Escribimos esto a varias manos, con las ideas que en estos días han surgido en las propuestas y reflexiones virtuales que como Parlamento hemos desanudado. Escribimos en el encierro, pero jamás desoladas (Lagarde, 2012). Sabernos juntas en medio de esta crisis es lo que permite que no perdamos la apuesta colectiva por organizar la esperanza, y por transformarlo todo.
Parlamento Plurinacional y Popular de Mujeres, y Organizaciones Feministas del Ecuador(*).
Escribimos esto a varias manos, con las ideas que en estos días han surgido en las propuestas y reflexiones virtuales que como Parlamento hemos desanudado. Escribimos en el encierro, pero jamás desoladas (Lagarde, 2012). Sabernos juntas en medio de esta crisis es lo que permite que no perdamos la apuesta colectiva por organizar la esperanza, y por transformarlo todo.
El capitalismo, como orden social, aprovecha la emergencia para reforzar su lógica empresarial, y perpetuar la estructura de clases sociales y de intercambios desiguales; mientras tanto “el neoliberalismo se pone descaradamente el vestido del Estado de guerra” (López Petit, 2020). De esta manera, la emergencia generalizada evidencia las estructuras históricas en las que se levanta el sistema, que para el caso latinoamericano es el resultado de la colonialidad del poder-saber-ser, la división sexual, racial e internacional del trabajo, y la transferencia de recursos naturales y fuerza de trabajo sobreexplotada al Norte y las sociedades industrializadas(1). Vivimos unas veces como acumulación originaria de capital, y otras como fase neoliberal en donde “el capital combate la tendencia decreciente de la tasa de ganancia por la vía de la apropiación directa de riqueza común, es decir, por medio del saqueo y la desposesión” (Diego Sztulwark parafraseando a Jun Fujita Hirose, 7 de marzo de 2020).
Quienes escribimos este texto, venimos de un país donde el capitalismo sólo es posible porque coexiste y es subsidiado por las relaciones de servidumbre y trabajo doméstico no asalariado (para el 2019, el 20% del PIB del Ecuador corresponde a trabajo no remunerado, ese 20% está compuesto por un 15,2% aportado por las mujeres; mientras los hombres, el 4,8%). Y cuya economía y sostenimiento del Estado, dependen del modelo primario exportador y de la renta extractivista (petróleo, banano, cacao)(2). Esto significa que las estrategias económicas adoptadas para la diversificación, modernización e industrialización no son efectivas en la superación del patrón de acumulación primario exportador, porque constituyen mecanismos que transfieren valor a las economías capitalistas desarrolladas. Pero también implica que el 40% de la PEA (Población Económicamente Activa) se encuentre fluctuando el 40% del subempleo: mayoritariamente sin seguridad social, generalmente por cuenta propia, sin sindicalización y sin estabilidad laboral.
Esta emergencia muestra que el saqueo y el despojo a la clase trabajadora, reforzado en las últimas cuatro décadas, ahonda la división internacional del trabajo. La precarización, la sobreexplotación y la falta de derechos laborales para amplios sectores de la población, son parte de la memoria larga de este capitalismo dependiente. Si el imperativo es obedecer para sobrevivir, quedarse en casa significa un nuevo ajuste en el control de la vida: los sectores populares que viven de lo que ganan al día, a la quincena, por jornal, no pueden dejar de trabajar porque no sobreviven, pero si salen a sobrevivir, son multados o detenidos por las fuerzas policiales. Para nosotras la cuarentena es un privilegio de clase. ¿Cuáles son entonces las posibles vías de la clase trabajadora subempleada y sin derechos laborales para permanecer en cuarentena, cuando no cuentan con ingresos para comprar alimentos? Por ahora, vemos dos: un creciente endeudamiento de las familias y un aumento de la sobrecarga de trabajo de cuidado. Y es que a pesar de las medidas, muchxs buscan salir o exigen condiciones mínimas de trabajo y garantía de salarios y estabilidad laboral: lxs trabajadorxs informales que venden en las calles que viven de lo que venden a diario; lxs trabajadorxs de delivery de las plataformas digitales, que constituyen una modalidad de servidumbre explotada para beneficio de las clases medias y altas que pagan por este servicio y cuyo trabajo permite la ganancia de grandes empresas transnacionales; autorizados y promovidos por el Estado para no quedarse en casa. O las trabajadoras remuneradas del hogar que trabajan “puertas adentro” durante la cuarentena o quienes han dejado de ir a trabajar pero que no reciben ya, su pago quincenal. Esta explotación laboral y estos trabajos en sí garantizan la supervivencia de las clases medias y altas que tienen menos riesgos a contagiarse, mientras las clases populares y trabajadoras quedan más expuestas y con menos garantías de sobrevivencia.
Luego de una década de gobierno progresista organizado en la retórica de superación de la larga noche neoliberal, y de casi tres años de profundización de políticas neoliberales, Ecuador se ve enfrentado a la emergencia del COVID-19 en una situación de crisis económica y política que muestra los enormes problemas estructurales que se mantienen en una economía rentista y dolarizada, que justifica la no afectación de las ganancias y de la concentración de la riqueza de las élites, a través de mayor endeudamiento y desfinanciamiento del sistema de salud.
Y es que Ecuador lleva en crisis mucho antes de la última pandemia global. Durante los primeros diez años de “Revolución Ciudadana” se denunció la consolidación de un complejo médico industrial con grandes ganancias acumuladas para las industrias de insumos, farmacéuticas y referencia a hospitales privados, así como desvíos en corrupción, con un crecimiento exponencial del número de consultas pero acciones limitadísimas en promoción y prevención en salud. Se incrementó la inversión en salud pero nunca se redujo la mortalidad materna ni la desnutrición infantil. La hiperestatización y modernización de nuestras vidas nos dejó sin organizaciones de promotores comunitarios, con parteras tradicionales en territorio sin autorización para atender partos, con organizaciones sociales desmanteladas: un tejido social devastado por un gobierno progresista. Resultó absurdo plantear una “revolución en salud” mientras se acentuaban modos de vida tóxicos y destructivos con extractivismo intensivo (petróleo, minería, etcétera) y se perseguía a quienes denunciaban la contaminación/desposesión de sus territorios. A ello se sumó la firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea (2015) y finalmente, en el segundo gobierno de Alianza País, esta vez con Lenin Moreno, la suscripción de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y un endeudamiento agresivo (2019).
Para mayo de 2019, los recortes de personal y la reducción del gasto en salud significaron centros de salud sin medicación ni insumos, aplicación de las políticas fondomonetaristas, intento de reducción de salarios para internxs rotativxs, etcétera(3). Varios centros de salud y hospitales que ya venían sobreviviendo al recorte presupuestario de los últimos años, tuvieron que gestionar insumos y personal en medio de la contingencia. A lxs médicxs no les tocó más opción que organizarse para abastecerse y al mismo tiempo, protegerse. Ahora en ciudades neoliberales como Guayaquil, los sectores populares ya no pueden acudir a los hospitales para ser atendidos por otras enfermedades u operaciones pendientes. Con el avance exponencial de la pandemia y el precario sistema de salud ecuatoriano, no hay capacidad para atender otra cosa que no sea el COVID-19.
A la historia de desfinanciamiento de los sistemas de salud colectiva, la constante amenaza de privatización de la seguridad social y el acceso desigual a conocimientos científicos, que nunca producimos, que siempre compramos; se suma la composición orgánica del capital y la forma que adquiere el plusvalor tanto el que se genera por el trabajo productivo, como aquel que existe por el trabajo reproductivo no remunerado. A la par, las diferencias en el patrón de acumulación y la producción tecnológica y de conocimientos científicos entre los países latinoamericanos se muestra hoy de manera imperante. Somos conscientes, sin embargo, que la ciencia de los pueblos y nacionalidades es un saber no valorado y que se ha rescatado en formas y modos de difusión de sistemas de prevención frente al virus. Como escribía en estos días Paco Gómez Nadal, «mirar al Sur Global, donde la psicología positiva no ha hecho estragos con la resiliencia humana y donde la capacidad de sobreponerse a los traumas sigue apoyándose en frágiles redes de cooperación donde el conflicto es tan permanente como las soluciones a los dilemas del día a día» (2020). Es justamente ahí, en la manera en que el capitalismo, la colonialidad y el patriarcado se han dado lugar en América Latina; que habitamos la crisis.
Hace unos años, Naomi Klein explicaba que la doctrina del shock es esto que vivimos en estas semanas, una táctica recurrente de la derecha liberal en la que después de un desastre natural, de un coup de eta, una guerra o un ataque terrorista, se explota la desorientación del público para suspender la democracia, aplicar política pública radical de libre mercado y así, redirigir las ganancias a las élites. Pero ¿qué pasa cuando esta doctrina se aplica en pueblos insubordinados y sobrevivientes al histórico saqueo violento? Pueblos que luego de las insurrecciones de 2019 han aprendido que la lógica de la guerra que buscan implantar los Estados, ya sea en tiempos de sublevaciones, o en momentos de coronavirus, son el mecanismo para construir enemigos internos que justifiquen todo: pago de deuda externa(4), policías a las calles, compra de armamento. En estos días de endeudamiento agresivo, nosotras hemos dicho la deuda externa enferma, nosotras queremos vivir. Y vivir dignamente.
Por su parte, el gobierno de Lenin Moreno decretó una campaña de donación de kits de alimentos provenientes de los monopolios y oligopolios comerciales, dejando de lado la agricultura familiar campesina que sostiene no solo la alimentación de las mayorías sino la economía del Ecuador. A esto se sumó, la declaratoria de cuarentena en todo el país y el cierre de los centros educativos y las clases en línea impartidas por las instituciones pero solo posibles de realizar con el trabajo en casa, la modalidad de teletrabajo y en algunas ciudades, toque de queda; la población sólo podrá movilizarse en el caso de que se requiera adquirir alimentos, sugiriendo que para hacerlo, se pueden usar plataformas digitales, como Uber, Glovo y Rappi, y evitar de esta manera el contacto entre personas.
El argumento principal es que estas medidas son necesarias para evitar el colapso del sistema de salud y garantizar que se aplane la curva de contagio(5). Obediencia a cambio de supervivencia escribía hace unos días Amador Fernández Savater (2020). Frente a la retórica del neoliberalismo periférico que no alcanza a gestionar la crisis, y a la desconfianza generalizada de la población, que luego del paro de octubre, coloca bajo sospecha al gobierno; la escalada de contagios y fallecidxs en estos últimos días ha obligado a que surjan distintas propuestas para financiar la salud colectiva, y politizar el momento. Para nosotras, el confinamiento ha implicado aumentar la carga del trabajo de cuidado que ya pesaba sobre nuestros cuerpos: la educación, la salud mental y emocional, y la posibilidad de que los espacios familiares no estén en crisis permanente, porque están sostenidos mayoritariamente por mujeres.
La declaratoria de pandemia (OMS 2020) y las consecuentes medidas que la mayoría de países adoptaron en estas semanas ante la emergencia sanitaria, ocurren en un contexto de crisis de los cuidados, derivada de los cambios en el rol de las mujeres en la economía, de la organización capitalista y patriarcal del trabajo de cuidado, y del retiro del Estado de las esferas sociales (Hochschild, 1995). A pesar de la crisis, la organización del trabajo reproductivo no sólo que ha permanecido invariable, asentado en las dobles o triples jornadas de trabajo que hacemos las mujeres tanto en la esfera productiva como en la reproductiva, sino que está marcada por la lógica de acumulación de los grandes grupos económicos que generan condiciones de vida mucho más precarias, mientras aumentan su tasa de ganancia. Y es que, como sostienen lxs compañerxs italianxs, esto ocurre “justo cuando el capital se ha hecho pandémico” (Connessioni Precarie, 2020).
Sabemos que la pandemia, sumada a la división sexual del trabajo, a la feminización de la salud y la pobreza, colocan a las mujeres en “la primera línea” para enfrentar este momento. Son las enfermeras; las trabajadoras de la limpieza; las trabajadoras remuneradas del hogar -mayoritariamente migrantes y racializadas- quienes cuidan niñxs y ancianxs; las repartidoras de delivery; las cocineras; las trabajadoras informales; las propietarias de tiendas de barrio para proveer pan y víveres a todo el vecindario; las campesinas que producen alimentos; las que gestionan el racionamiento de comida; las que tranquilizan a lxs enfermxs mientras esperan en sus camillas el diagnóstico médico; las que no pueden guardarse en cuarentena si sus hijxs no tienen los alimentos necesarios para subsistir; las que realizan el trabajo afectivo y de cuidados para calmar la ansiedad de vivir en encierro; las que, poniéndose en riesgo, desinfectan los lugares tanto dentro y fuera de los hogares para que el virus no se expanda… Ellas, que con su trabajo sobreexplotado y precarizado aportan para que la vida en medio de la pandemia sea sostenible. Eso sí, en fronteras aún más borrosas entre lo productivo y lo reproductivo, y que hacen del trabajo en cuarentena, una dimensión intensificada que organiza la cotidianidad.
Y es que en encierro obligatorio o no, la vida es insostenible sin el trabajo no pagado, ese que hacemos a diario.
Estamos conscientes de que el #QuédateEnCasa, promovido a nivel global es una medida de seguridad y responsabilidad social para contener el contagio y evitar un mayor colapso social; pero para nosotras, la angustia e impotencia que esta medida genera, es también una oportunidad histórica para pensarnos en interdependencia, empatía y solidaridad. Decía Marina Garcés, “la vulnerabilidad es también nuestro vínculo fundamental con los otros, lo que enlaza nuestra existencia a otras existencias. (…) La interdependencia es la revelación de nuestra imposibilidad de ser solo un individuo. Experimentar nuestra interdependencia, experimentar el nosotros como dimensión de nuestra propia existencia, es una vía para reconquistar el mundo” (2008). En las plataformas virtuales en donde tenemos la suerte de compartir con compañeras, amigas, colegas, familiares no faltan los mensajes de preocupación, solidaridad y formas de resistencia. Sin estas redes, la vida misma no es posible, mucho menos la vida en cuarentena. Así mismo sentimos anhelo del agua, el viento, las montañas, las plantas.
En las redes sociales lxs artistas, lxs trabajdorxs de la salud, lxs gastronomxs, lxs cientistas sociales, etcétera, ofrecen sus servicios para solventar dudas, para ayudar, para sostener. No han mermado la escucha y la atención para quienes se sienten solxs, vulnerables o que temen por su vida. Así en uno de los continentes más feminicidas, las feministas seguimos acompañando en cuarentena, a quienes viven violencia machista. No ha faltado la amiga que, incluso sabiéndose expuesta al contagio, sale de casa si una vecina compañera necesita sostén y apoyo.
Nosotras en cambio, no hemos parado de imaginar y crear estrategias para interpelar y exigir al Estado en medio de la precarización y la dependencia, para que cumpla con su obligación de velar por toda la población. Pero a la par de la política de interpelación, ponemos en el centro formas no estatales para transitar la incertidumbre: creamos redes para recoger insumos o dinero, elaboramos canastas de alimentos y artículos de primera necesidad para las familias que no cuentan con el derecho mínimo de alimentación y salud. No faltan las que se ofrecen a cuidar lxs niñxs para que las otras mujeres puedan autocuidarse también, o las que acompañan a la distancia las tareas escolares, etcétera.
Están también lxs que nos comparten cómo el #QuédateEnCasa ha pausado la lógica voraz y destructiva del capitalismo, mejorando temporalmente la vida en el planeta. Y están lxs luchadorxs que desde sus territorios evidencian el proyecto infame y sin sentido de unas élites y unos gobiernos que recurren a la minería y el petróleo para financiar la economía del país: ¿ya nos dimos cuenta que vivimos de la agricultura y no de la minería? La cuarentena nos invita a pensar cómo otro mundo no capitalista es posible. A valorar las cercanías, los abrazos, los afectos, las palabras al oído y mirando a los ojos, las manos que labran la tierra y cultivan para que no nos falte el alimento diario, las que preparan alimentos y los reparten, las que curan y alivian, las que acarician: «Combatir la impotencia y encarnar la crítica pasa, en primer lugar, por atacar ese yo: atacar los valores con los que sobrevolamos el mundo, atacar las opiniones con las que nos protegemos de él, atacar nuestro particular y precario bienestar» (Garcés 395: 2019). Es momento de pensarnos como parte de algo más amplio, más humildes, empáticxs. Colocar la vida en el centro y entender que ninguna vida vale más que otra, que todxs necesitamos vidas dignas y libres de violencia, así como nos enseñan siempre los pueblos indígenas.
Franco Bernardo Bifo nombraba lúcidamente esta emergencia: parálisis relacional (Bifo 2020). ¿Cómo entonces imaginamos el cuidado, si para aplacar el contagio requerimos de una suspensión de las relaciones? ¿cómo politizamos la distancia física y el confinamiento? ¿cómo construimos colectivamente un cuerpo presente que no puede plegarse a la política del arraigo, mientras el capital y el virus siguen circulando? ¿A qué memorias nos pertenecemos, cuáles honramos?
Pensamos. Hacemos silencio. Dejamos que la pregunta resuene en el cuerpo. ¿Es real que en todos los territorios las relaciones se suspenden? Para muchos pueblos, la cuarenta no es individual porque la supervivencia es colectiva. Hay familias que en medio de la precarización han decidido juntarse en la cuarentena y colectivizar sus recursos y los alimentos. Ante un riesgo de contagio y el hambre, prima la alimentación y el cuidado comunitario.
Recordemos que desde el levantamiento de octubre del 2019, la alerta constante y los caminos para sobrellevar estados de emergencia, toque de queda, ollas comunitarias, enfrentamientos en primera línea, represión generalizada, nos obligaron a transitar la incertidumbre y aprender a actuar en el camino, acuerpándonos. Durante el Paro, las mujeres (#MujeresContraElPaquetazo, las hermanas indígenas, así como compañeras de varios colectivos feministas y organizaciones) planteamos propuestas, protesta y acción directa, así como cuidado y contención emocional. Si a lo largo de la historia hemos sido las que hablan de lo que no se quiere hablar (feminicidios y abortos clandestinos), fuimos en esos días de octubre, las que mostramos aquello que no se quería ver. En tiempos de oscuridad y represión, nosotras conseguimos alumbrar el tiempo de la rebeldía y la insurrección. Convocadas por las mujeres indígenas, recorrimos Quito, cambiando la lógica del enfrentamiento instaurado, y aislando el discurso de la guerra que sostenían el Estado y las élites. Nuestras demandas estuvieron siempre acompañadas de la ética del cuidado, que luego, con el Parlamento se instauró como forma de hacer política y construir, ese entre nosotras.
La memoria del paro está presente en estas semanas de cuarentena y virus. Pero ahora el escenario es otro: uno que nos obliga a estar a la distancia para no enfermarnos ni enfermar al resto, que nos mantiene alejadas unas de otras, que impide tocarnos, abrazarnos y llorar juntas para sanar. No sabemos aún cómo, pero por ahora, le hacemos frente a la saturación de información y miedo, ensayando escuchas radicales(6) que hagan de la sanación, una economía política de los afectos.
Pero también en estos días, nos dimos modos de celebrar el Pawkar Raymi (Nuevo Año Andino) desde nuestras casas, prendimos velitas, compartimos en torno al fuego: “que en este florecimiento, broten la sabiduría, la reciprocidad y la rebeldía”, dijimos. Así nosotras y los pueblos de los que venimos, creemos que vamos construyendo algo colectivo que quizás, pueda alumbrar este momento, desde el compromiso con la vida. Frente a la lógica de crueldad, violencia y oportunismo del capital; nosotras insistimos en colocar la vida y el cuidado en el centro. Y es que vivimos el cuidado. En el camino de la pandemia, fuimos definiendo que no íbamos a permitir que las élites y el Estado, que la derecha política y económica, determinen el sentido de este momento histórico. Politizamos la distancia y planteamos desde el Parlamento, Cuidados para el Pueblo; buscamos honrar la memoria del paro, y “caceroleamos”, para “que las cacerolas nos den fuerza y sirvan de abrazo fraterno”.
La disputa por el sentido histórico es también no adscribir a la aparente disyuntiva que coloca al Estado vs el mercado. Parecería que para sobrellevar este momento, solo existen dos caminos: o la neoliberalización absurda de toda la economía (mercado en todos los servicios públicos y la salud como mercancía) o el retorno de un Estado que lo controla todo, lo provee todo y reemplaza a la organización social. Para nosotras que habitamos sociedades plurales, un debate medular es el contenido político de autonomía en donde el Estado nacional, no constituye la única comunidad política, ni el único entramado público. Si algo nos enseñaron los primeros diez años de Revolución Ciudadana (que desmanteló organizaciones de promotores locales, indígenas, mujeres, rurales para reemplazarlos por técnicos con bachillerato y sustituyó la marginación social por la incorporación en el consumo), es que la salud se construye también desde la comunidad y no solo desde el Estado.
Así como el paro, la cuarentena muestra aquí la relación trivalente e histórica que los pueblos del Ecuador han sostenido con el Estado: con éste, contra éste y más allá de éste. Relación que ocurre en simultáneo y que por ejemplo, implica que demandamos al Estado programas y medidas de protección pero no le entregamos el poder de regir nuestras vidas y cooptarlo todo. Es decir, que para nosotras, así como para las organizaciones indígenas, el Parlamento de los Pueblos, las organizaciones campesinas y de agricultorxs, la salida ante la crisis sanitaria y la inminente crisis económica, no es ni neoliberal ni meramente estatal.
Por eso cuando el gobierno ecuatoriano lanzó la campaña de donación ciudadana de kits de alimentos a través de los supermercados grandes y la Cámara de Comercio; las organizaciones de izquierda propusieron no pago de la deuda externa; los colectivos urbanos plantearon donación de alimentos provenientes de tiendas barriales, comercios pequeños y productores locales para aquellos que no tienen qué comer; la CONAIE promovió la creación de un fondo de emergencia que salga de la renta extractiva y el cese del acuerdo con el FMI, y acopio de alimentos de pequeñxs agricultorxs para abastecer a la población más necesitada. La soberanía alimentaria y la no mercantilización de la supervivencia a través de la compra de alimentos a las grandes empresas está siendo demandada por nosotras, por el movimiento indígena y la población desde diferentes territorios. Buscamos poner en jaque la red de interdependencia, donde no dependamos de las ofertas del mercado sino que sobrevivamos garantizando la vida digna de lxs agricultores, la alimentación de la población y el no enriquecimiento de las grandes empresas y transnacionales. Nos preocupa el hambre, el recrudecimiento de la violencia, la militarización de los territorios y el progresivo endeudamiento del país y de nuestras vidas. Por eso, exigimos cuidados para el pueblo, cuidados para la vida, salud y dignidad.
En el sonido de las cacerolas de estos días, se oye como eco… solo el pueblo salva al pueblo.
[1] Las reflexiones de la Teoría de la Dependencia, así como de la crítica a esta mostraron hace algunas décadas, cómo el caso de Ecuador visibilizaba que el capitalismo en América Latina implica la coexistencia de otras formaciones socioeconómicas y productivas “precapitalistas” que subsidian, transfieren valor y generan renta diferenciada, permitiendo la reproducción del capital.
[2] El modelo económico del Ecuador hasta la primera mitad del siglo XX estaba compuesto por la extracción de la renta en trabajo y en especie (acumulación originaria). Con la entrada en el proceso modernizador capitalista, estas relaciones sociales de producción sufrirán algunas modificaciones a través de políticas de reforma, pero su dependencia al mercado internacional se mantiene intacta, de hecho mejora su inserción en el mercado.
[3] Salud en época de Austeridad https://ecuadortoday.media/2019/05/02/salud-en-epoca-de-austeridad/
[4] Ecuador pagó hoy, 23 de marzo, 324 millones de dólares por obligaciones de la deuda externa; mientras el gobierno argumentaba que en crisis, no había fondo para emergencia sanitaria.
[5] Somos uno de los países que presentan los más altos números y porcentajes relativos de personas contagiadas en la región.
[6] Dice la compañera mexicana Lía García que para solo la poesía y la escucha radical curan.