Los días pasan y los grandes medios y buena parte de la población mundial ya comienzan a olvidarse del Líbano. En La tinta, hablamos con la periodista Wafica Ibrahim y con el analista Diego Haddad sobre la situación crítica que atraviesa ese país.
Líbano es un caos. Aunque la vida cotidiana -modificada desde el año pasado por las masivas protestas antigubernamentales y todavía más transmutada por la actual pandemia del coronavirus- tiene que seguir con dolores profundos, pero también con muestras de sincera solidaridad entre quienes habitan ese pequeño país, que alguna vez fue conocido como la Suiza de Medio Oriente.
La nueva fase del caos comenzó el 4 de agosto pasado, cuando una explosión en el puerto de Beirut barrió buena parte de la capital del país: más de 170 personas murieron y los heridos sobrepasan los 6.000. Por lo que se conoce hasta el momento, la causa fue el estallido de 2.700 toneladas de nitrato de amonio que estaban almacenadas desde hacía siete años sin las medidas de seguridad pertinentes. El gobierno del presidente Michel Aoun anunció una profunda investigación para revelar cómo fueron los hechos y quiénes sus responsables. Al mismo tiempo, se ordenó la detención de, al menos, 16 personas vinculadas a la explosión, entre ellas, el director general de Aduanas, Badri Daher, el presidente del puerto de Beirut, Hasan Quraitem, y el ex titular de Aduanas, Shafiq Merhi.
El estallido en Beirut también se convirtió en otro capítulo, en este caso, literalmente mortal, para una población que viene sufriendo una crisis económica permanente. Las protestas en Líbano se multiplicaron desde octubre de 2019, aunque la pandemia de coronavirus les puso un freno. Pero luego de la explosión, cientos de libaneses y libanesas volvieron a las calles en demanda de un cambio profundo en el sistema político del país, distribuido por cuotas sectarias y religiosas (entre musulmanes sunitas, chiitas y cristianos), una característica que Francia dejó como una marca indeleble al retirar sus tropas en 1943, tres años antes de que se declarara la independencia formal del llamado país de los cedros.
Como si todo esto fuera poco, el lunes pasado, el primer ministro, Hassan Diab, anunció la dimisión completa de su gobierno. Ahora, Diab y sus ministros y ministras se mantendrán en el cargo hasta lograr una nueva administración, algo que se podría convertir en otra desgastante lucha entre partidos y dirigentes para alcanzar un acuerdo, situación por demás común a lo largo de los años en el país. A su vez, el Estado libanés necesita recursos urgentes para paliar la situación humanitaria, mientras la sombra del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobrevuela con sus recetas financieras que, inevitablemente, implican fuertes recortes sociales.
Para hablar sobre la realidad del Líbano, La tinta entrevistó a Wafica Ibrahim, directora de Al Mayadeen en español y correponsal de Telesur, y a Diego Haddad, periodista especializado en Medio Oriente del Diario Sirio Libanés y del portal El Intérprete Digital.
En primera persona
Unos minutos antes de la explosión, Wafica Ibrahim llegó a su casa para despedir a su hermano, que estaba a punto de viajar a la ciudad de Biblos, ubicada a 30 kilómetros de Beirut. “Vi a mi hermano, que se iba para Bilbos precisamente por la carretera frente al puerto, lo despido abajo del edificio –recordó la periodista- y recibo una llamada del trabajo para una reunión. Por miedo a perder la conexión, me quedo delante de mi edificio terminando esa llamada. A los pocos minutos, mi hermano me avisa que ya había pasado por el puerto y estaba a un kilómetro del lugar. Entonces, ocurre la explosión, que me empujó contra la reja del edificio. Se cayeron todos los cristales del edificio, menos en mi departamento, que fue una casualidad o un milagro, pero, en realidad, era porque tenía las ventanas abiertas”.
“Mi casa está a más de seis kilómetros del puerto –continuó Ibrahim-, pero tengo amigos que están a 30 o 40 kilómetros del puerto y sintieron la explosión, y sufrieron daños en sus casas. Fue una onda expansiva inmensa que sacudió al país”.
El relato de Wafica, por momentos cargado de desesperación, muestra lo que vivieron miles de libaneses y libanesas: “A la suegra de mi hija, le cayó un cristal y por poco le amputaron un brazo. Le han hecho operaciones y el médico nos dijo que puede salvarse. Todo lo que cuento es para contestar tu pregunta, pero lo más importante es el dolor que sentimos, que es tan profundo que pareciera que hemos muerto y vuelto a vivir. Vamos a vivir toda la vida con un dolor muy profundo por tantas vidas perdidas, por tantos heridos, más de 6.000, muchos de ellos en estado grave. El número de muertos va a seguir creciendo, hay más de 300 mil familias fuera de sus casas, niños impactados y shockeados, que van a quedar con estas huellas, pero hay que ayudarlos a salir adelante. Líbano es un país destrozado entre la crisis económica y el impacto de esta explosión”.
Una economía quebrada
La explosión en Beirut “profundizará aún más los problemas económicos que el Líbano ya arrastraba –explicó Diego Haddad-. La explosión sucede en el puerto de Beirut, lugar por donde se operan el 80 por ciento de las exportaciones e importaciones del país”. A esto, el analista agregó que “la situación es difícil y el Estado necesita dólares. Donantes internacionales y grupos de apoyo económico ofrecieron ayuda al país, pero a cambio de profundas reformas que brinden un panorama confiable. Por lo tanto, con un sistema político reacio a reformas profundas y cambios en el sistema electoral, la llegada del financiamiento extranjero se hace cada vez más difícil”.
El panorama financiero del país, según Ibrahim, se resquebrajó todavía más luego de la explosión. “En este país, decir importaciones es decirlo todo, porque no hay una industria o agricultura, nos faltan muchas cosas, porque es un país que ofrece servicios y turismo”, resumió la periodista.
“Pero ahora, con la situación política y militar de la región, más la pandemia del coronavirus, el país se ha quedado prácticamente sin su principal entrada –afirmó-. Como si fuera poco, la estrategia norteamericana de aplicar el bloqueo económico, financiero y comercial contra el Líbano hizo quebrar muchos bancos, y ahora los libaneses no tienen acceso a sus depósitos y ahorros. Hay una crisis muy grande, no existe más la divisa y eso complicó las importaciones. Ya veníamos con una crisis terrible desde octubre del año pasado y ocurre esta explosión que hirió todos los corazones de los libaneses. Quienes murieron son de todas las regiones del país, de todas las confesiones religiosas, de todos los sectores populares, desde los más ricos y millonarios hasta los más pobres y desposeídos, por lo tanto, es un dolor generalizado. A esto, hay que sumar la incertidumbre que siente cada ciudadano. Este problema generalizó la crisis, además de acrecentar las tasas de desempleo y pobreza”.
La dimisión
Cuando el primer ministro Diab anunció la dimisión de su gobierno, Líbano tembló otra vez. Las razones de esta decisión parecen difíciles de entender, pero existen explicaciones al respecto. Ibrahim señaló algunos puntos sobre el tema: “Líbano trata de subsanar sus heridas en medio de una cantidad de contactos políticos continuos entre las diferentes fuerzas, partidos y bloques parlamentarios, que son las fuerzas tradicionales, que son los que van a decidir quién va a ser el próximo primer ministro y qué tipo de gobierno habrá. La dimisión de Diab fue por la presión interna y externa. Interna por la oposición al gobierno y por el dolor generalizado que hay en el pueblo, que se ha sentido sin un Estado fuerte que lo proteja, con gobiernos anteriores ineptos, que no fueron capaces de resolver el problema del nitrato de amonio que estaba almacenado en el puerto desde 2013. De aquel año a hoy, han pasado cinco gobiernos, pero la bomba explotó y explotó en la cara del gobierno de Diab”.
Por su parte, Haddad indicó que la dimisión del gabinete “no representa un cambio profundo” y “es consecuencia de las crisis por resolverse en el Líbano en materia política, social y económica”. “A principios de este año, Diab se propuso realizar las reformas necesarias para que los libaneses y la comunidad internacional vuelvan a depositar la confianza en la política del Líbano –analizó-. Su renuncia representa la imposibilidad de cambios profundos dentro de la estructura y conducta de la política libanesa, señalada durante años por corrupción y negligencia, mucho antes de la explosión en Beirut. El sucesor no será elegido por el pueblo y el sistema de representación sectaria imposibilita la aparición de nuevos factores políticos”.
Ahora, en el Líbano, se espera la conformación de un gobierno de tecnócratas que lleven adelante el proceso administrativo que desemboque en nuevas elecciones. Un Ejecutivo de este tipo, remarcó Ibrahim, “no va a ser capaz de recibir las ayudas que se quieren enviar al Líbano a través de la conferencia internacional de donantes, porque se exigen reformas y otro tipo de gobierno”.
La lucha interna
Entender el tablero político libanés no es fácil. Al sistema de gobierno confesional, hay que sumar las disputas entre partidos, facciones y corrientes político-religiosas que, por estos días, se recrudecieron.
Lo sucedido el 4 de agosto en Beirut “incrementó las divisiones entre los distintos partidos libaneses, con varias declaraciones de líderes políticos, señalándose unos a otros –puntualizó Haddad-. Estas disputas, observadas por miles de libaneses desde los escombros, ahondan en el deseo popular de cambios profundos en la política nacional, con nuevos líderes que trabajen en conjunto en pos de los libaneses y no para pequeñas victorias partidarias”.
En tanto, Ibrahim se lamentó de que “las fuerzas políticas todavía no están a la altura de lo que ha ocurrido en el país, no se han llamado a capítulo para pensar en unirse más y evitar más divisiones”.
“Desde el primer momento de ocurrido este siniestro tan inmenso, ya que es la tercera explosión más grande que hubo en el mundo, lo que han hecho es alimentar hipótesis y rumores que no tienen nada que ver con la verdad, manipulando la opinión pública –criticó la periodista-. Como siempre, esto es producto del régimen confesional, que es el origen de todo el mal que vive el Líbano y su estado de división. Y es también la razón directa por la cual hay demasiada intervención extranjera en los asuntos internos”.
Sobre una intervención extranjera en los asuntos internos libaneses, Haddad destacó que “los primeros pasos del accionar extranjero han provocado más disputas políticas. La rápida visita del presidente francés Emmanuel Macron al Líbano, su caminata por las calles de Beirut y la propuesta de ‘un nuevo pacto político’ habla del rol que el país europeo pretende ocupar en el Líbano tras la explosión. Mientras tanto, la comunidad internacional presiona con reformas que no son bienvenidas por el poder político y económico del país, repartido entre las distintas líneas confesionales”.
Los poderes externos
Líbano siempre estuvo tensionado por las potencias internacionales y regionales. Luego de su independencia, Francia continuó descargando su influencia sobre el país. Posteriormente, Estados Unidos, Israel, Irán y las monarquías del Golfo Pérsico apostaron a diferentes grupos y facciones libanesas para imponer sus políticas. Muchas veces, estas disputas se tradujeron en masacres y bombardeos que afectaron principalmente a los pobladores del país. Es conocida la relación entre el movimiento de resistencia Hezbolá (que forma parte del gobierno) y el partido que responde al ex primer ministro Saad Hariri, señalado por muchos como un peón de Arabia Saudí e Israel.
“El país está en una crisis inmensa, no se sabe realmente cómo se va a resolver la situación, porque lamentablemente la izquierda, como tal, no representa un peso real para ser una alternativa –detalló Ibrahim-. Está muy dividida y débil, existe y hace lo que puede, pero no ha sabido hacer alianzas ni unirse, y este es un gran problema”.
Para la periodista de Al Mayadeen, “los partidos políticos que son acordes a este régimen confesional son más fuertes desde el punto de vista popular, tienen más seguidores, están más fuertes en el tejido de la sociedad libanesa, y todos tienen, de una u otra manera, relaciones con las grandes potencias regionales e internacionales que los apoyan. Por lo tanto, la misma fórmula va a volver a reproducirse”.
“El nuevo gobierno libanés está negociando entre países como Estados Unidos y Francia. El presidente francés habló con Vladimir Putin y con Hasan Rohani, y ambos mandatarios dijeron estar de acuerdo con lo que acuerden los libaneses y que no están a favor de la intervención en los asuntos internos del Líbano, pero, al fin de cuentas, todo el mundo dice eso y ya vemos cómo van las cosas”, aseveró Ibrahim.
A este frágil tablero de relaciones, hay que sumar a “Arabia Saudí, que tiene una palabra que siempre pesa en este país, y la figura que es más probable que regrese es Saad Hariri, sin embargo, está esperando la luz verde de Arabia Saudí, que tiene sus propias consideraciones contra Hariri: no quiere ponerle un veto, porque ellos son sus patrocinadores, pero tampoco quieren darle la bienvenida por algunas reservas que tienen”, detalló la periodista.
“Unos quieren un gobierno de entendimiento y unidad nacional, pero sin Hezbolá, que es la resistencia –analizó Ibrahim-. Eso no se podría llamar unidad nacional, pero es la posición de Estados Unidos. Francia ya sobrepasó esta traba y dijo que unidad nacional quiere decir que todos los componentes sociales y políticos libaneses tienen que formar un nuevo gobierno. Ahora, los donantes de las ayudas financieras para sacar a Líbano de este pozo sin fin están imponiendo condiciones. La derecha ahora exige una comisión internacional para investigar la explosión y esto no lo aceptó el presidente Aoun ni la resistencia ni tampoco muchos partidos políticos. Consideran que eso es restarnos más soberanía y no hay que aceptarlo. Se pueden aceptar técnicos, buzos, forenses, especialistas en leyes que apoyen, pero no puede ser una comisión o un tribunal internacional”.
Solidaridad y protestas
Como es de imaginar en un país que es caldo de cultivo de fuertes injusticias sociales, las protestas sociales retornaron a las calles y se mezclaron con una solidaridad cotidiana y urgente de los ciudadanos y las ciudadanas libanesas. En Beirut, la desesperación y el dolor se transformaron en una mezcla de rabia contra la clase política y ayudas desinteresadas para quienes quedaron sin viviendas y perdieron a sus seres queridos.
“Las masivas manifestaciones en las calles de Beirut, que comenzaron en octubre del año pasado y obligaron la renuncia del entonces primer ministro Hariri, representan el hartazgo social y la necesidad de una reforma estructural de todo el sistema libanés, fundamentalmente dentro de las élites políticas, económicas y militares –sintetizó Haddad-. Sin embargo, después de meses de protestas, poco ha cambiado dentro de la política del Líbano. A pesar del manifiesto descontento social, las autoridades han demostrado una gran indiferencia a la hora de aplicar las reformas más solicitadas, como leyes de anticorrupción y avanzar en un proceso de transformaciones”.
Ibrahim contó otra de las caras de la realidad libanesa: “El pueblo se ha manifestado con una solidaridad increíble, se han abierto iglesias, mezquitas, escuelas, casas. Mucha gente avisó que tiene un cuarto en su casa para las familias que quedaron sin viviendas, que tienen el departamento de algún hijo que está viajando, la gente ha expresado entre sí mucha solidaridad de todas las confesiones y las regiones”.
Por ahora, los libaneses y las libanesas siguen consternadas por la explosión en el puerto de Beirut. El futuro del país, en donde se encuentran una de las primeras huellas de la humanidad, es un rompecabezas en donde las piezas pocas veces encajan. Y cuando lo hacen, en muchas ocasiones, saltan por los aires.
*Por Leandro Albani para La tinta / Foto de portada: