Diferentes estudios atestiguan que el estallido de la pandemia está afectando notablemente a la salud mental de jóvenes de entre 18 a 34 años, entre los que se han incrementado los síntomas de depresión, ansiedad o inquietud por la incertidumbre derivada de la crisis del covid-19. La adaptación a la docencia telemática, el ocio reconvertido a la fuerza, el confinamiento lejos de casa y especialmente el panorama laboral pueden explicar lo alarmante de las cifras.
El Salto
4 jun 2020 06:07
Diferentes estudios atestiguan que el estallido de la pandemia está afectando notablemente a la salud mental de jóvenes de entre 18 a 34 años, entre los que se han incrementado los síntomas de depresión, ansiedad o inquietud por la incertidumbre derivada de la crisis del covid-19. La adaptación a la docencia telemática, el ocio reconvertido a la fuerza, el confinamiento lejos de casa y especialmente el panorama laboral pueden explicar lo alarmante de las cifras.
Los efectos de la pandemia y el confinamiento en la salud mental están siendo evidenciados en varios estudios, pero parecen diferir en función del sector poblacional. Un informe de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) concluye que dos de cada diez personas afirman tener síntomas de depresión o de ansiedad tras la pandemia del covid-19, pero el porcentaje aumenta notablemente en el rango de edad comprendido entre 18 a 24 años: un 43% en el caso de la depresión, y un 36% en el caso de la ansiedad. El siguiente grupo de edad en referir esta situación con mayor frecuencia es el inmediatamente superior: de 25 a 34 años.
La recientemente publicada investigación interuniversitaria Las consecuencias psicológicas de la covid-19 y el confinamiento confirma esta tendencia: los síntomas depresivos, pesimistas o de desesperanza presentaron una relación inversa a la edad, alcanzando a casi la mitad (49%) de los jóvenes encuestados de entre 18 y 34 años. Entre las posibles causas de que estas generaciones remitan con más frecuencia este tipo de síntomas, uno de los factores en el que los expertos y las personas consultadas inciden es la escasez de certezas en sus vidas y en sus futuros. “Creo influye la inestabilidad que hay a nuestro alrededor, la falta de derechos que tenemos y que nos atañe mucho a la gente joven, y un poco el miedo de qué va a pasar con nosotros”, resume Saray Ruiz-Ocaña, una de las impulsoras del Grupo de Apoyo Mutuo (GAM) de dones —mujeres, en catalán—, que inició su actividad hace menos de un año.
El paro, los asuntos de índole económica y los problemas relacionados con el empleo son, junto con la educación, las principales preocupaciones de los jóvenes según el último barómetro del CIS. A menudo los ingresos económicos de esta generación —más de la mitad de jóvenes de entre 18 y 24 años aseguran no tener ingresos personales, según la encuesta nacional— se limitan a la remuneración de prácticas extracurriculares (en caso de ser pagadas), ingresos estacionales en la temporada de verano (opción gravemente afectada por la pandemia) o trabajos precarios como el reparto de comida a domicilio o servicios de restauración. La falta de estabilidad laboral lleva a la imposibilidad de independencia económica: en España, más de cuatro de cada diez jóvenesresiden con sus padres, una situación muy diferente a la vecina Francia, donde este porcentaje se reduce al 12%.
Los síntomas depresivos, pesimistas o de desesperanza presentaron una relación inversa a la edad, alcanzando a casi la mitad (49%) de los jóvenes encuestados de entre 18 y 34 años
Violeta (nombre ficticio) estudia enfermería y trabaja en una cadena de comida rápida para pagarse los estudios, el piso y cubrir sus gastos. Tiene un contrato de 10 horas semanales pero siempre hace muchas más —las cobra, pero no las cotiza—, lo cual ha afectado a su prestación por ERTE. “La parte laboral ha sido lo peor, por las condiciones tan precarias que tenemos. En situación normal tengo un contrato de 380 euros al mes, pero con el ERTE se me ha quedado en unos 235 al restarle la contribución a la Seguridad Social”. Con ese dinero le daría solo para pagar su habitación en Elche y algo de comida, pero en su caso se suma el pago de la matrícula universitaria. Su suegra tuvo que ayudarla económicamente para hacer frente a sus estudios.
Violeta asegura que ha atravesado situaciones difíciles, pero nunca tanto como esta. “He tenido pensamientos muy irracionales, incluso suicidas”, asegura. La correlación entre pensamientos suicidas y tasas de desempleo ha sido determinada en investigaciones de alcance tanto nacional como internacional. “Ingresos y emoción siempre van unidos, pero hay personas que nunca se había sentido tan mal, porque no puedes trabajar, no te puedes independizar, la situación es muy difícil, no ves tu futuro claro…”, argumenta Claudia (nombre ficticio), también afectada por ERTE en el sector de la restauración. “Creo que somos el sector generacional que estamos más preocupados por el futuro, porque no sabemos quién nos va a apoyar en todo esto”, resume la joven.
Violeta trabaja en una cadena de comida rápida para pagarse la carrera. Su contrato es de diez horas semanales (hace muchas más, pero no las cotiza) así que su prestación por ERTE apenas les da para cubrir el piso y la comida
Claudia ha podido pasar el confinamiento cerca de su hermana y de su pareja, pero a Yaiza la pandemia le ha pillado fuera de casa y terminando su carrera universitaria. “Me di cuenta de la gravedad del asunto cuando estaban a punto de declarar el estado de alarma. Mi padre quiso venir a buscarme a Madrid, donde estoy estudiando, pero le pedí que no viniese”. Al contrario que Yaiza, Saray sí ha vivido el estado de alarma con su familia: “La convivencia no siempre es fácil en un contexto en el que sientes que pierdes el control, y me ha ayudado mucho el apoyo en los GAM”, reconoce, mientras hace mención también al acompañamiento de Discuerdos, un colectivo de profesionales que luchan y defienden los derechos fundamentales de las personas con problemas de salud mental.
Para Violeta, la ayuda de los suyos ha sido fundamental durante la pandemia. Yaiza explica que le resultó duro estar lejos de su familia y que, aunque el mes de marzo lo llevó “relativamente bien” porque el teletrabajo en sus prácticas extracurriculares remuneradas le mantenían entretenida, en abril la empresa canceló el convenio con la universidad en vista de la situación económica que se preveía. “Todo se derrumbó. Llegó el miedo a acabar la carrera y enfrentarme al mundo laboral, a no encontrar trabajo. Quiero vivir la etapa profesional pero siento que no voy a tener oportunidades, o que si las tengo, será en malas condiciones”. También, dice, le duele saber que asistió a su última clase de la carrera sin ser consciente de ello y pensar en que no vivirá su propia graduación.
“Todo se derrumbó. Llegó el miedo a acabar la carrera y enfrentarme al mundo laboral y no encontrar trabajo. Quiero vivir esa etapa pero siento que no voy a tener oportunidades, o que si las tengo, será en malas condiciones”
Las ciberquedadas y el deporte en casa alivian algo la situación, pero las entrevistadas coinciden en señalar que no es lo mismo. “Yo siempre he sido muy activa, y al principio de la crisis sanitaria no supe parar, buscaba continuamente cosas para hacer en casa, te sentías mal por no ser productiva, por no haber aprendido nuevos hobbies”, apunta Yaiza. Violeta, por su parte, asegura que no poder hacer deporte al aire libre durante las primeras semanas le cambió mucho el humor, algo que coincide con el estudio interuniversitario, según el cual los jóvenes es el que de manera más numerosa afirma experimentar cambios de humor desde el inicio de la pandemia (56%).
Incertidumbre es la palabra más repetida en los testimonios. El estudio interuniversitario liderado por la UPV/EHU concluye que las personas más jóvenes informaban de más nivel de incertidumbre que las personas de más edad. Además, es también este grupo al que más le cuesta expresar sus problemas o trata de evitar pensar en ello con más ahínco, en parte porque son los que más aseguran percibir su capacidad de toma de decisiones más mermada.
En este sentido, Yaiza reconoce que, en su caso, el miedo a enfrentarse al mundo profesional hace que intente alargar su vida académica y adquirir experiencia en empresas a través de las prácticas. Explica que la docencia online no ha sido demasiado traumática para ella, si bien sí le costaba mucho concentrarse en las clases, porque su universidad ha permitido que la evaluación final sea a través de trabajos. En el caso de su hermana fue diferente: “Empezó hace poco los exámenes online, y estaba con mucha ansiedad. Se le interrumpió la conexión en medio de uno y no pudo terminarlo, parece que lo ha arreglado con la universidad pero le genera mucho estrés”. Tanto la hermana de Claudia como su pareja están haciendo una tesis doctoral, “trabajan más que nunca”, dice la joven, “y el teletrabajo ha llevado a que se respeten menos los días festivos, se alargue su jornada laboral y les cueste poner límite”.
Tanto la hermana de Claudia como su pareja están haciendo una tesis doctoral: “El teletrabajo ha llevado a que se respeten menos los días festivos, se alargue su jornada laboral y les cueste poner límites”
Por otra parte, seis de cada diez jóvenes afirma tener considerables problemas para conciliar el sueño. Un reciente estudio de la UAB demostraba, de hecho, que el porcentaje de personas con problemas para dormir se había incrementado notablemente, y que el consumo de psicofármacos se había disparado entre la población activa. En este punto, Saray explica que está habiendo muchos casos de sobremedicación entre las personas con sufrimiento psíquico: “Yo a lo largo de mi vida me la he dejado varias veces, estamos un poco en esa lucha de que lo ideal sería que no tuviéramos que recurrir a medicación, pero es difícil y durante la crisis sanitaria hemos vivido momentos muy difíciles”.
A Claudia le diagnosticaron trastorno límite de la personalidad y hace un tiempo se metió en un grupo de mensajería instantánea de personas con el mismo trastorno. “La mayoría de ellos eran muy jóvenes, y sí que he percibido que hay gente que lo está pasando muy mal”. Se refiere a casos de compañeros que han vivido capítulos críticos en su salud mental, o que han reconocido tener dificultades económicas para pagarse el tratamiento, o expresado miedo a volver a ser ingresados en un centro psiquiátrico.
Precisamente, Saray empezó en el grupo de apoyo mutuo (GAM) hace un año, mientras estaba ingresada en un centro psiquiátrico del que dentro de poco le darán el alta. “Entonces solo veía ese mundo y conocí la existencia del GAM gracias a una compañera. Me sirvió de mucho para ir adaptándome”. De hecho, ahora planea impulsar un GAM en el centro donde estaba.
Para ella, la ayuda mutua ha sido fundamental para paliar las consecuencias de la pandemia en la salud mental entre las personas con sufrimiento psíquico: en el GAM de dones ha tenido una actividad constante durante el confinamiento, haciendo videollamadas a diario. Saray considera que este intercambio le ha ayudado a vencer ciertas situaciones que ha ido encontrando a lo largo del confinamiento. “Los GAM son muy importantes, ojalá se hagan muchos más grupos y la gente que se sienta perdida y lo esté pasando mal sepa que estamos aquí para apoyarles”, concluye la joven.