“Matar la espontaneidad que es el nervio de la Revolución, comprometer la libertad en la organización, dejar que el movimiento sea copado por una élite minoritaria de militantes más instruidos, más conscientes, más experimentados, que en un principio se ofrecen como guías y al final se imponen como jefes y someten a las masas”.
Nacido en una familia burguesa y liberal, el escritor, luchador anticolonialista, antimilitarista y sindical Daniel Guérin (París, 1904-Suresnes, 1988) se declaró “marxista antiestalinista” de formación.
Sus estancias, desde 1927, en Líbano, Siria y una visita a Indochina “le convencieron de las injusticias del colonialismo francés”, que rechazó con sus escritos y como activista, resalta el historiador David Berry (Contra todas las formas de opresión, en DanielGuerin.info). En los años 30, en el contexto del ascenso al poder del nazismo, Guérin viaja a Alemania y escribe dos obras: La peste parda (1933) y el volumen Fascismo y gran capital (1936). Mediados los años 30, militó en Izquierda Revolucionaria, corriente de la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO), y después en el Partido Socialista Obrero y Campesino; “mantuvo contactos con Trotski, aunque no estuvo de acuerdo con él en la creación de una IV Internacional”, recuerda Berry.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el teórico y activista fue detenido por el ejército alemán en Oslo; y en 1942 regresó a Francia, donde se implicó –durante el régimen de Vichy- en una organización trotskista clandestina. Entre 1946 y 1949 vivió en EEUU (resultado de sus investigaciones es el libro ¿Adónde va el pueblo americano?). En 1960 firmó el Manifiesto de los 121, que apoyaba el derecho a la insumisión de los soldados franceses en la guerra de Argelia; su conciencia anticolonialista le llevó a participar –en 1965- en el Comité de Defensa del presidente Ben Bella y otras víctimas de la represión en Argelia; y en el Comité para restablecer la verdad sobre la desaparición de Mehdi Ben Barka, opositor al rey de Marruecos Hassan II. Daniel Guérin también participó en el Partido Socialista Unificado (PSU), fundado en 1960 y en desacuerdo con la guerra colonial argelina.
En cuanto a Mayo del 68, se reveló como una experiencia clave: “Entusiasmado por el movimiento estudiantil, dio varias conferencias sobre la autogestión en la Sorbona ocupada y participó en manifestaciones” (DanielGuerin.info). En los años 70 publicó Rosa Luxemburgo o la espontaneidad revolucionaria, defendió los derechos de la población homosexual (respaldó las acciones del Frente Homosexual para la Acción Revolucionaria), militó en el Movimiento Comunista Libertario (1969), la Organización Revolucionaria Anarquista (1973) y, desde 1980, en la Unión de Trabajadores Comunistas Libertarios.
La discusión con unos estudiantes italianos sobre los dos idearios –marxismo y anarquismo, especialmente en torno a la autogestión- aportó a Daniel Guérin la categoría de “marxista libertario”. En 1979 Ediciones Júcar publicó un libro que recopilaba 27 textos del intelectual y militante francés, redactados entre 1956 y 1977. El libro, de 230 páginas, se tituló Por un marxismo libertario. “Ya lo eran sin saberlo los contestatarios de Mayo (de 1968) en Francia, con sus banderas rojas y negras mezcladas”, subrayaba en el prólogo. Forman parte de la compilación escritos como “Stirner, ‘¿padre del anarquismo?’” (1974), “La clase obrera checoslovaca en la resistencia y la lucha por el socialismo” (1969), “Adónde va la Revolución Cubana” (1968), “Lenin o el socialismo desde arriba” (1957) y “Un ejemplo de ineficacia: el Partido Comunista Alemán (1919-1939)”, de 1956.
Guérin plantea que el marxismo y el anarquismo son dos variantes del socialismo con un origen común; se inspiraron en la (“gran”) Revolución Francesa, las luchas del proletariado en el siglo XIX y trataron tanto de destruir el capitalismo como de liquidar el Estado; “hay zonas de pensamiento libertario tanto en la obra de Marx como en la de Lenin; y Bakunin, traductor al ruso de El Capital, le debe mucho a Marx”, afirma. Pero lo que fueron diferencias entre ritmos de abolición del Estado, medios (sufragio y elecciones) o rol de las minorías (conscientes o dirigentes), se agrandaron en octubre de 1917: “La Revolución Rusa, libertaria y soviética, tuvo que ceder lugar poco a poco a un formidable aparato estatal, dictatorial y policíaco”, afirma Guérin en “Hermanos gemelos, hermanos enemigos” (1966); por otra parte, al tener la libertad del individuo y el principio federativo como punto de partida, “los libertarios no ven más que impostura y coerción social en el pretendido contrato social de Jean Jacques Rousseau”.
Además en “Tres problemas de la Revolución”, Daniel Guérin, también autor de Ni Dios ni amo, antología del anarquismo (1965), ya advertía de un peligro: “Matar la espontaneidad que es el nervio de la Revolución, comprometer la libertad en la organización, dejar que el movimiento sea copado por una élite minoritaria de militantes más instruidos, más conscientes, más experimentados, que en un principio se ofrecen como guías y al final se imponen como jefes y someten a las masas”.
Uno de los problemas que afronta la Revolución es la gestión económica; así, el gigantismo industrial “que ya había alucinado tanto a los difuntos capitanes de industria yankis como al comunista Lenin” es parte del pasado, escribía Guérin en 1958. Y en la defensa de un socialismo desde abajo, se remite a las investigaciones de la época en psicología del trabajo: “La producción no es verdaderamente eficiente sino cuando no aplasta al hombre, cuando lo asocia en lugar de alienarlo, cuando apela a su iniciativa, a su plena cooperación, cuando transforma su trabajo de carga en alegría (…)”.
Autor de los dos tomos de La lucha de clases bajo la Primera República (1793-1797), el pensador y activista explicó que la Revolución Francesa no sólo fue una revolución burguesa y cuna del parlamentarismo; la democracia revolucionaria de base “se practicó en las secciones parisinas y su emanación, la Comuna, y las sociedades populares de provincias, todas ellas en las antípodas de la noción de ‘partido’” (“Del club revolucionario al partido único”, 1962). Daniel Guérin estableció, asimismo, un hilo conductor entre la Comuna de 1793 y la de 1871 (París), con los soviets de 1905 y 1917. El Consejo General de la Comuna de 1793 constituye un ejemplo de democracia directa: los integrantes del Consejo eran delegados populares de las secciones y estaban controlados por éstas, un modelo muy distante del “artificio burgués” de la separación de poderes, resaltó el autor en “La Revolución desjacobinizada” (1956).
“Aquellos modestos descamisados no se convirtieron en políticos profesionales, siguieron siendo hombres de su oficio (…)”, apunta Guérin en el citado texto. ¿Cuándo empezó a retroceder la experiencia de rebeldía plebeya y acción de masas de 1793? “Robespierre despojó al movimiento popular de su autonomía y lo sometió al poder central, persiguió a las tendencias auténticamente revolucionarias y aplastó a la oposición de izquierda”. Fue el prólogo, añade, de la Reacción Thermidoriana y la “dictadura militar de Napoleón”. El artículo agrega la conclusión del anarcosindicalista alemán Rudolf Rocker, en 1921: “En Rusia se repite hoy lo que ocurrió en Francia en marzo de 1794”.
¿Un Marx libertario?, se preguntaba el historiador francés en 1965. De la lectura del manifiesto La guerra civil en Francia, redactado por Carlos Marx tras la liquidación de la Comuna de París en 1871, se desprende que la conciliación es posible (La guerra civil en Francia plantea que la Comuna es el gobierno de la clase obrera y la forma política para su emancipación: “Estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera”. En el Manifiesto Comunista se propugna la desaparición del Estado pero a largo plazo, tras un proceso de expropiación a la burguesía capitalista).
Daniel Guérin también discutió, en 1958, las reinterpretaciones y lecturas tendenciosas del marxismo que estaban haciéndose en Francia, sobre todo respecto a una obra juvenil del filósofo de Tréveris: los Manuscritos económico y filosóficos de 1844, uno de cuyos ejes es la alienación. Frente a los autores –existencialistas o humanistas católicos- fascinados por la “ética humanista” en la obra de Marx, por encima de la parte histórica, política y económica revolucionarias; o frente a quienes (con un “tufillo estalinista”) valoraban exclusivamente la obra científica y de madurez, Guérin afirmaba que el pensamiento de Marx se fue elaborando con los años, estaba en continuo movimiento, no era infalible y había que evaluarlo con una “infatigable vigilancia libertaria”.
En 1965, cuando el debate sobre la autogestión económica estaba en vigor (por ejemplo en Yugoslavia o Argelia), rastreó en el pensamiento anarquista de Proudhon, lúcido y no dogmático aunque tampoco exento de contradicciones; así, “la Revolución de febrero de 1848 había visto nacer, en París, en Lyon, una floración espontánea de asociaciones obreras de producción; para el Proudhon de 1848, esta autogestión naciente era mucho más importante que la revolución política, (era) el ‘hecho revolucionario’”. La iniciativa correspondía al pueblo, no al Estado. En su concepción libertaria de la autogestión, que contraponía a la estatalista de Louis Blanc, “Proudhon confía en que la alegría del trabajo desalienado origine un aumento de la productividad”, señala Daniel Guérin; además, “la propiedad individual de los productos del trabajo constituye para el productor la garantía de su independencia personal”. En 1857 constató el fracaso de las asociaciones.
Una década después (septiembre de 1976), en un coloquio sobre Bakunin celebrado en Venecia, Guérin analizó la vigencia del revolucionario ruso en las rebeliones juveniles. Resaltó “el grito de alarma que ya desde 1870 lanzó contra ciertas tendencias todavía veladas del marxismo que llevaban en germen, adivinaba, lo que más tarde se llamará bolchevismo”. Las revueltas de los jóvenes europeos en la segunda mitad del siglo XX eran, en buena medida, antiestatales, y Bakunin manifestaba su inquietud ante “el llamado Estado proletario”, que identificaba con “el gobierno despótico de las masas populares por una nueva y muy restringida aristocracia de sabios verdaderos o pretendidos”. Por un marxismo libertario incluye otras influencias bakuninianas: considerar que el sujeto revolucionario se situaba más entre los marginados que en los sectores aburguesados de la clase obrera; o la desconfianza hacia un sistema político supuestamente representativo.
Resumen Latinoamericano