¿Y si en lugar de enfocar nuestra atención en la nueva normalidad tomáramos la distancia necesaria para observar el cuadro completo y concentrarnos en desmantelar pieza por pieza lo que considerábamos normalidad sin ver que era ella misma el problema?
La expresión nueva normalidad es tan reiterada que se vuelve hipnótica, haciendo que sea aceptada con actitud blasé(e). Se han hecho correr ríos de tinta para definir, detallar, delimitar lo que será —o ya es— la expresión en boga. Lo que se puede o no se puede hacer, la distancia social que hay que mantener (que resulta mejor que física, para que no se corra el riesgo de que la sociedad deje de ser un saco de patatas), el número de personas que se pueden reunir, las sanciones, castigos y correctivos que se aplicarán. Siempre presente la exhortación implícita a delatar a los infractores-untadores, a una acción de vigilancia horizontal. El único elemento inter pares. El foco está puesto en elementos por un lado coercitivos, por otro cuantitativos, fáciles de medir, entender, imponer. La repetición continua de la información sobre las instrucciones para los ciudadanos agota el espacio que requiere un análisis razonado de las causas que han creado la situación, previsible y prevista, que estamos viviendo.
Ante una pandemia, seria y dramática, que ha arrojado luz sobre problemas estructurales desde un punto de vista tanto social —afectando más a las personas que han sufrido mayormente la violencia social de nuestra época— como ecológico-económico —evidenciando la ya evidente absurdidad de un sistema económico que está devastando el planeta— la respuesta ha sido ocultar las causas tras un bombardeo de instrucciones para los ciudadanos, estadísticas, datos, curvas, análisis cuantitativos, instrucciones, normas. Concentrar la atención en el horario de cierre de los lugares de ocio o en si los parques o las playas deben estar abiertas o cerradas, así como repetir hipnóticamente listados de acciones permitidas o prohibidas, es pura técnica de distracción. Alabar al personal sanitario por trabajar en condiciones dramáticas por un lado distrae del verdadero problema, la sanidad pública destrozada por los diferentes gobiernos, por otro apela a las emociones para silenciar el pensamiento. La repetición continua de datos y estadísticas no aumenta el conocimiento, manteniendo al contrario a las personas ignorantes de los verdaderos problemas. Se distrae continuamente la atención con noticias irrelevantes.
¿Y si en lugar de enfocar nuestra atención en la nueva normalidad tomáramos la distancia necesaria para observar el cuadro completo y concentrarnos en desmantelar pieza por pieza lo que considerábamos normalidad sin ver que era ella misma el problema?
La llamada nueva normalidad se convierte entonces en el necesario elemento-pantalla para encubrir los problemas estructurales que no se quieren cuestionar. ¿Y si en lugar de enfocar nuestra atención en la nueva normalidad tomáramos la distancia necesaria para observar el cuadro completo y concentrarnos en desmantelar pieza por pieza lo que considerábamos normalidad sin ver que era ella misma el problema?
Algunos elementos ocultados tras la nueva normalidad-pantalla:
* la relación entre destrucción ambiental —causada por la extracción de combustibles fósiles, la agroindustria, la industria cárnica y, más en general, el crecimiento económico infinito— y nacimiento de nuevas pandemias de origen zoonótico
* la crisis ambiental, que podría producir efectos infinitamente más graves que la actual pandemia
* los efectos de la contaminación en la salud de las personas, que además de causar un número altísimo de muertes y enfermedades también perjudican la respuesta a la pandemia COVID19
* el desmantelamiento del sistema sanitario público
* justicia ambiental: las personas que viven en zonas pobres y/o en los alrededores de fábricas contaminantes, vertederos, etc. han sido afectadas más gravemente por la pandemia
* justicia social: las personas que más han sufrido la violencia de nuestro sistema económico han sido doblemente víctimas de la pandemia
* el enriquecimiento desmesurado, durante la pandemia, de las personas que tienen poderes económicos inmensos y el rescate de industrias altamente contaminantes y corresponsables de la crisis climática: aerolíneas, industria del automóvil, etc.
* el continuo gasto armamentístico en un contexto de grave crisis social y sanitaria
La pandemia ha puesto en evidencia que la normalidad neoliberal es un peligro para la supervivencia misma de los seres humanos: la destrucción del ambiente y de la biodiversidad, la agroindustria, la extracción de combustibles fósiles, la industria cárnica producirán más (y posiblemente más graves) pandemias de origen zoonótico. La actual pandemia es la señal de alarma de lo que se producirá, a escala amplificada, si no cambiamos radicalmente nuestro sistema económico. Señal de alarma de nuevas pandemias, en las que las personas que sufren más la violencia de nuestra economía serán doblemente víctimas al ser más afectadas desde un punto de vista tanto socio-económico como sanitario. Además, el crecimiento económico ilimitado está generando cambios climáticos que tendrán efectos infinitamente más graves que la actual pandemia y la amenaza nuclear sigue más presente que nunca. En 2020, por primera vez desde su creación en 1947, el Doomsday Clock ha empezado a medirse en segundos: 100 segundos a la medianoche.
Hablar de nueva normalidad representa una forma de distracción para incrementar el control, mantener el expolio del planeta, confirmar las diferencias socio-económicas y de poder y, sobre todo, eludir los verdaderos debates imprescindibles para reorganizar nuestra vida como especie parte de un ecosistema.
¿Qué ha producido la ceguera que nos ha impedido ver que la normalidad que estábamos viviendo perdería su equilibrio? Los problemas que deberían ocupar un debate razonado acerca de nuestra condición humana son bien distintos de las instrucciones, continuamente cambiantes, para el ciudadano-consumidor. En el ámbito educativo se hacen correr ríos de tinta para definir el número de alumnos por aula, la distancia entre los pupitres o los horarios de clase o bien se producen 1.5 millones de ‘pupitres con ruedas de nueva generación’, como está ocurriendo en Italia. En lugar de las mencionadas medidas, más importantes resultarían para el ámbito educativo cambios estructurales profundos para eliminar la ceguera que permitió aceptar la llamada normalidad y está permitiendo su regreso, con el añadido del aumento de control, que la vuelve nueva.
Reorganizar el sistema educativo, por ejemplo, podría ser una medida, poniendo en el centro de la educación la vida entre iguales, sin exclusión alguna, y un profundo respeto hacia una naturaleza de la que somos sólo un elemento, sustituyendo su conquista por la comprensión de sus delicados y frágiles equilibrios. Explicando cómo está organizada nuestra economía frente al significado literal de la palabra, el gobierno de nuestra casa, que sugiere la repartición equitativa de los bienes y la circularidad del sistema económico. Enseñando las relaciones de poder presentes en nuestra sociedad, poniéndolas al desnudo, cuestionando por qué con el dinero público se rescatan aerolíneas, empresas automovilísticas o se financian estructuras sanitarias privadas cuando son ellas mismas el origen de los problemas. Estudiando cómo se producen los alimentos que las niñas encuentran en bandejas de plástico bajo los fluorescentes del hipermercado, presentando la destrucción y violencia que llevan en sí, remontando a las manos que los han producido, a la naturaleza que ha sucumbido, a los animales que han nacido para volverse producto, a la energía gastada. Hablando de energía, de su producción, de su uso y derroche. Aprendiendo las matemáticas calculando el gasto anual de los gobiernos destinado a los armamentos y a la sanidad pública, debatiendo el significado de palabras como defensa y seguridad, riqueza y pobreza. Razonando acerca de la legitimidad del uso de la palabra normalidad —de norma, la escuadra que servía para medir si los ángulos de una construcción eran rectos— en el contexto de las relaciones humanas.
Romper la normalidad, seccionarla en sus elementos constituyentes, analizarlos críticamente desde su raíz, debería ser el alimento que sustenta nuestra vida en común y las bases de la educación. Hablar de nueva normalidad representa una forma de distracción para incrementar el control, mantener el expolio del planeta, confirmar las diferencias socio-económicas y de poder y, sobre todo, eludir los verdaderos debates imprescindibles para reorganizar nuestra vida como especie parte de un ecosistema.