Y dieciséis rosas rojas,
nacidas de madrugada,
florecerán cada agosto,
en la tierra liberada
En la madrugada del 22 de agosto de 1972, la Marina de Guerra fusiló a 19 prisioneras y prisioneros políticos en la base naval Almirante Zar de Trelew. Eran militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo, Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros. El primero, marxista. Las segundas, peronistas. Habían sido capturados una semana antes, el 15 de agosto, día en que habían fugado de la cárcel de Rawson, provincia de Chubut. Sobrevivieron tres, una mujer y dos varones. La fuga, planeada y dirigida desde adentro en un penal situado entre la meseta patagónica y el mar, fue una de las más audaces acciones guerrilleras. Con apenas una pistola conseguida clandestinamente, más de un centenar de presas y presos fueron tomando el penal, capturando guardiacárceles, desarmándolos. Solo uno se resistió y fue muerto. Los demás no fueron tratados como ellos tratan a todo tipo de presos, sean sociales o políticos.
La operación estaba coordinada con compañeras y compañeros que, en sigilo y clandestinidad, se acercaron al penal con varios vehículos en cantidad y capacidad suficiente para trasladar tanta cantidad de combatientes por 20 kilómetros hasta Trelew. Había que llegar a una hora muy precisa al aeropuerto. Aterrizaba un avión de Austral que venía desde más al sur. Allí viajaban como pasajeros, una guerrillera y dos combatientes, para ayudar a la captura del avión en tierra. La vía aérea era la única opción para el escape de tanta cantidad de guerrilleros en la estepa patagónica. El ruido del disparo adentro confundió a alguno de los que traían los vehículos, a pesar que los de adentro hicieron las señales correspondientes.
Error fatal. Los de afuera se retiraron. Los de adentro veían que pasaba el tiempo. Con los minutos contados, improvisando, llamaron remises. En el que antes llegó, se subieron los primeros de acuerdo a una lista elaborada: Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Enrique Gorriarán (del PRT-ERP), Marcos Osatinsky y Roberto Quieto (de las FAR) y Fernando Vaca Narvaja (de Montoneros). Llegan tarde al aeropuerto, pero….El avión empezaba a carretear. Fernando con voz de milico desde la torre de control lo hace detener. Los fugitivos corren al avión. Escalerilla, puerta abierta, suben. Piloto y copiloto se dan cuenta que han sido engañados.
El avión levanta vuelo, cruza la Cordillera, hace escala en Puerto Montt y llega a Santiago de Chile. Allí gobierno la Unidad Popular (coalición comunista/socialista/radical/socialcristiana) y es presidente Salvador Allende desde noviembre de 1970. Un sueño de la utopía reformista que intentaba llegar al socialismo evitando la violencia, que sería interrumpido por las armas un año después. Los compañeros quedan ahí retenidos.
Un segundo contingente de 19 combatientes que mantienen la toma del penal, logran subir, por orden de numeración establecido, a otros remises. En la cárcel quedan alrededor de cien. Parten por la misma ruta hacia Trelew, pero llegan tarde al aeropuerto. Son rodeados por tropas veinte veces superiores. Con mucha serenidad, hacen venir a la prensa y a un juez. Por la televisión lo verá todo el mundo, literalmente todo el mundo, ya enterado de la audaz toma del penal y la fuga de un reducido contingente. Ya es de noche. Hablan María Antonia Berger (FAR), Rubén Pedro Bonnet (PRT-ERP) y Mariano Pujadas (Montoneros). Informan que no presentaron combate porque el aeropuerto está lleno de civiles. Reafirman sus convicciones y objetivos revolucionarios. Destacan el carácter conjunto de la acción de las tres organizaciones con militantes en el penal (Montoneros desde el exterior, no participó en la acción por no estar de acuerdo). Reclaman ante el juez, la constatación médica de su estado de salud – previniendo sobre la práctica sistemática de torturas – y el regreso al penal de Rawson. El juez accede en público. Las tropas de la Marina suben a las y los prisioneras/os a vehículos militares. En vez de ir rumbo a Rawson, van a la base naval. La palabra de un juez y de jefes militares es sinónimo de mentira y traición.
Gobierna la dictadura del general Alejandro Lanusse, que había desplazado en junio de 1970 al iniciador de la dictadura en 1966, general Juan C. Onganía, y había proclamado su intención de quedarse no menos de 10 años. El cordobazo y los rosariazos, en 1969 el choconazo y tantos pueblazos después, lo dejaron fuera de escena. Lanusse puso al general Roberto Levingston para renovarle la cara a la dictadura junto al ministro de Economía Aldo Ferrer y su “compre nacional”. La continuidad de las luchas y el advenimiento del viborazo el 15 de marzo de 1971, motivaron que Lanusse y las cúpulas de las Fuerzas Armadas erigidas en partido político del sistema, dieran un golpe de timón. En la plaza de Córdoba las columnas obreras convocadas por el sindicalismo clasista de SITRAC-SITRAM se entrelazaban con las banderas insurgentes.
Lanusse asumió él mismo la presidencia, lo puso de ministro del Interior al radical Arturo Mor Roig, convocó al Gran Acuerdo Nacional y anunció elecciones, readmitiendo a los partidos proscriptos por la dictadura. Esto incluía un hipotético acuerdo con el proscripto y exiliado general Juan Perón. Al principio, muy pocos le creyeron. Siguió incrementado la represión, disolvió SITRAC-SITRAM y militarizó las fábricas FIAT, persiguiendo, deteniendo, torturando, desapareciendo a activistas sindicales, políticos y guerrilleros. Agustín Tosco, Gregorio Flores, Eduardo Castelo y otros dirigentes obreros fueron apresados. Pero siguió sus negociaciones, sobre todo con el justicialismo y el radicalismo.
Lanusse, oligarca y exponente del más recalcitrante gorilismo, veterano antiperonista, entendió que debía negociar con Perón, porque el proscripto líder conservaba autoridad política. Tanta, que un contingente importante de las guerrillas, eran peronistas: FAP, FAR, Montoneros y otros destacamentos menores. Desde esa vertiente nació la Juventud Peronista. Toda esta corriente, apostaba como consigna esencial al “Perón Vuelve”. En el margen izquierdo, el PRT-ERP y otras fuerzas de izquierda no armadas no compartían la expectativa peronista. Estas divergencias fueron razón suficiente para que las guerrillas peronistas rehusasen accionar en unidad, tal como era la propuesta perretista. Sin embargo, en la cárcel se logró esa momentánea unión que posibilitó la acción que pasaría a la historia de las tradiciones revolucionarias: el principal objetivo de una o un prisionero político, es reintegrarse a la lucha.
Lanusse, que admitió devolver a Perón el cadáver robado de Evita en 1955, había impuesto una cláusula tramposa: no podría ser candidato quien no estuviera en el país al 25 de agosto. Perón demoró deliberadamente su regreso (volvería el 17 de noviembre), pero anudó un pacto con desarrollistas, conservadores y democristianos para forjar una alianza electoral que triunfaría en mazo de1973. En ese contexto, la toma del penal de Rawson fue un duro revés político y militar para la dictadura. Mientras Lanusse presionaba a Allende para que entregase a los fugitivos, las jefaturas de las Fuerzas Armadas preparaban su revancha criminal. Así se perpetró el fusilamiento que ninguna propaganda de la dictadura y sus medios pudo ocultar (las falsas noticias ya existían en esa época).
La metralla canalla abatió a Ana María Villarreal de Santucho, Clarisa Lea Place, Rubén Bonnet, Jorge Alejandro Ulla, José Ricardo Mena, Mario Emilio Delfino, Eduardo Capello, Alberto del Rey, Humberto Suarez, Miguel Ángel Polti, Humberto Toschi, (del PRT-ERP), María Angélica Sabelli, Alfredo Kohon, Carlos Alberto Astudillo (FAR), Susana Lesgart y Mariano Pujadas (Montoneros). Sobrevivieron y pudieron dar testimonio María Antonia Berger y Alberto Camps (FAR) y Ricardo René Haidar (Montoneros). El impacto mundial de esa acción premonitoria del terrorismo de Estado, puso fin a las dilaciones en Chile: los fugitivos partieron a Cuba y secretamente regresaron a sus puestos de lucha. Dentro del penal, cuando con una radio clandestina se supo del fusilamiento, las y los prisioneros, desde sus calabozos designaron a Agustín Tosco para rendir su homenaje a quienes hasta hacía una semana habían sido sus compañeros de prisión. Entonaron la Marcha de los Muchachos Peronistas, la Marcha del ERP y La Internacional. Los funerales en varias ciudades, fueron multitudinarios. “¡Ya van a ver/ ya van a ver/ cuando venguemos los muertos en Trelew!”. La represión volvió a ensañarse con las manifestaciones. El Gran Acuerdo siguió adelante…
*Autor de BIOGRAFÍAS Y RELATOS INSURGENTES (Sísifo-SITOSPLAD, 2011), LOS CHEGUEVARISTAS, la Estrella Roja del cordobazo a la Revolución Sandinista (IMAGO MUNDI, 2016), BREVE RSEÑA DEL PRT-ERP/JG, en coautoría con Paco García (Edición Alejandro Ernesto Asciutto, 2019)