Artículo publicado en el libro “COVID-19 e seus paradoxos”, editado por Liton Lanes Pilau Sobrinho, Cleide Calgaro e Leonel Severo Rocha. Fapergs, Universidade de Caixas do Sul, Universidade de passo Fundo, Univali, Usinos, Brasil 2020.
Disponible en https://univali.br/vida-no-campus/editora-univali/e-books/Documents/ecjs/Ebook%202020%20COVID-19%20E%20SEUS%20PARADOXOS.pdf
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Demasiado sencillo, demasiado economicista (es decir, sencillo, de simples modelos con pocas variables). Porque el caso es general y, probablemente, nadie sabe en qué va a parar todo esto. Unos dicen ruptura, otros dicen aceleración de tendencias anteriores al virus, otros revolución, los de más allá autoritarismos.
José María Tortosa [2]
20 de abril del 2020
Se movió el piso. Las certezas se desvanecen. Las incertidumbres nos envuelven. Parecería que todo se volvió coyuntura. Las prioridades económicas, desaparecen. Y el futuro aparece más difuso que antes, tanto que predecir posibles evoluciones resulta casi como apostar en un casino… en donde casi siempre gana la banca si no tomamos las debidas providencias, cabría apostillar. Lo cierto es que pandemias de todo tipo, no solo la sanitaria derivada del coronavirus (Covid-19), acosan a la sociedad humana. La pregunta es si sabremos transformar tanta amenaza y riesgo en oportunidades para una gran transformación. ¿Habrá voluntad política y consciencia social para cambiar radicalmente? ¿Podremos asumir el reto en función de la supervivencia colectiva? ¿Conseguiremos dar respuestas a la actual emergencia, coordinando acciones políticas para previnir nuevas pandemias? ¿Habrá llegado el monento de la inflexión histórica para construir una conciencia colectiva como especie? Preguntas que las planteamos con una enorme carga de esceptisimo.
En ese contexto leer lo que sucede con viejos prismas es casi un despropósito. Ante un mundo tan cambiante, con un factor sorpresa alucinante, la tarea es interpretar de la mejor manera las posibles evoluciones, intentado conocer mejor sus orígenes. Formulemos entonces algunos cuestionamientos sin transformarlos en pretexto para desplegar nuevamente nuestras conocidas respuestas. A partir de un ejercicio de real humildad reflexionemos sobre lo que está pasando, haciendo un ejercicio colectivo de memoria, para repensar el futuro… sin intentar asumir el papel de vanguardias iluminadas.
Tiempo habrá para reflexiones más profundas y para las correspondientes teorizaciones. Además, es obvio que los reduccionismos y las comparaciones lineales son inadmisibles, pues oscurecen el panorama e impiden construir estrategias que potencien los diversos procesos en marcha. No se trata de negar lo más valioso de los aportes teóricos y reflexivos acumulados hasta ahora, pero si es preciso renovarlos y complementarlos con nuevos ejercicios de reflexión que nos permitan leer de mejor manera lo que sucede para buscar colectivamente caminos para salir de las enormes amenazas globales que nos atosigan. La pandemia del coronavirus y las múltiples pandemias del capitalismo desbocado, de alcance global y profundamente interrelacionadas, no nos pueden simplemente conducir a resetear el sistema para empezar nuevamente buscando reencontrarnos con la senda perdida. Necesitamos otros sistemas, a partir de nuevos y renovados programas de acción.
Por cierto, en medio de tanto desconcierto, no podemos quedarnos callados.
Lo primero que cabe hacer es asumir el origen de muchas de estas pandemias en el colapso climático producido por los seres humanos, el “antropoceno”, que en realidad es el “capitaloceno”; colapso que tiene muchas facetas. Bien lo anota el sociólogo Jeremy Rifkin[3]:
“La actividad humana ha generado estas pandemias porque hemos alterado el ciclo del agua y el ecosistema que mantiene el equilibrio en el planeta. Los desastres naturales –pandemias, incendios, huracanes, inundaciones…– van a continuar porque la temperatura en la Tierra sigue subiendo y porque hemos arruinado el suelo. Hay dos factores que no podemos dejar de considerar: el cambio climático provoca movimientos de población humana y de otras especies; el segundo es que la vida animal y la humana se acercan cada día más como consecuencia de la emergencia climática y, por ello, sus virus viajan juntos.”
La democracia en tanto verbo a ser conjugado permanentemente
Por lo pronto, teniendo como lupa de lectura al coronavirus y la recesión económica mundial, centremos nuestra atención en la democracia.
Lo cierto que es que la democracia, sin cargarla de inútiles calificativos y apellidos, demanda nuevas lecturas. Siendo un objetivo fundamental no puede quedarse en esa sola categoría. Tampoco no puede ser vista simplemente como un estado de situación. Para nada es suficiente asumir el reto viendo el tema como “la transición a la democracia” o como una temporal convulsión participativa. De ninguna forma es suficiente ni conveniente analizar la democracia enmarcándola en los meandros de una institucionalidad formal. Sería por igual equivocado que, a cuenta de asegurar la salud de la población, la democracia pase a ser una suerte de tapabocas para ocultar las crecientes prácticas autoritarias con las que se sostienen crecientes desigualdades e inequidades.
Entonces, la democracia, tan estudiada desde siempre, desde muchas aristas, por muchas y muy lúcidas personas, no es solo un tema que se puede encasillar en simples análisis académicos, en ocasionales ejercicios electorales, en discursos casi siempre carentes de la voluntad política necesaria para que la democracia se enraíce y fructifique. A la democracia, entonces, veámosla como un proceso: más que un sustantivo o un simple adjetivo, la democracia es un verbo; si, un verbo que hay que conjugarlo en todas las personas y que demanda una permanente radicalización, cabría acotar, con indispensables y efectivos mecanismos de participación popular deliberativa.
Todavía afectados por el estupor, miramos con preocupación el estado de la democracia en todo mundo y en concreto en Nuestra América. Aquello de que vivimos en una región “plenamente democratizada”[4], como se afirmaba ingenuamente pocos años atrás, se desvanece aceleradamente…
Lo grave es que a medida que se desarma lo existente, comienza a organizarse un nuevo régimen, que, por lo pronto, parece que recupera lo peor del viejo… y en esta recuperación del pasado, causante de tantas pandemias, la tentación autoritaria está cada vez más presente. Y por cierto surgen dudas de si con democracia podremos enfrentar el reto de la pandemia del coronavirus y otras tantas existentes o por venir[5], pues esto, según el filósofo Umberto Galimberti[6]
“Ocurre porque estamos en la condición en que toda nuestra modernidad, protección tecnológica, globalización, el mercado, en resumen, todo lo que nos jactamos, lo que en resumen llamamos progreso, de repente se encuentra lidiando con la simplicidad de la existencia. humana. Nos enfrentamos a lo inesperado: pensamos en controlar todo y, en cambio, no controlamos nada en el momento en que la biología expresa ligeramente su revuelta. Digo a la ligera, porque este es solo uno de los primeros eventos biológicos que denunciarán, de aquí en adelante, los excesos de nuestra globalización.”
Los sacudones de la democracia antes del coronavirus
En América Latina, si se me permite poner la lupa en esta región, hasta hace poco registrábamos sociedades en movimiento con sus múltiples revueltas y resistencias, declinando el verbo democracia en todos sus tiempos.
A fines del año 2019 afloraron múltiples rebeliones populares que responden a las diversas y crecientes desigualdades, a las muchas inequidades envolventes sean de género o étnicas, a la creciente brutalidad de gigantescas urbes deshumanizadas y desnaturalizadas, a la explotación de la vida de muchos a favor de la dolce vita de pocos, a la imparable destrucción de la Naturaleza de la mano de extractivismos cada vez más voraces, a la permanente precarización del trabajo, a la miseria que acosa la vida de la mayoría de personas de la tercera edad, a las diversas violencias objetivas y subjetivas que matan sueños y expectativas, al atropello real y simbólico provocado también por la corrupción y el robo del que lucran impunemente las burocracias y las élites doradas, al abandono de las actividades productivas campesinas así como de otras dinámicas propias de la economía popular, a la pérdida de capacidades para el autoabastecimiento alimentario, a las postraciones a las que condenan las políticas económicas empeñadas en equilibrios macro que sacrifican los servicios públicos y aúpan las desigualdades, al peso de onerosas deudas externas que terminan por cancelar el futuro, al mañoso uso de la justicia utilizada como herramienta para la dominación por parte del Estado y de los monopolios, a publicidades cosificantes y alienantes, a una colonialidad y patriarcado imparables, a la misma estafa de una democracia encadenada en las urnas a la que ni siquiera se respeta…
Sin pretender agotar este listado de duras realidades que dan paso a las conjugaciones democráticas de dichas revueltas, no podríamos olvidar al engaño de la misma modernidad que ofrece bienestar para todos empaquetándola en una carrera agotadora detrás de un fantasma: el desarrollo[7] y su progenitor el progreso, a los que se encadenan sufrimientos sin fin justificándolos para dizque alcanzarlos…
Esa lista de problemas y frustraciones acumulados es muy larga y con seguridad puede crecer. Lo que interesa, sin tener la más mínima pretensión de dar una visión completa y acertada, es identificar algunos mínimos comunes denominadores que expliquen estas explosiones sociales a nivel regional, sin minimizar u olvidar las características propias de cada caso concreto.
En definitiva, la frustración social acumulada e incluso expresada ya en diversas luchas, creada y exacerbada por la civilización de la desigualdad, y los estragos que ésta va dejando en la periferia del mundo, ha generado explosiones que hicieron temblar al escenario político regional. Sí, la rebelión en toda Nuestra América, como Chile, Bolivia, Colombia, Haití, Ecuador… se nutre de todas estas lacerantes realidades. Las acciones que se vivieron desde fines del año 2019 parecían movilizaciones populares asimilables a terremotos o al menos a fuertes temblores que mueven y cuestionan las placas tectónicas de nuestras sociedades inequitativas e injustas, y hasta debilitan las viejas formas y los viejos conceptos usados para comprender estos procesos. Esas luchas aparecen ahora, por efecto de las cuarentas impuestas para paliar la pandemia del coronavirus, como suspendidas…
Entender tal complejidad no es fácil. En ningún caso se vislumbraban en esas revueltas salidas democráticas claras. La fuerza de las movilizaciones fue enorme, pero no necesariamente presentaron opciones de cambio, aunque quizás abrían horizontes nuevos para la disputa del sentido histórico. Además, las amenazas que ya envolvían a estos procesos eran mayúsculas. Basta constatar las sombras de la militarización de la política que asomaron como constante en varios rincones de Nuestra América, sea en países con gobiernos neoliberales como en aquellos con gobiernos “progresistas”, a los que no les podemos asumir simplonamente como de izquierda. Estas respuestas represivas se nutren de los rasgos más conservadores, retrógrados y nauseabundos de diversas élites empresariales, políticas y hasta periodísticas, empeñadas en buscar explicaciones desde los epifenómenos de estos complejos procesos. Y muchas veces desde estos ámbitos represivos -exacerbados en estos convulsos tiempos de pandemias globales- se sigue esgrimiendo el respeto a la democracia y su vigencia como justificativo para tanta miopía y torpeza, en realidad ese discurso pro-democracia de las élites -carente de contenido efectivo- funciona como mecanismo para sostener los privilegios de esas mismas élites.
El fondo el problema tiene muchas más aristas. El peso de las estructuras clasistas, patriarcales, xenófobas y racistas persiste y hasta aflora con redoblada fuerza en oposición a las múltiples protestas liberadoras, sea de indígenas, de feministas, de trabajadores y trabajadoras, de campesinos y campesinas, de pensionistas, de jóvenes…. En definitiva, la pobreza y las desigualdades acompañan y desatan las frustraciones de amplios grupos -en especial de la juventud- movilizados sin nada que perder, pues hasta el futuro se les ha robado…
Realidades que se complicarán aún más como resultado directo de la pandemia del coronavirus y la recesión global. ¿Cómo será el despertar de las masas luego de la pandemia del coronavirus?, es una pregunta difícil de responder. Sin embargo, respuestas que apunten a una gran transformación, en clave con la visión de Karl Polanyi[8], asoman como indispensables, pues en palabras de la mexicana Ana Esther Ceceña,
“Dentro del capitalismo no hay solución para la vida; fuera del capitalismo hay incertidumbre, pero todo es posibilidad. Nada puede ser peor que la certeza de la extinción. Es momento de inventar, es momento de ser libres…”[9]
La democracia en la trampa de los extractivismos
A esta lectura cabría agregar los problemas nacidos de las propias contradicciones del capitalismo periférico, bajo las cuales los países latinoamericanos son constantemente empujados a perpetuar su carácter de economías primarias exportadoras, siempre vulnerables y dependientes. Y todo enmarcado en acciones propias de los imperialismos, a los que pocas veces se incorpora en los análisis.
Vistas así las cosas, no podemos perder de vista los diversos imperialismos existentes y sus disputas. No solo hay intereses norteamericanos y europeos en juego. Actualmente, China utilizando particularmente sus cuantiosas sus reservas monetarias y financieras, adquiere cada vez más activos, incluyendo yacimientos petroleros y mineros, en todos los continentes, ampliando aceleradamente su influencia; Rusia, aprovechando sobre todo su fortaleza bélica, no se queda atrás. Es evidente que América Latina -neoliberal y “progresista”- no sacó lecciones de su pasado. Al contrario, vía aumentados extractivismos[10], ha terminando por profundizar sus lazos de dependencia con el mercado mundial y los diversos imperialismos.
Esa realidad del capitalismo mundial y su reconfiguración actual no puede pasar desapercibida. Las contradicciones interimperialistas incluyen diversos tipos de guerras de tipo militar, ideológico, biológico… pero sobre todo de tipo económico en tanto las grandes potencias se disputan recursos naturales, mercados… en definitiva territorios, cuerpos y subjetividades. Esta confrontación se concreta de una forma precisa en Nuestra América dada su importancia geoestratégica por sus múltiples reservas, pero fundamentalmente por la Amazonia.
Estas disputas geopolíticas continúan con creciente fuerza, mientras las luchas sociales parecen en cuarentena por la pandemia.
Dentro de toda esa complejidad rápidamente descrita se destaca el agotamiento de una modalidad de acumulación y de sus sistemas políticos -sean “progresistas” o neoliberales- sustentados en estructuras sociales y económicas cada vez más injustas, con insuperables rasgos coloniales. Dichas estructuras son forzadas cada día más a niveles explosivos por las demandas insaciables del capitalismo global. Nos referimos a las estructuras propias de las modalidades de acumulación primario exportadoras, que encuentran en los extractivismos una de sus principales manifestaciones. Bien anota Raúl Zibechi:
“Las revueltas de octubre en América Latina tienen causas comunes, pero se expresan de formas diferentes. Responden a los problemas sociales y económicos que genera el extractivismo o acumulación por despojo, la suma de monocultivos, minería a cielo abierto, mega-obras de infraestructura y especulación inmobiliaria urbana.”[11]
En este punto cabe reconocer que la violencia en la apropiación de recursos naturales, extraídos atropellando todos los Derechos (Humanos y de la Naturaleza), “no es una consecuencia de un tipo de extracción sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales”, enfatiza Eduardo Gudynas (2013), renombrado analista de la realidad regional. Y esta violencia aflora sin importar los impactos nocivos, sean sociales, ambientales, políticos, culturales, sicológicos e incluso económicos. Imposible olvidar que estos extractivismos, levantando la (inalcanzable) promesa de progreso y desarrollo, se imponen violentando la vida misma: territorios, cuerpos y subjetividades. De hecho, la violencia extractivista hasta podría verse como la forma concreta que toma la violencia estructural del capital en el caso de las sociedades periféricas condenadas a la acumulación primario-exportadora.
En síntesis, las violencias -en sus más diversas formas- son parte de la vida de los países atrapados por la “maldición de la abundancia”.[12] Son violencias que configuran un elemento consustancial de un “modelo ecocida”. Se trata de violencias fundadas también en estigmatizar, reprimir, criminalizar y perseguir a los defensores y las defensoras de la vida.
En estos países primario-exportadores, los gobiernos -neoliberales o “progresistas” y las élites dominantes, la “nueva clase corporativa” y los viejos grupos oligárquicos, han capturado no sólo el Estado (sin mayores contrapesos) sino también a importantes medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados. Este es un punto medular. De esta manera consiguen bloquear los tímidos procesos democratizadores en los ámbitos electorales, los que, además, están cada vez más capturados por el poder del dinero, incluyendo el del narcotráfico y otras formas abiertamente delincuenciales. Frente a esta lacerante realidad explotan las protestas de diversa manera.
Las lógicas del rentismo y del clientelismo, incluso del consumismo y del productivismo, impiden construir ciudadanías en términos amplios, entendidas como ciudadanías individuales, pero sobre todo ciudadanías colectivas e inclusive meta-ciudadanías ecológicas (es decir responsables de garantizar los derechos de la Naturaleza). Y estas prácticas clientelares, al alentar el individualismo y el consumismo, desactivan las propuestas y acciones colectivas, afectando tanto a las organizaciones sociales como al mismo sentido de comunidad, lo que constituye un asunto aún más preocupante. Todos estos gobiernos tratan de subordinar a los movimientos sociales y, si no lo logran, plantean estructuras paralelas controladas por el propio Estado, como lo hicieron inclusive los gobiernos “progresistas” de Rafael Correa en Ecuador o el de Evo Morales en Bolivia.
Los gobiernos de estas economías primario-exportadoras no sólo cuentan con importantes ingresos -sobre todo en el auge de los precios- para asumir la obra pública, sino que pueden desplegar medidas y acciones que coopten a la población para asegurar una “gobernabilidad” que permita introducir reformas y cambios pertinentes desde sus intereses. De suerte que las buenas intenciones desembocan, con frecuencia, en gobiernos autoritarios y mesiánicos disfrazados, en el mejor caso, de democracias que tienen su alfa y omega en las urnas.
Otro mito “extractivista” bastante repetido en todos los países tiene que ver con la urgencia de los ingresos provenientes de estas actividades extractivistas -petroleras o mineras- para financiar políticas sociales. Lo pobre del argumento se nota al ver que ni los ingresos obtenidos por tributación de dichas operaciones -muy limitada, cabría anotar- han podido sostener adecuadamente dichas políticas que, por lo demás, muchas veces se mueven al son de los rasgos clientelares propios de los extractivismos; como es, por ejemplo, el uso de las regalías anticipadas para “aceitar” la aceptación de las actividades mineras en las comunidades afectadas, entre otras acciones.[13]
Además, la mayor erogación pública en actividades clientelares reduce las presiones latentes por una mayor democratización. Se disciplina la sociedad con múltiples mecanismos objetivos y subjetivos. Se da una “pacificación fiscal”, dirigida a reducir la protesta social; ejemplo son los diversos bonos empleados para paliar la extrema pobreza, sobre todo aquellos enmarcados en un clientelismo puro y duro que premia a los más sumisos. Pero cuando la bonanza termina y se empiezan a pagar las cuentas del desperdicio la protesta está a la vuelta de la esquina, pues quienes cargan con el peso de la factura son quienes realmente no disfrutaron del festejo…
No nos olvidemos, los altos ingresos gubernamentales le permiten desplazar del poder y prevenir la configuración de grupos y fracciones contestatarias o independientes, que demanden el cumplimiento de derechos. Estos gobiernos -neoliberales y “progresistas”- asignan cuantiosas sumas de dinero para reforzar sus controles internos incluyendo la represión a opositores. Incluso destinan cuantiosos recursos para perseguir y reprimir a los contrarios, incluyendo a quienes “no entienden ni aceptan” las “indiscutibles bondades” extractivistas. En este escenario, sin una efectiva participación ciudadana se vacía la democracia, por más que se consulte repetidamente al pueblo en las urnas. Y es peor todavía la situación, como sucede en Colombia y también en Ecuador, cuando se bloquean las instancias constitucionales al inviabilizar o desactivar las consultas populares sobre los extractivisnos.
Tantas violencias, corrupción y autoritarismo que acosan a la democracia no son una mera consecuencia del extractivismo, son una condición necesaria para su cristalización. Michael J. Watts[14] lo sintetizó en pocas palabras:
“toda la historia del petróleo (o de la minería o de las plantaciones exportadoras, NdA) está repleta de criminalidad, corrupción, el crudo ejercicio del poder y lo peor del capitalismo de frontera”.
La democracia jaqueada por los efectos del coronavirus
El coronavirus nos confronta con una realidad que se ha venido acumulando desde hace décadas y sobretodo en el último tiempo. Y esa realidad responde, más allá de lecturas inspiradas en el complot y de una avalancha de interpretaciones sobre la pandemia, a un proceso fraguado por los seres humanos en el marco del “capitaloceno” que es, a su vez, el responsable del colapso climático en marcha, como lo anotamos al inicio de este texto. Además, la misma recesión económica, que nos golpea con creciente fuerza, que ya nos presionaba antes del coronavirus, resulta de esa lógica infernal de acumulación del capital. Y así, esta convergencia de pandemias -patriarcado, colonialismo, discriminación, extractivismos, violencias, ecocidios, etnocidios, imperialismos- agudiza los problemas y nos enfrenta a una realidad en extremo compleja que nos convoca a pensar y actuar.
Bien nos haría un ejercicio de memoria de lo que se ha vivido en las cuarentenas o en la lucha desesperada por sobrevivir en las calles. Solo así podremos aproximarnos a lo que significa y significará esta es crisis multifacética, la más profunda y compleja que ha enfrentado hasta ahora la Humanidad. Pues nunca antes tantas personas y tantos países han sido confrontados tan rápidamente con un problema tan grave, tan global. Cabe hacer un ejercicio de memoria colectiva y guardarla para que nos sirva para una reflexión, para compartir ideas y sacar conclusiones para la acción.
Puntualicemos algunos elementos clave. El coranavirus desnuda varios temas, muchos de ellos ya conocidos, entre los cuales destacamos tres:
El primero, el Covid-19 demuestra la profundidad de las desigualdades. La misma política de “quédate en casa” está cargada con un enorme matiz de privilegio de clase. La disponibilidad de viviendas dignas limita el cumplimiento de este mandato sanitario. La urgencia del trabajo diario para los sectores informales o la ausencia de ahorros mínimos conspiran contra la cuarentena. Así a más de los graves problemas sanitarios, explotan agravados muchos otros problemas sociales: el hambre, la miseria, la inequidad, la marginalidad; aspectos que los dejamos sentados anteriormente.
Segundo, el coronavirus y esta crisis, al demostrar la lógica del poder, sirven para exacerbar los temores y las aberraciones. La forma en que la enfrenta dice mucho de esto. Se ha organizado un plan de guerra para vencer a un “enemigo invisible”. Con estas lecturas bélicas se oculta el origen el problema. En clave de “chivos expiatorios”: migración y coronavirus caminan de la mano exacerbando la xenofobia. Además, aún cuando cayeron aparatosamente las lecturas negacionistas de algunos gobernantes, estos de forma descarada se niegan a aceptar que hay problemas ambientales globales que se deben enfrentar globalmente y fuerzan el retorno a la normalidad.
En línea con lo anterior, el Estado retorna. Lo que, a primera vista, resulta hasta deseable. Hay un reclamo para que el Estado asuma tareas sociales, pues en muchos países se las había dejado librados a lógicas mercantiles, la salud sobretodo. Lo grave es que, simultáneamente se consolida un Estado autoritario: hay que disciplinar a la sociedad para controlar la pandemia, es el mensaje. La cuarentena, más allá de su utilidad para frenar el contagio, implica una restricción de derechos para garantizar la vida de la colectividad. Este retorno del Estado también implica la búsqueda de seguridad para mantener el statu quo, sobre todo cuando lo que se pretende es atravesar este complejo momento y retomar el ritmo de crecimiento económico: “no debemos matar la actividad económica por salvar vidas”, declara sin rodeos el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago de Chile, Carlos Soublette.[15]
También asoma un Estado que, una vez más, luego de un largo interregno neoliberal, asume su papel como empresa de reparaciones del sistema, como el caso de Alemania y Estados Unidos, donde se destinan miles de millones de dólares o euros para sostener a las grandes empresas, para que a la postre todo siga igual. En palabras de Breno Bringel,
“el Estado interventor es reivindicado ahora hasta por los neoliberales, pero con él también vienen los militares en las calles, los estados de emergencia y la instalación de una lógica bélica no sólo contra el virus, sino también contra algunos sectores de la sociedad”.[16]
A partir de esa situación amorfa, confusa y angustiante los riesgos son graves. Todo indica que para salir de esta crisis el Estado emerja con crecientes lógicas autoritarias. Los mensajes que emanan de las respuestas tecnológico-autoritarias asoman con creciente fuerza invitando a consolidar mecanismos de creciente disciplina y control social.[17]
La tentación del autoritarismo tecnológico chino es enorme. Sobretodo allí, sin excluir prácticas similares en todo el mundo, los avances tecnológicos han devenido, como explica Raúl Zibechi, en
“una herramienta capaz de controlar multitudes con la misma eficacia que el control individualizado. Las tecnologías que se han desarrollado en los últimos años, muy en particular la inteligencia artificial, van en esa dirección… se desarrollan prioritariamente aquellas que son más adecuadas para el control de grandes masas”.[18]
“El gran hermano” de George Orwell, transformado en “el estado tecnototalitario perfecto”, de Franco Berardi Bifo [19], asoma como una realidad cada vez más cercana. A modo de ejemplo concreto, el sistema de vigilancia del país más poblado del mundo avanza imparable con la identificación facial -logro de ciencia-ficción- en donde ya han instalado 400 millones o más de cámaras de vigilancia facial. Un sistema combinado con un esquema de crédito social dotado de premios y castigos para seguir uniformando a la sociedad en un sistema orientado por el creciente consumismo e individualismo tan necesario para sostener en marcha las ruedas de acumulación del capital y todo con la égida del Partido Comunista Chino. Nadie puede dudar que vivimos en una época de dominación tecnológica, que como anota el mismo Zibechi: “es parte de la brutal concentración de poder y riqueza en los estados, que son controlados por el 1 por ciento más rico”.
Esta afirmación obviamente repercute en la economía global, pues las redes sociales y sus desarrollos tecnológicos son monopolizados por pocas grandes transnacionales, que combinan el control de la información con la especulación financiera, en un ejercicio de acumulación global inaudito. Aquí, afloran varias preguntas: ¿Puede el incesante progreso tecnológico resolver los enormes problemas sociales existentes? ¿Cuáles son los límites de las tecnologías? ¿Cómo se combinarán estas prácticas de un elevado autoritarismo tecnológico con los tradicionales mecanismos de represión social, particularmente en aquellos países menos avanzados en el uso de las tecnologías modernas?
Tales dudas no implican un conservadurismo ante el progreso tecnológico, sino una crítica sobre su sentido. Guste o no, la tecnología moderna está cada vez más subsumida a la auto-valorización del capital, volviéndose nociva en muchos aspectos. Es más, el avance tecnológico tiende a acelerarse en aquellas actividades que benefician a la acumulación (un ejemplo cruel es el avance tecnológico militar), mientras que en otras el avance es lento y hasta llega al estancamiento, o peor aún a la marginación: un ejemplo es el encarcelamiento tecnológico del mercado de las patentes (cuya supuesto “incentivo a la innovación” es más que cuestionable [20]), como sucede con muchas medicinas que podrían paliar problemas de salud en el mundo. ¿No estamos viendo esto mientras avanza la pandemia y se ha desatado una feroz competencia para fabricar la vacuna… teniendo como motivación el gran negocio que ésta representará?
Un reto clave recae en ver cómo se controlan conocimientos y tecnologías. En realidad, muchas nuevas tecnología provocan renovadas formas de desigualdad y de explotación, así como de enajenación, dominación y de hegemonía: la dominación tecnológica se vuelve “normal”, es aceptada voluntariamente y hasta deviene en deseable para los dominados (por ejemplo, personas desesperadas comprando teléfonos donde voluntariamente registran hasta su información facial). Por lo tanto, se debe impedir que las máquinas dominen a las personas, como recomendaba Iván Illich, cuyo pensamiento, junto al de André Gorz, cobra creciente vigencia cada día que pasa.
Un Estado fascista puede aparecer en nuestros países vinculado con la filantropía de los grupos acomodados que cederán algo de sus enormes riquezas para que las explosiones sociales no afecten a sus privilegios. Se perfila más neoliberalismo, más extractivismo, es decir más flexibilización laboral y ambiental para ser competitivos y recuperar el tiempo perdido: hay que crecer y salir del bache nos dicen; todo eso ahondará las desigualdades. Al finalizar la pandemia habrá más ricos: las farmacéuticas, las grandes empresas que suministran y comercializan los alimentos. También habrá más pobres: la CEPAL, en un primer estudio, dice que en América Latina habrá un incremento de la pobreza en 35 millones de personas.[21] Y es muy probable que haya menos democracia…
Cuando la pandemia deviene en pandemonio, cuánta razón tienen las palabras del sociólogo ecuatoriano Juan Cuvi:
“Lo más sorprendente del coronavirus es su capacidad para desquiciar la lógica política y poner patas arriba todos los escenarios previstos. A diferencia de la guerra, que en medio de la barbarie no impide que afloren intereses y objetivos identificables y predecibles, la pandemia no permite vislumbrar ni actores ni juegos de poder. El virus es una amenaza impersonal, incorpórea, irracional e incierta que, no obstante, provoca impactos muy concretos en la sociedad. El colapso sanitario en innumerables países es uno de ellos.”[22]
Otro mundo democratizado desde las comunidades y los barrios
En medio de este pandemonio será que se abren puertas para propuestas y respuestas más coherentes con los derechos de los seres humanos y no humanos. No con acciones inspiradas en mandatos construidos desde arriba. ¿Cuál es el potencial real de las respuestas surgidas desde la simple necesidad de la sobrevivencia? Este asoma como un tema crucial. Sobretodo porque, a pesar de todas las dificultades, se perfila una inmejorable oportunidad para disputar el sentido histórico de las transformaciones desde posturas radicalmente democráticas.
Afrontamos complejidades múltiples inexplicables desde la monocausalidad. Y menos aún con simples respuestas escapistas. Parecen cada vez más necesarias respuestas múltiples, diversas, pequeñas y grandes (si fuera posible). Sin desestimar las acciones gubernamentales y la construcción de alternativas estratégicas de largo plazo, estando el control sobre los cuerpos en la mira del poder esos cuerpos son y serán los campos de batalla. La lucha, una vez más, emerge desde abajo, multiplicando rebeldías, resistencias y desobediencias ciudadanas frente a tanto atropello en marcha.
Urge identificar y -de ser posible- transformar las herramientas de dominación, como, por ejemplo, las redes sociales, para convertirlas en instrumentos de comunicación y organización liberadora. Asoman como indispensables acciones guiada por las luchas de aquellos grupos históricamente oprimidos -desde enfoques feministas hasta indígenas, incorporando las visiones ecologistas y socialistas-, así como de propuestas comunitarias de quienes viven -o al menos imaginan- un mundo de libertades plenas, viable en la medida que confluyan la justicia social y la justicia ecológica. En definitiva, necesitamos ejercicios de contra-hegemonía.
En estas condiciones se construyen respuestas desde abajo, en contra corriente.[23] En las comunidades indígenas y campesinas, así como en los barrios -sitiados por la pandemia- la solidaridad aflora con fuerza, tanto como las alternativas y las propuestas de cambio.[24] No solo ahora. Ya desde antes, cual círculos concéntricos provocados por una piedra lanzada en un lago, se expanden inclusive en ciudades grandes, muchos ejercicios emancipadores alentadores en donde los actores sociales intercambian mutuamente conocimiento artesanal; cambian tierras baldías y levantan con autogestión nuevos espacios abiertos para todas y todos; cultivan huertos urbanos, amplían los espacios verdes y las zonas peatonales para liberarse de la dominación de la auto-movilidad; aprenden a reparar máquinas para aumentar su durabilidad; consolidan espacios de intercambio cultural comunitario; y a través de estas y muchísimas prácticas más incrementan también sus márgenes de acción.
Convendría revalorizar respuestas en todas partes del planeta para asegurar la soberanía alimentaria desde abajo, desde el campesinado. No solo hay que demostrar que los sistemas de producción y consumo locales son viables y más exitosos que los grandes emprendimientos, sino que en clave con la soberanía alimentaria deben ser el pilar para construir otras relaciones sociales. En tiempos de pandemias, el aislamiento voluntario de comunidades indígenas e incluso de los barrios puede ser más eficaz que las medidas médico-represivas de las estrategias oficiales, recuperando los sistemas de salud ancestral al tiempo que se potencian las respuestas preventivas en el ámbito de la salud formal. De esta manera, recuperando todas las prácticas propias del paradigma del cuidado, a partir de satisfacer las demandas comunitarias de salud y alimentación en primer término, se pueden construir otras formas de organización social, que podrían encontrar elementos inspiradores en las “caracolas zapatistas”. Aquí, desde esos ámbitos comunitarios, pueden surgir otras formas de conjugar el verbo democracia.
Las tecnologías, sobre todo las que ahorran fuerza de trabajo (física o mental), deberían liberar al ser humano del trabajo orientado a acumular capital, permitiendo instaurar jornadas laborales menos extenuantes, tal como se consigue en varios países industrializados: en Alemania los trabajadores avanzan para establecer una semana de 28 horas de trabajo. De hecho, aquí interesa repensar la organización de la vida desde el derecho al ocio, antes que desde el derecho al trabajo, que, en el sistema capitalista, es el derecho a ser explotados… lo que implica inclusive la necesidad de redistribuir el trabajo tanto como la riqueza y los ingresos.
Todo esto se podría lograr, por ejemplo, también liberando el conocimiento científico e impulsando un diálogo respetuoso con los saberes ancestrales, mientras las estructuras de producción y consumo se transforman para construir sociedades donde la explotación a la Humanidad y a la Naturaleza sea inviable.
También hay que trabajar en otros ámbitos escalares de acción. Hay que liberarnos de la economía del crecimiento permanente y de la acumulación de bienes interminable, dinámicas que son la esencia misma de la sociedad capitalista. Y a la sociedad del decrecimiento, con el fin de superar el laberinto capitalista, se camina también desde transiciones postextractivistas.[25] Conviene señalar lo que tienen en común las dos perspectivas: la fuerte crítica al capitalismo que trae consigo una mercantilización cada vez más marcada de las diversas constelaciones sociales y de los elementos de la Naturaleza. Tal punto de coincidencia puede servir, incluso, como un elemento de la post-economía:des-mercantilizar los bienes comunes[26] y la Naturaleza, además de reconocer sus Derechos, construyendo relaciones de armonía con todos los seres vivos. Dicho elemento puede combinarse con otros como la introducción de criterios comunitarios para “valorar” los objetos; descentralizar y desconcentrar la producción; cambiar a profundidad los patrones de consumo; redistribuir radicalmente la riqueza y el poder; y muchas otras acciones a pensarse en colectivo.
Asimismo, decrecimiento y post-extractivismo concuerdan en que el problema social de fondo son las visiones y las prácticas de progreso, “desarrollo” y crecimiento económico profundamente enraizadas. Y ambas visiones son incluso conceptualmente complementarias: el decrecimiento configura un concepto “obús” en tanto destructor, no constructor, como nos recuerda Koldo Unceta[27], mientras que el Buen Vivir[28] es constructor en esencia.
Superar tantas inocultables irracionalidades, que se sostienen por una suerte de locura colectiva explicable por diversas y perversas formas de manipulación de la gente, sería parte de una gran transformación. El reto, entonces, es dar vuelta estas anormalidades, tan claramente formuladas por Ivan Illich:
“En una sociedad tan intensamente industrializada, la gente está condicionada para obtener las cosas más que para hacerlas; se le entrena para valorar lo que puede comprarse más que lo que ella misma puede crear. Quiere ser enseñada, transportada, tratada o guiada en lugar de aprender, moverse, curar y hallar su propio camino. Se asignan funciones personales a las instituciones impersonales. La gente aprende viendo y haciendo, se mueve con sus pies, se cura, cuida su salud, y atiende la salud de los demás. Esta actividades poseen valores de uso que resisten a la mercantilización.(…) El reordenamiento de la sociedad en favor de la producción planificada de mercancías tiene dos aspectos que resultan finalmente destructivos: la gente está entrenada para consumir y no para actuar, y al mismo tiempo se restringe su radio de acción”. [29]
La democracia de la Tierra, un paso imprescindible
Un par de reflexiones adicionales. Ojalá se entienda que la cuestión ambiental ha sido núcleo fundamental en los crecientes conflictos en el mundo entero. Esta pandemia del Covid-19 no surge de la nada, no es el producto de un simple complot. Eso si, la pandemia nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. Y en este complejo escenario, como lo hemos anotado, la democracia está entrando en cuarentena… dirán inclusive, sin sonrojarse, que para protegerla.
El reto no se resuelve de la noche a la mañana. Defender y fomentar la democracia en todos los ámbitos de acción estratégica -desde lo local a lo global-, como un proceso de permanente radicalización, sigue siendo el camino para sociedades respetuosas de la diversidad, de la igualdad y la libertad. Es más, no podrá haber paz entre los humanos si simultáneamente no transitamos hacia la paz con la Naturaleza. Y eso nos invita a sintonizarnos con la democracia de la Tierra para construir sociedades una sociedad basada en la justicia social, la democracia descentralizada y la sustentabilidad ambiental.
Los elementos básicos de dicha democracia radican en la relación armoniosa con la Madre Tierra, reconociendo que todos los seres vivos tienen un valor intrínseco, independientemente de si tienen o no alguna utilidad para los seres humanos. La diversidad biológica y cultural es la base de esa forma de democracia raizal, que no puede más apuntar hacia la uniformización productiva, cultural e incluso política. La sustentabilidad pensada en clave de las futuras generaciones obliga a priorizar los bienes de subsistencia básica, asegurando salud, alimentación y vivienda como derechos, no más como mercancías. Otra economía es un reto imperioso a partir de la diversidad, la sostenibilidad y la pluralidad, potenciando lo local a partir de las nacesidades, demandas y decisiones locales. Los concimientos ancestrales en estrecho diàlogo con los conocimientos científicos deben hacer realidad la convivialidad de relaciones sociales, económicas y políticas. Inclusión y participación sustentan la base de esa otra democracia propuesta en conjugación permanente desde abajo. Derechos y deberes deben potenciarse desde lo local a lo global para globalizar la paz, el cuidado y la solidarida en vez de la lógica de competencia y del conflicto que ahogan al planeta.
Eso demanda generar transiciones desde miles y miles de prácticas alternativas existentes en todo el mundo, orientadas por horizontes utópicos que propugnan una vida en armonía entre los miembros de la Humanidad y de estos con la Naturaleza, aprendiendo de formas de vida indigenas, plasmadas en los buenos convivires.
Sin minimizar las acciones a nivel nacional y global, todo indica que el gran impulso surgirá con acciones desde abajo, desde barrios y comunidades, reencontrándonos con la Madre Tierra. Una faena que no puede ser en ningún caso romantizada en tanto emerge desde la misma brutalidad del mundo capitalista. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida, que empieza por desmontar varios fetiches -particularmente económicos, empezando por el imposible crecimiento en un mundo finito- y en propiciar cambios radicales, desde experiencias existentes o desde imaginarios a ser transformados en realidades. Y eso nos conmina a desbaratar las bases patriarcales y coloniales del capitalismo, con lo cual inexorablemente se desmoronará esta civilización de la desigualdad y la violencia.
Para desconsuelo de ciertas personas estas luchas diversas y heterogéneas rompen los moldes tradicionales de “la revolución”, pues no asoman en el horizonte las banderas desplegadas de las vanguardias de iluminados asaltando “el palacio de invierno”. Tampoco nos sirven aquellas lecturas -en esencia siervas de anquilosados paradigmas- que pretenden priorizar las luchas en marcha de acuerdo a viejos modelos transformados en dogmas, que en lugar de aclarar lo que sucede, lo nublan.
Y esa tarea demanda conjugar la democracia en todas sus formas. Bloqueos y levantamientos son indispensables cuantas veces el poder actúe de forma vándala contra los pueblos y la Naturaleza. Consultas populares deben nutrir cada vez más las decisiones que afecten la vida de comunidades y su entorno. Asambleas constituyentes para construir proyectos de vida en común son también poderosas herramientas democratizadoras. Pero sobre todo, procesos sociales -económicos y políticos- con profunda pedagogía democratizadora, deben ir construyendo los poderes contrahegemónicos necesarios para transformar la civilización del capital. Esta tarea tendrá éxito en la medida que subyerta la institucionalidad dominante y que construya redes de resistencia y re-existencia con las que -sin pedir permiso- se potencie y se radicalice la democracia en la vida de los pueblos.
En suma, nos toca construir un mundo -el Pluriverso[30]- donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea marginado ni explotado, y donde todas y todos vivamos con dignidad y en armonía con la Naturaleza y con nosotros mismos. Y para lograr esos otros mundos, recuperemos la conclusión de Umberto Eco:
“Ya lo ves, señor Nicetas –dijo Baudolino–, cuando no era presa de las tentaciones de este mundo, dedicaba mis noches a imaginar otros mundos. Un poco con la ayuda del vino, y un poco con la de la miel verde. No hay nada menor que imaginar otros mundos para olvidar lo doloroso que es el mundo en que vivimos. Por lo menos, así pensaba yo entonces. Todavía no había entendido que, imaginando otros mundos, se acaba por cambiar también éste”.
Notas:
[2] Ver “Incertidumbre”, disponible en https://mundomundialtortosa.blogspot.com/2020/04/incertidumbre.html
[3] Ver entrevista: “Estamos ante la amenaza de una extinción y la gente ni siquiera lo sabe”, 23 de abril del 2020. Disponible en https://ethic.es/2020/04/jeremy-rifkin/
[4] Hans-Jürgen Burchardt; “Desigualdad y democracia”, en la revista Nueva Sociedad número 215, mayo-junio 2008. Disponible en https://www.nuso.org/articulo/desigualdad-y-democracia/
[5] Entre muchas otras amaenzas latentes se puede anotar el potencial nocivo del sistema mundial agroindustital, tal como lo anota Silvia Ribeiro; “Gestando la próxima pandemia”, La Jornada, México, 25 de abril del 2020. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2020/04/25/opinion/023a1eco
[6] Entrevista: “Umberto Galimberti, riflessioni ai tempi del coronavirus sul senso del futuro”, CQ, 15 de abril del 2020. Disponible en https://www.gqitalia.it/news/article/umberto-galimberti-filosofo-coronavirs
[7] Entre muchos otros textos sobre el tema, resulta aleccionadora la reflexión de Eduardo Gudynas sobre el tema: “El agotamiento del desarrollo: la confesión de la CEPAL”, 14 de frebrero del 2020. Disponible en https://bbl.com.ar/nota_10481_el-agotamiento-del-desarrollo-la-confesion-de-la-cepal
[8] Karl Polanyi ([1944] 1992); La gran transformación–Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Fondo de Cultura Económica, México.
[9] Ana Esther Ceceña (s/f); “Dominar la naturaleza o vivir bien: disyuntiva sistémica”. Disponible en http://www.geopolitica.ws/media/uploads/vivirbienodominarlanaturaleza.pdf
[10] Consultar en Eduardo Gudynas; Extractivismos – Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza, CLAES – CEDIB, La Paz, 2015. Entendemos como extractivismo aquellas actividades que remueven y se apropian de grandes volúmenes de recursos naturales que son colocados en el mercado mundial con ninguno (o muy poco) procesamiento. Los extractivismos no se limitan a minerales o petróleo. Hay también extractivismos de tipo agrario, forestal, pesquero, inclusive turístico, siempre dentro de una definición rigurosa que impida su dispersión y la confusión.
[11] Ver Raúl Zibechi; “Las revueltas de octubre”, 5 de noviembre del 2019. Disponible en https://rebelion.org/las-revueltas-de-octubre/
[12] Podríamos recomendar el libro de Alberto Acosta; La maldición de la abundancia. CEP, Swissaid y Abya–Yala. Quito, 2009.
[13] Este esquema -aunque a algunas personas les parezca insólito- fue recomendado por el presidente “progresista” Rafael Correa al entonces presidente neoliberal colombiano Juan Manuel Santos, quien agradeció públicamente al mandatario ecuatoriano por esta sugerencia que sirve para romper la resistencia de las comunidades, en el discurso que sostuvo en la instalación del II Congreso Internacional de la Asociación Colombiana del Petróleo, el 29 de septiembre del 2016. El discurso en el que Santos agradece a Correa está disponible en https://www.youtube.com/watch?v=b870ezpLm3Y
[14] Michael J. Watts; “Petro-violence-Somethoughtsoncomunity, extraction, and politicalecology”, Working Papers, Institute of International Studies, University of California, Berkeley, 1999. Aquí se estudia el caso de la violencia petrolera en Nigeria y Ecuador.
[15] Citado en Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales (OLCA); “Si hay que volver a algo, que sea a la Tierra”, 22 de abril del 2020. Disponible en https://radio.uchile.cl/2020/04/22/si-hay-que-volver-a-algo-que-sea-a-la-tierra/
[16] Consultar en “Aprendizajes políticos y resistencias sociales en tiempos de coronavirus”, Diario El Universo, Guayaquil, 2 de abril del 2020. Disponible en https://www.eluniverso.com/opinion/2020/04/02/nota/7802349/aprendizajes-politicos-resistencias-sociales-tiempos-coronavirus
[17] Esta tendencia ya viene de antes. Ver, por ejemplo, las reflexiones de Alberto Acosta: “La tecnología, ¿herramienta de dominación o mecanismo de liberación?”, 27 de febrero del 2018. Disponible en https://rebelion.org/la-tecnologia-herramienta-de-dominacion-o-mecanismo-de-liberacion/
[18] Ver en “El siglo del control de la masas”, La Jornada, México, 16 de ferbrero del 2018. Disponible en https://www.jornada.com.mx/2018/02/16/opinion/019a1pol
[19] Franco Berardi Bifo, “Crónica de la posdeflación”, Mundo Nuestro, 19 de marzo del 2020. Disponible en http://mundonuestro.mx/index.php/ autores/item/2303-franco-berardi-bifo- cronica-de-la-psicodeflacion
[20] Eduardo Porter; “Cuando las patentes obstaculizan la lucha contra las enfermedades y el cambio climático”, The New York Times, 25 de abril del 2016 Disponible en https://www.nytimes.com/es/2016/04/25/espanol/cuando-las-patentes-obstaculizan-la-lucha-contra-las-enfermedades-y-el-cambio-climatico.html
[21] CEPAL; “Dimensionar los efectosdel COVID-19 para pensaren la reactivación”, 17 de abril del 2020. Disponible en https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/45445/4/S2000286_es.pdf
[22] Ver Juan Cuvi; “La función política del coronavirus”, Plan V, Quito, 9 de abril del 2020. Disponible en https://www.planv.com.ec/ideas/ideas/la-funcion-politica-del-coronavirus
[23] Esta es una cuestión que interesa al autor cada vez más, como se puede leer en el siguiente texto: “La ciudad, un espacio de emancipación – La gran transformación desde los barrios”, 3 de septiembre del 2019. Disponible en https://lalineadefuego.info/2019/09/03/la-ciudad-un-espacio-de-emancipacion-por-alberto-acosta/
[24] A modo de ejemplo se puede leer el “Manifiesto por la reorganización de la ciudad tras el COVID19”, 20 de abril del 2020, propuesto para la ciudad de Barcelona, pero que contiene elementos dignos de considerar en otras urbes. Disponible en https://manifiesto.perspectivasanomalas.org/manifiesto-2/ Otro documento en esa dirección es el “Manifesto for post-neoliberal development five policy strategies for the Netherlands in the post-Covid-19 future”, 11 de abril del 2020. Disponible en https://ontgroei.degrowth.net/manifesto-for-post-neoliberal-development-five-policy-strategies-for-the-netherlands-after-the-covid-19-crisis/
[25] Consultar en Alberto Acosta y Ulrich Brand; Salidas del laberinto capitalisa – Decrecimiento Postextractivismo, ICARIA, Barcelona, 2017.
[26] Entiéndase como bienes comunes aquellas “redes de la vida que nos sustenta. Son el aire, las semillas, el espacio sideral, la diversidad de culturas y el genoma humano”. Es decir, “los bienes comunes, entonces, son los espacios, lo tejido por la sociedad, los artefactos, los eventos y las técnicas culturales que -en sus respectivos límites- son de uso y goce común, como el pozo de un pueblo, el manejo de un espacio como una plaza pública urbana, una receta, un idioma o el saber colectivo compartido en Internet” (Silke Helfrich, Genes, bytes y emisiones: bienes comunes y ciudadanía, Fundación Heinrich Böll, México, 2008).
[27] Ver en Koldo Unceta; Desarrollo, postcrecimiento y Buen Vivir, en serie Debate Constituyente, Acosta, Alberto y Martínez, Esperanza (editores), Abya-Yala, Quito, 2014.
[28] Texto recomendado: Acosta Acosta; El Buen Vivir Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos, ICARIA, Barcelona, 2013.
[29] Consultar el libro de Ivan Illich; Némesis médica – La expropiación de la salud, 1976. Disponible en https://espaidevida.files.wordpress.com/2014/03/ivan-illich-nc3a9mesis-mc3a9dica-la-expropiacic3b3n-de-la-salud.pdf
[30] Ashish Kothari; Ariel Salleh; Arturo Escobar; Federico Demaria; Alberto Acosta: editores; Pluriverso – Un diccionario del posdesarrollo, Abya-Yala/ICARIA, Quito, 2019.
Alberto Acosta. Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013). Compañero de lucha de los movimientos sociales.