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Hablar de un sujeto colectivo implica también aceptar que hay disensos y contradicciones

Amanda Andrades  :: 16.08.20

Un sujeto colectivo es peligroso. De repente tenemos una voz, un mensaje, pero es que no es una voz, un mensaje, son muchas voces, muchas situaciones, muchos contextos distintos. Hay que aceptar esa diferencia y saber construir un coro como el de Pavane de Fauré. Solo así se puede construir otra lógica distinta. Y hay que aceptar las disonancias, un concepto importante, porque una disonancia no te permite estar cómodo, te obliga a repensarte o pensar los roces.

Hablar de un sujeto colectivo implica también aceptar que hay disensos y contradicciones

 

Por Amanda Andrades

https://ctxt.es/es/20200801/Politica/32991/Amanda-Andrades-entrevista–Ana-Carrasco-Conde-filosofia-mal-coronavirus-feminismo.htm

Ana Carrasco-Conde (Ciudad Real, 1979) hace “filosofía superficial”, en palabras de un buen amigo suyo. Y ella ríe cuando lo cuenta. No solo no lo considera una ofensa, sino que le da la razón, porque a esta ensayista y profesora de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid le apasiona buscar grietas en la superficie, “desquiciar lo cotidiano”: observar nuestros comportamientos y creencias y analizar en ellos las orografías provocadas por movimientos nucleares que no queremos ver, que ocultamos.

Desde esta mirada, y con la pasión de construir nuevas lógicas, su trabajo se ha centrado en la cuestión del mal. De su tesis, con la que se doctoró cum laude en la Universidad Autónoma de Madrid, nació su primer libro, La limpidez del mal (Plaza y Valdés, 2013). Ahora, acaba de coescribir y coordinar junto con Luciana Cadahia Fuera de sí mismas. Motivos para dislocarse (Herder Editorial, 2020), un volumen en el que participan, y dialogan entre sí, 11 filósofas.

¿Cómo llegó a la filosofía? ¿Por qué?

Muchas veces, damos sentido de forma retrospectiva a nuestras decisiones. En mi caso fue bastante azaroso. Si miro hacia atrás me doy cuenta de que siempre estuve muy preocupada por las zonas de sombras. Hubo un momento en mi infancia que creo que fue clave, cuando vi una película preciosa, Abyss, de James Cameron. Va, sobre todo, de las simas marinas. Yo quería investigarlas, pero no tenía muy claro cómo hacerlo. Y en un momento determinado leí El discurso del método de Descartes, que aparentemente no tiene nada que ver, y me quedé muy impresionada. Y me dije bueno también hay abismos y simas en la existencia. Hay que reconocer que era muy repipi (ríe). Y cambié de querer ser escritora, o bióloga marina… a  ser filósofa. Pero, realmente, tampoco es que quisiera ser filósofa, simplemente quería saber qué había ahí en lo profundo. Imagínate mis padres.

¿Qué pasó?

Mi padre era ingeniero y cuando le dije papá quiero investigar los abismos de la existencia, ya te digo que era muy repipi, su respuesta fue: si hay un abismo, se construye un puente (ríe). Esa respuesta, sin embargo, me sirvió mucho. Me di cuenta de que la forma que tenemos de salvar los problemas es construir encima de ellos, pero nunca vemos qué es lo que pasa por debajo. Y curiosamente lo que está por debajo no es una zona tan oscura como pensamos, porque de alguna forma es el fundamento de la superficie. Además, no eran dos lógicas tan separadas, sino que había que intentar aprender a encajarlas.

Si no se conoce lo que hay debajo, sino que simplemente se construye el puente, ¿hasta qué punto ese puente no es frágil, se tambalea, puede caer?

Para analizar la profundidad primero tienes que basarte en la superficie, tiene que haber un equilibrio. Si no analizas la superficie, no ves los efectos que tiene el fondo, pero al mismo tiempo si no ves el fondo, no puedes construir nada en la superficie. Lo podemos aplicar, por ejemplo, al tema del derribo de las estatuas. Parece, dicen, que se han abierto las heridas del racismo. Bueno, cuando una herida está cicatrizada, no se abre. Hemos basado en general nuestra forma de enfrentarnos a las cosas en soluciones siempre de superficie, en el mal sentido. Estamos muy obsesionados con el cortoplacismo, con la inmediatez y entonces nos quedamos siempre en el puente, pero para construir bien el puente a lo mejor la solución no es el puente, igual hay que bajar al abismo, a la grieta. A lo mejor, lo interesante es jugar con las dos dimensiones, que se vea que hay un intento de suturar la  herida, pero que se siga viendo que hay ahí una herida, que al final acaba cicatrizando. Y que se vea la propia cicatriz.

En su labor como filósofa parte de una propuesta metodológica que llama desquiciar conceptos, ¿en qué consiste?

A veces el ser humano tiende a pensar que su forma de ver el mundo o siempre fue así o si ha cambiado no es más que una evolución de aquello que fue. Pero somos lo que somos en función de nuestras experiencias, de nuestras vivencias, de las influencias que hemos recibido y eso construye nuestra lógica. Esa conjunción de factores tiene que ver con la materialidad, con nuestro cuerpo… Y lo mismo pasa con el pensamiento de una sociedad. No es una evolución, son cambios, y hay modificaciones que están tan alejadas, que son dos cosmovisiones completamente distintas porque hay acontecimientos que lo quiebran  todo, que cambian la manera de pensar. Cuando pienso en lógica, pienso en la palabra logos, que en filosofía tiene un significado básico: razón. Pero si vamos haciendo una inmersión, vemos que en el contexto en el que surge, el pensamiento griego, logos hace referencia a un ensamblaje. Logos es el orden en el que elegimos, separamos y juntamos las cosas. Lo que me parece interesante es intentar horadar en nuestra propia lógica, en nuestra forma de pensar, pero cómo salimos de nuestro pensamiento desde nuestro pensamiento mismo. Como no se puede, lo que me parece interesante es desquiciar conceptos: utilizar un concepto de uso habitual hoy y ver qué significaba en otra cosmovisión completamente distinta y traer ese significado a la nuestra. Cuando haces eso, la superficie, la lógica, de repente se agrieta, y nos permite ver ciertos funcionamientos que antes no veíamos. Por ejemplo, podríamos desquiciar el concepto democracia y nos llevaríamos más de un susto. Habría que pensar qué era la democracia en aquel momento y darse cuenta de si lo que llamamos democracia hoy es realmente democracia. Demos significa pueblo y es verdad que pueblo eran solo mayores de edad, varones y nacidos en Atenas, pero lo interesante es que el que gobernaba se convertía en siervo del pueblo. Si aplicamos eso ahora, ¿el que gobierna es un siervo del pueblo?  Es verdad que le vota mucha gente, pero si no sirve a su pueblo, sino a ciertos intereses, entonces lo que llamamos democracia es una oligarquía encubierta. O, por ejemplo, con la idea de víctima, porque pensamos que estamos muy evolucionados, que este concepto tiene que ver con el que sufre o la que sufre algún tipo de vejación frente a un victimario que le hace daño y que por tanto debe ser juzgado. Esa es la lógica de la que partimos todos, pero la pregunta es: ¿cómo es posible que se den situaciones de ultraje, de violencia, sobre una persona para que se convierta en víctima? Y el catálogo de respuestas es que el victimario es un ignorante, una bestia, un enfermo mental. Hoy nos encontramos también con el concepto de patriarcado, que tiene que ver con una lógica inherente al sistema. Y buceando en esa historia de los conceptos, desquiciando el concepto de víctima, te das cuenta de que este ya existía, pero con un valor positivo. La víctima era algo sagrado, por eso se habla de víctima y sacrificio que tiene que ver con algo sagrado. Estoy pensando en Ifigenia, la hija de Agamenón, o en los sacrificios de la cultura azteca, por ejemplo. Lo que encontramos es que se elegía curiosamente a una mujer, joven, virgen, para que su muerte, que se consideraba sagrada, reforzara el sistema para que ese no se destruyera, no sufriera amenazas. Y el sacrificio generaba cohesión era una fiesta. Y esto que estoy diciendo, y que nos cuesta mucho ver porque nos genera mucho rechazo, es lo que se repite hoy.

Sin el elemento festivo,  pero todavía sacrificamos

¿Estás segura de que la festividad no funciona? ¿Quiénes han sido las grandes víctimas del coronavirus? Las personas mayores y el personal sanitario. Y a estos se les llama héroes, pero en el fondo también han sido sacrificados. ¿Y curiosamente qué es lo que se hace? Y esto que digo puede generar un cierto rechazo, hay un movimiento de fiesta. Hay distintas maneras de entender la fiesta, por ejemplo, la fiesta de Todos los Santos. Una fiesta es aquello que tiene que ver con la reunión del grupo para el reconocimiento de algo. En el momento en el que hay un funeral de Estado hay una fiesta. No sé, se eleva a cierta categoría que, en el fondo, es un sacrificios por el país, porque la sociedad, el orden, siga funcionando. Lo que yo quiero es que no haya ningún funeral de Estado porque hay soluciones a eso que ha ocurrido; no tener que salir a las 8 de la tarde, como si fueran héroes, porque el sistema de salud funciona adecuadamente porque antes no fue desposeído y desmantelado.

A lo largo de tu trabajo te has centrado mucho en la cuestión del mal,  la catástrofe, la guerra, el terror, el horror, lo monstruoso. ¿Qué te atrae a explorar la maldad? ¿Qué has aprendido?

Me preocupa la maldad porque en cierta manera cuando intentas entender la realidad, sobre todo piensas en aquello que no funciona, en aquello que de alguna forma te hace daño, en aquello que te escuece. Decía Aristóteles que el comienzo de la filosofía es el maravillarse, pero hay ciertos elementos que son tan duros, que son tan dolorosos, que intentas pensarlos para saber por qué son así. La filosofía, en ese intento de entender cómo es la lógica, lo que hace es intentar entender cómo se juntan las diferentes piezas y te das cuenta de que no vives en la justicia, sino en la injusticia, que hay belleza pero también fealdad, que no hay bien si no hay mal. Esa triada, el bien, la belleza, la justicia, es algo a lo que aspiras pero, en realidad, la experiencia es en muchos casos una gradación, por supuesto, de la injusticia, la fealdad, y el mal. Y el  mal no es un concepto unívoco, sino que hay diferentes formas del mal, diferentes formas de graduarlo.

He aprendido que la filosofía es muy cobarde, que muchas veces utilizamos los conceptos como escudos, igual que Perseo con Medusa, porque no queremos mirar a la Gorgona, tenemos solamente un reflejo. Y es un reflejo que además, a veces, no tiene que ver con lo que está pasando en realidad. A lo largo de la historia de la filosofía ha habido diferentes intentos de intentar entender la injusticia, o el mal, pero cuando coges esos conceptos y los aplicas a la realidad no funcionan. Y no funcionan por qué se han convertido en conceptos escudos para protegernos del mal, pero no para entenderlo.

¿Qué es lo que rige que nos comportemos de una manera o de otra? Lo que somos, quienes somos, depende del contexto, nuestra forma de relacionarnos, nuestra forma de comportarnos, de ver el mundo está insertada en una lógica. Por tanto, el problema es también la lógica con la que nos movemos: una lógica basada en la injusticia, en el sometimiento, en el poder sobre el otro. Y entonces cuando reconoces que el problema tiene que ver con cómo interiorizas ciertas lógicas, ciertas dinámicas, el problema es el sistema, la lógica. Por eso, hay que agrietar esa lógica, desquiciar conceptos, para dejar ver aquello que forma parte de la propia estructura de la razón, logos, del ensamblaje de nuestra realidad, para intentar construir un orden distinto. ¿Por qué estudio el mal? ¿Por qué desquicio conceptos? Porque quiero pensar que existe otra lógica posible.

La Audiencia Provincial de Cádiz acaba de archivar la causa contra los 16 guardias civiles acusados de homicidio imprudente por la muerte de 15 personas, ahogadas en  el mar en el Tarajal (Ceuta) en 2014. En el auto se considera que esta actuación policial “se ajustó a los principios básicos exigibles para estas intervenciones, con la utilización de medios de control de masas de forma adecuada y proporcional a las circunstancias del caso”. ¿Volvemos a burocratizar, a banalizar el mal? ¿Hemos dejado alguna vez de hacerlo? 

La cuestión es que nunca hemos dejado de hacerlo. Hablas de una adecuación y proporcionado. Claro, sobre el papel, ese comportamiento ha tenido que ver con la aplicación de un protocolo, pero eso no quiere decir que el protocolo esté bien y aquí entramos a la segunda parte de la pregunta, la banalización del mal. A mí Hannah Arendt me gusta mucho y este concepto es importante, porque cada vez estamos más fagocitados por un sistema que no nos permite, o no queremos, tomar distancia, criticar aquellas normas que se nos imponen. Arendt habla de Eichmann, cuando le preguntan en [el juicio en] Jerusalén cómo ha podido usted mandar a millones de personas en esos trenes. Bueno yo solo soy un fiel cumplidor de la ley, responde. Precisamente el capítulo se llama así. Y dice Arendt, en un pequeño texto que se llama Algunas cuestiones de filosofía moral, que el momento en que no te cuestionas lo que estás haciendo, que no te cuestionas la lógica, que simplemente obedeces, que no escuchas al otro, entonces ya no eres persona. Y es verdad, porque no eres una persona, eres una herramienta, pero eso no quiere decir que no tengas responsabilidad, tienes mucha, porque tu responsabilidad como ser humano es convertirte en una persona y una persona que escucha al otro, que atiende al otro.

El coronavirus y el temor a enfermar o a que enfermen nuestros seres queridos,  la crisis económica que se nos viene o que se agrava aún más para aquellos y aquellas que nunca salieron de ella y la ansiedad ante el futuro. En definitiva, mucho miedo pero también mucha rabia. ¿Qué hacemos con estas dos emociones? ¿Podemos construir algo que no dé aún más miedo? ¿Podemos evitar que la rabia se convierta en odio?

El miedo es una de las emociones básicas y no es conveniente eliminarlo. Nos dicen que no tengamos miedo, pues hay que tener miedo porque este nos permite sobrevivir, pero también te digo, y esto es Aristóteles, el miedo en su justa medida, aceptar por qué tienes miedo, a qué tienes miedo. El miedo no tiene que ver con huir de las situaciones que te aterran, tiene que ver con saber encararlas, analizarlas, entenderlas. No se trata de eliminar el miedo como tal sino de saber ponerlo en su lugar, de saber qué es aquello que tiene que ver con una fantasía, con una aprehensión, o simplemente con algo que se está utilizando para manejarnos. O el miedo que tiene que ver con el cuidado, la preocupación por ti, por mí.

En cuanto a la ira, hay una distinción que hace la feminista afroamericana Audre Lorde: la rabia  es normal, es un momento en el que detectas que el sistema te hace daño, que alguien te hace daño y lo que haces es poner los límites. Gritas. Cuando hay rabia, tú das razones e intentas que la otra persona te escuche. Pero hay un momento en el que la rabia se combina con un miedo irreflexivo y se convierte en ira, entonces ya no hay razones. Cuando funciona la ira lo que encontramos es un clima de polarización, de extremismo, el que estamos viviendo ahora, en el que la culpa siempre la tienen los demás, la amenaza viene de los demás, la destrucción viene de los demás.

Si el coronavirus nos ha redescubierto que todos somos cuerpos, ¿es una oportunidad para abrir brechas de pensamientos que partan de esos cuerpos dolientes, amantes, deseantes?

Me pregunto si alguna vez lo descubrimos. Entre otras cosas, porque hemos partido en esa lógica de la idea de que tenemos la razón, la mente y luego tenemos el cuerpo, pero es que pensamos con el cuerpo. Estamos en un momento un poco complicado en el que la sociedad actual ha invisibilizado por completo el cuerpo y lo ha hecho porque el ser humano, sobre todo en las sociedad modernas, ha caído en cierto principio infantil, está muy infantilizada. ¿Qué significa esto? Los niños pequeños no tienen cuerpo porque no tienen consciencia de sus limitaciones, hacen locuras, se tiran de árboles, intentan imponer muchas veces lo que ellos piensan, y piensan que el mundo es como ellos creen que es. Vivimos además en sociedades en las que el Estado es muy paternalista, toma decisiones por nosotros, nos impone, como un super yo, normas y protocolos de conducta y nosotros los aceptamos y no los cuestionamos. Y, por otro lado, tenemos también una sociedad en la que nosotros mismos nos consideramos ilimitados, pero es que nuestra actividad está limitada, porque tenemos un cuerpo. Hemos hecho como si no lo tuviéramos, como si fuéramos omnipotentes, como si lo pudiéramos todo. También como una forma de negar nuestros límites. Por ejemplo, el de que somos seres mortales. Siempre parece que se muere el otro y ya ni siquiera eso. Ahora lo que tenemos es un problema de una sociedad que no hace duelo. ¿No te ha parecido un poco pronto el funeral de Estado?

No lo sé, no me he parado a pensarlo.

¿No es demasiado pronto para superar ciertas cosas? El duelo implica siempre un proceso. ¿Te das cuenta de que hemos eliminado los procesos, que siempre estamos buscando el resultado final? Superar ya el coronavirus, que acabe ya el confinamiento. Un momento. Vamos a pensar en ese proceso, porque ese proceso implica un aprendizaje. Es la lógica en la que nos movemos, siempre basada en el resultado final, nunca en el proceso. Y en ese proceso hemos perdido el cuerpo. La pandemia es verdad que nos ha puesto sobre la cara un principio de realidad, como ese niño pequeño que de repente se tira por una escalera y se pega un guarrazo maravilloso. En el momento en que ese niño cae y se golpea contra la realidad puedes generar dos respuestas distintas. Yo voto por reconocer nuestra vulnerabilidad, por ser generosos en reconocer nuestros límites, por también reconocer los de los demás, por aceptar que solo somos, como esa canción de Extremoduro, microbios venidos a más. Pero luego tenemos otra opción, que es la que me parece peligrosa, que cuanto más alto, hemos caído, más negamos lo que ha pasado. El principio de negación, en el que lo que vamos a hacer es generar más coraza.

Cuando pensamos en filosofía, incluso contemporánea, pensamos en filósofos. Y, sin embargo, cuando hablamos para concertar esta entrevista comentó que, para usted, la mejor filosofía en estos momentos viene en su mayor parte de filósofas, ¿por qué? ¿En quiénes estaba pensando?

El pensamiento elaborado por mujeres es aquel que se ha enfrentado a mayores resistencias. Y cuando te obligan a repensarte, tú te obligas a ti misma a dislocarte, a desquiciarte, a salirte de ti misma. El hecho de habernos enfrentado a esa resistencia, ¿sabes lo que ha acentuado? La creatividad. La filosofía tiene que ver con la creatividad, con dislocar, con abrir horizontes, con imaginar. Y la filosofía elaborada por mujeres ha tenido que ser muy imaginativa y muy creativa para poder encontrar su voz. Por eso, creo que ahora mismo la mejor filosofía, aunque, por supuesto, hay compañeros, se hace por mujeres. Y, por cierto, en habla castellana. Hay una filosofía emergente realizada en castellano que además da cuenta de la importancia del propio idioma para expresarse. Y estoy pensando, de Sur a Norte, en pensadoras argentinas como Macarena Marey o Luciana Cadahia, en colombianas como Laura Quintana o María del Rosario Acosta, en la mexicana María Antonia Valerio, en portorriqueñas como María Zambrana, en españolas, como Clara Ramas, Nuria Sánchez Madrid, Emma Ingala, Amanda Núñez, Belén Altuna, Euridices Cabañes, Esther Mayoko Ortega, Nuria Sara Miras Boronat,… en Katia Hay de Amsterdam, en filósofas más conocidas como Judith Butler, Martha Nusbbaum, Donna Haraway.

Si vamos a la filosofía elaborada por los hombres es un poco lo de siempre. Pueden ser percepciones muy agudas, pero están en lo de siempre. Además, como las mujeres hemos estado muchas veces sometidas, tenemos una forma de cuidarnos muy interesante. La filosofía elaborada por mujeres, en esta nueva oleada, no tiene que ver con mostrar lo que sabes, sino con compartir lo que no sabes, con dar a los demás lo que tú más o menos has aprendido, pero también, con mucho cuidado, decir mira esto no lo entiendo. Y eso genera lazos horizontales, nuevas formas de afrontar el saber mucho más sanas, sin jerarquías, sin poderes, sin sometimientos. La nueva manera de hacer filosofía, realizada por mujeres, está basada en un verdadero amor por intentar comprender y dar. Es como en Pavane de Fauré, hay un momento en el que empieza la música y, de repente, entra el coro, y te das cuenta de que hay notas a las que una voz sola no llega. La filosofía elaborada por mujeres tiene que ver con una filosofía coral, que aboga por el disenso, por el respeto en la diferencia. A los hombres, en su mayoría, sobre todo a los grandes popes, les cuesta mucho esto.

¿No solo a los hombres y a los popes? En todo el debate actual sobre el sujeto no hay precisamente un escucharse y ahí están implicadas algunas filósofas feministas.

Hay mujeres y filosofía elaborada por mujeres que están dentro de la lógica de dominio patriarcal, con dinámicas de antaño, de imposición de lo que se dice, nada coral, nada de disonancia, sino ridiculización de opiniones distintas. Es una filosofía que sigue siendo patriarcal. En el momento en el que la lógica sigue siendo la misma pero simplemente cambia el género de quien la hace eso, según yo lo entiendo, no es una filosofía feminista. Es cambiar las piezas, pero es que no queremos cambiar las piezas, no queremos jugar ese juego. Yo soy muy contraria a la habitación propia de Virginia Woolf, porque yo no quiero otra habitación, yo no quiero ocupar la posición del señor de la casa, lo que yo quiero es otra casa distinta, otra construcción distinta, otra lógica. Si queremos cambiar las reglas del juego, la filosofía tiene que ser transfeminista. La propuesta debe basarse en convivir en el disenso, aprender a convivir en la diferencia. Puedes estar de acuerdo o no, pero al menos, escucha porque a lo mejor tienes algo que aprender o te cambian el punto de vista. No hay nada más bonito que que tú vayas con un discurso y alguien te descoloque.

Sobre esa disputa en torno al sujeto, ¿es posible o incluso es necesario construir un sujeto colectivo? ¿Podemos crear sujetos que no sean identitarios?

En realidad el concepto de sujeto no existe. Es una entelequia. Hay procesos de subjetivación que lo que hacen es acabar construyendo una identidad de determinados individuos, de determinados colectivos. El sujeto es siempre una construcción social. Si no existe un sujeto individual, porque somos un plexo de relaciones sociohistóricas, lo que he vivido, lo que me han aportado, lo que estoy escuchando, mis planes de futuro, si, en el fondo cada uno de nosotros no es más que un punto de condensación de todas esas vivencias, si estamos constituidos por diferencias que nos obligan continuamente a repensarnos, a darnos cuentas de nuestras propias contradicciones, hablar de un sujeto colectivo implica también aceptar que hay diferencias y que hay disensos, y que hay contradicciones. Y que la solución no es limar, uniformizar, homogeneizar y hablar de un sujeto (una mujer, un hombre, una idea), porque en el fondo eso es muy platónico, una especie de esencialismo biológico, si quieres. Un sujeto colectivo es peligroso. De repente tenemos una voz, un mensaje, pero es que no es una voz, un mensaje, son muchas voces, muchas situaciones, muchos contextos distintos. Hay que aceptar esa diferencia y saber construir un coro como el de Pavane de Fauré. Solo así se puede construir otra lógica distinta. Y hay que aceptar las disonancias, un concepto importante, porque una disonancia no te permite estar cómodo, te obliga a repensarte o pensar los roces.

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