La historia recién descubierta del continente modifica completamente el pensamiento dominante referido al desarrollo de las civilizaciones humanas.
LA HISTORIA RECIEN DESCUBIERTA DEL CONTINENTE AMERICANO MODIFICA COMPLETAMENTE EL PENSAMIENTO DOMINANTE REFERIDO AL DESARROLLO DE LAS CIVILIZACIONES HUMANAS[i]
El mundo globalizado, a partir de los siglos XV-XVI, se desarrolló bajo un discurso dominante que impusieron las élites absolutistas de la Europa Occidental, discurso que luego continuaron las burguesías nacionales y prolongaron hasta el presente quienes han controlado el capitalismo global. Ese discurso fue construido bajo la necesidad de justificar la expansión de las potencias europeas hacia el resto de continentes, estableciendo a partir de allí que todo lo europeo es universalmente válido y que su cultura posee una actividad creadora y dinámica superior al resto de sociedades del mundo.
Dicho discurso parte de considerar que las llamadas sociedades clásicas de Grecia y Roma constituyeron la “cuna de las grandes civilizaciones humanas”, y esa cultura greco-romana ha sido impuesta a nivel mundial como paradigma de la supuesta “superioridad” de las sociedades europeas sobre el resto de pueblos del planeta tierra.
Entendemos al mundo occidental según la conceptualización aportada por Antonio Soto:
“Debemos aclarar previamente que entendemos como Occidente a toda Europa, Rusia incluida, a América del Norte, a Australia, Nueva Zelanda y a Sudáfrica. No es pues un término geográfico, sino más bien cultural. De allí se supone que no existe un Oriente y que las llamadas sociedades orientales sólo lo son para Europa. Si desde nuestro país debemos señalar la ubicación de otros continentes, observamos que nuestro Occidente es el Asia y nuestro Oriente está formado por Europa y África. Sin embargo, como europeos, norteamericanos y australianos se denominan a sí mismos occidentales, debemos utilizar dicho término para referirnos a ellos“.
Todo el pensamiento occidental de los últimos siglos se ha fundamentado en la cultura del Renacimiento europeo (siglos XV-XVI), considerado como recuperación de las antiguas civilizaciones greco-romanas, y se puede considerar que buena parte de todos los desarrollos teóricos en el campo de las ciencias: en la economía, la política, la filosofía, la sociología, la antropología, la historia, la educación, la matemática, la física, la química, la biología, la agronomía, la medicina, la arquitectura y demás ciencias, tienen sus principios fundamentales a partir de las ideas renacentistas y su posterior desarrollo por el pensamiento occidental en los cinco siglos siguientes.
Incluso el marxismo, entendido como cuerpo teórico de las luchas anticapitalistas de los trabajadores, también tiene un fundamento eurocéntrico, engarzado en ese principio básico de considerar la superioridad cultural de la civilización que dio origen al actual sistema capitalista dominante.
En este discurso eurocéntrico sobre la historia del mundo, que denominan “historia universal”, la población del continente americano es un actor que ingresa bastante tardíamente en el proceso histórico. Un continente poblado con mucha posterioridad al resto de continentes, al cual se le reconocen la existencia de varias civilizaciones medianamente desarrolladas, pero que en términos generales han sido consideradas en un estadio inferior a la cultura que invadió América a partir de las carabelas de Colón, razón que explicaría la aniquilación de los imperios existentes para inicios del siglo XVI (Incas y Aztecas) por parte de ese pequeño contingente de aventureros españoles que inició tres siglos de genocidio, etnocidio y saqueo.
Al designar como el “Nuevo Mundo” a América, las élites europeas construyeron un referente que nos designaba como un territorio casi virgen, escasamente habitado, cuyos pobladores calificaban en el concepto de “salvajes”. En el mejor de los casos, unos salvajes con ciertos destellos de inteligencia que les permitieron crear civilizaciones difíciles de explicar para el eurocentrismo, como los Mayas, y construir maravillas arquitectónicas como Machu-Picchu. Pero salvajes al fin, que habían ingresado al torrente civilizatorio a partir de la conquista y colonización europea. Un continente que no tenía nada relevante que aportar al desarrollo científico-cultural de la humanidad, más allá de algunas manifestaciones exóticas reducidas a las secciones periféricas de los museos y las enciclopedias (López, Suárez y Rodríguez, 2019: 20).
Todo el conocimiento científico y todos los valores culturales que hoy imperan en Nuestra América, que se continúan reproduciendo y expandiendo en universidades, medios de comunicación, redes sociales, instituciones públicas, empresas privadas, en los núcleos familiares y comunidades populares, sigue siendo básicamente eurocéntrico.
Desde la época colonial, buena parte de las élites criollas se hicieron reproductoras de ese mismo discurso justificador de la dominación europea en América. En el período republicano y ya entrado el siglo XX con sus luchas populares influidas por la óptica marxista, sectores mayoritarios de las élites políticas tanto de derecha como de izquierda asumieron la misma perspectiva eurocéntrica explicativa de una “historia universal” cuya columna vertebral parte de la antigua Grecia, en la cual los americanos nos ubicamos en las extremidades inferiores de la humanidad.
La izquierda latinoamericana, repitiendo a los manuales soviéticos, ha reproducido y sigue haciéndolo en pleno siglo XXI, una visión de la historia humana que desconoce completamente el desarrollo de las grandes civilizaciones que milenios antes de Grecia y Roma se erigieron en América, África y Asia. Ante la periodización de los historiadores europeos, impuesta a nivel mundial gracias a la hegemonía de occidente, es decir: Prehistoria - Edad Antigua - Edad Media – Edad Moderna – Edad Contemporánea, los marxistas soviéticos reprodujeron el mismo esquema unilineal pero con otros nombres: Comunismo Primitivo – Esclavismo – Feudalismo – Capitalismo – Socialismo.
Las mayoritarias sociedades tributarias, que el mismo Carlos Marx definió como “modo de producción asiático”, y que predominaron en casi todas las grandes civilizaciones originarias de la humanidad, en Sumeria, Egipto, India, China, y también en América, han sido ignoradas por ese discurso histórico eurocéntrico (SotoAvila, 1994: 33-34)[ii].
La mayoría de las sociedades evolucionaron de la sociedad sin clases a la forma tributaria. El esclavismo dominante en la antigüedad clásica europea (Grecia-Roma) fue una excepción y no la regla. El esquema unilineal eurocéntrico hasta ahora dominante sólo refleja las etapas de la historia de Europa occidental. Es imprescindible elaborar esquemas de desarrollo de las distintas civilizaciones en cada uno de los continentes, en los cuales el modo de producción tributario sería una constante, salvo la mencionada excepción europea (Amin, 1989: 26).
Al tomar la historia de Europa como eje de la “historia universal”, la perspectiva global se tergiversa totalmente, pues en vez de considerar a las demás culturas por lo que ellas son en sí mismas, estas adquieren interés desde el momento en que entran en contacto con el mundo europeo. La “entrada” en la historia de los pueblos no europeos sólo se produce al contactar con Europa. La historia europea es la que decide cuándo, cómo y por qué otros pueblos tienen acceso a la historia, cuándo pueden aspirar a la historicidad. De acuerdo con esa perspectiva eurocéntrica, se habla entonces del “descubrimiento” cuando los europeos entran en contacto con otras culturas, como ha ocurrido con su narración de la invasión al continente americano.
El llamado mundo occidental y cristiano le ha impuesto al resto del mundo su propia explicación de la historia, presentándola como si fuera “universal”. De acuerdo con ello, el derecho romano, la filosofía griega, la religión cristiana, la democracia griega, la música, la pintura, el modo de vida, característicos de la cultura occidental, deben constituirse en el patrón de referencia para el resto de pueblos del mundo. Particularmente se ha fortalecido la tendencia a atribuir la ciencia a Occidente, despreciando sistemáticamente todos los aportes científicos provenientes de culturas no europeas. Pero el supuesto de que todo lo europeo u occidental es universalmente válido es una falacia.
El resultado del eurocentrismo ha sido el predominio de una visión completamente falsa y tergiversada sobre nuestra historia como humanidad. Un desconocimiento casi total sobre la extensamente rica experiencia civilizatoria del mundo no europeo, y particularmente de la historia americana antes de la invasión colonial iniciada con la llegada de Colón.
Pero las cuatro últimas décadas han aportado investigaciones en distintos campos de la ciencia que están derrumbando todos los falsos mitos sobre la superioridad europea y las pretendidas limitaciones de las culturas americanas. El calibre de los nuevos descubrimientos es tal que voltean completamente al eurocentrismo hasta ahora dominante, y aportan una visión de la historia humana en donde América pasa a jugar un papel de primer orden como territorio de las primeras grandes civilizaciones, junto a Mesopotamia, y como espacio continental que albergó manifestaciones culturales extremadamente sofisticadas y aún casi desconocidas en toda su amplitud como sociedades complejas, cuya experiencia civilizatoria tiene mucho que aportar al devenir futuro de la raza humana (Mann, 2005: 51)[iii].
LA NUEVA INFORMACIÓN SOBRE LA AMÉRICA INDÍGENA.
Haciendo una enumeración de los principales aportes de la ciencia a la nueva historia americana, podemos mencionar:
¿SE PUEDE SEGUIR LLAMANDO NUEVO MUNDO?
La idea de concebir a América como el “Nuevo Mundo” se ha derrumbado ante las evidencias arqueológicas que retrasan en decenas de miles de años la entrada de seres humanos al continente y que colocan a los Andes suramericanos en el origen mismo de las primeras grandes civilizaciones de la humanidad. Unas sociedades complejas y sofisticadas, que nada tienen que envidiarle a las que se desarrollaron en el resto de continentes, comienzan a emerger poco a poco, trastocando todos los discursos científicos, todos los prejuicios culturales y todas las justificaciones perversas que sirvieron de sustento a la aniquilación casi completa de milenios de civilización que se suscitó en los siglos siguientes a la invasión europea.
Recuperar la memoria de la humanidad en América es imprescindible para valorar adecuadamente los aportes civilizatorios que millones de personas desarrollaron durante milenios en casi absoluta incomunicación con el resto del mundo habitado. Una historia de más de cuarenta mil años espera por ser conocida, difundida y comprendida, para bien del futuro de la actual sociedad globalizada.
La historia de la América precolombina debe reescribirse (López, Piñango y Suárez, 2018). Esa es la conclusión fundamental a la que se llega a partir de las más recientes investigaciones científicas en arqueología, genética, lingüística, antropología y estudios paleoclimáticos. Las últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI han servido para modificar de una manera bastante radical la percepción sobre el poblamiento americano y sobre las culturas que se desarrollaron en este continente antes de la llegada de los europeos.
Aunque la existencia de grandes civilizaciones como los Aztecas e Incas había sido aceptada y estudiada desde hace varios siglos, la valoración general sobre las culturas precolombinas, incluyendo a estos grandes imperios, se ha modificado en la medida en que los investigadores han roto con los prejuicios culturales impuestos por el racismo eurocentrista, y se han aportado nuevos datos y perspectivas que colocan a la América antes de 1492 como un territorio en el cual surgieron importantes procesos civilizatorios que aún hoy no se conocen del todo, pero que de manera indudable colocan a la América en los primeros lugares del desarrollo cultural de la humanidad.
El proceso de invasión, conquista y saqueo que se produjo a partir de 1492 en América, introdujo simultáneamente un discurso justificador, el cual fue perfeccionándose con los años y que sigue vivo en pleno siglo XXI. Ese discurso parte de considerar que los habitantes de América poseían una cultura inferior a la europea, y que por tanto era plenamente justificado su sometimiento y dominación, como mecanismo que los impulsara hacia un “estado civilizatorio” del cual eran incapaces de alcanzar por sí mismos.
En la práctica, la invasión europea significó la destrucción sistemática de todas las culturas originarias de América, incluyendo los grandes imperios de los Incas y los Aztecas, el saqueo generalizado de nuestras riquezas naturales (saqueo que aún pervive) y el sometimiento esclavista de la población indígena que logró sobrevivir al exterminio guerrerista europeo y a las enfermedades por ellos transmitidas.
Miles de años de civilización se disolvieron en pocos siglos de conquista y colonia. Con el tiempo, tanto los colonizadores como los colonizados terminaron olvidando la enorme riqueza cultural con la cual se tropezaron Colón y demás conquistadores. El discurso discriminador y negador de las culturas americanas terminó como fuente de verdad, y los posteriores desarrollos culturales republicanos de los siglos XIX y XX reprodujeron las explicaciones eurocéntricas sobre nuestros orígenes y nuestro pasado precolombino.
Postulamos un conocimiento histórico y antropológico que reivindique nuestra identidad nuestramericana, para volver a creer en nosotros mismos, valorar nuestras culturas y poder crear las condiciones de soberanía que permitan el desarrollo y el bienestar tanto material como espiritual de nuestras sociedades. Cada pueblo, al encontrar sus propias raíces, construye su identidad y busca afirmarse e insertarse en la historia mundial con su perfil original. Recuperar la memoria de las sociedades originarias americanas es una de las tareas teóricas principales del momento actual.
Desde principios del siglo XIX se produjo en Nuestra América[iv] un pensamiento propio que intenta ver y pensar nuestras sociedades con un proyecto americanista autónomo que busca apartarse de la subordinación a las potenciales occidentales que han dominado directa o indirectamente esta parte del mundo desde la época de Colón. Este pensamiento nuestramericano ha sido escasamente estudiado y considerado en los escenarios académicos de Venezuela. Incluso algunos de sus principales autores son totalmente desconocidos en el medio universitario del país.
El pensamiento americanista que comenzó a surgir desde el siglo XIX ha enfrentado durante dos siglos a una corriente contraria que podemos llamar civilizatoria (CorvalanMarquez, 2015: 24), que en los hechos ha actuado como representante criolla de los intereses foráneos en Nuestra América, pues considera a nuestras sociedades como apéndices de la cultura europeo occidental y valora nuestros desarrollos societales en la medida en que se asemejan a los modelos del capitalismo liberal que esas naciones representan.
Con las nuevas aportaciones científicas sobre la historia real de las sociedades que habitaron el continente durante milenios anteriores a la invasión europea, se abre un campo de reflexión y debate que fortalece considerablemente esta perspectiva americanista. Toda esta contundente realidad que aportan las recientes investigaciones arqueológicas, antropológicas, lingüísticas, paleo climáticas y genéticas sobre el pasado americano, contribuyen a fortalecer una tendencia epistemológica, filosófica y política que ha buscado desde la época de la independencia definir un camino propio y soberano para el desarrollo de los pueblos de Nuestra América.
Afirmaciones como la de Stuart Fiedel, prominente arqueólogo estadounidense, en las palabras iniciales de su obra: “Prehistoria de América”: “Cuando Cristóbal Colón desembarcó en una isla de las Bahamas a la que llamó San Salvador … América y sus habitantes pasaron repentinamente de la prehistoria a la historia, esto es, al período en el cual los acontecimientos se recuerdan por medio de documentos escritos”(Fiedel,1996: 19), que implican concebir a los pueblos indígenas americanos como pertenecientes a estadios muy atrasados de evolución socio-cultural, están actualmente en total cuestionamiento en virtud de todas estas recientes investigaciones que voltean completamente lo que se conocía como la historia de la América precolombina, e incluso modifican la propia historia de la humanidad en su conjunto.
La conciencia sobre nuestro pasado y sobre cómo el mismo puede repercutir y ayudar a resolver los gruesos nudos civilizatorios de la humanidad en el siglo XXI, es una tarea de grandes implicaciones y de mucha pertinencia para las nuevas generaciones de investigadores y de líderes sociales.
El pensamiento propio de Nuestra América, surgido en el siglo XIX, fortalecido en el XX y que se adentra en la actual crisis civilizatoria del siglo XXI, espera por los aportes que se deben extraer de ese pasado precolombino que apenas comenzamos a conocer.
Este vuelco del conocimiento que por décadas predominó en el mundo científico sobre la América precolombina implica una alerta para los ciudadanos al momento de valorar la información que se recibe tanto en los medios académicos como en la opinión pública (medios de información, redes sociales), sobre el pasado del continente americano. Luego de 1492 se construyó un discurso y se erigieron unas sociedades que negaron totalmente los milenios de grandes civilizaciones que se habían desarrollado anteriormente, hasta el punto que luego de medio milenio y pese a todos los avances, aún podemos afirmar que el desconocimiento y la ignorancia sobre nuestro pasado es lo que prevalece.
Las implicaciones teóricas, filosóficas, de estos recientes descubrimientos sobre nuestro pasado antes de Colón, no solamente para el pensamiento de Nuestra América, sino para la humanidad toda, aún están por verse. El discurso eurocéntrico predominante durante cinco siglos está en proceso de derrumbe total ante la certeza de que milenios antes de la civilización clásica en Grecia y Roma, existían en América diferentes sociedades de alta sofisticación, de considerable extensión y numerosamente pobladas.
El Nuevo Mundo americano, anteriormente valorado como prístino, salvaje, casi deshabitado y muy poco avanzado en términos civilizatorios, se comienza a presentar en contrario como cuna de las primeras grandes civilizaciones humanas y cuyos secretos se van revelando a medida que la ciencia avanza en sus investigaciones.
“Practicaron la agricultura durante siglos. Pero en vez de destruir el terreno, lo mejoraron. Algo que hoy en día aún no se conoce en las tierras del trópico“.
“Durante mucho tiempo unos pobladores inteligentes, que conocían trucos que nosotros aún estamos por aprender, utilizaron grandes parcelas de la Amazonia sin destruirla. Ante un problema ecológico, los indios lo resolvían. En vez de adaptarse a la naturaleza, la creaban. Estaban en pleno proceso de formación de la tierra cuando apareció Colón y lo echó todo a perder“. Charles Mann.
Maracaibo, Tierra del Sol Amada. 6 de abril de 2020.
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[i]El presente ensayo es una primera aproximación al debate en torno a la nueva historia del continente americano. No son ideas totalmente acabadas, sino un primer intento por abordar el impacto teórico que sobre todo el conocimiento científico implica estos descubrimientos que cambian la historia de la humanidad.
[ii]Esta reflexión crítica sobre la periodización histórica unilineal impuesta por el eurocentrismo la escuchamos por primera vez de nuestro profesor Antonio Soto Avila, quien para 1990 dictaba la materia Africa y Medio Oriente en la mención Ciencias Sociales - Área de Historia, de la Escuela de Educación de LUZ.
[iii] La primera información a la que tuvimos acceso sobre los nuevos descubrimientos científicos referidos a la América precolombina fue en 2009 al leer la obra de Charles Mann, “1491. Una nueva Historia de las Américas antes de Colón”. En 2009 inicié el dictado de la materia Historia de América en la nueva Licenciatura de Antropología que arrancó ese año en LUZ, y encontrar el libro de Mann en una librería de Maracaibo fue un maravilloso descubrimiento a partir del cual hemos iniciado la reflexión que en este ensayo intentamos resumir.
[iv]Recuperando a José Martí, Nuestra América abarca todos los territorios del continente fuera de los Estados Unidos y Canadá. En esta perspectiva que considera los nuevos descubrimientos sobre toda la América precolombina, el concepto de Nuestra América debería extenderse al continente completo, pues el tiempo durante el cual los estadounidenses han dominado y expoliado a los pueblos latinoamericanos y caribeños es demasiado corto para suprimir las decenas de siglos durante los cuales los indígenas norteamericanos desarrollaron importantes expresiones culturales que hoy siguen siendo casi desconocidas. En esta nueva interpretación, Nuestra América ya no estaría solamente referida a un territorio, sino también a un tiempo histórico hasta ahora silenciado e ignorado (su ámbito territorial dependería del espacio temporal que se estudie).
Roberto López Sánchez (Caracas, 1958). Profesor Titular de la Universidad del Zulia (LUZ) con ingreso en 1994. Licenciado en Educación. Magister en Historia de Venezuela (LUZ, 2005) y Doctor en Ciencias Políticas (LUZ, 2013). Egresado en pregrado con 19,41 puntos de promedio (LUZ, 1994). Actualmente dicta 4 materias en la Licenciatura de Antropología en LUZ: Historia de América, Historia de Venezuela, Intercambios Económicos, y Poder y Movimientos Sociales. Ha dictado 3 seminarios a nivel doctoral y 2 seminarios a nivel maestría en universidades venezolanas; y seminarios de Historia de Venezuela en la Universidad de Playa Ancha (Chile) y en las Universidades de Vigo y de Cádiz (España). Ha sido director de las Divisiones de Extensión y de Formación General; Secretario Docente de EUS; Coordinador de la Unidad Académica de Antropología, y de los Diplomados en “Formación Sindical y Prevención Laboral”; y en “Consejos Comunales” (16 cohortes graduadas). Ha dirigido 10 proyectos de investigación financiados por el CONDES-LUZ. Línea de investigación: estudio de los movimientos sociales. Ha publicado más de 50 trabajos científicos, incluyendo 8 libros, 5 capítulos de libros y 40 artículos en revistas arbitradas. Es autor de más de 50 ponencias en congresos científicos (22 de carácter internacional), organizador de más de 50 seminarios y conferencias de divulgación científica. También trabajó como profesor de Historia Universal, Historia de Venezuela y otras materias en el Colegio Fe Y Alegría, La Rinconada, Maracaibo, en 1993-1999. Entre otros reconocimientos, recibí la orden “Jesús Enrique Lossada” en su primera clase. (LUZ-2008); fué seleccionado al Programa de Estímulo a la Investigación (PEII). nivel C (más alto nivel),en las dos últimas convocatorias del MPPEUCT (2013 y 2015); y recibió el premio “Dr. Francisco Eugenio Bustamante” como mejor artículo científico (LUZ-1999). Ha publicado: “CARAL. LA NUEVA HISTORIA DESCOLONIZADA DE AMERICA” (2020); “UN NUEVO DEBATE SOBRE LA AMÉRICA INDÍGENA. ¿SE PUEDE SEGUIR LLAMANDO NUEVO MUNDO?” (2019); “EL MOVIMIENTO DE TRABAJADORES EN VENEZUELA DURANTE LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA: 1999-2012” (2017); “MOVIMIENTO ESTUDIANTIL Y PROCESO POLÍTICO VENEZOLANO” (2007); “EL PROTAGONISMO POPULAR EN LA HISTORIA DE VENEZUELA” (2008-2015); “LOS CONSEJOS COMUNALES Y EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI” (2009); y “VENEZUELA ANTE LA GLOBALIZACIÓN, LA CRISIS MUNDIAL Y LOS RETOS DE SU DESARROLLO” (2012). Luchador social, activista del movimiento estudiantil y profesoral, vinculado al trabajo obrero, campesino, ambientalista, indígena y cultural desde 1977. Participante de la lucha armada revolucionaria (1977-1988); miembro del Frente Guerrillero Américo Silva. Sometido a persecución política y juicio militar en 1982. Actividad revolucionaria clandestina durante 1982-1988. Fundador de la Unión Nacional de Trabajadores-Zulia y miembro de su comité ejecutivo (2004-2012). Integró el consejo consultivo de la Federación Bolivariana Socialista de Trabajadores del Zulia. También coordinó la Zona Zulia-Falcón del Ministerio del Trabajo en 2004. En la División de Extensión de la FEC desarrolló anualmente seminarios sobre: Crisis política en Venezuela; Marxismo y Antropología; Movimientos Estudiantiles en Venezuela; Movimiento de Trabajadores en la Venezuela Contemporánea; Crisis Económica Mundial; Movimientos Sociales y Protagonismo Popular en la Historia de Venezuela; y La Lucha Armada en el Oriente de Venezuela: 1965-1990. Dictó entre 2014 y 2016 los seminarios Lucha de clases en el siglo XXI. Movimientos sociales y formas de participación política; y El análisis marxista y la sociedad global del siglo XXI, en el programa de Doctorado de la UBV.