Por: Juan Cuvi.
Ecuador Today
No hay que sorprenderse del incontenible expansionismo chino. China es el único imperio de la antigüedad que sobrevive hasta el día de hoy. Por eso, más que vocación, los chinos tienen genética imperial. Dos milenios de ejercicio no son pelo de cochino.
Solo para efectos comparativos, tomemos el ejemplo de las principales potencias imperialistas de los últimos siglos: España, Inglaterra y Estado Unidos. Cuando esas tres entidades ni siquiera se habían constituido como pueblos, los chinos ya habían impuesto su autoridad en una buena porción territorial del Asia. A partir de entonces, todos los avatares y contingencias de la política no consiguieron alterar ni nel sentido de grandeza ni el destino imperial de ese Estado.
Este proceso de expansión, sobre todo hacia Occidente, viene de larga data y tiene varias facetas. Desde las religiones orientales, las prácticas médicas, la gastronomía, la ideología maoísta hasta la cultura cinematográfica del kung-fu, China ha logrado posicionar una serie de referentes culturales que ya forman parte del imaginario global. Ha sido una especie de avanzada para facilitar la irrupción pura y dura de las nuevas estrategias de control geopolítico. De la sutileza a la crudeza, podría denominarse a esta estrategia. Las inversiones, la invasión de productos, el endeudamiento ilimitado, los proyectos de infraestructura o la depredación de los recursos naturales representarían la parte gruesa de este ejercito económico y político de ocupación.
Y no es para menos: el régimen chino tiene que asegurar el creciente consumo de 1.400 millones de personas, más del doble de la población conjunta de los tres países señalados al inicio de este artículo.
Esto explicaría, entre muchos otros factores, la presencia cada año de una gigantesca flota pesquera en los alrededores de la Isla Galápagos, violando olímpicamente innumerables derechos políticos y ambientales internacionales. Gracias al desbocado desarrollo capitalista de China en los últimos 40 años, la demanda interna de alimentos se ha multiplicado exponencialmente. Y solo el acceso abundante a alimentos puede, entre otros aspectos, darle sentido a un sistema de explotación laboral despiadado e inhumano.
A diferencia de sus homólogos occidentales, el imperialismo chino tiene –al menos en apariencia– una ventaja única: su solidez interna. De lo que se sabe, no existen movimientos o fuerzas que, dentro del país, cuestionen estas políticas expansionistas, muchas veces barnizadas por cierta ilegalidad. La unidad monolítica del Partico Comunista (el único partido comunista del mundo donde la mayoría de sus dirigentes son millonarios) opera como un eficaz catalizador de las discrepancias. El “interés general” parece sobreponerse a las eventuales críticas y cuestionamientos a la política internacional.
En medio de este desolador panorama, no se entiende la subordinación de los mal llamados gobiernos progresistas, y de cierta izquierda boba, a esta renovada potencia imperial. Como si el color de una bandera alterara la esencia del capitalismo. El imperialismo chino viene para quedarse, con todas las secuelas destructivas inherentes a estos procesos de dominación. América Latina ya debería estar curada de tantos extravíos.