El segmento femenino es un grupo que históricamente ha tenido problemas para ingresar al mercado laboral, pero una vez que deciden participar, muestran un desempleo mayor y una brecha salarial, así como también una informalidad más elevada. En ciclos económicos recesivos, y en particular en uno ocasionado por crisis sanitaria, el castigo a este grupo se da con mayor fuerza.
“Crisis sanitarias previas como la provocada por el Ébola han mostrado que el distanciamiento social y, en particular las cuarentenas, reducen significativamente las actividades económicas y de supervivencia de las mujeres. Asimismo, su capacidad de resiliencia posterior a la crisis, cuando se levantan las medidas preventivas, es menor, lo que en el caso del Ébola llevó a una profundización de las desigualdades de género con posterioridad a la crisis sanitaria”, afirma Alejandra Mizala, académica de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile.
El impacto ya se está viendo en los números de la encuesta del INE del trimestre móvil finalizado en abril: la tasa de desempleo entre las mujeres alcanzó el 9,9%, frente al 8,2% de igual período del año pasado, lo que se traduce en 374.340 mujeres desempleadas. En los hombres fue de 8,3% frente al 6,2% de hace un año.
Pero igual o más preocupante es que existen 4,2 millones de mujeres fuera de la fuerza de trabajo, es decir que no trabajan ni están buscando un empleo, lo que aumentó 12,8% interanual. Con esto, la tasa de participación laboral femenina (de las mujeres en edad de trabajar) bajó a 47,3% desde el 52,1% del trimestre móvil terminado en marzo. Este es el menor registro desde octubre de 2010, cuando se situaba en 47%. Recién en 2013 se había logrado por primera vez alcanzar el 50%, situándose desde ese año gran parte del periodo sobre ese nivel. El peak fue 53,3% en enero pasado. Pero en un mes la pandemia borró 10 años de un lento avance de la inserción en el mundo del trabajo femenino. En el caso de los hombres también bajó de manera relevante, hasta 69% desde 73,3%.
La preocupación es que recuperarse de este impacto es muy complejo para las mujeres, a diferencia de los hombres. “En una situación de recesión aguda como la actual, mucho más profunda que las crisis de 1999 y 2009 y más semejante a la de 1982, en donde hay escasez de oportunidades laborales y abundancia de personas que necesitan conseguir un puesto de trabajo, se exacerban los factores estructurales que perjudican a las mujeres puesto que hay más competencia por obtener un empleo”, comenta Juan Bravo, economista de Clapes UC.
Estos factores estructurales que menciona Bravo son tres: los sectores donde trabajan (ver infografía), regulaciones y culturales. Los dos últimos están relacionados, y son los más relevantes.
“Las normas sociales que atribuyen el rol del cuidado a las mujeres, afecta su participación en el mercado laboral y limita su acceso a empleos de calidad, generándose una mayor precariedad laboral, que se manifiesta con fuerza en estas emergencias”, explica Mizala.
Bravo atribuye que dicho factor social es el que influye directamente en las regulaciones: “Lamentablemente, las leyes replican la lógica de ausencia de corresponsabilidad en el cuidado de los hijos, lo que se materializa en que las leyes no entregan los mismos derechos asociados a la paternidad a hombres y mujeres (…) El problema que surge de esas desigualdades es que se producen las brechas laborales de género, puesto que la legislación contribuye a encarecer la contratación de mujeres relativa a hombres”.
Precisamente es esta mezcla de puestos de trabajo más precarios, regulaciones que encarecen la contratación de las mujeres y una norma social que les fija más roles en el hogar, la que pone en peligro la recuperación de la normalidad.
El cierre masivo de jardines infantiles y colegios afecta en especial a las mujeres, con lo que las redes de apoyo habituales empiezan a flaquear. “La emergencia derivada del Covid-19 está provocando impactos específicos sobre las mujeres y profundizando las desigualdades de género existentes, tanto al interior de los hogares como fuera de ellos”, afirma Mizala.
El subsecretario del Trabajo, Fernando Arab, está consciente de esta realidad. “Han tenido que asumir más labores no remuneradas, producto de las mayores necesidades domésticas y de cuidado tanto de adultos mayores enfermos como de niños fuera del sistema escolar, lo que denota la deuda que tenemos en materia de corresponsabilidad. El 96% de quienes hoy no trabajan remuneradamente por razones familiares permanentes son mujeres, y estas dedican, en promedio, 3,2 horas más al día que los hombres en tareas domésticas y de cuidado”.
Pero el impacto no solo ha derivado en más labores: “También se ha observado un aumento en la violencia al interior de los hogares”, reconoce Arab. “Todo esto ha repercutido negativamente en las posibilidades de las mujeres de participar en el mercado laboral y en su bienestar integral”, agrega.
La pregunta ahora es si las mujeres que tenían un puesto de trabajo podrán volver a su actividad, así como también si las requieran insertarse al mercado, tendrán las condiciones mínimas para hacerlo. Y al parecer, será difícil. “El problema en los países que se están comenzando a abrir, como por ejemplo Estados Unidos, es que la economía está pidiendo tener de vuelta a los clientes e ingresos, y para eso necesitan que las personas trabajadoras vuelvan a las tiendas, restaurantes, fábricas. Pero quienes están siendo demandadas a volver, se enfrentan, por una parte, al miedo y riesgo de contagio, y por otra, a la ausencia de redes de apoyo, como colegios, salas cunas y abuelos que ayuden con el cuidado”, comenta Francisca Jünemann, presidenta de Chile Mujeres.
Los cálculos de Jünemann van más allá. En el período enero-marzo, la base de la encuesta del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile para el Gran Santiago -que mostró un desempleo del 15%- permite determinar que 300 mil mujeres perdieron sus trabajos remunerados. “De ellas, solo el 17% ha salido a buscar uno nuevo. Y la causa no es que no lo necesiten, sino que no han podido salir por el cuidado de la casa y de los niños y niñas sin colegios ni salas cunas. No es apresurado pensar que la situación en mayo se agudizó”, concluye.
Juan Bravo coincide: “Dado que el regreso a la normalidad será paulatino, es probable que muchas mujeres posterguen su reinserción al mercado laboral para ejercer labores de cuidado de personas dependientes, ya sea niños, adultos mayores o personas enfermas”.
Todo lo anterior apunta a que este segmento debe ser particularmente atendido, pero de manera integral, y así evitar consecuencias indeseables como la pobreza o pérdida de capital humano. Más todavía si es que se tiene en consideración que el 42,4% de los hogares es liderado por una mujer, siendo el 31,1% monoparental.
A juicio de Alejandra Mizala, se requieren medidas concretas y campañas públicas de información acerca de la relevancia individual y colectiva de la reinserción laboral de las mujeres, pues su participación en el mercado laboral es relevante para el crecimiento económico de los países. A su vez, indica que las medidas de alivio económico deben asegurar el principio de no discriminación e incluir acciones para asegurar que las mujeres no se quedan atrás, particularmente las de los grupos de mayor riesgo: “Acelerar el desarrollo de instrumentos para asegurar que las políticas sociales y económicas no discriminen a las mujeres es importante y definirá la sociedad que surja de la crisis”.
El subsecretario del Trabajo afirma que dado que las mujeres ocupan, mayoritariamente, empleos que corren mayor riesgo de automatización, “resulta clave generar en ellas las competencias necesarias para enfrentar los empleos post pandemia, por lo que el rol de la capacitación en período de crisis resulta fundamental”.
Juan Bravo apunta a que si las leyes entregan los mismos derechos, y por ende, responsabilidades, a ambos padres, las brechas se reducirían significativamente.