Una tradición rebelde de alianzas
Erahsto Felício y Joelson Ferreira
Comunizar
En este texto, dos militantes de la organización brasileña ‘Tejido de los Pueblos’ nos recuerdan siglos de resistencia indígena y negra contra el capitalismo colonial brasileño, rescatando la herencia de una tradición de rebeliones que indican la necesidad de repensar alianzas entre los pueblos, para conquistar la tierra y el territorio.
En el momento en que escribimos estas palabras, el mal gobierno brasileño galopa veloz hacia el fascismo. Pero el Estado brasileño es, no obstante y desde su propio nacimiento, una verdadera máquina de guerra en contra de los pueblos. Pues el bolsonarismo no creó un tipo de violencia nueva, sino que la novedad hoy consiste en que un importante sector de las clases dominantes no se preocupa ya en maquillar su apariencia, o en engañar a la opinión pública con urbanidades típicas de la hipocresía de los neoliberales. Lo que llamamos “Brasil” fue siempre un genocidio racista estructurado sobre la base de la esclavitud. Por eso, no existe “retorno normal” para las mayorías oprimidas que viven en las favelas, en los campos, en las orillas de los ríos o en los bosques. Nuestros pueblos siguen en riesgo, incluso bajo los gobiernos “democráticos y populares”. Y esto incluye desde los Quilombos de Alcántara en Maranhão (violados por el gobierno “comunista” de Flávio Dino) hasta el pueblo indígena Juruna en la construcción de Belo Monte (en el gobierno do PT de Lula y Dilma). En el capitalismo no existe, nunca existió, porque no puede existir, paz para los pueblos.
Mirando atentamente la actual coyuntura, no se ve ninguna señal de que las instituciones de la República van a utilizar sus frenos y contrapesos para impedir un fascismo subcontratado de las milicias y de los grupos paramilitares de los fanáticos anticomunistas. Porque es difícil imaginar a los militares entregando tranquilamente el poder, después de los crímenes cometidos por este gobierno en la destrucción desenfrenada de la tierra o en el ocultamiento de los muertos generados por la pandemia —que pasarán de los cien mil hermanos y hermanas seguramente—.
La tarea que nuestro tiempo nos impone no es, por lo tanto, solamente la de derrotar al bolsonarismo como fuerza política. Es preciso, también, derrotar al racismo como estructura de poder político y desmontar la lógica de desigualdad del neoliberalismo. En este sentido, la izquierda institucional brasileña ya intentó su propio camino, pero con el máximo respeto que tenemos a esos compañeros, pensamos que ha llegado la hora de intentar un camino diferente. Y ahí es donde una larga historia de rebeliones de los pueblos, en todo el territorio brasileño, tiene todavía muchas cosas que enseñarnos.
EL CAMINO DE LOS DE ABAJO
Nuestro camino pasa por reconstruir el poder desde abajo, a partir de la alianza con los pueblos, para organizar una rebelión negra, indígena y popular. Pues no se trata simplemente de conquistar el poder de Brasilia, porque si el poder emana del pueblo, entonces es desde el propio pueblo que debemos construir dicho poder, organizando el territorio y tomando en nuestras manos una vez más las tierras. No hablamos de nada nuevo. La elección de este camino parte de escuchar con sensibilidad nuestra historia y de prestar atención a nuestra propia ancestralidad, asimilando la memoria del más antiguo sistema de resistencia al capitalismo: la resistencia indígena y negra.
El Quilombo de Palmares sobrevivió entre los siglos XVI y XVIII durante 130 años, es decir que fue una experiencia de resistencia al capitalismo más durable y longeva que la experiencia de la Unión Soviética o la de China Popular. La ciencia que estaba detrás de esta gran longevidad y de su capacidad rebelde era la de la alianza de los pueblos. La Federación de Quilombos, que impuso durante tantos años distintas derrotas a las potencias imperiales de aquella época, a Portugal y a Holanda, estaba formada por negros e indígenas, así como por blancos pobres y marginales. La cultura material encontrada en Palmares por la arqueología demuestra que los pueblos indígenas de la región de Alagoas y Pernambuco enseñaron a aquellos negros su cerámica, sus artes culinarias, sus modos de fabricar instrumentos. Porque Palmares era una verdadera federación de los de abajo, incluyendo registros de judíos y de musulmanes confederados.
Si tenemos dificultad para reconocer esa tradición de resistencia, es sólo porque ella no fue sistematizada en la forma de un pensamiento teórico, dentro de los moldes típicos europeos. Sin embargo, si miramos desde un horizonte histórico amplio, es posible ver las similitudes, las permanencias y las continuidades dentro de las diversas rebeliones que se levantaron en contra del dominio colonial y en contra del latifundio. Optar por el camino de los de abajo implica conectarnos a esa historia.
ALIANZAS Y TRAICIONES
El Ministro británico de Río de Janeiro, Henry Stephen, escribió lo siguiente sobre los rebeldes cabanos de las provincias amazónicas del norte de Brasil en 1835:
La facción victoriosa, es decir la tropa de salvajes que hoy domina en Pará, consiste principalmente de indios (de ellos existe una numerosa población entre las provincias de Pará y Maranhão) y de varias razas mestizas de indios y negros, clasificadas con la denominación general de Cafuzos, estando estos grupos, creo yo, entre las variedades más carentes de valor de la especie humana. Si ellos le dieron la libertad a los negros africanos, y los recibieron como sus pares y como camaradas, o si los retuvieron de hecho como esclavos a su propio servicio, no tenemos manera de saberlo, pero una unión entre las dos razas de color, con la finalidad de cometer violencias contra sus dueños en común, parece ser el resultado más probable.
Cabanagem, Balaiada, Praieira, Canudos: el siglo XIX está lleno de acciones rebeldes construidas a partir de la unidad de los pueblos. Cuando hablamos de Cabanagem, es preciso decir que son los Sataré-Mawé, los Mura, los Mundurukus y otros pueblos indígenas, los que se unieron a los negros, Cafuzos, arrendatarios de tierra y blancos pobres para luchar en contra del poder del latifundio en el Norte del país. Un poco lejos de ahí, en 1839, sabemos que Vila Viçosa en Ceará, envió a más de 60 parejas de indígenas Tabajaras y de otros pueblos para luchar en la Balaiada en Maranhão:
Serra y Vila Viçosa son lugares que tienen un gran número de indios y otras personas de iguales sentimientos, y donde no existen hombres de calidad que contengan los impulsos de estos incautos, y donde ya desobedecieron al presidente cuando los mandó reunir para venir a socorrer a esta provincia, y en cuyo lugar ya se atreven a llamar a Raimundo Gomes nuestro hermano, y con la mayor satisfacción dicen que lo que se ha practicado en Brejo es justo. (Carta del Subprefecto de Ibiracuruca escribiendo al Baron de Parnaíba).
Raimundo Gomes era un mestizo negro, vaquero, que articuló un apoyo a la Balaiada al interior de las provincias actuales de Maranhão y Piauí. La Balaiada contaba con organizaciones militares dirigidas por gente de los quilombos (Preto Cosme), por vaqueros (Sete Estrelas, Raio), por indígenas no agrupados en aldeas (Domingos Silva o Matroá) y por negros ordinarios. La alianza negra, indígena y popular representaba la fuerza de trabajo de su tiempo, y luchaba en dos dimensiones: contra la administración política derivada de la colonización, y en contra de los latifundios que administraban la violencia en contra de los pueblos. Fueron las masas populares en acción, las que perturbarán a la economía de su tiempo y las que atacarán frontalmente al poder político y construirán el poder popular, aunque sólo por breves periodos. Pero muchos de esos experimentos alternativos de poder disfrutaron de una mayor duración que la célebre Comuna de París.
Los pueblos tradicionales tampoco quedaron incólumes, en Brasil, a los vientos proletarios de la primavera de los pueblos de 1848. En la Revolución Praieira de Pernambuco (1848-1850), participaron indígenas agrupados en aldeas en Jacuípe y Barreiros. Tratábase de indígenas Caeté, Tabajara, Potiguá y Kariri, uniéndose a la lucha por aquel socialismo cosmopolita, lo que demuestra una vez más que los pueblos también debaten e impugnan las diversas concepciones del mundo, y que no ignoran la naturaleza de los diferentes sistemas políticos.
La lista de las rebeliones populares en Brasil, basadas en la alianza de los pueblos es inmensa. Cuando Euclides da Cunha escribía que “el sertanejo es, antes de todo, un valiente”, Carlos Estevão de Oliveira le respondía que “el sertanejo es, antes de todo, un indio”. En Canudos —una ciudad autónoma atacada por el ejército brasileño en 1896 y 1897—, se firmó una alianza con el pueblo indígena Kiriri, que luchó al lado de los rebeldes de Antonio Conselheiro, llevando esto a la casi desaparición de la etnia, como resultado de la masacre militar. Los últimos chamanes, que guardaban el idioma original del pueblo y que conversaban con los encantados, cayeron en esta guerra. Y estamos hablando de por lo menos 500 Kiriri de Mirandela muertos en la batalla. Según la tradición oral de este pueblo, el primer combatiente que cayó en Canudos fue un Kiriri.
La alianza también fue espiritual: llamaban a Antonio Conselheiro el “buen Jesús”, y dieron a Nuestra Señora de la Asunción, que era la santa protectora de su Villa en Mirandela, para la iglesia de Belo Monte. Tal vez por esa confluencia espiritual, la alianza profunda llevó casi al exterminio de este pueblo. El impacto fue tan avasallador, que los pocos sobrevivientes que regresaron a su territorio ancestral no fueron capaces de volver a ocuparlo, pues el latifundio se había apoderado de él en el tiempo en que ellos vivieron en Belo Monte. Hasta hoy, los Kiriri no detentan su territorio tradicional. El ejemplo de Canudos es impactante: es la mayor matanza en la historia de Brasil, con 35,000 muertos y con todas las construcciones destruidas. Hasta tal punto era preciso para los poderosos borrar la memoria de esa orgullosa insurgencia de los pueblos, que incluso hicieron que fuera cubierta por las aguas del embalse de Cocorobó.
Por otro lado, la traición a los pueblos es una marca de la alianza “nacional”, dirigida por los blancos. Si volvemos a mirar la Independencia de Bahia, en 1823, cuando los negros recibieron varias promesas de emancipación, ¿cuál fue el resultado? Si miramos a la alianza que los negros hicieron en Farroupilha en el sur de Brasil, ¿cuál fue el destino de ellos? En la masacre de Porongos, en 1844, los separatistas farroupilhas y el gobierno imperial negociaron la paz con la muerte de los lanceros negros, para evitar tener negros libres armados en el Imperio. En el proceso de amnistía, los crímenes políticos cometidos por los blancos de la dictadura de 1964 fueron perdonados, pero los compañeros negros que estaban en la cárcel, siendo torturados y perseguidos por la misma policía ilegítima, fueron relegados al completo abandono. El mismo patrón de comportamiento aparece cuando se da cuenta de los números, muy superiores, de los asesinatos de indígenas durante la dictadura, frente al número de los “asesinatos políticos”. Es una historia que se ha repetido tantas veces, que su presencia en la memoria colectiva tal vez alimente, silenciosamente, la desconfianza de muchos pueblos frente a las organizaciones políticas de izquierda, las que no se reformaron para entender nuestra historia y su congénita estructura racista.
La historia latinoamericana da testimonio de las distintas formas en las cuales las izquierdas intentaron alcanzar el poder. Aquí y allá, se pensó que el poder pasaría a manos del pueblo por la vía de las instituciones burguesas, y que así se conseguiría consolidar un futuro diferente. Pero desde el asesinato de Salvador Allende en Chile, hasta el reciente golpe contra Evo Morales en Bolivia, la lección recurrente es que llevar al poder a representantes surgidos de la izquierda no es suficiente, y que ciertamente eso no significa tener el poder. De ahí la necesidad de hablar en términos de tierra y de territorio. Porque es a partir de la democratización de la tierra que se podrá construir una base real para la verdadera soberanía popular.
Los propios capitalistas no tienen la menor duda sobre el poder que deriva de la tierra. ¿Cómo no interpretar en este sentido el asedio violento e incesante del capital sobre las tierras indígenas, sobre las selvas, los bosques y los manglares, antes aun de que el mal gobierno de Bolsonaro tomara posesión? ¿O cómo no alarmarse con el Banco Oportunity de Daniel Dantas, comprando y tomando la tierra, sea de forma legal o ilegal, en todo el país?
No se cansan de decirnos que la inteligencia artificial, las monedas digitales, la tecnología 5G, la nanotecnología y la biotecnología dominarán los mercados del mundo, y que el destino del capitalismo será cada vez más “inmaterial”. Pero la pregunta que queda sin resolver entonces es: si la acumulación ahora se da en las nubes, ¿por qué existe toda esta presión avasalladora sobre la tierra? ¿Por qué se da el saqueo tan extremadamente agresivo en contra de los territorios tradicionales? La respuesta es muy simple: a pesar de todo el avance del capitalismo cognitivo, la tierra continúa siendo una fuente importante del poder.
EL INFIERNO ES ESTO QUE AHORA ESTAMOS VIVIENDO
El cacique Babau Tupinambá dijo recientemente:
Mi gente, no existe el infierno. El infierno es esto que ahora estamos viviendo aquí. El hecho de que mueren 1,470 personas el mismo día, y que frente a eso el presidente dice que se trata de una mentira (…) Aprovecha la pandemia pueblo mío, ¡Marcha hacia la tierra!. Un hombre solo domina un millón de hectáreas de tierra. ¿Para qué quiere él un millón de hectáreas de tierra? De otra parte, tenemos una favela con 300,000 pobres, amontonados los unos sobre los otros. Que salgan estos 300,000 pobres y que vayan a buscar a ese hacendado que tiene un millón de hectáreas. Y que liberen esa tierra, ese millón, y a partir de ahí construyan su vida. Que mueran luchando por la vida y no por la pandemia, esperando un respirador de aire. Lo único que nos da el aire sagrado es el bosque.
Los derechos son buenos y son necesarios, pero lo único que garantiza la vigencia del derecho es el poder. Y la tierra es poder. Mediante presiones, hemos conseguido concesiones en términos de representatividad, de protagonismo, de espacios para hablar en las redes. Pero, por el contrario, la tierra la seguimos perdiendo. Los pueblos siguen siendo despojados de la tierra, en la medida en que la rueda de la acumulación por desposesión continúa girando, aplastando siempre a los de abajo. No obstante, la tarea permanece como algo cada vez más urgente: es preciso construir soberanía alimenticia, energética y pedagógica dentro de los territorios. Porque la simple propiedad de la tierra, por sí sola, puede recaer también en una lógica capitalista. Entonces, se vuelve necesario pasar de la simple “tierra” al “territorio”, estableciendo un nuevo modo de habitar esa tierra que proteja sus aguas, riachuelos y nacientes de los ríos, para empezar a pertenecer a una naturaleza vista ya no sólo como un “bien natural” que existe para ser explotado, sino más bien como una totalidad dentro de la cual estamos insertos. Porque el territorio no es sólo un espacio, sino que es la totalidad de la vida, frente a la lógica de la mercancía.
Y no hay modo de tener el territorio, sin construir alianzas. O se aprende esta lección por la vía del amor, o se aprenderá por el camino del dolor. Sea porque los fascistas de hoy nos meten a todos en un mismo saco, llamado “marxismo cultural”, sea porque la historia —esa historia del progreso incesante y el crecimiento infinito— nos empuja hacia el mismo agujero. Una organización política, un movimiento social, no serán capaces de asegurar un territorio sin desarrollar una política de afinidades, sin construir lazos de solidaridad entre camaradas, urbanos o rurales, en la difícil tarea de construir la soberanía.
Pero esa alianza, no obstante, no puede ser cualquier alianza. La unidad de los pueblos se construye para vencer al capitalismo y al racismo. Aquí, debemos aprender del ejemplo de la alianza campesina e indígena de los pueblos descendientes de los mayas, que son los Choles, los Tzeltales, los Tzotziles, los Tojolabales, que formaron el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en México. Por todos los medios necesarios, como decía Malcolm X, lo que no significa “de cualquier modo”. Tal como en la Balaiada, en Cabanagem, precisamos de una alianza que pueda representar a la fuerza de trabajo de nuestro tiempo. Y hoy, la fuerza de trabajo no puede ser pensada como existente solamente dentro de los quilombos, los ‘asentamientos’ y los territorios de los pueblos originarios. Porque hoy, la concentración de la fuerza de trabajo está más bien en las periferias de las grandes ciudades. De modo que, si a finales del siglo XIX era notoria la existencia de naciones negras de la diáspora africana como los benguela, los nagô, los malê, los hauçá y tantas otras, hoy no se puede decir que los pueblos negros están reunidos y organizados en sus antiguas naciones.
Para hacer esas alianzas, es necesario tomar en cuenta tres condiciones: (1) principios comunes; (2) confianza mutua en el trabajo político; (3) conocimiento de nuestra diversidad. Ya que en otra época las alas progresistas de la iglesia católica ejercieron una influencia hegemónica en la orientación de los movimientos sociales y en la historia de los partidos socialistas, entonces una pequeña burguesía intelectual y una clase media ilustrada han desempeñado un liderazgo desproporcionado en las direcciones de esos movimientos y partidos. Para construir un camino diferente, es preciso asumir que la interacción entre los movimientos, los territorios y los pueblos es la que formará una vanguardia común para la orientación de todos los pueblos.
TAREAS PARA AVANZAR
No existe indemnización posible que pague por los siglos de esclavitud y genocidio. La única reparación posible es la devolución de la tierra a los pueblos que vinieron de África, y a los que habitaban aquí antes de la invasión colonial. La conclusión, por lo tanto, es que no habrá ningún acuerdo con las élites, las que son estructuralmente incapaces de satisfacer esta demanda de justicia. Será necesario construir una alianza indígena, negra y popular para retomar lo que por derecho es de los propios pueblos.
Para garantizar nuestra existencia en estas tierras devastadas por el capital, será necesario realizar un trabajo arduo, para poder conquistar la soberanía alimentaria y para recuperar los bosques destruidos. Esto pasa por crear formas de trabajo que fortalezcan la autonomía y la libertad, así como por destruir las formas de la propiedad privada, que la élite explota hasta hoy para esclavizar a los desposeídos. E implica también cuestionar la temporalidad de la civilización capitalista y reconstruir nuestro propio tiempo: el tiempo de los pueblos originarios, de los pueblos negros, el tiempo de la libertad y de otras sociabilidades.
Ailton Krenak y David Kopenawa —dos de los más brillantes intelectuales indígenas de Brasil— nos ofrecen buenas pistas para reconstruir nuestra ancestralidad y nuestra espiritualidad. La tarea que tenemos enfrente implica reaprender otras formas de alimentarse, de hacer fiestas y de ritualizar. Vamos a necesitar todo eso, si queremos fortalecer una cultura capaz de superar todo un periodo de servidumbre y de poner en movimiento una revolución permanente, capaz de consolidar los frutos de nuestras victorias e impedir nuevos retrocesos. Esa tarea solo será realizable a partir de una gran alianza de los pueblos, para imponer una derrota a las élites propietarias, vengando a tantas generaciones derrotadas o aplastadas a lo largo de este camino. Se trata ahora de golpear con el fuete el lomo de aquél que nos ha estado fueteando antes durante mucho tiempo. Solo así se podrá realizar el antiguo sueño del Che Guevara: “El ser humano dejará de ser esclavo, y se convertirá verdaderamente en arquitecto de su propio destino”.
Por eso nosotros, en el Tejido de los Pueblos (Teia dos Povos), hemos buscado la articulación de movimientos, pueblos, territorios y organizaciones políticas. Porque estamos sembrando las bases para una rebelión negra, indígena y popular. Entendemos, ciertamente, la necesidad de alianzas urbanas, porque sabemos de la importancia de ayudar a la organización de los pueblos también en las periferias de las grandes ciudades, donde está hoy la fuerza de trabajo de nuestro tiempo, reconstruyendo los pueblos que fueron disueltos para convertirlos en simples masas de población negra, tanto como construyendo nuevos territorios que superen la violencia racial imperante. El Tejido de los Pueblos no se constituye como organización que busca hegemonizar sobre las demás, sino como una articulación en donde, por ejemplo, el pueblo indígena Payayá necesita trabajar con los movimientos Sin-Techo, o también donde los pescadores cooperan y trabajan juntos con los Sin-Tierra para construir soberanía y para enfrentar, de forma coordinada, al capitalismo y al racismo.
No sabemos más que las otras organizaciones políticas hermanas en pie de lucha. No queremos enseñar, ni ser tutores de luchas ajenas. Podemos saber poco, pero tenemos la conciencia de que estamos abriendo los surcos de un buen camino. Lo que queremos es estar juntos en el proceso de superación de una sociedad que esclaviza a las personas y destruye la tierra. Aquí enseñamos la importancia de la palabra de los más viejos, y también de la palabra de la historia, que es todavía más vieja que nuestros hombres más viejos. Entonces, que nos ayude una enseñanza del pueblo afro-musulmán malê muy querida en Bahia, que sintetiza la necesidad, para vencer, de convivir con nuestras diferencias, y que se resume en la frase: “Paz entre nosotros, guerra a nuestros señores”.
Erahsto Felício y Joelson Ferreira
Vía Radio Zapatista, publicado originalmente en portugués en la revista Jacobin. Traducción: Carlos Aguirre Rojas.