Por: Juan Cuvi.
Leonidas Iza acaba de trazar una línea que puede definir los escenarios políticos del país a futuro: marcó la cancha electoral para poner distancia con el populismo autoritario y corrupto de los correístas. Por eso están bramando. Han desatado en las redes sociales una ofensiva llena de improperios racistas digna de una caricatura. Poco les faltó para exigirles a los indígenas un besamanos como agradecimiento por las supuestas políticas en beneficio de ese sector.
La respuesta de Iza a los exabruptos de Correa, a propósito del discurso de lanzamiento de su candidatura, es lapidaria. Le cuestiona haberse arrogado la representación de la izquierda, y le acusa, entre otras perlas, de depredar la naturaleza, dividir a las organizaciones sociales, gobernar para los grandes grupos monopólicos, criminalizar a los movimientos sociales y montar una red de corrupción desde el gobierno. En síntesis, le dice impostor, mentiroso y corrupto. Nada que no se supiera.
Pero el dirigente indígena no se limita a poner los puntos sobre las íes a propósito de una relación conflictiva y escabrosa con el anterior régimen. Si las aclaraciones son parte inevitable de las pugnas y altercados de una campaña electoral, lo realmente relevante es que abren las puertas a la construcción de un proyecto de izquierda desde lógicas autónomas, en total sintonía con lo que ocurrió en el paro de octubre.
La idea de retomar la iniciativa desde los procesos reales y concretos de movilización social puede definir unos parámetros políticos que trasciendan la contienda electoral. No se trataría, desde esta perspectiva, de simplemente resolver el tema de la representación formal, sino de acordar agendas que marquen el debate y la lucha política para los próximos años. Por ejemplo, la plurinacionalidad, el feminismo, la lucha contra la corrupción, el modelo económico para enfrentar la crisis o las políticas ambientales.
En ese sentido, el movimiento indígena ecuatoriano está nuevamente interpelando al sistema, como hace treinta años. Al ubicar en un mismo segmento político a las figuras más relevantes del momento (Lucio, Bucaram, Correa, Lasso, Nebot y Moreno), plantea una contraposición con una lógica concreta de manejo del Estado, donde los matices ideológicos y discursivos se subordinan a las relaciones de poder. Que estos personajes se declaren de izquierda, progresistas, liberales o de derecha es irrelevante frente a la aplicación de un mismo modelo de dominación basado en la exclusión y el colonialismo. El extractivismo, la transnacionalización de la economía o el servilismo con las potencias extranjeras generan los mismos impactos socioeconómicos en contra de los pobres, sin importar el color del gobierno de turno.
Si los movimientos sociales (y el movimiento indígena como catalizador de un posible bloque subalterno) quieren resolver la confrontación en clave electoral cometerían un grave error. Siempre existe el riesgo de no ganar, o de fragmentarse y fagocitarse como en épocas pasadas. Hoy, las posibilidades de definir una propuesta estratégica están a la mano. Todo dependerá de la madurez de los principales actores responsables de construir esta alternativa.