“Contar la propia historia es hacernos cargo de la sangre que nos habita”.
-Silvia Rivera Cusicanqui-
Hij@s del Aguayo
Matilde Amazonia Prada Aquim
“Contar la propia historia es hacernos cargo de la sangre que nos habita”.
Silvia Rivera Cusicanqui
Se puede decir que es habitual en Bolivia que los niños y niñas “blancos” y mestizos sean criados por mujeres indígenas. Pero, cuando crecen, algunas familias o, más bien, la misma sociedad, situada en un estrato social privilegiado, los separan de esas mujeres, incluso, con el curso de los años, les enseñan a despreciarlas; se produce la disyunción dolorosa. En eso consiste lo que nombra Silvia Rivera como complejo de aguayo. Esta fue su historia y ahora contaré la mía.
La memoria de mi primera infancia está impregnada del recuerdo de María Laura. Ella me cuidó y amó, como si fuera mi segunda madre. Vengo de una madre abnegada y tenaz, que trabajó esforzadamente para dar lo mejor a sus hijos, y de un padre que, en esa época, hacía lo que podía, comprometido con Bolivia, para lograr quizás un país mejor y efectivamente multicultural. Yo soy la menor de cuatro hermanos. Ellos estaban en situaciones distintas a la mía, debido a la diferencia de edad, por lo que las distancias temporales nos alejaban. Después de la separación de mis padres, me refugié en el amor de María y ella en el mío. Recuerdo dormir con ella abrazada por las noches, hasta que mis padres llegaran a casa. Recuerdo sus caricias, sus canciones, su comida, también los viajes al campo, así como las idas a los parques. No me olvido de los peinados de trenzas que nos hacíamos juntas; me hablaba en aymara. Todo eso vuelve ahora, retratado en fotos felices, recuerdos de una tierna infancia.
Los años pasaron, me hice mayor y, quizás, independiente. María decidió establecerse de forma autónoma, formando una vida familiar junto a su esposo y sus tres hijos. Su familia se fue a vivir a la ciudad EL Alto, donde comenzarían otra vida. Durante mi adolescencia, fui marcada por otras y variadas experiencias, las que lastimosamente me alejaron del mundo que compartí con María Laura. En resumidas cuentas, me había alejado bastante del mundo que compartí con María, mundo indígena y mestizo, adentrándome en un mundo distinto, diría ajeno o enajenante. Un mundo, supongo, actualmente, alejado del Eros, que describe Han en uno de sus libros, titulado “La agonía de Eros”.
“El Eros mueve y propulsa el alma para una procreación en la belleza. De él emana una fuerza ascensional del espíritu. El alma, impulsada por Eros, produce cosas bellas y sobre todo acciones bellas, que tienen un valor universal, lejos de las existentes diferencias sociales’’.
Byung-Chul Han
El Eros de Han es el YO del SER, que está presente también en el ELLOS. Es el ser de amor, que está dentro de nosotros, lejos de toda superficialidad, egoísmo y narcicismo. Digo esto para entender lo siguiente: en el transcurso de mi temporada escolar empecé a refugiarme en burbujas sociales provisionales y artificiales, las cuales, inconscientemente me empujaban, cada vez, a caer en un tipo de narcisismo; pero, sobre todo, enclaustrándome en mi entorno social y alejándome de la realidad social del país.
Este decurso de extrañamiento me hacía daño, sin todavía entender por qué. Las dudas y las preguntas se desbordaron, el descontento conmigo misma me inundó anegándome, hasta que llegó el día cuando empecé a cuestionarme sobre tal efecto que mi entorno cotidiano, producía en mí, además tomar consciencia del ejercicio de dominación que se suscitaba, de la que ya no quería formar parte.
Después de esta catarsis, me encontré envuelta en una profunda crisis; obligándome a iniciar los caminos de la autocrítica; crisis conmigo misma, durante un tiempo, más o menos dramático, cuando me encontraba lejos de casa, en Buenos Aires. Me di cuenta, entonces, de las causas del malestar que me aquejaba en La Paz; mi dilema y mi lucha interior se debía a lo que llamo, ahora, una profunda herida colonial; herida abierta, dolorosa e ineludible, derivada de alienaciones, así como del hecho de negar mis raíces. Herida hendida en el cuerpo, enraizada y erigida en la postración de una mezquina sociedad, una pequeña sociedad dentro de una gran sociedad. Herida que no iba a curar hasta aceptarme como individua “blanca”-mestiza, manchada de negro o viceversa, india manchada de blanco, como dice Cusicanqui.
“La materialidad de esa herida colonial opera sobre los afectos y los sentimientos. Por ejemplo, cuando te dicen que no debes darle un beso a una persona porque es india. O que no te juntes con las personas por no pertenecer a una buena familia. O por no invitar a comer a la mesa, junto con la familia, a la trabajadora del hogar, que estuvo con ellos por varios años. Y los ejemplos abundan y son variados’’.
Entrevista argentina a Silvia Rivera, 2018
Ahora me doy cuenta de que el problema queda arraigado en cada uno de nosotros, como bolivian@s; mestiz@s, crioll@s, indígen@s. Somos una sociedad que no se encuentra porque no asume sus contradicciones y se pierde en un mirar foráneo, cuando en realidad tenemos que aprender tanto de las huellas inscritas en nuestra sangre y en las cavernas de la memoria de nuestro pasado. Toda esa reflexión me condujo a reencontrarme y a buscar de nuevo a María, quien representa a la mayoría de las mujeres del país, a sus añoradas esperanzas y sus miradas escrutadoras. Ahora entiendo que, en realidad, ella es la metáfora, que trae al presente la historia de mis tatarabuelas, bisabuelas y abuelas, conectadas con sus raíces ancestrales. Habitando afectuosamente la tierra e inspirada en la cultura aymara, en el eterno retorno de nuestras culturas ancestrales, que acogen el pasado para proyectarse al futuro, aunque siempre en un presente distinto.
“Los seres devenidos como no humanos han sufrido un profundo proceso de extrañamiento de sí, al punto de fundar su ontología a partir de su marca colonial, reduciendo la complejidad de su humanidad negada a esta marca impuesta por la violencia de la herida colonial’’.
Rosario Aquim en Miscelenias
En el cuerpo de María Laura se resume lo andino, también en mi cuerpo amazónico recojo las otras raíces, de donde viene mi madre y de donde procede mi nombre Amazonia.
Ensayo e imagen: Matilde Amazonia Prada Aquim