Pastora Filigrana es abogada, feminista y sindicalista gitana, aunque lo que funciona ahí como un adjetivo para ella es lo sustancial. Aprendió qué es la conciencia de clase de sus abuelas y derecho laboral en el SAT. La crisis dejó en cola de impresión un libro en el que sostiene que las prácticas anticapitalistas del pueblo gitano le han costado su persecución.
Pastora Filigrana (Sevilla, 1981) solo ha asistido a un juicio desde que se cancelaron por el estado de alarma: el que se celebró de urgencia en el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y que confirmó la prohibición de la Subdelegación del Gobierno en Sevilla de celebrar el 1 de mayo una manifestación de 50 vehículos, como proponía el Sindicato Adaluz de Trabajadores, el SAT. “El estado de alarma no prohíbe el derecho a manifestación, pero el Gobierno ha prohibido las manifestaciones de manera genérica”, comenta, preocupada. Antes de licenciarse en Derecho ya sabía que iba a ser la “abogada de los gitanos”, dice. Y lo es, pero no solo. Su primera experiencia como asesora jurídica fue en las Tres Mil Viviendas. Pronto empezó a trabajar con población migrante. Filigrana es abogada, feminista y sindicalista gitana, aunque lo que funciona ahí como un adjetivo para ella es lo sustancial.
A comienzos de junio espera tener en sus manos el libro que el coronavirus dejó en cola de impresión, Pueblo gitano contra el sistema mundo. Unas reflexiones desde un activismo feminista y anticapitalista (Akal, 2020), en el que sostiene que la persecución al pueblo gitano tiene que ver con sus formas de resistencia comunitarias. Contesta a esta entrevista interfases (fase 0 en Madrid, fase 1 en Sevilla) tras pasar las semanas de confinamiento junto a su hermana y compañera de piso.
Me he copiado este tuit tuyo de hace unos días. “Siguen teniendo miedo al ‘fantasma que recorre el mundo’, el que los amenaza con la desposesión de sus privilegios de clase dominante. Temen que mañana sus vidas valgan lo mismo que la de quien les limpia el váter. Su miedo es nuestra esperanza”. ¿El coronavirus ha despertado ese fantasma que recorre el mundo o ya andaba por ahí despierto?
El fantasma recorre el mundo desde el siglo XIX, con mayor o menor éxito, que es la lucha obrera. Lo que ocurre es que con este panorama de crisis sanitaria, que ya ha derivado en crisis económica, las contradicciones del orden económico neoliberal se ponen sobre la mesa. Y, efectivamente, ahora mismo es o redistribución de la riqueza, o barbarie. Porque o bien se produce una redistribución de la riqueza con una imposición mayor a las grandes fortunas y una creación de una renta mínima, o una renta básica, y se empieza a legislar para salvar economías familiares, o verdaderamente la desigualdad va ser extrema y empezará a haber bolsas de extrema pobreza cada vez más grandes. Y ahí van a empezar a caer los que sabemos: los sectores económicos más feminizados y más racializados, el sector de cuidados, la hostelería más precaria, los repartidores, las kellys, por supuesto toda la mano de obra migrante como las temporeras y los temporeros en el campo…
Sueles decir que tú hablas “situada” y se te suele presentar como abogada, gitana, feminista y sindicalista del SAT. ¿En qué orden?
En uno de los ataques trol que recibí el otro día me decían de forma insultante: “Abogada del SAT y gitana, qué se puede esperar”. Y yo lo corregí y dije: “Gitana del SAT y abogada, por ese orden”.
Primero gitana, ¿por qué?
Gitana por una cuestión familiar y de clase, que uno es lo primero que tiene. Del SAT porque mi apuesta política es orientada al derecho de las clases trabajadoras. Hace años que tengo ese compromiso firme y, en ese sentido, ejerzo la abogacía y todo lo que sé, no solo el derecho. Si sé escribir, escribo para esto, si sé hablar, hablo para esto, y si llego a tribunales, llego para esto. Y abogada porque es la carrera que escogí. Las hijas de clase obrera, cuando van a la universidad por primera vez en todas las generaciones familiares, son médicos o abogados.
¿En qué momento entra en tu agenda el feminismo?
Cuando uno cree en otro orden económico, en que se puede organizar la economía en un modelo más racional donde las vidas de todas las personas estén garantizadas, creo que forzosamente hay que ser feminista, porque el feminismo lo que pide es la igualdad material de todas las mujeres en el mundo, y eso es lo mismo que decir un reparto de la riqueza y del trabajo con el fin de que todas las vidas estén garantizadas.
¿Cómo ha sido tu proceso de politización?
Lo primero que hicimos con veinte años fue montar la Asociación de Mujeres Gitanas Universitarias, en Sevilla y en Andalucía, que ahora forma parte de la Federación de Mujeres Gitanas de Andalucía, FAKALI. Esta fue mi primera militancia. Ahí yo estudiaba Derecho y tenía claro que iba a ser la abogada de los gitanos, eso era un mandato. En cuanto me licencié ya era asesora jurídica y abogada de una asociación gitana de las Tres Mil Viviendas, donde he aprendido muchísimo. Muy rápido empecé a hacer ese mismo asesoramiento para población migrante, porque había mucha semejanza. Las prácticas de la carrera decidí hacerlas en el entonces Sindicato Obrero del Campo, el SOC, que actualmente es el Sindicato Andaluz de Trabajadores, el SAT, por lo que aprendí derecho laboral en el sindicato. Y todo fue rodando solo.
Mis abuelas me enseñaron la conciencia de clase, aunque no me sentaron y me explicaron qué es eso, sino que me lo hicieron con su ejemplo de vida
Tienes una abuela gitana y una paya.
Sí, soy mestiza gitana, mi padre es gitano y mi madre, paya.
Y ninguna de las dos sabía leer ni escribir, decíamos de ti en una entrevista hace tres años en El Salto. ¿Quiénes son esas abuelas y qué te enseñaron?
Mi abuela Carmen, que era la gitana, era una una gitana de Triana. Trabajó toda la vida tanto criando como en la fábrica. Mi bisabuela había sido cigarrera en Triana y ella trabajaba también en una fábrica de bombillas que había en Triana. En ella está la cosmogonía de ese Al Andalus que para mí fue Triana, donde convivieron payos y gitanos, y se produjo esa creación cultural que es el flamenco, en una historia de convivencia. Un paraíso perdido porque acabó con él la especulación y la gentrificación. Y mi abuela la paya viene del medio rural andaluz. Vivía en Sevilla y se dedicó a criar cinco hijos. Su familia viene de lo profundo de Mijas, en Málaga. Ninguna de las dos sabía leer ni escribir y se dedicaron toda su vida a trabajar y sacar niños para adelante. Supongo que me enseñaron la conciencia de clase, aunque no me sentaron y me explicaron qué es eso, sino que me lo enseñaron con su ejemplo de vida.
La situación ha dejado muchos proyectos a medias, entre ellos la impresión de tu libro Pueblo gitano contra el sistema mundo. Unas reflexiones desde un activismo feminista y anticapitalista. ¿Qué es y cuándo lo podremos leer?
El libro lo que cuenta es la historia del pueblo gitano como un ejemplo de resistencia al modelo capitalista a través de formas de cooperación o de apoyo mutuo entre los grupos gitanos. La persecución histórica al pueblo gitano tiene mucho que ver con su resistencia a adaptarse al chantaje del salario o a asumir las formas de trabajar del sistema capitalista, y eso le ha conllevado la persecución histórica. A la vez, las formas de defenderse de esta persecución han sido con las mismas estrategias de mantener economías alternativas y amplias, no han querido venderse.
No es que el pueblo gitano sea anticapitalista, pero sí ha tenido prácticas anticapitalistas y eso le ha costado la persecución. Hay un momento de la historia en el que a los gitanos se les obliga a trabajar en el campo y no se les permite un oficio que no sea el de trabajar para un señor feudal: esto se hace porque los gitanos escogían formas de trabajo que no los sometían a un jornal o a un salario. Preferían la artesanía, la fragua, el trato de ganado…
Los trabajos gitanos eran trabajos donde no se sometían a un señor feudal y esta autonomía económica del pueblo gitano ha sido perseguida a sangre y fuego a lo largo de la historia. Toda la legislación en contra del pueblo gitano tenía como fin, literalmente, el que abandonaran sus oficios y tomarán un oficio conocido. Este mandato se repite una y otra vez bajo la pena de muerte, o de azote, o de expulsión. La legislación es en la práctica una represión a un modelo económico y laboral que en ese momento era alternativo.
Pero pese a la persecución persisten ciertas prácticas…
El pueblo gitano, dentro de que el sistema actual permite márgenes muy limitados, ha intentado preservar su autonomía económica en la medida de lo posible, pagando por ello la precariedad y la exclusión social. Actualmente no se le cortan las orejas ni se les expulsa, pero tienen la condena de la exclusión social.
Participas en Desafío, el virus no es el único peligro, también de Akal. Si el virus no es el único peligro, ¿a qué otros peligros nos enfrentamos?
Es un libro a varias manos donde yo tengo varios textos. En uno hablo del virus del racismo, otro es sobre la deriva autoritaria y otro de cómo la crisis afecta de manera desigual dependiendo del lugar que se ocupe socialmente y, sobre todo, del cuerpo que se ocupa. El último es una propuesta sobre qué estrategias debe adoptar la izquierda o la disidencia anticapitalista para que esto vire a un sistema más justo y no a lo que pretenden desde la ultraderecha, que es a un sistema autoritario.
El distanciamiento social puede derivar en un individualismo extremo del que ya se alimenta el neoliberalismo y es un impedimento para las alianzas amplias que necesitamos
Todo esos son peligros. Hay un peligro de que una gran parte de la población se quede en la exclusión social, en una pobreza estructural. Hay un peligro de que sean las clases que no asemejan al patrón de la normalidad, el varón blanco occidental, y que haya una vara de medir racista a la hora de ver quién va a ocupar estas bolsas de exclusión social que ya de por sí ocupan mujeres y migrantes.
Y el virus del autoritarismo porque están intentando arengar el miedo para que cedamos derechos y libertades en pos de la seguridad, y eso puede tener sentido como medida sanitaria en un tiempo limitado, pero existe el peligro de que se quede en nuestro inconsciente colectivo como formas estructurales de vida. Verdaderamente el distanciamiento social puede derivar en un individualismo extremo del que ya se alimenta el neoliberalismo y es un impedimento para las alianzas amplias que necesitamos para contrarrestar el proyecto neoliberal y apostar por un modelo económico de reparto y redistribución.
Nos reímos de la revuelta de los pocholos, o los cayetanos, o los pijoflautas, mientras estamos bien disciplinadas en nuestro confinamiento. ¿Crees que ellos son uno de esos peligros?
Por supuesto. Hay un peligro inminente de la derecha y de la ultraderecha. Todos los economistas críticos están de acuerdo en que lo que viene es una etapa del posneoliberalismo. Ahora, lo que puede venir puede ser igual de opresor, jerárquico y desigualitario que lo que tenemos, o más. Este escenario posneoliberal puede ser este mundo por el que estamos apostando, de redistribución y socialización de los bienes y una economía que ponga la vida en el centro, o ese plan de la ultraderecha de volver a la economía nacional con determinados intervencionismos, como Trump y la ultraderecha a nivel mundial está defendiendo. Eso salvará a algunos, a los nacionales. Y esto es el fascismo, donde la universalidad de los derechos se niega y los pobres van a ser estas personas que no tienen la etiqueta de blancos nacionales. Este plan se ve amenazado en este momento de desequilibrio, y lo van a defender con uñas y dientes.
Hay un ambiente guerracivilista y están llamando al golpe de estado encubierto, o no tan encubierto, y esto no es de risa. Hemos visto cómo con estos argumentos cualquier proyecto mínimamente de izquierda o de centro ha sido volcado.
La situación de crisis parece que nos tira a la cara situaciones que algunas personas venís denunciando desde hace tiempo, como el trato a las trabajadoras y trabajadores de la fruta, a quienes se trata como recursos de usar y tirar, y esto está normalizado. Tú conoces de cerca la situación por tu trabajo en el campo de Huelva. ¿Cómo ha impactado el virus en las temporeras de la fresa?
La inmensa mayoría se han quedado sin venir, unas 10.000. Calculamos que han sido unas 4.000 las que han podido llegar. Si ya era difícil conocer las condiciones de estas mujeres en una situación normal, este año ha sido aún más difícil porque no hemos tenido ni siquiera sindicalistas en pie de tajo. Lo que hacíamos desde el sindicato era contactar con estas mujeres en el super, el centro de salud, y se les facilitaba un número de teléfono por si tenían algún problema. Esa labor no era fácil porque solían ir tuteladas por los dueños de las fincas, pero este año se nos ha complicado aún más. Aun así están contactando con nosotras.
Tenemos un WhatsApp en tres idiomas que circula por el campo de Huelva y se están poniendo en contacto con nosotras. Desde mi cooperativa de abogadas estamos emprendiendo las acciones legales que podemos, pero con muchas limitaciones. Las denuncias este año se han centrado, además de en los incumplimeintos de convenio en cuanto a salario, condiciones de infravivienda e incumplimientos del descanso, también en las medidas de seguridad ante el covid-19.
La gente tiene mucho miedo, las temporeras y temporeros dicen que la Inspección de Trabajo no ha aparecido por allí y se han dado situaciones de pánico. Nos han mandado mucho vídeos de situaciones de hacinamiento donde era imposible cumplir las medidas. Las protestas han sido castigadas y ha habido despidos y sanciones.
Otra realidad diferente es la de los temporeros inmigrantes de los asentamientos, que viven en las chabolas y están a la espera de que los contraten días sueltos, son unas 4.000 personas. Cuando los confinaron, como a todos, a estas personas las confinaron sin agua y sin luz. Eso fue una situación dramática. Tras muchas cartas arriba y abajo, e incluso de denunciar en la Audiencia Nacional por violación de derechos humanos, ahora están yendo camiones cisterna una vez en semana, lo que es totalmente insuficiente. Pero al menos hay agua.
No sabemos si se van a materializar o no las inspecciones que ha anunciado la ministra de Trabajo, lo que te puedo decir es que, a día de hoy, lo único que hacen es contactar telefónicamente con las empresas
El Ministerio de Trabajo, dirigido por Yolanda Díaz, anunció inspecciones para detectar irregularidades en el campo. Recientemente, las patronales del campo han mostrado su indignación al conocer el cuestionario de las inspecciones, que contiene preguntas que tratan de detectar el trabajo esclavo. ¿Se puede esperar un trato diferente de este Gobierno hacia estas trabajadoras? ¿Ha estado a la altura?
Lo que ha anunciado el Gobierno ahora es una campaña específica concreta de inspecciones de trabajo para el campo, sobre todo para el tema de los escándalos de las temporeras que ya están apareciendo. No sabemos si lo van a materializar o no, lo que te puedo decir es que, a día de hoy, yo me harto de poner denuncias a la Inspección, y ahí tengo las respuestas: lo único que hacen es contactar telefónicamente con las empresas para que les manden los programas de prevención. Nadie está asomándose.
Ahora la ministra de Trabajo ha anunciado esto y estamos contentas. La patronal ya se ha enfadado diciendo que crea un alarmismo innecesario, y el PP les apoya en su enfado. Nos regocija que se reste un poco de impunidad a la patronal, pero quiero verlo, y la actitud del Ministerio es un consuelo ante una situación desesperante, pero hacen falta inspectores entrando en las fincas.
¿Crees que el Estado español también piensa en Andalucía como un territorio de usar y tirar?
Desde el Estado español se piensa en Andalucía como un territorio que es colonia interna: se dedica a producir materia prima, pone la mano de obra barata y las playas para el turismo nacional. Andalucía pone el suelo y la material prima, pero la industrialización y la plusvalía se quedan en otros sitios. Ese es el papel histórico de Andalucía. Y el papel de los trabajadores andaluces, porque en Andalucía hay mucho jornalerismo autóctono que no se da en otros territorios, que convive con ese jornalerismo migrante de precariedad máxima.
Te he escuchado decir que no existe un feminismo andaluz, pero sí feministas andaluzas que lo estáis haciendo. ¿Quién hace el feminismo andaluz y cómo?
El feminismo andaluz como práctica política, o como investigación política, no existe. Pero lo que hay es cada vez más sensibilidades de gente que está planteando las reivindicaciones feministas desde la clase. Y, en Andalucía, la clase y el territorio van ligados porque gran parte de los problemas económicos y sociales de Andalucía, y los datos de exclusión, tienen que ver con el papel económico que juega Andalucía dentro del Estado español. Por eso, de una manera muy coherente, cada vez hay más gente que se está enunciado desde un feminismo situado, situado desde el territorio que habita y desde la precariedad concreta por habitar esta tierra y no otra, y empezar a plantear soluciones desde esas realidades.
Por ejemplo, para que mucha gente llegue al salario mínimo va a haber que superar esta precariedad en el campo, o apostar por una industrialización que pueda dar una alternativa sólida al turismo y no el monocultivo de turismo que es pan para hoy y hambre para mañana. Muchas de las soluciones que se están planteando también desde el feminismo pasan por soluciones de justicia territorial.
Dices que eres optimista e incluso ves en la crisis un pulso que se puede ganar por el lado de la justicia social. O sea que das por hecho que hay una mayoría que quiere un cambio de modelo. ¿Seguro que hay ganas de cambiar de modelo?
Creo que no va a ser una elección sino una necesidad de vida de mucha gente. Soy optimista en el sentido de pensar que tenemos una oportunidad, pero soy realista y pienso que si no la aprovechamos, la situación de vida de mucha gente va a empeorar mucho, por lo que el cambio de modelo va a estar impulsado por la propia necesidad de sostener vidas.
Hay un límite de pobreza que, si aumenta, va a derivar en una cuestión de orden social, incluso desde la derecha; lo decía el otro día Isabel Díaz Ayuso. Y, efectivamente, la cola del comedor social en mi calle cada día es más grande, y creo que el cambio de modelo se nos va a imponer como una necesidad para poder vivir. Si no vamos a poder pagar los alquileres, si cada vez más gente tiene que acudir a la caridad para poder comer, la situación se hace insostenible y no creo que podamos seguir manteniendo esta ilusión de que vivimos es un estado social y de derecho.
¿Entonces hay un pulso y se puede ganar?
Creo que ahora mismo se dan una serie de condiciones que antes no se daban, y esto ocurre en una situación donde no va a ser tan posible maquillar la realidad. La sensación de vivir en un país desarrollado se va a ir perdiendo, una parte de la clase media va a tener una gran recesión, se van a ver endeudadas las economías familiares para pagar un alquiler —porque las soluciones que se ponen en la mesa van encaminadas casi todas a aumentar la deuda en los hogares—.
El consuelo del consumo, que hasta ahora ha funcionado mejor o peor, no va a ser tan fácil para mucha gente. Esas situaciones van a generar incomodidad, sufrimiento y dolores de barriga y va a ser fácil llamar a la organización a la protesta y que cada vez más gente piense que estas reglas del juego económico no funcionan. Hay una serie de ventajas y hay que jugar esta partida.