No sé si estamos a tiempo de que este virus no nos deje secuelas incurables en futuras generaciones, pero si para los medios lo importante es el consenso para meterlo dentro de un marco y la cervecita, la playita y todas esas cosas que se dicen en diminutivo y poniendo cara de placer ególatra, vamos por el camino de la perdición. Nos queda el análisis, la resistencia, la rebeldía y la autogestión para que la distancia física, fundamental para frenar un virus, no suponga un aumento de la distancia social.
Uno de los conceptos que parece que va a ser de esos que en los telediarios de fines de año va ser destacado como tendencia, uso y abuso en este 2020 va a ser el de distancia social.
El Salto
Una distancia social que nos venden como sinónimo de distancia física para evitar el contagio de un virus. Como si estar a 2 metros de la persona con la que te comunicas en la calle tenga que significar una reserva, una prevención, o un retraimiento entre individuos. Si aplicamos este tipo de alejamiento que va más allá de lo físico, lo que conseguimos no es precisamente parar la propagación de un virus, sino estancar las relaciones humanas, con lo que ello conlleva. Ya se sabe, lo que no tratas o no conoces produce rechazo y si no te juntas con lo que tienes alrededor, al final acabas teniendo miedo y por tanto rechazo al vecino.
El significado que dan las empresas dueñas de los medios de comunicación a las palabras que utilizan marcan su uso. Así, siempre nos han vendido la palabra radical como sinónimo de extremismo y no como perteneciente o relativo a la raíz, a lo esencial. Por tanto, cuando a alguien o a una organización consideramos que mantiene planteamientos extremistas la denominamos radical. Lo de radical ya ha sido marcado, no se puede ir a lo esencial, hay que ser superfluo, lo demás es ser extremista. Lo de social se nos quedará marcado como algo negativo, algo a evitar, algo de lo que hay que estar distante. A estos millonarios dueños de las empresas de información, les interesa que estemos solos, en nuestra casa con vergüenza y si no tienes casa pues te fastidias, que vivienda para todos es cosa de radicales socialistas.
En pleno confinamiento, estos medios nos vendían un mundo de colores en los que todos estábamos constantemente conectados socialmente por video-llamadas, comíamos patatas fritas haciendo apología de la gula mirando un móvil para que el interlocutor sacara un bote de aceitunas comprado en una gran superficie y se chupara los dedos ruidosamente, mirábamos desde el balcón al vecino de enfrente que no sabíamos que cara tenía antes de marzo, mientras aplaudíamos a la hora estipulada y hasta consiguieron que llegáramos a decir, que no a pensar, que de esta íbamos a salir juntos y mejores.
Ahora nos venden que hay que salir, eso sí, si sales de gratis, con mascarilla y distancia social, si te gastas los dineros en un bar te puedes quitar la mascarilla y casi tienes derecho a escándalo y a poner en riesgo al que te sirve las copas, que acaba de salir de un ERTE en el que ha cobrado el 70% de su sueldo legal de antes de marzo cuando echaba 10 horas, estaba contratado por 4, cobraba 425 € legales y 350 en negro. Eso el que tiene la suerte de no ser de los que aún está esperando que la tramitación de su ERTE se resuelva.
Mientras se pasea o te acercas al bar para quitarte la mascarilla, te das cuenta que la distancia social hacia lo gratuito está patrocinada por el Ayuntamiento, no sólo por el cierre de los parques infantiles sino por las bandas de policía local en cada banco (de los de sentarse, los otros nunca cerraron), y es que, da la sensación de que ha habido un asesinato en cada acera.
Para participar en las pocas actividades de ocio con patrocinio público que se van recuperando, dadas las precauciones por el virus, hay que echar instancia con antelación de días, firmar, estar localizado… en definitiva para disfrutar de cualquier actividad cultural no podemos acudir a la improvisación, algo, a lo que en el pre-estío pre-covid19, estábamos acostumbrados con nuestra prole. Que si no llegábamos al cuenta-cuentos, al espectáculo de Clown o al teatro callejero, siempre quedaban los parques infantiles, el tobogán, la tierra y la pelota.
No tengo ni idea lo que le pasará en la cabeza a nuestra prole pero, desde luego, de esta no creo que sea posible que salgan felices, contentos y con ganas de compartir patatas fritas.
Y es que, si antes te decían Jesús o salud cuando estornudabas ahora te dicen hijoputa, si antes reían las gracias nuestros mayores a los bebes y ahora si lo hacen es a distancia y no se percibe por la mascarilla, la distancia social se va a prolongar cuando no sea obligatoria la distancia física. Como nos advierte la plataforma Petra Maternidades Feministas mientras la “normalidad” vuelve para las personas adultas, sigue sin llegar para la infancia. ¿Las administraciones no se plantean abrir sus espacios? Desinfectados y con medidas de seguridad, tal y como se abren los lugares de ocio adulto. No hay un comité infantil que luche por sus derechos, aunque madres y padres escuchamos todos los días las peticiones de nuestras criaturas. ¿Alguien las tendrá en cuenta? ¿Por qué son las últimas en recuperar derechos? ¿Quizás porque las niñas y los niños no votan ni consumen?
Paralelamente, las empresas dueñas de los medios de comunicación nos venden otra necesidad que parece que tenemos, no sólo necesitábamos tomarnos una cervecita, sino que parece que también necesitamos un consenso de los partidos políticos. Nos dicen que no debe haber crispación política, que eso genera rechazo en la ciudadanía, cuando ellos ( las empresas de información) viven de hacernos creer que hay unas profundas discrepancias políticas de carácter sistémico porque se dicen palabras feas en el congreso magnificadas por los tertulianos, que ya sabemos que son especialistas en todo, y, sin embargo, nos ocultan aquellos acuerdos transnacionales que verdaderamente tienen relevancia política y mediática porque nos afectan a nuestras vidas y a las de futuras generaciones. Pero claro, hablar de tratados internacionales, del cambio climático, de gastos militares, del poder de las compañías farmacéuticas, de la incapacidad de los gobiernos de poder dirigir las políticas públicas…, es cosa de socialistas radicales, o peor aún, de ácratas terroristas.
El consenso en el marco capitalista en el que vivimos, no pasa por afianzar los tímidos avances sociales del actual gobierno, sino en ceder a la presión de los que dicen que cualquier cosa que no sea que las grandes empresas tengan grandes exenciones fiscales y que lo privado es más eficaz que lo público es ideología. Y claro, para estos, la ideología que no comparten es más mala que el virus y además es la única ideología, lo suyo no es ideología, es orden y saber estar, que para eso ganaron una guerra. Eso sí, saldremos juntos, unos arriba y otros abajo, la nueva normalidad, es la vieja anormalidad.
No sé si estamos a tiempo de que este virus no nos deje secuelas incurables en futuras generaciones, pero si para los medios lo importante es el consenso para meterlo dentro de un marco y la cervecita, la playita y todas esas cosas que se dicen en diminutivo y poniendo cara de placer ególatra, vamos por el camino de la perdición. Nos queda el análisis, la resistencia, la rebeldía y la autogestión para que la distancia física, fundamental para frenar un virus, no suponga un aumento de la distancia social.