Ahí donde no pudieron Porfirio Díaz ni Carlos Salinas de Gortari, Andrés Manuel López Obrador dice: “Me canso ganso”. Textual. Una sola vez utilizó una expresión coloquial en la toma de protesta como presidente de la República el 1 de diciembre pasado, ante el Congreso de la Unión. Fue para asegurar que se realizarán completamente los megaproyectos propuestos para su gestión.
“Se construirá el Tren Maya. Se sembrarán un millón de árboles frutales y maderables en el Sur-Sureste […]. En el Istmo de Tehuantepec, se promoverá la creación de una vía férrea para un tren de contendedores de carga y se ampliarán los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos para comunicar, en menos tiempo, a los países de Asia con la costa Este de Estados Unidos. En este corredor habrá energía eléctrica y gas a precios bajos, así como subsidios fiscales para la instalación de fábricas y la creación de empleos. En 3 años estará funcionando, me canso ganso, además del actual, el Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México con dos pistas adicionales en la base Aérea de Santa Lucía.”
Aplausos, euforia y consignas, sobre todo de las bancadas de los legisladores del Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Más tarde, en el Zócalo de la Ciudad de México, López Obrador dio una versión de su discurso de toma de posesión, pero ahora para la plaza. Se organizó la entrega de “El Bastón de Mando de los pueblos indígenas de México”, un instrumento que no existe. Ni siquiera la organización indígena con más presencia en el país, el Congreso Nacional Indígena (CNI) se ha arrogado la representatividad de todos los indígenas de México ni ha generado un “bastón de mando” de todos los pueblos, naciones y tribus de México.
En el performance que se organizó para “la toma de posesión del México de abajo” (así lo dijeron los cronistas del nuevo gobierno), participaron líderes indígenas comunitarios, incluso algunos de ellos hasta hace poco convergieron en el CNI. También había indígenas de la antigua estructura priísta ya con experiencia en entregas de “bastones de mando” a cada gobernador del otrora partidazo luego de cada elección. Y finalmente había otros disfrazados de indígenas, luciendo sus galas folclóricas para la ocasión.
Respaldado por todos ellos, desde el templete, Andrés Manuel López Obrador señaló:
“Se construirá el Tren Maya para comunicar por este medio de transporte rápido y moderno a turistas y a pasajeros nacionales. También va a haber un tren de carga que va a utilizar esa misma vía. Va utilizarse esa misma vía nueva para tres cosas. Para un tren rápido con un desplazamiento hasta de 160 kilómetros por hora para el turismo […]. Van a llegar muchos turistas. Todos los que lleguen a Cancún van a poder introducirse a estados como Yucatán, como Campeche, como Tabasco, como Chiapas; esto va a significar muchos empleos. Pero también el pueblo va a tener este medio de transporte. Van a haber trenes de pasajeros con más estaciones en toda esta región, porque son mil 500 kilómetros de vías que se tienen proyectadas. Y se le va a dar también el uso para la carga, para que de esta manera se trasladen las mercancías en Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo. Se creará también un corredor económico comercial en el Istmo de Tehuantepec. Vamos a construir, igual, una vía para un ferrocarril que va a unir el puerto de Salina Cruz [Oaxaca] con el puerto de Coatzacoalcos [Veracruz]. En esa parte nuestro país es estrecho. Es la parte más estrecha de todo lo que es el territorio nacional. Y esto nos da la ventaja de que sólo hay 300 kilómetros para unir el Pacífico con el Atlántico: los países de Asia con la costa Este de Estados Unidos. Y en todo ese corredor va a haber gas, energía eléctrica a precios bajos; y vamos también a dar incentivos fiscales para que en ese corredor se instalen plantas ensambladoras: fábricas, y que haya mucho trabajo en el Istmo de Tehuantepec. Todo eso se va a hacer consultando a las comunidades, consultando a los pueblos y sin afectar al medio ambiente.”
Sonido de caracoles y aplausos, tanto de los que presiden el templete como del público.
En pocas palabras: vivan los negocios en los territorios indígenas. El presidente que se asume de izquierda promete su mayor empeño en introducir el capitalismo en las regiones donde la propiedad es comunal; en abrir para los empresarios la explotación de tierras, aguas y demás recursos naturales. Eso sí, con la consulta a los pueblos. Porfirio Díaz no pudo hacer el tren ni arrebatar el Istmo a los pueblos originarios. Tampoco Salinas. López Obrador dice que él sí tiene la llave para vencer la resistencia indígena en Oaxaca y Veracruz.
La respuesta vino unos días después desde Chiapas, a nombre del CNI, el Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Del pronunciamiento de la Segunda Asamblea Nacional del CIG, citamos sólo un párrafo:
“Pero abajo, no tenemos más que defender la vida con o sin las mentiras del gobierno que sale, del gobierno que entra, porque las palabras sobran cuando se amenaza a los pueblos Binniza, Chontal, Ikoots, Mixe, Zoque, Nahua y Popoluca del Istmo de Tehuantepec con sus proyectos transístmicos y la expansión de las Zonas Económicas Especiales; a los pueblos Mayas con su proyecto de tren capitalista que despoja y destruye a su paso la tierra. Las palabras sobran ante la anunciada siembra de un millón de hectáreas con árboles frutales y maderables en el sur del país, ante la ilegal y amañada consulta para la construcción del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, o ante la oferta para que sigan invirtiendo las empresas mineras que tienen concesionadas grandes extensiones de los territorios indígenas. Las palabras sobran cuando sin consultar a nuestros pueblos el futuro gobierno impone la creación, al estilo del viejo indigenismo, del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, comandado por los desertores de nuestra larga lucha de resistencia.”
Es claro. La confrontación de López Obrador con la derecha es porque ésta no desea rebajar sus privilegios ni dejar de beneficiarse de la corrupción. Pero la confrontación de fondo, sistémica, será con la izquierda social, en especial con la de los pueblos indígenas del país. Aquí sí hay dos modelos contrapuestos.
La sangre derramada que logró la Independencia fue principalmente indígena. La intervención francesa fue parada por indígenas y la principal cuota de vidas en la lucha entre conservadores y liberales fue cubierta por los pueblos indios. En la Revolución, otra vez los indígenas se batieron en los frentes en la búsqueda de un mejor país. En cada uno de esos procesos, las elites –una vez resueltas sus disputas militares por el poder– se dedicaron a lo suyo: gobernar y enriquecerse. Y mandaron a los indios a lo “suyo”: la servidumbre y la imposibilidad de decidir su propio destino. A 25 años del alzamiento indígena del EZLN, la “Cuarta Transformación” no ha empezado con signos distintos.
Zósimo Camacho