la hora del apretón de manos y del abrazo como forma de resistencia. Y del beso, que amenaza convertirse en asunto de privilegiados existenciales […] Que la enfermedad deje de ser una excusa para aherrojarnos, para apretar todavía más los grilletes que nos aplicaron la administración y el mercado. Y algo más: recuperar el derecho de las comunidades a darse al margen e incluso en contra de los Estados avasalladores»(25).
Asimismo, habitar la desobediencia, estos días, equivale a seguir protestando y manifestándose contra el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias y bajas, y contra las violaciones de los derechos humanos y la pérdida de derechos fundamentales; en concreto contra las medidas neoliberales que a lo largo de las últimas décadas han ido privatizando la sanidad. Tal es así que, por todo el mundo cientos de miles de estudiantes, trabajadorxs, paradxs y pensionistas, incluso en este contexto de histeria y pánico social, siguen manteniendo viva la llama de la protesta. Tenemos el ejemplo cercano de los chalecos amarillos: «Ni el coronavirus con los constantes llamamientos a ser prudentes para evitar la expansión del COVID-19 ha detenido a los chalecos amarillos. Varios centenares de manifestantes salieron a marchar este sábado por el centro de París, en su semana 70 de protesta, a pesar de que el Gobierno ha prohibido las concentraciones de más de cien personas y que incluso figuras del movimiento que hace un año puso en jaque al Ejecutivo de Emmanuel Macron habían pedido públicamente suspender por una vez las movilizaciones»(26). Otro artículo informaba de cómo «Las restricciones por el coronavirus no han impedido este sábado que los “chalecos amarillos” salieran este sábado a las calles de París y otras ciudades francesas para protestar en marchas multitudinarias. Miles de manifestantes desafiaron la prohibición del Gobierno de toda reunión de más de cien personas para luchar contra la expansión del virus. La principal manifestación tuvo lugar en París, donde un grupo de “varios cientos” de manifestantes recorrieron avenidas del sur de la capital como cada sábado desde noviembre de 2018»(27). Otro interesante ejemplo lo hallamos en Santiago de Chile donde «Como cada viernes, cientos de personas se reunieron en la Plaza Italia para reclamar contra la desigualdad en el país, pese a la situación del Covid-19» como informaba el pasado 14 de marzo el periodista Federico Cué Barberena desde Chile, agregando que: «Ni el coronavirus parece frenar la protesta social en Chile. Como ocurre cada viernes desde el inicio del estallido social hace seis meses, el 13 de marzo se concentraron cientos de personas en la Plaza Italia de Santiago (rebautizada “Plaza Dignidad” por los manifestantes) para expresar su rechazo al Gobierno de Sebastián Piñera y al sistema desigual que rige al país»(28).
Habitar la desobediencia puede tomar la forma de huelgas de alquileres o huelgas energéticas que durante estos días se están convocando por todo el mundo por parte de aquellxs que han perdido su trabajo o han dejado de percibir un sueldo. Pero la huelga también está siendo el único recurso para millones de asalariadxs e infra-asalariadxs, trabajadxs precarizadxs que se han visto obligadxs a acudir a trabajar, muchxs de ellxs sin las medidas de protección adecuadas, como es el caso de miles de médicxs, enfermerxs y auxiliares de enfermería. No es de extrañar que se hayan ido produciendo estos días, en todos los lugares del planeta, el bloqueo de actividades, protestas y huelgas esporádicas, en claro desafío no sólo al propio Estado sino, en algunos casos, a la propia burocracia sindical. Y lo estamos viendo no sólo en geriátricos y hospitales sino en grandes fábricas, en la industria siderúrgica o en acerías; por parte de constructorxs navales, conductorxs de autobuses, auxiliares de vuelo y repartidorxs en moto o bicicleta. Ante lo cual el poder político, una vez más, se ha puesto de parte de las grandes empresas. Es el caso de Gobierno Vasco, enviando la Ertzaintza para impedir protestar(29) a lxs trabajadorxs de Sidenor Basauri por sus pésimas condiciones laborales ante el COVID19, o las numerosas protestas del personal sanitario en muchos hospitales por las pésimas condiciones en las que son obligadxs a trabajar. Manuel Tori nos habla de una de las muchas convocatorias de huelgas que se han ido produciendo en Italia: «En este contexto, los trabajadores siderúrgicos de Lombardía mañana miércoles harán una huelga de 8 horas […] «La convocatoria de la huelga», explican los sindicatos del sector, se ha puesto en marcha «para que se considere a Lombardía como una región donde son necesarias medidas más restrictivas acerca de las actividades que hay que dejar abiertas»»(30). Tom Hall, por su parte, nos trae ejemplos de otros lugares del mundo: «Los trabajadores de las plantas armadoras de Fiat Chrysler en Sterling Hieghts (SHAP, siglas en inglés) y Jefferson North (JNAP) en el área metropolitana de Detroit tomaron la cuestión en sus propias manos anoche y esta mañana y obligaron frenar la producción para prevenir la propagación del coronavirus»(31). Y según nos informan Will Morrow y Alex Lantier «Esto es parte de una creciente ola internacional de huelga de los trabajadores contra la indiferencia criminal de la aristocracia financiera a la pandemia de coronavirus. Ha visto huelgas de trabajadores postales de Londres, conductores de autobuses privados en París y trabajadores de Fiat-Chrysler (FCA) en Canadá»(32). Gran paradoja ésta, se dirán ustedes, la de ponerse en huelga o protestar ante una pandemia como del coronavirus, pero por desgracia es el único camino que les queda a aquellxs que se están jugando la vida estos días. En cualquier caso, tanto ahora como en el futuro próximo, a lxs de abajo sólo nos salvará un sindicalismo de combate, que no espere nada del Estado.
Por otro lado, a la mayoría de personas las llamadas redes sociales nos están sirviendo como «único» refugio. Lo curioso es que antes del estado de alarma tales dispositivos ya invadían por completo nuestra vida cotidiana. De alguna forma aquellxs que, habiéndose dado cuenta de la gran adicción que les han generado las redes sociales, están optando no sólo por limitar su uso sino por establecer de ahora en adelante más vínculos «reales» con las personas de su entorno. En este estado de alarma es, por tanto, muy saludable desobedecer a la tentación de estar permanentemente pegado a una pantalla y recelar de la industria de la alta tecnología como Alphabet, Amazon o Microsoft –en clara sintonía con los intereses de clase de la gran burguesía-, no sólo porque esas grandes empresas estén enriqueciéndose con la comercialización deshonesta de nuestros datos personales sino porque su actividad implica necesariamente una invasión de nuestra intimidad y un control absoluto de nuestra vida; tal vez sea el mecanismo de control más perverso con que cuenta el capital hoy en día. Por eso, este periodo de confinamiento sanitario es un buen momento para negarse a caer aún más en ese pozo siniestro construido por los capitalistas de Silicon Valley, como son por ejemplo los conciertos online a través de Facebook, buscadores como Google o plataformas como Youtube. Sé que esta forma de desobediencia, dada la gran dependencia que todxs hemos desarrollado hacia esas infraestructuras tecnológicas y algorítmicas, es la más difícil de consumar, más difícil incluso que salir a hacer una pintada por la calle pero sí que, estos días al menos, podemos cuestionarnos esa dependencia y, en caso de seguir utilizándolas, tener la suficiente precaución de hacerlo bajo el mayor anonimato posible. No hace falta que recuerde, o sí, cómo las herramientas tecnológicas de las grandes corporaciones de Silicon Valley están reduciendo y mercantilizando los entornos en donde se recluye nuestra maltrecha vida social, alterando, por supuesto, nuestro modo de vida y nuestra subjetividad. Víctor Lenore reflexionaba estos días así: «En principio, puede parecer que Silicon Valley son los grandes perdedores de la crisis del coronavirus. […] A pesar de todo esto, hay beneficios a medio y largo plazo»(33) y concluía preguntándose: «Desde nuestro ocio cotidiano hasta las grandes universidades, Silicon Valley no deja de acumular poder cultural, sean tiempos de bonanza o de crisis. ¿Es buena idea permitirlo?»(34). Ya sabemos que gigantes como Facebook, Instagram, Twitter o Google se han enriquecido, y se siguen enriqueciendo, con los datos personales que todxs, voluntariamente, les cedemos. El periodista Ekaitz Cancela -quien ha explicado muy bien ese proceso mediante el cual las infraestructuras tecnológicas actuales, en manos privadas, han colonizado por completo los medios de comunicación periodísticos en Occidente, y en general nuestra vida cotidiana- lo deja bien claro: «la extracción de información alimentaba los sistemas de inteligencia artificial de quienes trataban de llevar la modernización hasta la máxima expresión del desarrollo capitalista y su consolidación cultural como el final de toda alternativa al mismo. […] Así debía ser para que a nadie se le ocurriera organizarse de manera colectiva a fin de alcanzar su derecho para rediseñar los sistemas tecnológicos de manera alternativa a la decretada por la ideología neoliberal»(35). Análisis esclarecedor sobre la verdadera naturaleza del medio digital en el que estos días estamos atrapados y ante el que conviene preguntarse cómo sobrellevaríamos un encierro como éste sin acceso a Internet, o con un acceso muy limitado. Pensemos que, dada la creciente escasez energética y de minerales, cada vez nos hallamos más cerca de un contexto en el que Internet se haya reducido y en el que sólo dispongan de conexión los militares y millonarios. Habitar la desobediencia, por tanto, también implica repensar ya mismo formas alternativas de comunicación.
Habitar la desobediencia también implica rechazar el saber, y sabemos muy bien por Foucault que el saber no es más que un dispositivo del -y al servicio del- capital. Hace falta que desde las clases medias y bajas empecemos a construir aprendizajes y saberes propios. Para lo cual, el primer paso sería iniciar la puesta en marcha de un gran movimiento de reflexión, lo que Anselm Jappe llamó «un gran esfuerzo de clarificación teórica»(36). Y estos días de confinamiento son idóneos para ello, pues muchas personas disponen del suficiente tiempo libre para ello. Es más, este baño de realidad que ha supuesto para todxs el coronavirus podría ayudar en ese sentido pues ha logrado que muchxs despierten de sus mundos de fantasía y vean con sus propios ojos la realidad del capitalismo. Muchas personas que tenían hasta hace poco, hipnotizadas sin duda por los dispositivos tecnolátricos del imperio, la convicción de que la humanidad terminaría viajando a otras galaxias para sobrevivir o que aparecería un «motor milagroso» que nos aportaría energía ilimitada, han dejado de creer ya en esas fantasías de omnipotencia. Por un lado, esta crisis sanitaria les ha hecho a muchxs percibir más claramente el ecocidio en marcha o los límites biofísicos del planeta, pero por otro lado les ha hecho asumir que un cambio drástico en su modo de vida, aunque de forma parcial -y en ningún modo comparable a las tragedias que se viven en las periferias imperiales-, es posible. Y algo más importante: se le han visto las garras al poder, capaz de tolerar o promover la violencia policial y, en un contexto de pandemia, capaz de sacrificar vidas de trabajadorxs –lxs nuevxs liquidadorxs– a cambio de los beneficios de las grandes empresas. Para bien o para mal, esta interrupción parcial de la movilización global le ha obligado al poder a visibilizarse aún más; ya sabemos que el poder del capital siempre ha estado ahí como biopolítica –sea bajo la máscara neoliberal o socialdemócrata- pero es evidente que gracias al estado de alarma éste se ha visto en la obligación de actuar, de mover ficha y por tanto, de hacerse más visible, pasando del control a las viejas medidas disciplinarias. Estos días ahí tenemos al poder del capital, vigilando nuestros propios barrios, limitando a unxs la movilidad y obligando a otrxs a trabajar en condiciones peligrosas. Por otro lado y a gran escala vemos surgir las viejas fronteras de los Estados-nación que a pesar de los trampantojos con que la globalización ha tratado de disfrazar la tragedia capitalista, nunca desaparecieron. En definitiva, a la mayoría de las personas el confinamiento del estado de alarma les está poniendo a prueba, y tal vez provoque una suerte de conversión en el modo de percibir el mundo y por tanto, posibilite el surgimiento de otros saberes.
Estas semanas de confinamiento obligado pueden dedicarse, por tanto, a la formación de equipos de aprendizaje con el fin de entender juntxs el infierno de sistema económico y militar bajo el cual vivimos y de conocer, además, las causas por las que esta civilización se está derrumbando. En mi libro La tiza envenenada. Coeducar en tiempos de colapso, publicado en 2017, propuse la creación de grupos convivenciales de autoaprendizaje para crear una verdadera cultura popular, autogestionada y no impuesta desde la Escuela y el poder. En ese sentido propongo para estos días la creación de grupos de estudio y reflexión que se nutrirían de personas del entorno del interesado o interesada; padres, madres, hermanxs, amigxs, compañerxs de trabajo, vecinxs, amantes e incluso niñxs y adolescentes, ahora que éstos tienen la suerte de no tener que ir a clase de forma obligatoria.
La dinámica de estos grupos consistiría en la selección y traducción de textos, noticias, entrevistas, artículos e informes procedentes de distintas áreas del conocimiento; recurrirían por un lado a noticias periodísticas e informes de determinadas agencias oficiales, institutos científicos u organismos internacionales, y por otro lado a libros sobre eco-anarquismo y otros materiales educativos con los que adquirir conocimientos básicos en áreas concretas, como la biología, la matemática o la economía. La idea es que cada participante aporte conocimientos de un área en concreto, por pocos que éstos sean; por ejemplo, un amigo enfermero podría aportar datos relacionados con el ámbito sanitario, una hermana que sea profesora de economía o que trabaje en ese sector podría explicar a los demás los vaivenes de la bolsa; un vecinx informáticx podría enseñar a los demás técnicas de navegación y obtención de información fiable; el abuelo de la familia podría aportar conocimientos valiosísimos sobre cuestiones organizativas y de lucha, o sobre temas relacionados con el mundo rural, explicando su propia experiencia; un hermano que esté estudiando Ciencias Físicas podría proporcionar información sobre cuestiones energéticas y otrx amigx interesado en el eco-feminismo podría aportar la lectura de ciertos textos que aborden la dominación de la mujer, en relación con el ecocidio en marcha. Cada unx de estos responsables de área prepararía un mínimo de 3 textos o informes cada semana y tendría la responsabilidad de leerlos y resumirlos para ponerlo después en común con todxs los miembrxs del grupo de aprendizaje. Estos grupos se reunirían en persona o vía telemática, al gusto, una vez por semana o cada dos semanas, para poner en común los materiales leídos y establecer conversaciones y debates. Ivan illich imaginó cosas así y los que llevamos trabajando muchos años en la Educación de Adultos estamos familiarizados con este tipo de dinámicas, para nada utópicas.
Por supuesto que los medios de comunicación masivos y las redes sociales están llenas de bulos. Pero es conveniente aclarar que son los propios Estados, los grandes grupos mediáticos y las grandes cadenas televisivas los que más bulos difunden. Es esencial, por tanto, vacunarse contra los bulos del gran capital. Este tipo de grupos harían, entonces, un filtrado de aquellas informaciones de las que tengan sospecha de que no sean fiables o que estén al servicio de los poderosos. Otra cuestión importante es que para poder construir un aprendizaje popular debemos huir de los expertos, de la tiranía de los expertos. Los expertos, para James Petras, no son más que los ideólogos del sistema capitalista. Lo mismo podría decirse de los coachs o de los guías espirituales. En su lugar podemos recurrir a la figura del tutor, el compañero de aprendizaje o el referente. El problema que tenemos en Occidente es que en vez de tener como referentes a autores como Ted Trainer, Miguel Amorós, Corsino Vela, Houria Bouteldja, Carlos Taibo, Yayo Herrero, Jorge Riechmann, Pedro Prieto o Luis González Reyes tenemos a referentes mediáticos como Iker Jiménez o Risto Mejide. En ese sentido, estos días, aprovechando los aplausos de las 20:00 deberíamos arrojar las televisiones por la ventana y hacer en el patio una gran hoguera.
De ese modo se podría generar un nodo colectivo de sabiduría, de otra sabiduría, que podría a su vez, establecer contacto con otros nodos creando una cultura popular, amplia y adaptada a las necesidades de la propia comunidad. ¿Y quién sabe? Este tipo de prácticas colectivas tal vez pudieran favorecer al surgimiento de tentativas emancipadoras.
La mayoría de la población tiene más o menos claro que no volveremos a la «normalidad». Otrxs afirman abiertamente que la «normalidad» era el problema. Y es verdad, pero el problema aquí es que gran parte de esa «normalidad» en la que hemos vivido hasta ahora, incluso bajo el estado de alarma actual aún prosigue, y todo indica que después de este confinamiento, por desgracia, seguirá en vigor. Me explico. Debe señalarse que lo que entendemos por «normalidad» abarca muchas realidades. Por un lado, incluye el hecho de que en Occidente hayamos vivido con ciertas «comodidades», lo que a su vez está relacionado con el hecho de que pertenezcamos al 20 por ciento de la población que está consumiendo más del 80 por ciento de los recursos energéticos de todo el planeta, lo que llaman el principio de Pareto (pocos con mucho y muchos con poco). Esa «comodidad», efectivamente, ha sido interrumpida para muchas personas que han perdido o van a perder sus trabajos, y en general, para todxs aquellxs que están viviendo bajo un estado de alarma, con todo lo que eso tiene de pérdida de derechos. En ese sentido, es evidente que no vamos a volver a la «normalidad». Pero la «normalidad» también abarca, a nivel global, todas esas actividades que han estado destruyendo la biosfera como son el extractivismo minero a gran escala, la actividad industrial, el consumo de combustibles fósiles -aunque se haya reducido estas semanas- y la extracción de gas de esquisto mediante fracturación hidráulica. Tengamos en cuenta que hasta la irrupción del coronavirus en el planeta se quemaban 11.500 millones de toneladas de combustibles fósiles cada año o 100 millones de barriles al día, que es el equivalente a quemar una piscina olímpica de crudo cada 13 segundos. ¿Cómo han afectado a esto las limitaciones en la movilidad provocadas por el coronavirus? A mediados de marzo de este año Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), comunicaba que «si la crisis se limita a China, el descenso será de 90.000 barriles diarios» pero que «según esa organización, que agrupa a los países industrializados, la demanda de petróleo podrá caer hasta en 700.000 barriles si el coronavirus se extiende por el mundo. Y está pasando»(37). Basta hacer una sencilla resta: 100 millones menos 700.000, para darse cuenta de que, a pesar del parón en los transportes y en gran parte de la actividad económica, el consumo de combustibles fósiles sigue siendo inmenso. El coronavirus no ha abolido el consumo de petróleo, por mucho que se diga en los medios que «el mundo se ha parado», y todo parece indicar que ese consumo no se abolirá.
No, ni el mundo ni el capitalismo se han detenido. Esa «normalidad» invisible –que es la «normalidad» de tres siglos de desarrollismo psicópata, al que por cierto los ecologistas y anticapitalistas no han dejado nunca de denunciar-, si no lo impedimos, seguirá imperando, por desgracia, después de este estado de alarma.
Pero desobedecer estas semanas también implica convertir este estado de alarma en un estado de rechazo, utilizando la conocida expresión de Georges Henein en su obra Prestigio del terror. Habitar la desobediencia es, hoy más que nunca, habitar el rechazo hacia el monstruo de los mercados financieros internacionales, los gestores del desastre y los amos del mundo que han decidido seguir produciendo, explotando y destruyendo los ecosistemas. Y habitar el rechazo exige preguntarse si se desea destruir este capitalismo termo-industrial o si, por el contrario, se desea seguir contribuyendo a él. Es un buen momento –en realidad siempre lo ha sido- para preguntarse si se quiere de verdad destruir el capitalismo fosilista, antes de que su putrefacción nos arrastre con él, a su fin ecocida.
No se trata tan sólo de rechazar un sistema económico que ha posibilitado la aparición de epidemias como la del coronavirus: se trata de rechazar y odiar con todas las fuerzas un sistema económico-militar que ha provocado que tan sólo en Europa se produzcan 8 millones de muertes al año por contaminación ambiental; que los gases de efecto invernadero no hayan dejado de aumentar (en la atmósfera ya hay, por ejemplo, 415 ppp de dióxido de carbono); que la temperatura media mundial haya aumentado en 1,1 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales; que en la Amazonia se esté deforestando el equivalente a tres campos de fútbol de árboles cada minuto; que cientos de activistas indígenas y ecologistas sean asesinados(38) al año por proteger sus comunidades de la minería y la agricultura a gran escala; que tan sólo en Colombia, por ejemplo, muera asesinado un sindicalista cada cuatro días; que provoca que cientos de migrantes procedentes de sus periferias imperiales mueran(39) tratando de atravesar el Mediterráneo; que casi la mitad de la población mundial malviva con menos de 2 dólares diarios o que pueblos enteros como el saharaui lleve más de 40 años olvidado en el desierto, y otros pueblos como el palestino o el tibetano sigan malviviendo bajo ocupación militar. Por favor. Esto es una auténtica pesadilla. Este sistema económico es insoportable. ¡Es literalmente insoportable!
Por todo ello y a pesar de -o precisamente por- este estado de alarma, debemos desobedecer. Es fundamental que el capital no perciba que aceptamos esta injustificada pérdida de derechos con total pasividad. Hablo de protestas, de sabotajes contra todo lo que ponga en peligro la vida de trabajadorxs, de grupos de apoyo paralelos a los que proporciona, o no proporciona, el Estado. Hablo de recuperar ya mismo la solidaridad y la confianza en los demás, del modo que cada cual considere oportuno. Hablo de recuperar las calles; hay mil formas de recuperar, evitando los contagios, las calles, las plazas, los barrios, e incluso nuestros propios hogares, aún bajo este estado de excepción planetario. Que cada cual elija cómo y dónde golpear al sistema de dominación, y que lo haga poniendo el máximo cuidado para no contagiar a otras personas, o para no ser contagiado. Yo soy el primer interesado, quizá por cobardía, en no salir a la calle para impedir posibles contagios de familiares, amigxs o vecinxs. Y estoy convencido de que la persona que escribió el otro día «1984» en la pared de mi barrio tomó tantas precauciones para no ser pillado por la policía como para no contagiar a nadie durante su perniciosa acción.
Pues eso. Invito a experimentar nuevas formas de resistencia e insurrección, a todos los niveles; habitando juntxs otra sabiduría, otras desobediencias, otro erotismo, otro miedo e incluso otra subjetividad. Cualquier gesto radical sirve para oponerse a este estado de alarma injustificado y a este sistema de pesadilla. Debemos redirigir la ira, el pánico y la imaginación contra el propio sistema que ha propiciado desastres como la aparición del coronavirus. En este contexto tan confuso e incierto se abren ante nosotrxs numerosas travesías de insubordinación, físicas y mentales.
En este difícil camino sólo nos queda desobedecer juntxs, cuerpo a cuerpo.
Contagiándonos.
Expandiéndonos.
Salud y rabia.
Notas
(1) Carolina Meloni González, «La comunidad intocable», https://lavoragine.net/comunidad-intocable-meloni/
(3) Giorgio Agamben, «La invención de una epidemia», Il Manifesto, 26 de febrero, 2020.
https://ficciondelarazon.org/2020/02/27/giorgio-agamben-la-invencion-de-una-epidemia/
(4) Félix Rodrigo Mora, «Sé el mejor médico de ti mismo yatrogenia, coronavirus y pandemias», en el blog https://www.felixrodrigomora.org/, 29 de marzo, 2020.
https://www.felixrodrigomora.org/se-el-mejor-medico-de-ti-mismo-yatrogenia-coronavirus-y-pandemias/
(5) Entrevista de Boro LH a Carlos Taibo, «Carlos Taibo: «Nos hallamos ante una crisis que se sitúa en la antesala del colapso”», www.lahaine.org, 27 de marzo, 2020.
https://www.lahaine.org/est_espanol.php/carlos-taibo-nos-hallamos-ante
(6) Entrevista a Pedro Prieto, «Pedro Prieto, miembro del panel internacional de la Assoc. for the Study of Peak Oil and Gas», https://www.energias-renovables.com, 15 de febrero, 2010.
https://www.energias-renovables.com/entrevistas/pedro-prieto-miembro-del-panel-internacional-de
(7) https://lavoragine.net/apocaelipsis/
(8) https://disciplinasocial.art/disciplina-social/
(9) Luis Navarro, «COVID-19: Disciplina social».
https://disciplinasocial.art/covid19-disciplina-social/
(10) Raoul Vaneigem, «Coronavirus», en el blog La voie du jaguar, https://lavoiedujaguar.net/, 17 marzo 2020.
https://lavoiedujaguar.net/Coronavirus
(11) Amador Fernández Savater, «Habitar la excepción: pensamientos sin cuarentena (I)», 16 marzo, 2020
https://www.filosofiapirata.net/habitar-la-excepcion-pensamientos-sin-cuarentena-i/
(12) «Reanudado el proceso administrativo para desalojar a La Ingobernable del edificio que okupa en la calle Alberto Bosch», Europa Press, 31 de marzo, 2020
(13) https://ingobernable.net/2020/03/31/imagina-no-tener-centros-sociales/
(14) Álvaro Sánchez, «Bélgica anima a hacer deporte al aire libre durante el confinamiento», https://elpais.com/, 20 de marzo, 2020.
(16) Juan Navarro, «Confinados en el ‘hotel piojos’», https://elpais.com/, 23 de marzo, 2020.
https://elpais.com/espana/2020-03-23/confinados-en-el-hotel-piojos.html
(17) https://jacobin.com.br/2020/04/nao-existe-solidariedade-sem-conflito/
(18) https://lavoragine.net/no-hay-solidaridad-sin-conflicto/
(19) «Mueren seis presos en medio de revueltas en cárceles italianas por coronavirus», 9 de marzo, 2020.
(20) Mauricio Dueñas Castañeda, «Al menos 23 presos muertos en Colombia en motines por el coronavirus», 23 de marzo, 2020.
(21) Rosa Alh, «Asalto a la autosuficiencia rural», https://www.elsaltodiario.com/, 31 de marzo, 2020
https://www.elsaltodiario.com/peninsula/asalto-a-la-autosuficiencia-rural
(22) María Galindo, «Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir», Apocaelipsis, 26 de marzo, 2020. En https://bit.ly/2wWUWXU
(23) Raúl Zibechi, «Los movimientos en la pandemia», https://desinformemonos.org/, 2 de abril, 2020.
https://desinformemonos.org/los-movimientos-en-la-pandemia/
(24) Pedro García Olivo, «Antropocidio: el coronavirus como prueba piloto para la regeneración necrófila del capitalismo», 26 de marzo de 2020, blog del autor: ¿Eres la noche? Para perdidos y reinventados, 26 de marzo de 2020. https://pedrogarciaolivo.wordpress.com/
(25) Pedro García Olivo, «“Guerra mundial contra la sociedad”: el coronavirus en tanto cifra de una nueva forma de reproducción del capitalismo», ibídem, 22 de marzo de 2020.
(26) Silvia Ayuso, «Los ‘chalecos amarillos’ desafían al coronavirus y marchan en París», www.elpais.es, 14 de marzo, 2020.
(27) «Miles de chalecos amarillos se saltan las restricciones del coronavirus y salen a protestar en Francia», www.abc.es, 15 de marzo, 2020.
(28) Federico Cué Barberena, «Las manifestaciones en Chile desafían al coronavirus y al Gobierno de Sebastián Piñera», www.france24.com, 14 de marzo, 2020.
(29) https://www.ela.eus/es/noticias/el-gobierno-vasco-pone-a-la-ertzaintza-al-servicio-de-sidenor-para-impedir-la-protesta-de-la-plantilla
(30) Manuel Tori, «Los obreros italianos amenazan con huelgas para detener la producción industrial», www.publico.es, 23 de marzo 2020,
(31) Tom Hall, «Obreros detienen la producción en las plantas automotrices de Michigan y Ohio, desafían al sindicato y la gerencia», World Socialist Web Site, Ed. Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI), 19 marzo 2020. https://www.wsws.org/es/articles/2020/03/19/shap-m19.html
(32) Will Morrow, Alex Lantier, «Huelgas salvajes estallan en Italia para exigir cierre de plantas durante la pandemia de coronavirus», ibídem.
(33) Víctor Lenore, «Silicon Valley, ganador cultural de la crisis del coronavirus», www.vozpopuli.com/, 16 de marzo, 2020.
https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/silicon-valley-crisis-coronavirus_0_1336966590.html
(34) Ibídem.
(35) Ekaitz Cancela, Despertar del sueño tecnológico: Crónica sobre la derrota de la democracia frente al capital, Ed. Akal, Col. Pensamiento crítico, Madrid, 2019, p. 175.
(36) Anselm Jappe, Crédito a muerte: La descomposición del capitalismo y sus críticos, Ed. Pepitas de calabaza, Logroño, 2011.
(37) Pablo Pardo, «La guerra del petróleo entre Rusia y Arabia Saudí llega al surtidor», www.elmundo.es, 19 de marzo, 2020.
https://www.elmundo.es/economia/actualidad-economica/2020/03/19/5e72591e21efa08f318b45a3.html
(38) Según el informe «Análisis Global 2018» que elabora Front Line Defenders, cada día y medio muere asesinado un activista ambiental en el mundo.
(39) https://www.eldia.es/sucesos/2020/04/03/40-muertos-patera-hundida-venia/1067446.html