Una comunidad resiliente permitirá el desarrollo de contextos enriquecidos con aprendizajes colectivos, fomentará la participación, disminuirá unos de los productos más nocivos del capitalismo: el individualismo. Una comunidad resiliente dará paso a la reconstrucción del tejido social y permitirá potenciar un empoderamiento que nos facilitará enfrentar lo que la pandemia del COVID-19 ha generado. En este sentido, insisto que debemos hablar de resiliencia y de generar una comunidad resiliente. Y esto implica un proceso de transformación, lo cual no es fácil, incluso podemos decir que es un proceso costoso, debido a que implica tiempo, profundos cuestionamientos, cambios cognitivos, actitudinales y emocionales, es decir, nos costará un cambio de vida.
Generar comunidades resilientes frente al COVID-19
Dra. Karla Salazar Serna CRIM/UNAM
La pandemia del COVID-19 es unos de los más desafiantes retos que la humanidad ha enfrentado en las últimas décadas. Se ha evidenciado la poca o nula capacidad de muchos países para enfrentarla a través de sistemas de salud deteriorados por el descuido, la privatización y la poca inversión, características de un sistema neoliberal que hoy muestra su gran fracaso. La estrategia más efectiva para las diferentes poblaciones radica en el resguardo en casa, la sana distancia y el lavado frecuente de manos. La carta más importante del juego la tienen las diferentes poblaciones para frenar el desastre.
Un peligro grave de esta pandemia es precisamente la expansión del miedo.
Sin embargo, diferentes desafíos se enfrentan ante este panorama, la estrategia de confinamiento no es una medida fácil, por un lado, recordemos que los individuos tienen un especial anclaje al mundo cotidiano, donde la interacción social, las experiencias compartidas, los significados de los oficios, profesiones, ocupaciones laborales, educativas y de convivencia se tejen de forma relacional y dan un significado a la vida. Es donde ocurren los procesos de identidad, de pertenencia, donde existen diversos pilares para generar comunidad. Por otro lado, no toda la población tiene el privilegio del confinamiento en sus hogares, su sobrevivencia depende de una economía construida día con día.
Dado lo anterior, es comprensible sentirse vulnerable y por ende sentir miedo. No obstante, sentir miedo no es un hecho nocivo, el miedo nos permite tener un balance sobre “nuestra situación” y por tanto puede detonar acciones preventivas, pero si éste se vuelve pánico nos puede inmovilizar, incluso puede provocar la pérdida de empatía hacia nuestros conciudadanos, y dejar de ver sus necesidades más apremiantes, quebrantar el sentido comunitario. Es importante detenernos y reflexionar sobre las dinámicas que permiten extender y contagiar el miedo. Un peligro grave de esta pandemia es precisamente la expansión del miedo.
En otras palabras, no debemos atormentarnos bajo una psicosis colectiva, hay que reflexionar sobre las necesidades que tenemos en conjunto, ver nuestras fortalezas más que diagnosticar nuestros errores, no debemos ser una presa del diagnóstico mundial, el mundo ha cambiado, y se vienen mil cambios más ante los cuales el individualismo ya no tiene cavidad. Pero, ante este escenario impuesto por el COVID-19 ¿cómo podemos reforzar un sentido comunitario y fortalecer vínculos que nos permitan hacer frente a las adversidades? Desde mi experiencia como investigadora social puedo decir que aun en los escenarios más horrorosos pueden surgir pilares para construir caminos que permitan sobrellevar la adversidad y transformar el daño. A este proceso se le llama resiliencia. Boris Cyrulnik la define como un proceso que implica factores internos y externos para lograr un desarrollo después de un hecho traumático. Ahora bien, la resiliencia no es un proceso absoluto, es más bien relativo pues depende del equilibrio dinámico de factores personales, familiares y sociales. La resiliencia también implica una progresión evolutiva que responde a nuevas vulnerabilidades, como la que vivimos ahora a causa de la pandemia.
Hay que puntualizar, que una persona no puede ser resiliente ni incidir sobre una resiliencia comunitaria sin contemplar la ética. La ética hoy en día debe cobrar relevancia, debemos regresar a la ética de la vida, donde el respeto a los otros se consolida cuando nos pensamos como parte de un todo, y al todo como parte de uno mismo. En este sentido, Anne Frank (la niña judía víctima del holocausto) escribió esta reflexión a sus escasos 12 años: “No puedo consolarme por la miseria de los demás, tengo que consolarme con una cosa positiva”, justo después de que su madre le había tratado de consolar al comentarle que había personas en peores condiciones que ellos. La resiliencia no se obtiene a toda costa, ni se construye bajo la miseria de otros, la resiliencia se construye con piedras de ética, del mirar de formas solidarias a nuestros conciudadanos. Pero ¿cómo una comunidad puede generar resiliencia? Acorde con la estudiosa Angélica Klotarienco (2018) existen pilares para construir una resiliencia comunitaria, los cuales son: autoestima colectiva (se hace referencia a las percepciones satisfactorias sobre el sentimiento de pertenencia a la comunidad); identidad cultural (se constituye por procesos de interacción basados en costumbres y actividades culturales); humor social (se refiere a la capacidad de encontrar la comedia en la propia tragedia); y la solidaridad entre los miembros de la comunidad (cuanta más solidaridad, mayor capacidad, mejores procesos y resultados resilientes). Actualmente debemos mirar nuestros entornos bajo expectativas realistas más no negativas, toda crisis otorga oportunidades de cambio y transformación, la magia radica en identificar nuestras fortalezas, darles más cuidado, atención e importancia sobre las debilidades o defectos. Promover las capacidades individuales y sobre todo las capacidades colectivas. Asimismo, debemos reconocer y respetar la diversidad de personas que componen nuestra comunidad, entender que los procesos resilientes se viven de forma diferenciada y que no todos tenemos las mismas formas para responder a la adversidad. No pretendo a través de esta reflexión enmarcar los procesos de resiliencia como alternativas de fácil construcción, por el contrario, reconozco su complejidad, sin embargo, quiero insistir en que ante la adversidad tenemos dos opciones (como bien lo señaló Boris Cyrulnik): someternos o sobreponernos. Y que la segunda opción se convierte en nuestra verdadera alternativa realista. Para conseguirlo debemos unir esfuerzos y considerar que las formas cómo se construye y fortalece el vínculo social para afrontar las adversidades, potencia y moviliza las capacidades que como comunidad, sociedad y nación tenemos. Cabe mencionar, que el hecho de que una comunidad pueda desarrollar resiliencia comunitaria, no exime a los gobiernos de su responsabilidad y compromiso por garantizar el bienestar de los pueblos. Sin embargo, una comunidad resiliente permitirá el desarrollo de contextos enriquecidos con aprendizajes colectivos, fomentará la participación, disminuirá unos de los productos más nocivos del capitalismo: el individualismo. Una comunidad resiliente dará paso a la reconstrucción del tejido social y permitirá potenciar un empoderamiento que nos facilitará enfrentar lo que la pandemia del COVID-19 ha generado. En este sentido, insisto que debemos hablar de resiliencia y de generar una comunidad resiliente. Y esto implica un proceso de transformación, lo cual no es fácil, incluso podemos decir que es un proceso costoso, debido a que implica tiempo, profundos cuestionamientos, cambios cognitivos, actitudinales y emocionales, es decir, nos costará un cambio de vida.
“Existen pilares para construir una resiliencia comunitaria, los cuales son: autoestima colectiva, identidad cultural, humor social y la solidaridad entre los miembros de la comunidad”.