Ante la peculiar situación sanitaria que estamos viviendo a nivel internacional no se hicieron esperar una serie consideraciones filosóficas provenientes de los principales centros universitarios de Europa y Estados Unidos, con intervenciones mediáticas como las de un Žižek, un Agamben o una Butler. Pero podemos y debemos hacernos la pregunta: ¿qué es lo que dicen las escuelas filosóficas cultivadas en el sur geopolítico? Es aquí donde nos encontramos con una corriente que ha cobrado notoriedad en las últimas décadas y que surgió en el aciago ambiente político de la dictadura militar argentina en la década de los 70’: la Filosofía de la liberación, difundida por el nacionalizado mexicano, Enrique Dussel. En estos días, el profesor Dussel ha hablado en varios medios de comunicación (1) sobre su interpretación del acontecimiento pandémico de nuestros días. Sostiene que la Modernidad está siendo jaqueada como sistema civilizatorio, pues en lugar de haber cuidado la vida en común en la Tierra lo único que persiguió es el desquiciado aumento de la tasa de ganancia de las grandes firmas corporativas.
Jorge Alberto Reyes López
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
https://lavoragine.net/la-vida-el-metabolismo-ser-humano-naturaleza-y-la-inmunologia-comunitaria/
Ante la peculiar situación sanitaria que estamos viviendo a nivel internacional no se hicieron esperar una serie consideraciones filosóficas provenientes de los principales centros universitarios de Europa y Estados Unidos, con intervenciones mediáticas como las de un Žižek, un Agamben o una Butler. Pero podemos y debemos hacernos la pregunta: ¿qué es lo que dicen las escuelas filosóficas cultivadas en el sur geopolítico? Es aquí donde nos encontramos con una corriente que ha cobrado notoriedad en las últimas décadas y que surgió en el aciago ambiente político de la dictadura militar argentina en la década de los 70’: la Filosofía de la liberación, difundida por el nacionalizado mexicano, Enrique Dussel. En estos días, el profesor Dussel ha hablado en varios medios de comunicación (1) sobre su interpretación del acontecimiento pandémico de nuestros días. Sostiene que la Modernidad está siendo jaqueada como sistema civilizatorio, pues en lugar de haber cuidado la vida en común en la Tierra lo único que persiguió es el desquiciado aumento de la tasa de ganancia de las grandes firmas corporativas, subordinando todo a la lógica del capital (los organismos internacionales, los Estados nacionales, el trabajo vivo del ser humano, los recursos energéticos y la naturaleza en su conjunto), con lo cual se deshabilitaron las condiciones y los mecanismos para alcanzar una salud integral donde el escenario “apocalíptico” del COVID-19 simplemente no se hubiese podido presentar como lo hizo, pues, hay que afirmarlo desde ahora, no estaríamos hablando de la peste del capitalismo financiero. ¿Quiénes y cómo se enferman? ¿Quiénes y cómo se pueden curar? Quiénes tienen que cuidar? ¿Contamos con las ciencias de la vida a la altura de los males existentes? ¿Con qué anticuerpos sociales contamos? ¿Qué medicamentos están disponibles? Sirvan las siguientes líneas para ensayar una posición que pueda responder estas preguntas en diálogo abierto con esta escuela periférica de pensamiento crítico frente a la precipitación de nuestro presente.
En 1998 nuestro filósofo publicó una obra que culminaría una trayectoria intelectual: Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión (2), la cual permite comprender que las exigencias éticas universales tienen relación intrínseca con el fenómeno de la vida, esto es, con el ámbito de las necesidades de la corporalidad. Pues todo ser vivo tiene constitutivamente una voluntad que le impele a discernir del entorno lo que es nutritivo (lo que permite reproducir su vida y por ello es lo valioso) de lo que es tóxico (lo que le pone ante la muerte y por ello es lo dañino). A partir de este sencillo esquema es que se infiere que la nutrición promueve la salud de los organismos vivientes mientras que las amenazas conducen a las infecciones, es decir, a la enfermedad y hasta la posible extinción de una especie, todo ello en una lucha constante contra el peligro máximo de la escasez que viene del entorno natural que se refiere a cataclismos geológicos que incluso pueden originarse desde el exterior del planeta. El principio material de la vida, expuesto en la obra indicada, exige a cada corporalidad orgánica analógica procurarse los medios que aseguren la afirmación plena de su ser. En este sentido, podemos decir que la trama vital en la Tierra se ha manifestado en la tensión biológica que se da entre la salud, la escasez y la enfermedad de las especies que conforman la biodiversidad terrestre. La interacción entre las especies es lo que permite que exista un equilibrio homeostático ecológico ante los peligros que se generan o bien en esta misma interacción evolutiva o bien por la precipitación de la escasez como resultado de un cambio súbito del entorno. Entonces podemos establecer que una adecuada nutrición que permita integrar en la cantidad necesaria vitaminas, minerales, lípidos… garantiza que cada ser vivo cuente con las condiciones óptimas para su fortalecimiento. De tal manera que a mayor abundancia de alimentos mayores defensas contra los efectos negativos (3) que la misma naturaleza produce con los agentes patógenos que pueden llegar a ser perjudiciales eventualmente, lo que indica que la abundancia reduce el impacto o agresividad de dichos efectos de tal forma que se evite un desastre biológico, un desequilibrio homeostático. Es la vida, entonces, la que produce los riesgos (la toxicidad) pero también los mecanismos de defensa así como las curas (los anticuerpos y las substancias benéficas) que permiten la adaptación y así el aumento de la vida. Por lo tanto, debe entenderse que la sobrevivencia del conjunto de las especies depende fundamentalmente de su capacidad biomédica, es decir, de la eficacia con la que los organismos pueden alimentarse, regenerarse, curarse, crecer, interactuar y reproducirse gracias a la existencia misma de una plena biodiversidad (4), lo que aumenta proporcionalmente los sistemas inmunológicos diferenciados, es decir, la aceptabilidad de unas formas de vida hacia otras que les permita habitar armónicamente y así ramificarse sobre la corteza del planeta anfitrión.
Marx escribe en El Capital: “El hombre hizo su vestimenta durante milenios, allí donde lo forzaba a ello la necesidad de vestirse, antes de que nadie llegara a convertirse en sastre. Pero la existencia de la chaqueta, del lienzo, de todo elemento de riqueza material que no sea producto espontáneo de la naturaleza, necesariamente estará mediada siempre por una actividad productiva especial, orientada a un fin, la cual asimila a necesidades particulares del hombre materiales naturales particulares. Como creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es, independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo (Stoffwechsel) que se da entre el hombre y la naturaleza y, por consiguiente, de mediar la vida humana” (5). El trabajo es la mediación entre el ser humano y la naturaleza en un metabolismo (6) propio (singular históricamente), análogo a los que se dan en otras especies cuyas mediaciones particulares les permiten asegurar su vida. La actividad productiva (el trabajo) forma teleológicamente los materiales naturales, esto es, los subsume en un proceso productivo determinado cuyo propósito último es el de cubrir las necesidades “naturalmente humanas”. El hecho de que el ser humano produzca su riqueza material (sus útiles culturales) nos permite hablar de una determinada forma de civilización, en el sentido de formación social. El metabolismo ser-humano/naturaleza se media por el tipo de trabajo que se ejerce en un determinado sistema productivo. De esta manera se entiende que el trabajo de la caza o de la recolección expresaban un metabolismo nómade donde la naturaleza proveía los satisfactores necesarios para la sobrevivencia de las comunidades humanas al tiempo en que ella se conservaba íntegra pues se podía regenerar inmediatamente. Será la sedentarización de la civilización el primer gran salto metabólico efectuado por la revolución neolítica en el que la naturaleza es intervenida por primera vez de forma más directa para edificar los grandes asentamientos urbanos y dar lugar a la agricultura y el pastoreo que, por tanto, implicaban producir una mayor cantidad de satisfactores o bienes, lo que demandó una dinámica técnico-orgánica muy peculiar entre las antiguas urbes y su entorno natural bajo calendarios sumamente precisos. En la primera forma metabólica la naturaleza sería una fuerza intempestiva ante la cual no se podían contar con los suficientes medios para enfrentar la escasez y la enfermedad. En la segunda forma metabólica existe una asimilación del entorno natural que lentamente fue ocupado e integrado por la gradual expansión demográfica y civilizatoria, al tiempo en que fue posible que se fueron perfeccionando los conocimientos necesarios para enfrentar las enfermedades existentes (tales como la herbolaria) que el mismo metabolismo social comenzaba a producir por sus efectos negativos, es decir, enfermedades propias de la civilización en su peculiar intervención sobre el medio. En ambos metabolismos podemos advertir que en torno a la naturaleza, lo Otro (al decir del filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría), se desplegarían una multiplicidad de tejidos simbólico-mitológicos de sacralidad; la fiesta, como rito cultual, celebra la gracia de la fecundidad donde se ofrendan los debidos sacrificios. Dussel sostiene en otra obra suya que será en estas civilizaciones donde se presentará la asimetría social dando lugar a estamentos o clases de tal manera que toda la riqueza generada, el excedente, se gestionaba por un grupo dominante que tomaría las decisiones políticas (7). No obstante, estas sociedades atadas todavía a los ciclos solares y lunares no podían dejar en la hambruna a quienes trabajaban la tierra o construían los edificios ceremoniales sin correr el riesgo de colapsar por completo. Será en otra civilización donde el efecto negativo como manifestación de la entropía (8) del sistema vigente es el síntoma: el pauper y la contaminación (degeneración) de todos los ciclos de la vida.
La invención de la máquina automatizada en la Revolución Industrial es la que separara definitivamente la actividad productiva con un tiempo independiente al de la naturaleza, aunque siempre la supusiera como el depósito (la Gestell heideggeriana) de los recursos y materias necesarios para las industrias nacientes y futuras. La nueva forma metabólica es el segundo gran salto civilizatorio internacional que llamamos capitalismo supuso toda la transformación de infraestructura concomitante en los puertos, las aduanas, las vías de comunicación terrestres y marítimas, las ciudades-escaparate, el individuo moderno, el Estado-Nación, etc. Forma metabólica por la que la biodiversidad de la Tierra (la naturaleza en su conjunto como el sustento material universal de todos los vivientes) quedó comprometida en su integridad. La tesis que deseamos indicar en este punto es que todo metabolismo social, como forma históricamente instituida, implica necesariamente en mayor o menor medida, por razón de sus medios de producción, una determinada conformación de un sistema inmunológico social no sólo por cómo podían generarse los medicamentos para atender los males resultantes por habitar en una cierta región sino al mismo tiempo, y esto es lo esencial de nuestra provocación, de saber cómo identificar, cuidar y superar los efectos negativos que la misma civilización causaba sobre las corporalidades ahí situadas (humanas y no humanas). Así, la principal ciencia de la vida, que es la medicina, tuvo que hacer un pasaje culpable del conocimiento del entorno natural al conocimiento de las patologías que se producían por vivir en una sociedad determinada. Cabe decir que aunque hubiese claridad en todo esto no es posible sostener que el objetivo civilizatorio último haya sido siempre el resguardo del todo social. La consideración biopolítica comienza justamente cuando se generan sólo los “necesarios” paliativos para mantener la suficiente fuerza productiva que permita reproducir una estructura social que en esa dinámica comenzaba a expresar una profunda desigualdad; el pauper aparece ahí donde lo que se buscar es conservar la gloria de la civilización por encima de sus integrantes, el todo por encima de la parte. No obstante, existieron (y existen) ciertos metabolismos productivos que no generan mayores efectos negativos de los que puede atender con una ciencia precisa pues considera valiosa la vida de toda la comunidad como condición de posibilidad del porvenir, donde la naturaleza podía regenerarse con mayor rapidez y permitir que la nutrición comunidad humana/entorno natural fuera posible; mientras que hubo otros metabolismos que sólo concentraron sus logros técnicos en la acumulación de riquezas y poder sin medir a largo plazo las terribles consecuencias sanitarias que se derivarían de sus acciones autorreferenciales, egológicas, negando y arriesgando tanto a la comunidad humana como a la naturaleza. Es, pues, el metabolismo moderno el que aceleró de tal manera las fuerzas productivas que las ciencias de la vida dejaron de entender menos la complejidad de la vida al concentrarse en resolver las epidemias y enfermedades que la misma modernidad creaba día con día, con lo que sus avances epistémicos, muchas veces accidentales, respondían de forma reactiva (léase, interna) a los males emergentes con la única finalidad de que tales males no revelaran la peste general de tal civilización, el mal de la modernidad (de ahí la necesaria cosmetología del encubrimiento (9) por una embaucadora “horizontalidad democrática” del consumo general). La civilización moderna no cerró entonces y no habría de hacerlo después. Los motores permanecieron en marcha. Ni se resolvían las patologías existentes ni se tomaba en serio a la naturaleza incluso cuando se trató del meticuloso diseño de armas biológicas. Hablamos, pues, de una civilización que ha aprendido a vivir con un ventilador artificial desde que nació, para la cual no hay más ley que la de maximizar el placer y evitar el dolor, ley que reduce al absurdo todo intento honesto de imaginar otra forma real de vida, un acceso al exterior.
Toda forma metabólica históricamente situada demandará de la naturaleza una cantidad determinada de recursos y materiales a través de una cierta técnica que permitirá la reproducción de la vida humana en el corto, mediano plazo y largo plazo. Puesto que el metabolismo moderno no está regido por el principio del cuidado de la vida sino sólo por su frenética auto-realización egológica es que no sólo fabricarán un sin número de mercancías que caducan o fenecen en el acto mismo de consumirlas, dando lugar a miles de millones de toneladas de desechos en cada ciclo productivo, sino que éstas son proporcionalmente la negatividad de la vida que no se repone, su entropía sanitaria, que paulatinamente mina las defensas inmunológicas de toda una civilización y le pone en crisis profunda. Los organismos sociales que concentraron sus energías en generar mayor capacidad bélica o que apostaron al final por el fetiche del individuo aislado y narcisista socavaron sus instituciones de nutrición y curación para enfrentar los efectos negativos derivados de su metabolismo. En este sentido es que podemos afirmar que las amenazas epidémicas de las sociedades posindustriales son precisamente las que le son propias, las que no pueden ser resueltas porque eso significaría saltar sobre la propia sombra de la aceleración. Los cuerpos humanos de la modernidad son propensos al desarrollo de patologías terribles (cáncer, diabetes, hipertensión, adicciones, trastornos mentales y emocionales, etc.) que reflejan el “estilo” de vida que globalizado. La modernidad ha generado una serie de padecimientos (pathos necrológico) que se radicalizan en las zonas periféricas del mundo, en las naciones empobrecidas (10), saqueadas por la guerra. El virus del Ébola surgió en África donde la pobreza ha sido el mal originario desde hace generaciones.
Se sabe a la fecha que hay miles de cepas del Sars-Cov-2. ¿Qué quiere decir esto? Que el virus muta a una velocidad (aceleración) que impide a la comunidad científica seguirle el paso; la mutación biológica, fuente de la evolución, es la bomba de tiempo que no puede ser desactivada por la episteme moderna ya que es el misterio mismo de la creación. El orden global, en su metabolismo, está a merced de los seres microscópicos de la naturaleza que han sido liberados a causa de los ciclos violentos de intervención e interacción entre civilización y naturaleza en la fase de la historia humana en que nos encontramos. La pandemia del siglo XXI denuncia el sistema capitalista al saber que si bien este este virus puede matar a cualquier ser humano, termina asesinando a quienes ya están enfermos, es decir, a quienes dicho sistema ha comprometido sanitariamente por diferentes razones (desde la forma actual de alimentarse, escasamente nutritiva, hasta los sistemas de salud óptimos a los que muy pocas personas tienen acceso debido a su nivel de exclusión y marginación sociales). La amenaza “externa” (en la retórica autoritaria del momento) es en verdad la amenaza interna; la letalidad del virus es proporcional a la debilidad del sistema inmunológico civilizatorio; el virus asesina en las zonas periféricas que el capitalismo ha invisibilizado. No obstante, en la intervención política del Estado ante la pandemia la Modernidad capitalista advierte el máximo peligro, pues la letalidad que le aterra tiene que ver no con las muertes humanas sino con la des-aceleración de la circulación mundial de las mercancías, lo que devuelve al capital su rostro original, el rostro de la inmisericordia. Los exhortos o disposiciones gubernamentales para “guardarse en casa” o el “realizar sólo actividades esenciales productivas” (11) implican el cierre de la válvula de oxígeno al capital.
Por todo lo expuesto, entonces, se puede sostener que la intervención moderna de la realidad natural es simultáneamente: a) el debilitamiento crónico del proceso homeostático de regeneración de lo natural; b) el colapso inmunológico de la vida humana por el aumento de los efectos negativos civilizatorios que derivan en una administración cosmética o paliativa de la pobreza, la desigualdad, la desnutrición y la enfermedad; c) la negación de las libertades y de las alternancias por parte de un control mediáticamente autoritario de la vida por parte de proyectos políticos y económicos dominantes; d) la generación de zonas periféricas donde se radicaliza el malestar general de la modernidad: las ciénagas del progreso. Por lo tanto, el metabolismo que ha debilitado la vida natural que es la vida humana debe dar un giro civilizatorio con la finalidad de lograr un bienestar universal, comenzando con el fortalecimiento de las ciencias e instituciones de la vida para erradicar la pobreza, la desigualdad, la enfermedad, la desnutrición, la exclusión. Pero en esto el papel del Estado es irrenunciable siempre que su función se entienda como lo ha mostrado en sus últimas obras Enrique Dussel, es decir, como el ejercicio de un poder obediencial en favor de la vida digna de la comunidad humana, en favor del Pueblo (12). El metabolismo comunitario mundial exige otro ritmo productivo y existencial (cultural, éthico), es una salida necesaria a nuestro actual confinamiento no producido, insistimos, por un virus sino por un orden necrófago. Hablamos de la dimensión cultural de los vínculos comunitarios como los nuevos anticuerpos que puedan reaccionar mejor ante todo posible peligro sanitario, sin dejar a nadie en la orfandad, a su mal morir. Comunidad plena determinada en un Estado eficaz de bienestar.
El sistema inmunológico que requerimos no puede reducirse a unos aislados y anárquicos experimentos exitosos en ciudades o selvas, sino que implica una superación transmoderna de la civilización de la muerte en la que hemos nacido con deudas y patologías. Superación desde los cuerpos abatidos y las voces silenciadas que renueve la vida democrática en el mundo, con la finalidad de “invertir la inversión” de tal forma que lo valioso sea la vida y no el capital, lo público y no lo privado, la creación y no el consumo, la persona y no la mercancía, la comunidad y no el individuo sin raíces ni patria. Este proceso de afirmación de la vida la denominaremos en consonancia con Dussel como analéctica de la salud civilizatoria. Se trata de un nuevo salto metabólico cualitativo y no cuantitativo desde las zonas insalubres de la Totalidad vigente, desde sus víctimas; el pasaje al justo crecimiento de la Totalidad desde la alteridad para ‘servir-le’ creativamente. Se trata de un radical aná–diá-logos. Tránsito desde otro mundo, el mundo del semejante que alumbra en las tinieblas. El horizonte de la mundialidad se abre así a un nuevo momento analógico. Se trata por tanto de una “humanidad analógica”. No la fijación de una idea vacía y egológica (pretensión de la Modernidad excluyente) sobre la materialidad de las dis-tintas formas y concepciones del mundo. No la univocidad conquistadora de un cierto lógos hegemónico, ni la equivocidad de un Otro incomunicable, inconmensurable, ajeno. Sino la analogía en la expresión de lo semejante como crecimiento comunitario en la vida y la libertad en un mundo pluribiodiverso. Transición a una nueva Edad del mundo, de tal forma que la salud de la vida humana sea la salud de la naturaleza y la salud de la naturaleza sea la del ser humano en un destino común, el destino de los seres vivientes en el cuidado de la Casa Común. ¡O la vida o el capital!
Notas:
(1) Como en el siguiente programa radiofónico mexicano de cobertura nacional: https://www.youtube.com/watch?v=ILuu3lYWFAg
(2) En el primer capítulo intitulado “El principio material de la vida. La verdad práctica” nuestro pensador expone su tesis de que la ética no puede ser una consideración abstracta sobre el ser humano a partir de unos valores (que no se sabe de dónde provienen) sino una preocupación sobre las necesidades humanas que constituyen su naturaleza. Si la ética no piensa la vida no puede tratarse de una ética que nos importe, máxime en tiempos de fatalidad (Trotta, Madrid, 1998).
(3) Concepto que usa Dussel para indicar que todo sistema cultural o político en su desarrollo genera estos efectos en forma de víctimas que padecen en su corporalidad el incumplimiento de sus necesidades que en su satisfacción integral constituyen su realización plenamente humana. Pero estos “efectos negativos” no sólo se manifiestan en la exclusión, explotación o dominación de unas clases sobre otras o de unos países sobre otros, y el consecuente debilitamiento inmunológico de dichas víctimas, sino también en el paulatino necrosamiento ecológico.
(4) La relación co-determinante entre biodiversidad/nutrición/salud es una tesis que también ha sido defendida por una buena parte de la comunidad científica internacional. Pues sin los procesos adecuados de polinización y sin una tierra fértil, los alimentos carecerán de los nutrientes requeridos para mantener la salud de los organismos implicados en los ciclos reproductivos donde cada especie cumple una función sumamemente valiosa, colaborativa. Un ejemplo ilustrativo de las más recientes investigaciones al respecto la encontramos en el documento Connecting Global Priorities: Biodiversity and Human Health. A State of Knowledge Review, UNEP, Convention on Biological Diversity, World Health Organization, 2015. Consulta en: https://cgspace.cgiar.org/handle/10568/67397
(5) Marx, Karl, El Capital, Tomo 1, Vol. 1, Siglo XXI, México, 1982, pp. 52-53.
(6) “La compleja interdependencia”, como dice Bellamy Foster, entre ser humano y naturaleza tiene un significado ecológico “específico”. Pero este acercamiento “ecológico” al pensamiento de Marx es limitado en varios sentidos. Por lo general, o bien se tiende a estudiar (no metabólicamente hablando) de un parte cómo es que esta interdependencia compleja se expresa en las mismas relaciones sociales que se establecen en torno a la circulación de las mercancías o bien se puede poner el acento de otra aparte en la depredación natural que el capitalismo ejerce como ningún otro sistema de producción. Muy pocas son las reflexiones en torno a un fenómeno que atraviesa tanto la vida del ser humano como de la naturaleza (el ecosistema de ecosistemas), en el entendido de que ser humano y naturaleza se implican y determinan mutuamente, que es justamente la enfermedad. En la dialéctica del trabajo (formal o informal) dentro del espacio-tiempo producido por el capital, la vida del trabajo enferma al tiempo en que también enferma la vida natural que el trabajador su-pone pero que por lo general ya no ve (aun en el rastro cárnico). Es decir, que enferma quien trabaja proporcionalmente al grado en que enferma la naturaleza. Aunque quien muera de enfermedad en el capital pueda ser reemplazado por el fondo de mano de obra (por la prole), la naturaleza, en cambio, no se reemplaza sino que decrece peligrosamente, muere sin más. No obstante, con el ir y venir de las generaciones, la humanidad, que es también naturaleza, se va debilitando por la herencia de enfermedades acumuladas, sus descendientes tienen menos fuerza y defensas contra las epidemias que el propio sistema genera. Es así como se constituye una época epidémica como no hubo antes, donde vemos la vida comienza a degradarse, colapsar, pues sus defensas “universales” han sido minadas. Esto se explica por lo que dice Marx en los Grundrisse: “No es la unidad de la humanidad viviente y activa con las condiciones naturales, inorgánicas del intercambio metabólico con la naturaleza, y por tanto de la apropiación humana de ésta, lo que naturaleza, lo que requiere explicación, o es el resultado de un proceso histórico, sino, antes bien, la separación (Trennung) que se produce entre estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que se postula completamente tan sólo en la relación del trabaja asalariado y el capital» (Bellamy Foster, John, La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, El Viejo Topo, 2004, pp. 244-245). De tal suerte que el ser humano, en el trabajo enajenado, no sólo se extraña de sí mismo y de sus semejantes (de la comunidad) sino también de la misma naturaleza que para él sólo es consumo voraz e inmediato ante las necesidades pálidas del día a día. Este es el tema tiene que ser trabajado mucho más de cara al mundo en el que vivimos y al sistema inmunológico que requerimos con urgencia.
(7) 16 tesis de economía política. Interpretación filosófica, Siglo XXI, México, 2014, p. 43.
(8) Este concepto lo tomará Dussel en su libro citado de economía política para indicar la administración del colapso en el que tanto seres humanos como naturaleza se precipitan al vacío, mientras que el delirium tremens del capital sigue su gesticulación en un no-tiempo y en un no-lugar, en el Recording Room.
(9) Cabe decir que la industria de la moda es la segunda industria más contaminante en el mundo.
(10) Empobrecidas por la actuación de uno de los patógenos más letales de las últimas décadas: el neoliberalismo.
(11) Aunque se diga que el capitalismo puede arreglárselas para que las personas confinadas sean más productivas, hay que indicar que todavía, en el mundo de hoy, el trabajo es ante todo movimiento productivo en las grandes empresas reconocidas (como las fábricas) y no reconocidas (como varias maquiladoras clandestinas). El trabajo in situ es esencial pues significa el motor de la explotación que todavía alimenta las calderas del capital. Así que es el capital quien no puede esperar ni un día más con el trabajo vivo confinado, pues exige que se mueva productivamente en todas las ramas productivas o de lo contrario comienza a entrar en asfixia.
(12) 20 tesis de política, Siglo XXI, México, 2006.