La forma política al fin descubierta
Alberto Bonnet *
Comunizar
Introducción
“La Comuna era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” (Marx 1871: 41). A estas palabras recurría Marx, en medio de la guerra franco-prusiana, para saludar la novedad que habían creado los communards parisinos. Medio siglo después, a la salida de la primera gran guerra, una nueva generación de intelectuales comprometidos con las luchas de los trabajadores volvió a saludar, aunque esta vez en los consejos obreros, la creación de una nueva forma política para la emancipación del trabajo.
El objetivo de este artículo consiste precisamente en revisar algunas de esas reflexiones sobre los consejos obreros para precisar un poco en qué consistió esa novedad. El argumento central del artículo consiste en afirmar que la novedad en cuestión radicó en la tendencia de los consejos a superar la separación entre lo político y lo económico y, en la medida en que esa separación es constitutiva del estado capitalista, a superar al propio estado. El carácter emancipador del consejo obrero como forma política radica, precisamente, en su tendencia a la supresión del estado capitalista.
En la primera parte del artículo vamos a presentar la manera en que aparece esta novedad de la creación de consejos obreros, con la comuna como telón de fondo, en algunos de los intelectuales más lúcidos que acompañaron el proceso. En la segunda parte, nos concentraremos específicamente en la manera en que estos intelectuales reconocieron aquella tendencia de los consejos obreros a superar la separación entre lo político y lo económico y las consecuencias que extrajeron a propósito de la posición política a adoptar ante el estado. Y, en la tercera, examinaremos algunos alcances y limitaciones de estas reflexiones. Naturalmente, la problemática que abordaremos es muy amplia y compleja, y aquí apenas podemos proponer algunas reflexiones.
La creación de los consejos obreros
La creación de consejos obreros a la salida de la primera gran guerra vino, de alguna manera, a ratificar una apuesta política que algunos intelectuales ubicados antes de la guerra en la izquierda de la socialdemocracia ya habían realizado, a saber, una apuesta a la capacidad de la clase trabajadora de crear autónomamente sus propios modos de organización y de lucha revolucionarios. Esto es especialmente cierto para los tribunistas holandeses y, en particular, para el caso de Anton Pannekoek.1 En efecto, las posiciones defendidas por Pannekoek durante las sucesivas controversias alrededor de la estrategia de la huelga política de masas suscitadas por la huelga política belga de 1902, la revolución rusa de 1905 y la crisis política prusiana de 1909 (véase AAVV 1975 y 1976) anticipan, de alguna manera, sus posiciones posteriores ante los consejos obreros. Pannekoek ya reconocía entonces, en esa huelga de masas, “una determinada y nueva forma de la actividad de los trabajadores organizados” (1912: 60; subr. A. P.), es decir, una práctica política nueva respecto de las prácticas parlamentarias y sindicales tradicionales de la socialdemocracia, gestada en las transformaciones registradas en el aparato productivo capitalista y en la composición de la clase trabajadora. Frente al argumento conservador que esgrimían las conducciones parlamentaria y especialmente sindicales de la socialdemocracia y que Kautsky repetía en los debates en el sentido de que una huelga de masas prematura podía acarrear la destrucción de las organizaciones obreras existentes, argumento inscripto en una estrategia de ascenso al poder de estado administrado por el partido, Pannekoek apostaba a la capacidad de la clase obrera de crear autónomamente sus propios modos de lucha y de organización revolucionarias en el marco del desarrollo de una estrategia insurreccional.
Sin embargo, si este Pannekoek de preguerra ya sospechaba que el resultado de ese proceso de autoorganización ya no sería ni el partido ni los sindicatos existentes, habrá que esperar a la posguerra para que lo identifique con los consejos obreros. Hasta ese momento Pannekoek, como Rosa Luxemburgo, sólo podía limitarse a apostar a la propia acción de la huelga de masas y a la conciencia organizativa que podía despertar entre los trabajadores, dejando vacantes la identificación de la forma política que podía engendrar. “La organización del proletariado, que nosotros calificamos como su más importante instrumento de poder, no debe ser confundida con la forma de las organizaciones y asociaciones actuales, que son la expresión de aquella dentro de los marcos aún firmes del orden burgués. La esencia de esa organización es algo espiritual, la transformación del carácter de los proletarios” (idem: 57; subr. A. P.).2 La creación de los consejos obreros, durante el ascenso de la lucha de clases de la salida de la primera guerra, colmó esa vacancia. Y nuestros consejistas recordaron inmediatamente las palabras de Marx antes citadas, reconociendo en esos consejos obreros “die endlich entdeckte politische Form”. Pero la Comuna de París, aunque rápidamente ahogada en sangre por los ejércitos de la burguesía, había sido universalmente reconocida como la experiencia más avanzada de la lucha de los trabajadores por su emancipación hasta la primera guerra. La novedad que acarrearon los consejos obreros de posguerra sólo podía evaluarse con ella como telón de fondo. Y así lo hicieron nuestros consejistas.
¿Una nueva forma? En su primera reflexión acerca de la revolución alemana en curso, una breve nota escrita a fines de noviembre de 1918, Pannekoek afirmaba que, para destruir la dominación capitalista concentrada en el estado, “es necesario romper la vieja organización del gobierno, la vieja burocracia, y fortalecer la organización temporal de las masas como un poder duradero. Esto pasó en París en 1871 mediante la Comuna y en Rusia en noviembre [de 1917] mediante los Soviets. En Alemania, los obreros han creado una tal organización, la misma que tuvo lugar en Rusia, con la formación de consejos de obreros y soldados” (1919a: 2). Pannekoek identificaba así en los consejos obreros una nueva forma de organización de las masas enfrentada con el estado capitalista y les atribuía por su existencia misma –aunque no por su programa, que en la revolución alemana seguía siendo meramente democrático- un carácter revolucionario.
Y en sus reflexiones posteriores volverá sobre esta novedad, pero de una manera mucho más precisa. Así, en su crítica a la socialdemocracia, Pannekoek recuperaba la conclusión extraída por Marx de la experiencia de la Comuna de París en el sentido de la necesidad de destruir el estado capitalista y reemplazarlo por una nueva forma de organización, pero introducía a la vez un interesante matiz que diferenciaba esa comuna del consejo.3 “En la Comuna, los ciudadanos de París y los trabajadores eligieron un parlamento según el viejo modelo, pero ese parlamento se convirtió inmediatamente en algo distinto de nuestro parlamento. No servía para entretener al pueblo con bellas palabras y para dejar que una pequeña camarilla de señores y capitalistas mantuviesen sus propiedades privadas; los hombres que se reunieron en el nuevo parlamento tuvieron que regular y administrar todo públicamente para el pueblo. Lo que era una corporación parlamentaria se transformó en una corporación de trabajo; se dividió en comisiones, que se encargaron por sí mismas de la confección de las nuevas leyes. De este modo, desapareció la burocracia como clase especial, independiente y dominadora del pueblo, quedando suprimida la separación entre el poder legislativo y el ejecutivo. Las personas que llegaron a los puestos más altos ante el pueblo eran a la vez elegidas y representantes que el propio pueblo se dio directamente a si mismo, y que en todo momento quedaban sujetas a revocabilidad” (Pannekoek 1927: 10). La comuna había sido elegida aún como “un parlamento según el viejo modelo” –es decir, que la comuna era todavía una forma política burguesa- aunque ya había sufrido una metamorfosis de manera que “lo que era una corporación parlamentaria se transformó en una corporación de trabajo” –es decir, en una incipiente forma proletaria.
Pero algo diferente afirmaba Pannekoek respecto del consejo obrero. “Un nuevo e importante paso se dio en el año 1905 en Rusia, con la fundación de los consejos, los soviets, como órganos de expresión del proletariado en lucha. Estos órganos no conquistaron el poder político, aunque el consejo obrero central de San Petersburgo tuviera la dirección de la lucha, y a veces de forma crucial. Cuando en el año 1917 surgió la nueva revolución, los soviets se erigieron de nuevo inmediatamente en los órganos del poder proletario. Con la revolución de noviembre tomaron en sus manos el poder político y dieron el ejemplo histórico, por segunda vez, de un poder proletario estatal” (idem: 11). Sin embargo, los nuevos consejos eran distintos de la vieja comuna porque tendían mucho más decididamente a superar la separación entre lo político y lo económico. “En el sistema de consejos, la organización política se construye sobre el proceso económico de trabajo. El parlamentarismo descansa en el individuo en su calidad de ciudadano del Estado. Esto tuvo históricamente su justificación, pues originariamente la sociedad burguesa se componía de productores iguales uno respecto al otro, cada uno de los cuales producía sus mercancías por si mismo y formaban, mediante la totalidad de sus pequeños negocios, el proceso de producción total. Pero en la sociedad moderna, con sus gigantescas organizaciones y sus antagonismos de clase, esta base se vuelve cada vez más anacrónica. … La teoría parlamentaria ve en cada hombre en primer lugar al ciudadano del Estado, y como tales, los individuos pasan de este modo a ser entidades abstractas, iguales las unas a las otras. Pero el hombre real y concreto es un trabajador. … Para reunir a los hombres en agrupamientos, la praxis política parlamentaria divide el Estado en círculos electorales; pero los hombres que se dan cita en un circulo, obreros, rentistas, buhoneros, fabricantes, terratenientes, miembros de todas clases y oficios, llamados a concilio por la cuestión puramente casual de su lugar de residencia, no pueden en absoluto hacerse representar comunitariamente en su interés y voluntad comunes, puesto que no tienen nada en común. Los grupos naturales son los grupos de producción, los trabajadores de una fábrica, de una actividad, los campesinos de una aldea, y, en un espectro más amplio, las clases” (idem: 12). A partir de las transformaciones en el aparato productivo capitalista y en la composición de la clase trabajadora había emergido una nueva forma política, el consejo obrero, superior a la comuna en la medida en que tendía más decididamente a superar la separación entre lo político y lo económico.
¿Una forma al fin descubierta? Para complejizar nuestro análisis, recordemos también la recepción de esta novedad por parte de Karl Korsch. Korsch señalaba que, si durante el ascenso revolucionario de la salida de la primera guerra la clase trabajadora hubiera triunfado, hubiera constituido su gobierno como una república de consejos. Pero agregaba que, después de su derrota y ante nuevos desafíos históricos, “los luchadores de la clase proletaria y revolucionaria no podemos seguir aferrándonos de manera acrítica y estática a nuestra vieja fe en la importancia revolucionaria de la idea de los consejos y en el carácter revolucionario del gobierno de los consejos como manifestación reciente y evolucionada de la forma política de la dictadura proletaria ´hallada´ hace medio siglo por los communards franceses” (1929-31: 275). En otras palabras Korsch, como teórico de la constitución, afirmaba que la clase trabajadora revolucionaria había intentado a la salida de la guerra constituir su gobierno creando la forma política de una república de consejos. Pero, impuesta la contrarevolución, Korsch, como teórico de la especificidad histórica, advertía contra la hipostatización de esa o cualquier otra forma política.4 Hay una “dialéctica histórica”, argumentaba, que consiste en que “todo estadio histórico de una forma evolutiva de las fuerzas productoras revolucionarias y de la acción revolucionaria, así como de la evolución de la conciencia, puede convertirse, en un determinado punto de su proceso evolutivo, en una rémora para el mismo. A esta contradicción dialéctica de la evolución revolucionaria están sometidas, al igual que las restantes ideas y producciones históricas, también esas formaciones en el orden del pensamiento y en el de la organización propias de una determinada fase histórica de la lucha revolucionaria de clase, como la forma política ´por fin hallada´ hace casi sesenta años por los communards franceses y estructurada como forma de gobierno propia de la clase obrera al modo de comuna revolucionaria y su heredera, surgida en un nuevo período histórico de lucha a impulsos del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos rusos, conocida con el nombre de ´poder revolucionario de los consejos´. En lugar de lamentarnos sobre la ´traición´ a la idea de los consejos y la ´degeneración´ consiliar debemos proceder a sintetizar de manera sobria, serena e históricamente objetiva la evolución entera de este proceso, elaborando una visión histórica de conjunto que dé cuenta de sus fases sucesivas, haciéndonos, por último, la pregunta crítica: ¿cuál es, de acuerdo con esta experiencia histórica, el significado real de orden histórico y clasista de esta nueva forma de gobierno, cristalizada inicialmente en la comuna revolucionaria de 1871, aniquilada por la fuerza al cabo de setenta y dos días de vida y que ha encontrado su expresión más concreta y reciente en la revolución rusa de 1917?” (1929-31: 276).
La comuna como forma política, argumentaba Korsch con Pannekoek, no difería del parlamento burgués. Era en verdad una forma burguesa más antigua -provenía del siglo XI- e incluso mas pura –en su calidad de organización de lucha de la burguesía revolucionaria- que ese parlamento. Cuando Marx saludaba esa comuna como nueva forma política, entendía Korsch, “estaba muy lejos, por supuesto, de esperar cualquier tipo de efectos milagrosos para la lucha de clases del proletariado de la forma política de la constitución comunal en cuanto tal, considerada independientemente del contenido clasista específico con el que, en su opinión, habían llenado los obreros de París esta forma política por ellos conquistada y puesta al servicio de su autoliberación económica en un determinado momento histórico” (1929-31: 277). Los comuneros habían podido emplear la comuna medieval, argumentaba Korsch, porque era un instrumento “poco evolucionado y relativamente indeterminado”, “extraordinariamente dúctil”, “carente de forma”, a diferencia de las instituciones del estado representativo centralizado burgués más moderno. Marx “no se proponía en absoluto, a diferencia de los que han hecho algunos de sus seguidores después de su muerte e incluso en nuestros propios días, señalar una forma determinada de organización política, llámese la comuna revolucionaria o el sistema revolucionario de consejos como única forma válida patentada de la dictadura revolucionaria de clase del proletariado” (idem: 280).
Korch, naturalmente, no estaba afirmando así una suerte de neutralidad de la forma política respecto del contenido de clase, sino que estaba advirtiendo contra la fetichización esa forma a partir de (el esbozo de) una suerte de dialéctica entre forma y contenido. La contradicción entre esa forma política y ese contenido clasista convertía a dicha forma política en una forma-proceso. “La constitución revolucionaria comunal acaba convirtiéndose así, en determinadas condiciones históricas, en la forma política de un proceso de evolución, es decir, expresado más claramente, de una acción revolucionaria cuyo objetivo esencial no consiste ya en el mantenimiento de una determinada forma de dominio estatal, ni en la consecusión, tampoco, de un nuevo tipo ´superior´ de estado, sino, mucho más, en la definitiva creación de los presupuestos materiales para la disolución de todo tipo de estado” (idem: 281).
Los consejos obreros y el estado capitalista
¿Una forma política? Detengámonos ahora específicamente en esa tendencia de los consejos obreros a superar la separación entre lo político y lo económico y, en la medida en que esta separación es constitutiva del estado capitalista, a suprimir al propio estado capitalista. Todos nuestros consejistas advirtieron, de una u otra manera, esta tendencia -aunque no todos extraerían de ella las mismas consecuencias a propósito de la posición política a adoptar ante el estado. Partiremos aquí, para analizarla, de las complejas relaciones que Korsch establecía entre consejos obreros y estado en la organización de la producción.5
El propio proceso revolucionario, afirma Korsch (1920), instaló en la agenda política alemana de la salida de la guerra la problemática de la socialización, que había sido descuidada o considerada utópica por la socialdemocracia. Pero ¿qué relación guardaban los consejos obreros y el estado en esa socialización? En su primer escrito extenso sobre esta problemática, el folleto ¿Qué es la socialización? de 1919, Korsch proponía un sistema que combinaba una forma sindical de organización, desde el punto de vista de los productores, con una forma propiamente política de organización, desde el punto de vista de los consumidores. Y la socialización podía realizarse tanto en términos estatistas (como socialización indirecta desde la perspectiva de los productores y directa desde la perspectiva de los consumidores) como en términos sindicalistas (como socialización directa desde la perspectiva de los productores e indirecta desde la perspectiva de los consumidores) (Korsch 1919a: 36 y ss). En otro de sus escritos de 1919 distinguía claramente entre la socialización del producto (ya sea indirecta, cuando el trabajador sigue siendo asalariado aunque ahora del estado, cooperativa o comunidad, o directa, cuando es propietario de los medios de producción) y la socialización del proceso de producción (cuando decide qué, cómo y en qué condiciones producir) e intentaba esbozar una modalidad de socialización no ingenua, que rindiera cuenta de los intereses en conflicto entre la comunidad de los productores y la comunidad de los consumidores” (Korsch 1919b). Korsch consideraba aún, en estos escritos, que el principal desafío de la socialización radicaba en la contradicción entre los intereses de los productores y los consumidores y buscaba una síntesis que los conciliara.
Ya para entonces Korsch había proclamado, en las primeras páginas que escribió sobre la revolución alemana, que “la forma conveniente de la socialización no es, hablando en general, la centralización sino la autonomía” (1919c: 85, subr. K. K.). Y en el propio folleto antes mencionado evidenciaba su preferencia por la socialización como acción directa, así como sus reservas respecto de la socialización como estatización, por ejemplo, en su insistencia en la naturaleza educativa de la acción directa (1919a: 62) o en su diferenciación entre la socialización y la mera estatización (1919a: 55). En el primer sentido, Korsch reivindicaba sin más el programa espartaquista que afirmaba que “tampoco la transformación económica puede consumarse de otra manera que como un proceso protagonizado por la acción de masas proletaria. Los desnudos decretos socializadores de las autoridades máximas de la revolución no pasan de ser palabras vacías. Solo mediante su acción podrá dar vida la masa obrera a la palabra. Luchando tenazmente contra el capital, hombro con hombro en todas y cada una de las empresas, mediante la inmediata presión de las masas, mediante huelgas, mediante la creación de órganos de que los representen de manera permanente, podrán hacerse los obreros con el control de la producción y, en definitiva, con su dirección real” (en 1975: 70). En el segundo sentido, criticaba la concepción de la socialización como estatización de la ortodoxia socialdemócrata. “La mayoría de ellos [los socialdemócratas que se ocuparon de la socialización] identificaron, sin más, ´socialización´ con ´estatizacición´, pensando asimismo, con mayor o menor nitidez que, como ´es obvio´, el ´estado´ de la era socialista, llamado a regular producción y consumo de manera íntegra y unitaria, habría de ser un estado totalmente diferente del anterior ´estado clasista´” (1919d: 21).6 Esta “concepción de un socialismo de estado” debía ser rechazada. La estatización implicaba un “simple cambio de empresario” –que, además, conducía a una “parálisis de las fuerzas productivas”. Korsch era tajante: “el obrero como tal no gana en libertad, su forma de vivir y trabajar no se humaniza más porque el director-gerente nombrado por los propietarios del capital privado sea sustituido por un funcionario nombrado por el gobierno estatal o por la administración municipal” (ibidem).
Sin embargo, la estatización seguía siendo necesaria, pues un “plan económico general” debía acompañar la “democracia industrial”. La tensión era inevitable. Korsch la resolvía, simplemente, identificando el conjunto con un sistema de consejos. “El camino de la realización a un tiempo segura y rápida de estas dos exigencias contenidas en el lema de la socialización, la de un control desde arriba (por la colectividad) y la de un control desde abajo (por los inmediatamente implicados en el proceso de producción) no es otro, hoy, que el representado por el tantas veces citado y tan escasamente comprendido ´sistema de consejos´” (1919d: 24; subr. K. K.). Y en Derecho del trabajo y consejos de empresa, de 1922, propuso su versión más acabada de una “constitución del trabajo”, es decir, de una constitución de la democracia en la esfera económica, como democracia industrial o productiva, que vendría a completar la democracia en la esfera política conquistada en la revolución de noviembre. “Con la elección de sus ´consejos revolucionarios´ -escribía Korsch-, los trabajadores manifestaron su decisión de considerar cada empresa, así como la totalidad de la economía nacional capitalista, compuesta por una serie de empresas individuales y trusts en competencia recíproca, como una verdadera ´comunidad del trabajo´, y a los trabajadores empleados en ella como sus ´ciudadanos´ con plenitud de derechos” (1922: 112). Pero seguía siendo un punto conflictivo en su argumento el de la relación entre ambas democracias o, en otras palabras, entre consejos y estado. Korsch definía así al conjunto constituido como un “sistema económico de consejos controlados por el estado proletario” (1922: 114) e incluso concedía que, provisoriamente, el estado podía limitar el poder de los consejos: “respecto de la interacción entre el desarrollo de la comunidad política y la comunidad industrial, puede decirse lo siguiente: la conquista del poder político por parte de la clase trabajadora y la instauración de la democracia proletaria en lugar de la ´democracia´ burguesa (en forma de dictadura del proletariado) acelerará sin duda considerablemente –si tomamos en cuenta períodos largos- el desarrollo de formas más directas de ´democractiozación industrial´ […] Si se consideran períodos más pequeños, la dictadura proletaria puede mostrar sin embargo, temporalmente, la tendencia contraria, y limitar hasta cierto punto los derechos de cooperación de los trabajadores en cuanto tales […] y hasta quizás la ´autonomía de los sindicatos´ […] En el estado proletario, sin embargo, estas limitaciones no se hacen más a favor de la clase explotadora capitalista sino a favor de la propia clase trabajadora organizada como estado” (1922: 41).
Ahora bien, el Korsch de entonces seguía siendo miembro del KPD y teniendo como modelo de esas relaciones entre estado y consejos las relaciones entre estado y soviets (presuntamente) existentes en la URSS. Pero mientras tanto, entre 1918 y 1921, el nuevo estado presuntamente obrero conducido por los bolcheviques en la URSS ya había suprimido las experiencias de control obrero de la producción -que nunca habían llegado a ser experiencias generalizadas de gestión obrera propiamente dicha.7 Hacia 1922 esa supresión había sido completamente consumada. Y Korsch no sería indiferente ante este derrotero autoritario de la URSS. El principal desafío de la socialización dejaría de ser para Korsch aquella contradicción entre los intereses de los productores y los consumidores y pasaría a ser la contradicción entre esos productores y consumidores juntos, es decir, entre la clase trabajadora en su conjunto, por una parte, y un nuevo estamento burocrático encaramado en el estado presuntamente obrero, por la otra.8 Esto no implica, naturalmente, desconocer aquel otro desafío. Implica simplemente que el énfasis de Korsch se desplazaría desde entonces, definitivamente, a la autonomía de los consejos y demás organizaciones de la clase trabajadora.
Y años más tarde, tras la derrota de los consejos obreros alemanes pero ante la irrupción de la comuna revolucionaria española, Korsch reivindicará sin vacilaciones las colectivizaciones encaradas por las masas organizadas de manera autónoma en los sindicatos, contra las nacionalizaciones y las intervenciones estatales reclamadas por socialdemócratas y comunistas. “Los éxitos del proletariado español revolucionario, tan asombrosos dado el cúmulo de dificultades con que ha tenido que enfrentarse, únicamente pueden ser explicados en virtud de su posición decididamente antiestatal y no frenada por ningún tipo de obstáculos ideológicos y organizatorios. Esto explica también que –contrariamente a lo usual en esta clase de procesos en Europa- la colectivización revolucionaria haya sido aplicada desde un principio y del modo más natural tanto a las empresas ya estatizadas o municipales como a las privadas” (1939: 304; subr. K. K.).9
Recorrimos aquí este itinerario seguido por Korsch porque revela, de manera privilegiada, el tipo de problemas que enfrenta cualquier reflexión sistemática acerca de esa relación entre los consejos obreros –o cualquier otra forma de autoorganización de los trabajadores- y el estado. Pero no es, ni fue en los hechos, el único itinerario posible. Todos los intelectuales que acompañaron la experiencia de la creación de consejos obreros a la salida de la primera guerra advirtieron su tendencia a superar la separación entre lo político y lo económico y, en la medida en que dicha separación es constitutiva del estado capitalista, a superar al propio estado capitalista. Pero en todos no originó reflexiones igualmente consecuentes ni acciones igualmente radicales. Mencionemos, apenas, dos casos opuestos.
Otto Rühle viajó a Moscú en junio de 1920, como delegado del disidente KAPD, para asistir al II Congreso de la Comintern. Se interiorizó sobre la política que los bolcheviques estaban desarrollando efectivamente en la URSS (y sobre la que estaban comenzando a desarrollar de cara a Europa, porque Lenin le adelanta el contenido de su tristemente célebre El izquierdismo…) y regresó a Alemania antes de que comenzara el congreso. En su informe como delegado (1920c), escribió: “La táctica rusa es la táctica de la organización autoritaria. El principio del centralismo, que es su fundamento, ha sido desarrollado por los bolcheviques con tal perseverancia y, finalmente, llevado por ellos hasta tal extremo, que ha conducido al ultra-centralismo. Los bolcheviques no han hecho esto por arrogancia o por deseo de experimentar. Se han visto obligados a ello por la revolución. […] El centralismo es el principio de organización de la época burguesa-capitalista. Con él, se puede edificar el Estado burgués y la economía capitalista. Pero no el Estado proletario y la economía socialista. Estos requieren el sistema de los consejos. Para el KAPD, contrariamente a Moscú, la revolución no es un asunto de partido, el partido no es una organización autoritaria que funciona de arriba abajo, el jefe no es un superior militar, la masa no es un ejército condenado a la obediencia ciega, la dictadura no es el despotismo de una camarilla de jefes, el comunismo no es el trampolín para el advenimiento de una nueva burguesía soviética. Para el KAPD, la revolución es asunto de toda la clase proletaria, en cuyo interior el partido comunista no constituye más que la vanguardia más madura y más resuelta” (1920c: 156). Y, en este sentido, Ruhle ensayaba la creación de organizaciones unitarias que ya desde ese momento superaran la separación entre lo político y lo económico inherente a la clásica distinción entre las formas partido y sindicato y promovieran la creación de consejos obreros.10
El joven Antonio Gramsci, por su parte, se trasladó a Moscú para asistir al IV Congreso de la Comintern, realizado en noviembre-diciembre de 1922, como delegado del recientemente fundado PCI. Y este PCI de Amadeo Bordiga era casi tan disidente, respecto de las directivas de Moscú, como el KAPD de Hermann Gorter. Pero Gramsci, que en las páginas de L’ Ordine Nuovo de 1919-20 había apostado a la conversión de las comisiones de fábrica de las grandes empresas turinesas en consejos obreros y había identificado con precisión la tendencia de estos consejos obreros a superar la separación entre lo político y lo económico, se detuvo y retrocedió para convirtirse en uno de los principales agentes de la subordinación del PCI a esas directivas de Moscú (incluyendo aquella política bolchevique de cara a Europa: táctica del frente único, gobiernos obreros y campesinos, participación en los sindicatos y el parlamento, bolchevización de los partidos comunistas, etc).11 Gramsci había extraído de la derrota de la experiencia de esas comisiones de fábrica del biennio rosso la dudosa enseñanza de que, para evitar nuevas derrotas, había que poner en manos del partido de vanguardia la práctica política revolucionaria. Y cuando culmina esa subordinación del PCI a las directivas de Moscú, es decir, en en Comgreso de Lyon de 1926, Gramsci y Togliatti escriben: “La organización de la vanguardia proletaria en Partido Comunista es la parte esencial de nuestra actividad organizativa. Los obreros italianos han hecho su propia experiencia (en 1919-1920) de que donde falta la conducción de un Partido Comunista construido como partido de la clase obrera y como partido de la revolución, no es posible que tenga un resultado victorioso la lucha por el derrocamiento del régimen capitalista” (1926: 242).
El itinerario seguido por Korsch fue mucho más complejo que estos pero, acaso por esta misma razón, revela mejor los desafíos que encuentra la reflexión sobre la relación entre consejos obreros y estado. Digamos para finalizar que, como reconoció posteriormente, Korsch se fue acercando poco a poco a las posiciones de los consejistas más radicales.12 Y, desde la perspectiva anti-estatista de estos consejistas más radicales, la creación de consejos obreros iniciaba por en sí misma el proceso revolucionario de superación de la separación entre lo político y lo económico y, en consecuencia, de la particularización del estado.
Ya antes de la guerra Pannekoek había afirmado que “la lucha del proletariado no es simplemente una lucha contra la burguesía por el poder del estado como objetivo, sino una lucha contra el poder estatal. El problema de la revolución social se puede sintetizar diciendo que se trata de hacer crecer el poder del proletariado a tal punto que éste supere al poder del estado. Y el contenido de esa revolución es la destrucción y liquidación de los instrumentos de poder del estado usando los instrumentos de poder del proletariado” (1912: 4; subr. A. P.). La experiencia de la creación de consejos obreros a la salida de la guerra dotó, en verdad, de una nueva forma a esos instrumentos de poder del proletariado. Y aquella superación del poder de estado por el poder del proletariado adoptó la modalidad de la superación del estado por el sistema de consejos. “Los consejos obreros son la forma de autogobierno que en tiempos futuros reemplazará a las formas de gobierno del viejo mundo –escribirá más tarde Pannekoek. Los consejos obreros son la forma de organización durante el período de transición en el cual la clase trabajadora está luchando por el predominio, está destruyendo al capitalismo y organizando la producción social” (1946: 104).
La propia dictadura del proletariado dejaba así de ser la re-afirmación jacobina de la separación entre lo político y lo económico que había sido para Lenin y pasaba a asimilarse al proceso de superación de dicha separación. Pannekoek repetía entonces, de alguna manera, aquel gesto de Engels: “¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de Paris: he ahí la dictadura del proletariado!” (Engels 1891: 95). Aunque, en las nuevas condiciones históricas, pedía que se mirara a los consejos obreros. “Hace setenta años Marx señaló que entre el dominio del capitalismo y la organización final de una humanidad libre habría un tiempo de transición en el cual la clase trabajadora sería dueña de la sociedad, pero la burguesía no habría desaparecido aún. Marx llamaba a este estado de cosas dictadura del proletariado. En esa época esta palabra no tenía aún el sonido ominoso de los actuales sistemas despóticos, ni se la podía utilizar equívocamente para designar la dictadura de un partido gobernante, como ocurrió después en Rusia. Significaba simplemente que el poder dominante sobre la sociedad se transfería de los capitalistas a la clase trabajadora. […] Vemos ahora que la organización de consejos pone en práctica lo que Marx anticipó teóricamente, salvo que en esa época no podía aún imaginarse la forma práctica. Cuando los productores mismos reglamentan la producción, la ex clase explotadora queda automáticamente excluida de tomar parte en las decisiones, sin necesidad de que esto se estipule artificialmente. La concepción de Marx de la dictadura del proletariado resulta ahora idéntica a la democracia laboral de la organización de consejos” (1946: 110).
A manera de conclusión
Ahora podemos señalar, para concluir, algunoos alcances y limitaciones de estas reflexiones sobre los consejos obreros. Vamos a concentrarnos, por razones de espacio, en dos problemas relacionados con el consejo como forma.
El primero es estrictamente conceptual y remite al propio concepto de forma. La reflexión rigurosa acerca de la tendencia de los consejos obreros a superar la separación entre lo político y lo económico y, junto con ella, la propia particularización del estado, requiere una conceptualización no menos rigurosa de este estado como forma de las relaciones sociales capitalistas. Y esta conceptualización no se encuentra entre nuestros consejistas. Tendremos que esperar hasta que se desarrollara del llamado “debate sobre la derivación del estado” [el Staatsableitung Debatte], en la Alemania de la primera mitad de los 70, para que se sentaran sus bases.13 Esto no niega que nuestros consejistas emplearan una y otra vez con ese concepto de forma. Pannekoek identificó con precisión su importancia a propósito de la forma consejo. “En las luchas de los partidos en Alemania, con frecuencia se ha ironizado sobre la afirmación de que una forma organizativa dada puede ser revolucionaria, cuando esto depende solamente de los sentimientos revolucionarios de los hombres, de las organizaciones. Pero si el contenido más importante de la revolución consiste en el hecho de que las masas mismas toman en sus manos sus propios asuntos, la dirección de la sociedad y de la producción, entonces es contra-revolucionaria y dañina toda forma de organización que no permite a las masas dominar y gobernar por sí mismas; en consecuencia, debe ser reemplazada por otra forma que es revolucionaria en cuanto permite a los trabajadores decidir activamente por si mismos acerca de todo. Esto no debe significar que, dada una clase obrera aún pasiva, se debe ante todo crear y perfeccionar esta forma nueva en la que después puede ser activado el espíritu revolucionario de los obreros. Esta nueva forma organizativa no puede crearse, a su vez, sino en el curso del proceso revolucionario por los trabajadores que comienzan a estar en revolución. Pero el reconocimiento de la significación de la forma organizativa determina la actitud que los comunistas deben asumir frente a los intentos, que se manifiestan ya, de debilitar o suprimir tal forma” (1920: 247). E incluso Korsch señaló la necesidad de un abordaje riguroso del concepto de forma. En su discusión de los aportes de Evgeny Pashukanis a la crítica de la forma jurídica, por ejemplo, Korsch protestaba el hecho de que, hasta ese momento, entre los marxistas “ninguno ha ido más allá de una crítica de los cambiantes contenidos jurídicos ni se ha propuesto como tarea una crítica materialista de la forma jurídica misma” (1930a: 195). Luego trazaba un paralelismo entre la crítica del fetichismo de la forma mercancía realizada por Marx y la crítica del fetichismo de la forma ley que había emprendido Pashukanis. Y atribuía el olvido de esta crítica por parte de Karl Renner, en cambio, a su “fe absolutamente fetichista en el estado” y su “imbecilidad parlamentaria” y concluía que “ningún ´cambio de norma` elimina ni la abstracta ley escrita ni el jus quod est realmente vigente en la sociedad, aquella función social fundamental del derecho que no está ligada a ningún contenido jurídico histórico especial sino que está dada con la forma misma del derecho” (idem: 197). Pero, de todas maneras, nuestros consejistas no desarrollaron esa reflexión sistemática sobre el concepto de forma, que es decisivo para abordar, así teórica como prácticamente, esta problemática de la relación entre consejos y estado.
El segundo problema es más histórico y remite específicamente al consejo obrero como forma de autoorganización de los trabajadores. La convicción de nuestros consejistas de que los consejos eran la forma organizativa por excelencia que tendía a superar la separación entre lo político y lo económico y, en la medida en que dicha separación es constitutiva del estado capitalista, a superar al propio estado capitalista, estaba plenamente justificada en nuestra opinión. El desenvolvimiento de la experiencia de creación de consejos obreros a la salida de la primera gran guerra, aunque abortada, alcanzó para demostrar dicha tendencia. Y también estaba plenamente justificada para nosotros su convicción acerca de la centralidad que revestía –y que sigue revistiendo- esa superación de la separación entre lo político y lo económico y del estado capitalista para la emancipación de los trabajadores. Pero más discutible sería la afirmación de que esa forma consejo siga siendo, en nuestros días, la forma organizativa por excelencia para encarar este desafío. Puede arguirse, naturalmente, que la creación de consejos obreros no fue una experiencia restringida a la salida de la primera guerra -y en este mismo volumen se recorren experiencias posteriores como las de España en 1936, de Hungría en 1956, etc. Pero la actualidad de la forma consejo debe discutirse, como pensaba Pannekoek, a la luz de las características del aparato productivo capitalista y de la composición de la clase trabajadora contemporáneos o, en otras palabras, a la luz de los altísimos niveles alcanzados por la socialización y la intelectualización del trabajo social. Y, en este sentido, no está dicha la última palabra. Aunque ciertamente la última parabra acerca de si será el consejo obrero o algún nuevo modo de organización la “forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo”, como también pensaba Pannekoek, la dirán los trabajadores mismos a partir de su práctica revolucionaria.
Referencias
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Notas
* Este artículo adelanta una de las problemáticas que abordo en un libro que estoy concluyendo sobre el consejismo: La constelación de las estrella rojas. El seminario Teoría de la práctica política en la tradición revolucionaria (Departamento de Ciencia Política, UBA), cuyo dictado compartí algunos años con Hernán Ouviña, fue el ámbito que más enriqueció mis reflexiones.
1 Los holandeses se encontraron entre quienes más temprana y radicalmente se volcaron hacia la izquierda de la socialdemocracia. Pannekoek, junto a Gorter y Roland-Holst, se habían sumado al Partido Obrero Socialdemócrata (la versión holandesa del socialismo de la II Internacional) a fines de siglo y ya enfrentaron la dirección del partido, encabezada por Pieter Troesltra, durante la primera década del siguente siglo. Se agruparon entonces como ala izquierda del partido alrededor del periódico De Tribune desde 1907 (de donde proviene tribunistas) y se escindieron como Partido Socialdemócrata en 1909. Este SPD, que se convertiría a su vez en el Partido Comunista de Holanda, fue el único caso de un partido comunista fundado a partir de un partido pre-existente a la propia revolución de octubre (véase Hansen 1976).
2 Esta apuesta era análoga a la sindicalista revolucionaria –y esto no escapaba a Kautky, quien atacaba continuamente a Pannekoek y Luxemburgo como anarquistas. Pero este parentesco era inevitable: quien se ubicaba a la izquierda de la socialdemocracia antes de la guerra compartía una misma ubicación en la disposición del espacio político con el sindicalismo revolucionario, porque el carácter revolucionario que aquella estaba perdiendo en su práctica política efectiva parecía refugiarse cada vez más en la práctica política de este. Recordemos, para el caso específico de Pannekoek y los tribunistas, la influencia de Domela Nieuwenhuis, padre del socialismo holandés que adhirió más tarde al anarcosindicalismo, enfrentó el parlamentarismo del SDAP y se convirtió en uno de los principales portavoces de esa estrategia de la huelga de masas contra la amenaza de guerra que ya se cernía sobre Europa.
3 Pannekoek no citaba explícitamente a Marx, pero podemos remitir seguramente a su célebre frase del mencionado manifiesto de la AIT en el sentido de que “la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y como está y servirse de ella para sus propios fines” (1871: 32), afirmación que Marx y Engels repiten como principal enseñanza de la Comuna de París en su prefacio a la reedición alemana del Manifiesto de 1872 (1847: 8).
4 Me refiero a dos aspectos claves del pensamiento de Korsch, en los que no puedo detenerme aquí: su conceptualización de la constitución de las formas políticas (véase Negt 1973) y su principio de la especificación histórica (véase Kellner 1977).
5 Korsch fue uno de los principales teóricos de la socialización de la posguerra. Su preocupación por esta problemática ya tenía un antecedente en su relación con la Fabian Society durante sus años de residencia en Londres (1912-14: véanse sus escritos de estos años en Korsch 1980, que en su mayoría no fueron traducidos) pero, naturalmente, culmina, en la salida de la guerra, en su colaboración aún como miembro del USPD con la comisión para la socializacón (la Vela). El sesgo algo “artificial” de los escritos de Korsch de estos años proviene acaso del carácter no menos “artificial” de la propia Vela que Pannekoek (véase Bricianer 1975) y otros denunciaron como un expediente de la dirección socialdemócrata destinado a impedir cualquier verdadera socialización.
6 Ya Pannekoek había advertido, como aquí Korsch, las semejanzas entre las estatizaciones proyectadas por los socialdemócratas (Rathenau, Bauer) en la posguerra y las nacionalizaciones encaradas por la burguesía (Neurath, Wissel) durante la guerra: “estatizar las empresas no es socialismo; socialismo es la fuerza del proletariado –escribía Pannekoek. Pero, como en el mundo ideal de la socialdemocracia actual, socialismo y economía estatizada no están lejos de confundirse, ese partido se encontrará sin armas espirituales frente a las medidas socialistas de Estado tendientes a reducir al proletariado a la esclavitud” (en “Wenn der Krieg zu Ende geht”, un artículo publicado en Vorbote en 1916, citado en Bricianer 1975: 139). Y, tras la guerra: “así como el gobierno ´socialista´ es sólo la continuación de la vieja dominación burguesa bajo el estandarte socialista, la ´socialización´ es sólo la continuación de la vieja explotación burguesa bajo el estandarte socialista” (en 1919b: 5).
7 Los comités de fábrica que habían surgido junto con los soviets propiamente dichos en febrero de 1917 habían encarado esas experiencias de control obrero. Pero su institucionalización después de octubre de 1917, con el conocido decreto de noviembre, había sido el comienzo de su supresión, primero, mediante la subordinación de esos comités a sindicatos manejados en gran medida por el partido y, segundo, mediante el desplazamiento de estos por gerentes designados sin más trámite por el estado (véase Brinton 1972).
8 Esto señala, correctamente, Gerlach en su introducción a Korsch (1975).
9 Korsch viajó a España en 1931 junto con el anarcosindicalista, alemán aunque militante de la CNT-FAI, Augustin Souchy, y su colaborador más estrecho, el húngaro Paul Partos, también colaboró desde 1933 con la revolución española en la CNT-FAI (Kellner 1977).
10 Sobre la experiencia de organización unitaria (en particular, de la Allgemeine Arbeiter Union – Einheitsorganisation dirigida por Rühle) véase Barrot y Authier (1978).
11 Sobre el papel de Gramsci en este alineamiento del PCI con Moscú véase el sintético aunque adecuado análisis de Bates (1976).
12 Tras romper definitivamente con el KPD a comienzos de 1926, Korsch reconocería como antecedentes de su ruptura las críticas a la política de los bolcheviques de Luxemburgo y Liebknecht en 1917-18 y, más tarde, de los tribunistas Pannekoek y Gorter en 1920-21 (Korsch 1930a: 47 y ss).
13 Véase la clásica compilación de Holloway y Picciotto (1978) y, para una síntesis del debate, puede consultarse asimismo Bonnet (2007).
Artículo enviado por el autor para su publicación en Comunizar. Anteriormente (en español) en D. Azzellini e I. Ness (coords.): Poder obrero. Control obrero y autogestión desde La Comuna hasta el presente, Madrid, La oveja roja, ISBN 978-84-16227-15-0, 2017, p. 101-127.