Cerca de 200 personas, adultos, hombres y mujeres, jóvenes y niños salieron de Lima caminando rumbo a Chosica en la tarde del lunes 13 de abril. En un momento tan grave como el que vive Perú, esta marcha fue un abierto desafío a la autoridad del gobierno que dio la orden a todos los habitantes del país a quedarnos en casa, a que no salgan a las calles dos personas juntas, y a pagar multas si lo hacemos o desobedecemos. Se trataba de una clara provocación. Al ver las imágenes por televisión, temí que el paso siguiente sería una represión dura de la policía y las fuerzas armadas, de esas a las que estamos acostumbrados en los últimos 199 años de la República y su estado-nación. Felizmente, no hubo represión. ¿Por qué?
No se trataba de manifestantes camino a una plaza pública para protestar. Quienes iban a Chosica, tenían en común su deseo de irse de Lima. No aguantaban más. Los 200 se multiplicaron y llegaron a más de 1,000 huancavelicanos; luego, centenares de pucallpinos, huanuqueños, arequipeños, etc. optaron también por regresar a sus tierras caminando. Es posible que el número se multiplique. Paralelamente, surgieron numerosos grupos de personas que no pudieron volver a sus lugares de origen en otras regiones del país porque el toque de queda decretado por el gobierno el 16 de marzo los encontró en Lima, antes de volver. Antes, cerca de 20,000 peruanos y peruanas quedaron en distintas ciudades del mundo sin poder tomar sus vuelos de regreso. El gobierno ya trajo a Lima a 10,000, recibiéndolos en hoteles, algunos de 5 estrellas, por la cuarentena obligada para evitar nuevos contagios. Otros 10,000 están en listas de espera. Dentro de este contexto es posible entender que los huancavelicanos que se iban de Lima por otras razones, recibieron el apoyo del gobierno para que en coordinación con los gobiernos regionales vuelvan en buses escoltados por policías y soldados, con el compromiso de llegar a sus ciudades y comunidades de origen y quedar en cuarentena hasta descartar si eran o no portadores del virus.
Las imágenes y fotos muestran que la mayoría de caminantes era joven y tenía rostro andino. Ellas y ellos querían volver a Huancavelica. Uno de ellos dijo que había venido a trabajar en Lima. En tiempos de lluvia –noviembre-abril– hay más tiempo libre y es habitual ir a la costa a buscar un trabajo por unas semanas un par de meses. Otros dijeron que se iban porque no tenían qué comer. Huían del hambre de Lima y también del virus de la muerte. Para ellos y ellas ser o no portadores del virus es lo menos importante. ¿Quieren irse para siempre o solo por un tiempo hasta que pase la pesadilla que viven? Es demasiado temprano para tener una respuesta. Unas entrevistas en quechua y castellano hechas por un antropólogo que se parece ellos y los tratan de igual a igual, habrían sido muy útiles. En mi condición de persona mayor vulnerable, estoy confinado y refugiado en casa, solo, con un horizonte incierto, pero dispuesto a seguir tratando de entender nuestro dolido país y buscando soluciones para cambiarlo.
Las razones para esa huida son probablemente muchas y contradictorias; no las conoceremos hasta dentro de algún tiempo. Lo que cuenta es señalar que estamos probablemente frente a un hecho, tal vez, demasiado importante. Están pendientes varias tareas: observar atentamente el proceso de este éxodo de nuevo tipo, sus distintas acogidas, sus posibilidades de regreso a Lima; viajar a Huancavelica grabadora y libreta de campo en mano; examinar los problemas con los migrantes en sus asociaciones en Lima y con sus artistas que tienen el olfato de sentir lo que viene con más rapidez que la razón occidental de los estudios de las ciencias sociales; y seguir de cerca la improvisación constante del gobierno, dentro de los límites de su buena voluntad.
Detengámonos en el título de este artículo: Aquí termina Lima. Lo tomé de una caricatura que recibí a través del whatsapp. Desafortunadamente, no sé quién la hizo y no puedo por eso citar su nombre y agradecerle; se nota que no uno de los viajeros. La línea de separación entre Lima y el resto del país anuncia la posibilidad de un cambio importante, de una Lima que se va y de otra que viene. Conocemos la Lima que se va, pero aún no sabemos nada de la Lima que viene. Ha habido desde 1535 hasta ahora muchos grandes momentos de cambio de la ciudad. No ofreceré el listado de todos, solo de algunos. El primero es la transformación de un valle precioso con una agricultura de riego, plenamente poblado, y con un millar de Huacas-lugares sagrados en el que los cristianos españoles decidieron formar su ciudad capital con ellos en un lado-encima y los esclavos-indios-debajo, de otro; luego, la Lima enmurallada para defenderse de los cusqueños y de los corsarios, bucaneros y piratas que amenazaban el puerto de Callao; le siguió una Lima moderna sin murallas y grandes avenidas con sus años de gloria en tiempos de Augusto B. Leguía. Vino después una Lima con algunos distritos parecidos a los del primer mundo, llena de barriadas y millones de migrantes mil oficios poblando todos los cerros y arenales posibles. Si la pandemia fuera tan grave como parece, la ciudad cambiaría para ser otra.
El verso del valse Lima de antaño, de Chabuca Granda: “Esta Lima que se aleja/ y se pierde en el recuerdo/ es una señora bella de añejas historias y misterios”, expresaba la pena y el dolor por la ciudad colonial perdida, aquella del virrey Amat y Juniet, su Perricholi, y su escritor e intelectual Ricardo Palma. No sé si alguien cantó el dolor de haber perdido la Lima moderna de Leguía. ¿Sería posible que la Lima de señores y falsos wiracochas descrita por Arguedas en su hermoso poema A nuestro padre Túpac Amaru, himno-canción, inmediatamente anterior a la Lima enrejada con cámaras de televisión y wachimanes para no dejar entrar a indios, cholos, negros, o gentes de color marrón o modesto, esté en el comienzo de su primer adiós?
Aquí termina Lima, podría significar el fin de aquel sueño cantado en el valse El provinciano, de Laureano Martínez Smart: “Las locas ilusiones me sacaron de mi pueblo/ abandoné mi casa para ver la capital/, como recuerdo el día feliz, de mi partida…”. Si así fuera, la Lima del ska -ritmo jamaiquino previo al reggae- Chicles, cigarrillos, caramelos, de Miki González, contando la historia de los niños de barriadas trabajadores y vendedores, y la canción chicha Casuarinas y esterinas, mostrando el contraste entre cerros de unos y los arenales de otros, de Edilberto Cuestas, pasarían a ser parte del pasado. Si fuera así, sería tal vez posible un reencuentro, preanunciado en el wayno en quechua Cuando camino por las calles de Lima: “Cuando camino por las calles de Lima/ y veo el Cerro San Cristóbal/ recordando los cerros de mi pueblo/ recuerdo a mi querida madre” /. ¿En qué me veré/ amando a una mujer de un pueblo extraño? / me veré como la trucha del río/ que cuando el agua se seca/ solo le queda la muerte”.
Si se tratase del fin de un sueño, lo que aparece por el momento ausente es el sueño que reemplace al anterior. En otras palabras, la desilusión producida por un sueño incumplido podría no ser suficiente para suponer que haya otro sueño alternativo. Sólo cuando el desmontaje de esta Lima que conocemos esté terminando será posible ver o entrever las bases de otro sueño posible.
Abandonar Lima, podría significar también admitir que la solidaridad andina en los pueblos jóvenes y en los barrios populares de Lima no fue suficiente para soportar el golpe de la pobreza extrema que la pandemia no hizo sino develar. A los viajeros de regreso les queda la reciprocidad del ayni -un día de trabajo por un día de trabajo, una carga de leña por una carga de leña- y la minga -un día de trabajo por una comida, con música, bebida y baila- entre familiares de un mismo ayllu o comunidad, como el último recurso en las tierras altas, allí donde los retornantes sin virus esperan llegar y ser bien recibidos. Ojalá que así sea.
En los días de dolor extremo, cuando la muerte aparece más cerca que nunca, crujen y tambalean las estructuras sociales que soportan nuestras vidas; podrían derrumbarse, pero los encargados de su cuidado tienen muchos recursos para evitar que eso suceda.
(El portal LaMula.pe publicó hace una semana mi artículo Perú en el espejo de la pandemia coronavirus, que aparece también en mi Facebook, que fue el primero sobre esta pandemia)