El sistema de expectativas producido por esta nueva versión del capitalismo brasileño de Estado se basaba, por un lado, en el fortalecimiento del mercado interno a través de la introducción de masas de ciudadanos pobres en el universo del consumo. O sea, una integración de la población a través de la expansión de la capacidad de consumo. Por otro lado, a través de una asociación entre el Estado y la burguesía nacional, el gobierno esperaba consolidar una generación de empresas capaces de convertirse en transnacionales brasileñas con una fuerte competitividad en el mercado internacional.
02/08/2020
En un momento en que Brasil está terminando un ciclo de desarrollo que habría durado una década y recibió el nombre de “Lulismo”, me parece saludable volver los ojos a la teoría de Celso Furtado.
En 1974, Celso Furtado escribió un pequeño libro que todavía hoy impresiona por su capacidad crítica en relación con uno de los fundamentos de la noción económica de progreso. En él, la noción misma de desarrollo económico fue descrita como un “mito”, no en el sentido estructuralista del mito como una matriz de inteligibilidad de los conflictos sociales, sino en el sentido iluminista del mito como una ilusión capaz de bloquear aquello que es decisivo dentro de la vida social. Este mito del desarrollo económico, como decía Furtado, era responsable de la parálisis de la creatividad social. Creatividad que se expresa necesariamente a través de un proceso global de “transformación de la sociedad a nivel de medios y también de fines” /1/.
Furtado luchó constantemente contra la forma en que la visión del desarrollo se limitaba a la lógica de los medios, que sólo puede significar, como tal lógica de los medios hacía del crecimiento económico, la simple expresión de la expansión cuantitativa de variables que, por sí mismas, nunca nos llevaría a una real transformación. En este contexto, “creatividad” significaba la capacidad de transformar globalmente el horizonte del progreso de la vida social, abriendo el espacio para la constitución de nuevas formas de vida. Para alguien como Celso Furtado, que nunca descuidó las profundas relaciones entre la crítica de la economía política y la crítica de la cultura, este concepto de creatividad tendría necesariamente que ser elevado al eje central del análisis social.
En un momento en que Brasil está terminando ahora un ciclo de desarrollo que habría durado una década y recibió el nombre de “Lulismo”, me parece saludable volver los ojos a la teoría de Celso Furtado para preguntar si, al final de cuentas, tal desarrollo no fue más que la mejor expresión de un “mito”. No se trata aquí de negar cómo, a finales de 2010, asistimos a fenómenos como el ascenso social de 42.000.000 de personas con su ampliación de la capacidad de consumo, el aumento del salario mínimo al 50% por encima de la inflación, la fundación de catorce universidades federales y consolidación del crédito del 25% al 45% del PIB. Sino que se trata de preguntar si la limitación del pretendido éxito del modelo económico lulista a tal “lógica de los medios” no expresa claramente la incapacidad de sectores hegemónicos de la izquierda brasileña de asumir como tarea mayor la crítica del mitro del desarrollo económico y la absorción de la “creatividad social” como concepto fundamental para la definición de lo que puede ser entendido como “progreso”.
El trípode del lulismo y su fin
Si nos preguntamos sobre la política económica del lulismo, veremos que existe a través de un trípode compuesto por la transformación del Estado en un inductor de los procesos de ascensos a través de la consolidación de los sistemas de protección social, por el aumento real del salario mínimo y por el incentivo del consumo. Tales acciones demostraron ser fundamentales para el calentamiento del mercado interno con la consecuente consolidación de un nivel de casi pleno empleo. En la otra punta del proceso, el gobierno de Lula se asumió como un estimulador para la reconstrucción del empresariado nacional en su deseo de globalización. Con este fin, el papel de los bancos públicos de inversión, como el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), que se consolidó definitivamente como un importante financiador del capitalismo nacional.
En este sentido, el lulismo representó el proyecto de un verdadero capitalismo de estado brasileño, reanudando un modelo proto keynesiano existente en Brasil en los años cincuenta y sesenta bajo el nombre de “nacional-desarrollismo”. En este modelo, el Estado aparece como el principal inversor en la economía, convirtiéndose en socio de grupos privados y orientando el desarrollo económico a través de grandes proyectos de infraestructura. Brasil es un país donde, por ejemplo, dos de los principales bancos minoristas son públicos, donde las dos mayores empresas son estatales (Petrobrás, BR distribuidora), mientras que su tercera mayor empresa es una compañía minera (Vale) privatizada, pero con gran participación estatal a través de fondos públicos de pensiones.
Por lo tanto, podemos decir que el sistema de expectativas producido por esta nueva versión del capitalismo brasileño de Estado se basaba, por un lado, en el fortalecimiento del mercado interno a través de la introducción de masas de ciudadanos pobres en el universo del consumo. O sea, una integración de la población a través de la expansión de la capacidad de consumo. Por otro lado, a través de una asociación entre el Estado y la burguesía nacional, el gobierno esperaba consolidar una generación de empresas capaces de convertirse en transnacionales brasileñas con una fuerte competitividad en el mercado internacional.
Es difícil no ver ahora este proceso en retrospectiva sin recordar el diagnóstico de Furtado con respecto al mito del desarrollo económico. Como él decía: “la hipótesis de generalización al conjunto del sistema capitalista de las formas de consumo, que prevalecen actualmente en los países ricos, no tiene cabida dentro de las posibilidades evolutivas aparentes de ese sistema”. Pues: “el costo, en términos de depredación del mundo físico, de este estilo de vida es tan elevado que toda tentativa de generalizarlo llevaría inexorablemente al colapso de toda una civilización”. De ahí la necesidad de afirmar que el desarrollo económico, es decir, “la idea de que los pueblos pobres podrán algún día disfrutar de las formas de vida de los actuales pueblos ricos” /2/ es simplemente irrealizable.
Pero tal desarrollo es irrealizable no sólo debido a la destrucción del mundo físico y de las formas de vida anteriores. Él es un mito para perpetuar un proceso de acumulación que tiende a eliminar, en un corto período de tiempo, las conquistas de la lucha contra la desigualdad. Porque no podemos decir que Brasil conoció políticas para combatir la desigualdad. Conoció políticas de capitalización de la clase más pobre, que es algo diferente Los ingresos de las clases más altas permanecieron intactos y en crecimiento. Por lo tanto, a pesar de los avances vinculados al ascenso social de una nueva clase media, Brasil siguió siendo un país con niveles brutales de desigualdad.
Por esto, su crecimiento sólo podría traer problemas como los que vemos en otros países emergentes de rápido crecimiento (como Rusia, Angola, etc.). A medida que una gran parte de la nueva riqueza circula en manos de un grupo muy restringido con demandas de consumo cada vez más ostentosas; como el gobierno fue incapaz de modificar esta situación a través de una rigurosa política de impuestos sobre la renta (los impuestos sobre grandes fortunas, consumo conspicuo, herencia, etc.), se creó una situación en la que la parte más rica de la población presiona sobre el costo de vida, deteriorando rápidamente los ingresos de las clases más bajas. No por casualidad, entre las ciudades más caras del mundo encontramos actualmente: a Luanda, Moscú y São Paulo.
A esto se suma el hecho de que los salarios brasileños siguen siendo bajos y sin pronóstico de cambios importantes. El 93% de los nuevos empleos creados en los últimos diez años son empleos que pagan hasta un salario mínimo y medio. O sea, el hecho de que los miembros de la “nueva clase media” hayan comenzado su acceso al consumo no debería engañarnos. Ellos todavía son trabajadores pobres.
Una alternativa para mejorar los salarios sería la disminución de los ítems que deben pagar las familias gracias a la creación de servicios sociales públicos gratuitos. Sin embargo, una familia de la nueva clase media brasileña debe gastar casi la mitad de sus ingresos en educación y salud privada, además del transporte público de pésima calidad. Las familias que entraron a la nueva clase media fueron obligadas a comenzar a pagar por educación y salud, ya que quieren escapar de los malos servicios del estado y garantizar la continuidad del ascenso social de sus hijos. No por otra razón, una de las banderas fundamentales de las manifestaciones de junio (2015) fue precisamente la inexistencia de buenos servicios públicos de educación, salud y transporte.
Sin embargo, este es un punto privilegiado en el que el desarrollo brasileño demuestra su característica de mito. Debido a que la nueva clase media tiene casi la mitad de su salario corroído por gastos en educación, salud y transporte, precisa limitar su consumo, recurriendo muchas veces al endeudamiento. El endeudamiento actual de las familias brasileñas es del 45%. En 2005, era del 18%. Por otro lado, el dinero gastado en educación y salud no vuelve a la economía, sino que solo alimenta la concentración de ingresos en manos de empresarios en un sector que paga mal a sus empleados y tiene una baja tasa de inversión. Empresarios que prefieren invertir en el mercado financiero, con sus tasas de interés entre las más altas del mundo.
Pero podemos decir que la constitución de un núcleo de servicios públicos es el límite del modelo brasileño porque solo podría hacerse a través de una revolución fiscal capaz de capitalizar al Estado. Recordemos que Brasil es un país donde la tasa más alta del impuesto sobre la renta es del 27,5%, un número menor que los países con una economía neoliberal como los Estados Unidos e Inglaterra. Pero para realizar una reforma fiscal de esta naturaleza, el gobierno necesitaría intensificar los conflictos de clase, lo que implicaría romper la alianza política que lo sostiene. En otras palabras, avanzar políticas de combate a la desigualdad, que haría imposible la gobernabilidad.
Como si eso fuera poco, la política lulista de financiamiento estatal del capitalismo nacional llevó al extremo las tendencias monopolísticas de la economía brasileña. El capitalismo brasileño es hoy un capitalismo de monopolio estatal, donde el Estado es el financiador de los procesos de oligopolio y cartelización de la economía. Un ejemplo pedagógico en este sentido fue la increíble historia del reciente sector de los mataderos. Brasil es actualmente el mayor exportador mundial de carne, gracias a la reciente formación del conglomerado JBS / Friboi con dinero del BNDES. Sin embargo, el mercado de los frigoríficos era, hasta hace poco, altamente competitivo con varios jugadores. Hoy, está monopolizado porque una compañía compró a todas las demás utilizando dinero BNDES. En lugar de prevenir el proceso de concentración, aumentando el número de agentes económicos, el Estado lo alentó. Como resultado, actualmente no existe un sector de la economía (telefonía, aviación, producción de etanol, etc.) que no esté controlado por carteles. Esto significa servicios de baja calidad, sin competencia y bajas tasas de innovación.
De medios a fines
Finalmente, recordemos cómo dicho mito del desarrollo tiene una función clara: “Gracias a ello, ha sido posible desviar la atención de la tarea básica de identificar las necesidades fundamentales de la comunidad y las posibilidades que abren a la humanidad al avance de la ciencia y la técnica para concentrarlas en objetivos abstractos como son las inversiones, las exportaciones y el crecimiento”. O sea, se trata de impedir cualquier tentativa de salir de una fetichización de la racionalidad económica vinculada a la maximización de las inversiones y el crecimiento. Así las sociedades no pueden desarrollar la experiencia de revisar lo que aparece como “necesidad” al interior de formas de vida determinadas. La creatividad en la constitución de nuevas prioridades es puesta indefinidamente en suspenso.
Quizás no sea por ninguna otra razón que, por primera vez en la historia brasileña, un ciclo de crecimiento económico no estuvo acompañado de una explosión cultural creativa. Contrariamente a lo sucedido en los años 30, 50 e incluso en los 70, Brasil no conoció en la última década una fase de explosión creativa en la que su sociedad utiliza las artes y la cultura para experimentar con nuevas formas. Tal vez porque no fue capaz de escapar de su mito del desarrollo económico.
Notas: 1.- Furtado, Celso; Breve introducción al desarrollo, 1980. São Paulo: Paz e Terra, p. 11; 2.- Furtado, Celso; El mito del desarrollo económico, 1974. São Paulo: Paz e Terra.
Fuente:
Traducción: Carlos Abel Suárez