La pérdida de un gigante.
La pérdida de un gigante (en honor a David Graeber)
Angelina Kussy
El miércoles, 2 de septiembre de 2020, murió inesperadamente a los 59 años David Graeber. Antropólogo económico estadounidense, profesor de London School of Economics and Political Science, activista por la justicia social, una de las caras del movimiento Occupy Wall Street, y uno de los intelectuales modernos más originales y provocadores que el mundo de hoy necesitaba tanto: “No había ningún mito que no cuestionara, ninguna hegemonía que no pudiera exponer. Vio a través de cada artimaña que tienen los poderosos” - escribió sobre él en Twitter otro antropólogo económico, su amigo, Jason Hickel. En una carta en la que expresaba su desacuerdo con la decisión de la Universidad de Yale de no prolongar a Graeber su contrato (por sus opiniones y compromiso políticos), Maurice Bloch lo llamó el antropólogo más eminente de su generación.
En su caso, la brillante carrera académica fue solo una herramienta más para luchar por la justicia social con la que estaba profundamente comprometido. Fue hijo de una judía y sindicalista de textil nacida en Polonia y de un miembro de las Brigadas Internacionales que luchó en la guerra civil española. Su padre, cuando no estaba en el frente en Benicassim, pasaba el tiempo en Barcelona. Al finalizar una conferencia sobre la revolución en Kurdistán en abril 2018, Graber me dijo que por eso sabía que el anarquismo es algo para todo el mundo: “siempre digo, ¿por qué hay tan pocos anarquistas? No es que la gente piense que el anarquismo es una mala idea, ¡piensan que es una locura! Que nunca funcionará. Que si dejas a las personas con sus propios dispositivos (leave the people to their own devices) se matarían entre ellas, habría crimen, caos, la gente no podría tomar decisiones. Pero yo no fuí educado de esa manera porque mi padre había sido testigo del anarquismo y funcionó bien. Y si lo ves como una oportunidad política viable, por qué no estarías por ella (why not you would be for it?)”. Creía en un mundo sin instituciones paternalistas y controladoras, en la inteligencia colectiva y la democracia directa, era profundamente libertario igual como lo fue, por ejemplo, Murray Bookchin. Pero no le gustaba llamarse ni que le llamen anarquista, consideraba que era algo que se hace, no un tema identitario.
Como crítico acérrimo de las instituciones financieras internacionales, Graeber estuvo muy involucrado con el movimiento Occupy Wall Street. Fue él quien dijo por primera vez (en las páginas de la revista Rolling Stone) que el movimiento de los indignados representa el 99 % de la sociedad que soporta los costos de las decisiones de unos pocos: representantes de la élite política y económica. “El 99 por ciento somos nosotros” (somos el 99%) es ahora el lema que utilizan los movimientos alterglobalistas de todo el mundo. Luchó también por la abolición de la deuda impuesta a los países del así llamado Tercer Mundo. Era un gran defensor del pueblo kurdo, de su revolución encabezada por las mujeres y su idea y práctica del Confederalismo Democrático. Su aversión a la burocracia, al afán de algunos por controlar a los demás, y su creencia en la imaginación humana, lo llevaron a defensar la Renta Básica Universal y explicaba por qué observamos tanta resistencia hacia esta política: “La clase dominante se ha dado cuenta de que una población feliz y productiva con tiempo libre en sus manos es un peligro mortal”.
Seguía la tradición libertaria de izquierdas. Quería ver un movimiento político no solo de trabajadores sino en contra del trabajo, lo que veía muy difícil en el mundo de hoy. Últimamente su atención y solidaridad estaba con la “clase cuidadora”: maestras, enfermeros, cuidadoras, médicos. Los que encabezan la lucha contra las políticas de austeridad y los que, según él, deben rebelarse todavía más. Se podría decir que este fue su sujeto revolucionario: las personas que cuidan. Y cuidar significaba para él contribuir a hacer al otro libre. Durante la pandemia global del coronavirus se involucró en la reflexión sobre los trabajos esenciales recordándonos que “no todos los trabajos son trabajos de mierda”. Hay una parte de la sociedad que mantiene a los demás, pero es la que menos reconocimiento recibe en una sociedad en la que creamos instituciones que fomentan la crueldad y en la que son los crueles que parece que hay que admirar. En un workshop reciente de Global Teach sobre un futuro post-COVID en el que participó con activistas de todo el mundo, expresó la idea de que necesitamos otra concepción de lo que es contribuir a la economía. Esta contribución, decía, debería ser el hecho de cuidar, ya que la mayoría de las tareas que se necesitan hacer para la reproducción de la vida tienen algo que ver con el mantenimiento, no la producción. Esperábamos su libro donde lo elaborase.
En antropología su gran inspiración fue Marcel Mauss, fue discípulo de Marshal Sahlins y experto en el legado de Bronisław Malinowski. Escribió numerosas publicaciones científicas de gran peso en su disciplina, en las que se ocupó, entre otras cosas, del anarquismo como inspiración para la ciencia antropológica y de los orígenes en diferentes culturas del mundo del anarquismo (Fragmentos de antropología anarquista), de la historia de la deuda como una herramienta de dominación política (En deuda: Una historia alternativa de la economía), de la teoría del valor (Hacia una teoría antropológica del valor), de la relación entre la magia y los restos del sistema esclavista en Madagascar (Lost People: Magic and the Legacy of Slavery in Madagascar), de La utopía de las normas: De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia o, más recientemente, de la proliferación de trabajos sin sentido (aunque muy bien remunerados), producidos por el capitalismo (Bullshit jobs: a theory). Su artículo, Sobre el fenómeno de los trabajos de mierda, de 2013, circuló en múltiples idiomas por todo el mundo. Fue el mejor ejemplo de un académico público (public intellectual), que no estaba encerrado en su despacho y concentrado en su “carrera”, tomaba su tiempo para transmitir el conocimiento de la manera más accesible posible y al público más amplio posible.
“La persona más brillante que he conocido” escriben ahora tantos intelectuales y activistas que lo tenían cerca. David era un mentor, un sabio, y me atrevería a decir que especialmente importante para nuestra generación, los Millenials, la cual ha heredado de la generación anterior tantas creencias que no se ajustan a la realidad con la que hemos de lidiar. Graeber nos abría los ojos al funcionamiento del sistema y las convicciones morales que sostienen las desigualdades y la violencia cotidiana, pero bien encubierta. Nos daba herramientas para que podamos entender el mundo, defendernos y por lo tanto ser más libres, no solo como sujetos políticos, sino también en nuestras vidas privadas. Como hizo a través del mensaje principal de su libro sobre la deuda donde constató que “No hay mejor manera de justificar las relaciones basadas en la violencia, de hacer que esas relaciones parezcan morales, que reformulándolas en el lenguaje de la deuda, sobre todo, porque de inmediato parece que es la víctima la que está haciendo algo mal”. En nuestra cultura cristiana entender que no le debíamos nada a nadie era liberador.
Visto por sus amigos, era un gigante no sólo del intelecto y compromiso político, sino también de carácter. Lo veían como una persona íntegra, con un extraordinario sentido del humor pero muy “serio sobre la solidaridad”, “incorruptible”. “Sin ego”, “inocente”, aunque no tenía pudor ninguno en dar expresión a una de sus características intrínsecas: la alergia que tenía al bullshit, dogmas que pretenden explicarse por sí solas. Sobre todo si venían por parte de aquellos con poder y estatus. “Como persona de clase trabajadora que detestaba, con cada fibra de su ser, cualquier atisbo de elitismo académico, la creación de redes y la charlatanería. Muy a su costo personal, rechazó estos extraños rituales sectarios de la vida académica” - escribió sobre él Andrej Grubačić, un disidente anarquista para quién Graeber fue el mejor amigo durante los últimos 20 años.
No hay duda que David ha marcado las vidas de muchas personas que militaban codo a codo con él, “ocupando cosas”, como él llamaba lo que hacía, igual que las que educó intelectualmente y políticamente a través de sus escritos. Hemos perdido un guía y un ejemplo y es una pérdida irrecuperable y difícil de procesar. Steve Keen, profesor de economía, otro de sus amigos, profesó al enterarse de su
fallecimiento: “Soy agnóstico, pero por primera vez, deseo que haya vida después de la muerte”. Como activistas, tenemos que seguirle en su postura anti-cínica, anti-dogmática, pero combativa y empoderadora. Las antropólogas nos agarramos a la preciosa frase de Hickel en Twitter con la que acaba su despedida: David es un antepasado ahora. Y los antepasados nos guían.
Fuente: www.sinpermiso.info, 6-9-2020
Ha muerto David Graeber, antropólogo y autor anarquista
Sian Cain
David Graeber, antropólogo y autor anarquista, autor de obras de gran éxito de ventas sobre burocracia y economía, como Bullshit Jobs: A Theory y Debt: The First 5,000 Years, ha fallecido con 59 años de edad.
El jueves [3 de septiembre], la esposa de Graeber, la artista y escritora Nika Dubrovsky, anunció en Twitter que Graeber había muerto en un hospital de Venecia el día anterior. La causa de la muerte se desconoce todavía.
Renombrado por sus mordaces e incisivos escritos en torno a la burocracia, la política y el capitalismo, Graeber fue una figura destacada del movimiento Occupy Wall Street y era profesor de Antropología en la London School of Economics (LSE) en el momento de su muerte. Su último libro, The Dawn of Everything: a New History of Humanity, escrito con David Wengrow, se publicará en otoño de 2021.
El historiador Rutger Bregman denominó a Graeber “uno de los mayores pensadores de nuestro tiempo y un escritor estupendo”, mientras que el columnista del Guardian, Owen Jones se refirió a él como “un gigante intelectual, lleno de humanidad, una persona que sirvió de inspiración, de aliento y de formación a muchísima gente”. El diputado laborista John McDonnell escribió: “Contaba a David como amigo y aliado valiosísimo. Su investigación y sus libros iconoclastas nos abrieron a todos los ojos a un pensamiento nuevo y a unos enfoques muy innovadores en el activismo político. Todos le echaremos inmensamente de menos”.
Tom Penn, editor de Graeber en Penguin Random House, declaró que editorial estaba “destrozada” y llamó a Graeber “un auténtico radical, un pionero en todo lo que hizo”.
“La inspiradora obra de David ha cambiado y moldeado la forma de entender el mundo. En sus libros brilla su constante e inquisitiva curiosidad, su manera irónica y observadora de cuestionar los remedios corrientes. Lo mismo se puede decir, sobre todo, de su capacidad única para imaginar un mundo mejor, nacida de su profunda y perdurable humanidad”, declaró Penn. “Nos sentimos profundamente honrados de ser sus editores, y todos le echaremos de menos: por su bondad, su calidez, su sabiduría, su amistad. Su pérdida es incalculable, pero su legado es inmenso. Su obra y su espíritu perdurarán”.
Nacido en Nueva York en 1961 de padre y madre políticamente activos – su padre había luchado en la Guerra Civil española con las Brigadas Internacionales, mientras que su madre fue miembro de la International Ladies’ Garment Workers’ Union [Sindicato Internacional de Trabajadores de Confección de Ropa de Señora, uno de los mayores y más activos sindicatos norteamericanos a lo largo del siglo XX] – Graeber atrajo primero la atención académica por su afición juvenil a descifrar jeroglíficos mayas. Tras estudiar antropología en la Universidad del Estado de Nueva York, en Purchase, y en la Universidad de Chicago, consiguió la prestigiosa beca Fulbright y pasó dos años haciendo trabajo de campo en antropología en Madagascar.
En 2005, Yale decidió no renovar su contrato un año antes de que pudiera asegurarse su permanencia. Graeber sospechaba que se debió a su actividad política; cuando más de 4.500 colegas y estudiantes firmaron peticiones en su apoyo, Yale le ofreció en cambio un año sabático con sueldo, lo que él aceptó, y se mudó al Reino Unido para trabajar en [el] Goldsmiths [College, Londres] antes de entrar en la LSE. “Creo que tenía dos cosas en mi contra”, declaró al Guardian en 2015. “Una, que parecía disfrutar demasiado de mi trabajo. Y además, que soy de la clase social equivocada: vengo de un entorno de clase trabajadora”.
Su libro de 2011, Debt: The First 5,000 Years, le hizo célebre. En él, exploraba Graeber la violencia que se esconde detrás de todas las relaciones basadas en el dinero, y apelaba a liquidar las deudas soberanas y de los consumidores. Aunque dividió a los críticos, consiguió enormes ventas y alabanzas de gente diversa, de Thomas Piketty a Russell Brand.
Graeber continuó en 2013 con The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement, acerca de su trabajo con Occupy Wall Street, y luego con The Utopia of Rules: On Technology, Stupidity and the Secret Joys of Bureaucracy en 2015, inspirado por su lucha por arreglar los asuntos de su madre después de su muerte. Un artículo de 2013, On the Phenomenon of Bullshit Jobs, le llevó a Bullshit Jobs: A Theory, el libro de 2018 en el que argumentaba que la mayoría de los empleos de cuello blanco no tenían sentido y que los avances tecnológicos habían llevado a la gente a trabajar más, y no menos.
“Ingentes franjas de población, en Europe y América del Norte, sobre todo, pasan toda su vida llevando a cabo tareas que juzgan innecesarias. El daño moral y espiritual que esto provoca es profundo. Es una cicatriz en nuestro ánimo colectivo. Pero prácticamente nadie habla de ello”, declaró al Guardian en 2015, admitiendo incluso que su propio trabajo pudiera no tener sentido: “No puede existir una medida objetiva del valor social”.
Anarquista desde su adolescencia, Graeber apoyó el movimiento de libertad de los kurdos y el “notable experimento democrático” que pudo ver en Rojava, una región autónoma de Siria. Se implicó intensamente en el activismo y la política a finales de los 90. Fue una figura central del movimiento de Occupy Wall Street en 2011, aunque negó que se le hubiera ocurrido a él el lema de “Somos el 99%”, que se le atribuía con frecuencia.
“Yo sí sugerí primero que nos llamáramos el 99%. Luego, dos ‘indignados’ españoles y un anarquista griego añadieron el ‘nosotros’ y más tarde, un veterano de la campaña “alimentos, y no bombas” puso el ‘somos’ entre ambas cosas. ¡Y luego dicen que no se puede crear nada que valga la pena con un comité! Diría sus nombres, pero considerando la forma en que los servicios de inteligencia policiales han ido siguiendo a los primeros organizadores de Occupy Wall Street, quizás lo mejor sea que no”, escribió.
Fuente: The Guardian, 3 de septiembre de 2020
Homenaje a David Graeber
Nicolas Haeringer
Nos ha dejado David Graeber, brillante antropólogo y militante anarquista, que contribuyó directamente a algunas de las movilizaciones más significativas de estos últimos veinte años.
Antropólogo brillante, David Graeber fue militante anarquista, “con a minuscula”, como le gustaba denominarse, para insistir en la dimensión pragmática de su militancia.
Participó activamente en las movilizaciones altermundialistas en el paso de los años 90 al inicio de la década de 2000 en América del Norte, y cofundó la Direct Action Network, que contribuyó en buena medida a renovar los repertorios de acción, encauzados a una mayor confrontación directa, de radicalidad y de creatividad.
Diez años más tarde se implicó en el lanzamiento de Occupy Wall Street, mientras terminaba su obra sobre la deuda. Había logrado que tuviera eco su labor de largo aliento, un trabajo que recorría 5.000 años de historia, mostrando que la deuda existía antes de la moneda, y hasta las consecuencias de las [hipotecas] “subprime”. Su análisis y su experiencia militante no sólo fecundaron las primeras asambleas generales que acabaron conduciendo a la ocupación del Parque Zucotti: pasaron a la posteridad con el lema de “somos el 99%” y dieron nacimiento a un vasto movimiento de “huelga de la deuda”.
Más recientemente, se había implicado en las redes de solidaridad con los Rojava, a los que visito numerosas veces. Hace algunos meses, decidió llegarse hasta París para comprender lo que estaba en juego en el movimiento de los chalecos amarillos, y quiso conocer a varios actores de las movilizaciones en curso, antes de participar en una asamblea general- debate con F. Lordon en la Bolsa del Trabajo [gran centro sindical parisino].
Actualmente trabajaba en una nueva obra con el arqueólogo David Wengrow, que debía ser la primera piedra de una historia que recorriera la producción de las desigualdades, y especularmente, de la igualdad y la horizontalidad. D. Wengrow y D. Graeber querían mostrar de qué modo numerosas ciudades antiguas, que contaban a veces con decenas de miles de habitantes, se organizaban de modo no jerárquico: no había traza alguna de de riqueza ostentatoria, de palacios o villas, de barrios protegidos de la plebe. Las ciudades vivían en igualdad, sin amos ni jefes. Graeber intentaba mostrar varias cosas cosas fundamentales para pensar hoy la emancipación: la igualdad y la horizontalidad eran posibles en sociedades inmensas antes de la invención del Estado. La idea, muy extendida, según la cual la igualdad y la horizontalidad no serían ya posibles no resultaría, por tanto, más que una quimera. La jerarquía no es consecuencia de una población importante. Por otra parte, la igualdad representa un desafio más importante a medida que uno se acerca al hogar: esas ciudades eran, desde luego, igualitarias, pero nada indica que no hubiera formas de dominación y de opresión en el interior de los hogares, que se establecían, a buen seguro, en torno al género. En el fondo, las desigualdades se producían a partir de la esfera doméstica o íntima.
David tenía una capacidad única para pensar el tiempo (largo) y analizar las dinámicas sociales a través de cualquier época, y era a la vez un analista brillante de esos momentos de erupción, probablemente porque pensaba y analizaba a la vez que militaba, y había entendido plenamente que comprender el presente no se puede lograr más que articulando ambas cosas. Sabía entender una época mejor que cualquiera: su obra sobre los “trabajos de mierda ” es una de las manifestaciones más evidentes de ello.
Para mí, David Graeber, era, para empezar, un libro, adquirido un poco por azar: Direct Action, an Ethnography. Un libro que conseguí en un puesto de un foro social de los Estados Unidos, en Detroit, preguntándome quién podría ser este doctorando que creía indispensable publicar seiscientas páginas sobre los militantes asambleístas que había observado en el marco de su investigación. No me había fijado en que era él el autor, pero conocía el nombre, evidentemente. Finalmenté, compré el libro por impulso y lo devoré como una novela de intriga: hablaba de mi vida, de militante y de aprendiz de investigador, con su estilo único, compuesto con todo lujo de detalles y de fulgores analíticos.
Fue poco después de los debates en torno a Occupy Wall Street, no en septiembre de 2011 (David dejó Nueva York justo después de que el arrancara movimiento) sino en la primavera siguiente. Lo habíamos entrevistado con Jade Lindgaard para la revista Mouvements. Varios meses después, mientras pasaba algunos días de vaciones en Marsella, descansando de la gira de promoción de su obra sobre la deuda, fue a conocer a los empleados de Fralib, en lucha por salvar su herramienta de trabajo en Gemenos…y discutieron la posibilidad de crear una cooperativa. Objetivo alcanzado tras una lucha épica y ejemplar.
Su fina mirada, su curiosidad, su carácter seguro y su apetencia por las controversias intelectuales, a veces contundentes, las echaremos a faltar cruelmente.
David combinaba análisis minuciosos, todo lujo de detalles (véase su trabajo sobre la Acción Directa, en el cual escribe varios párrafos sobre el tipo de estilográfica que utiliza) y fulgores analíticos increíbles, que componían un pensamiento único en su género, riguroso, esclarecedor, estimulante, provocador, y siempre orientado a la acción, pues se negaba a pensar de manera abstracta, separada de las movilizaciones sociales. Es acaso esto lo que le distingue de otros pensadores de sociedades sin Estado (o contra el Estado) como Pierre Clastres o James C. Scott.
Se declaraba a veces convencido de que el capitalismo estaba llegando ya a su fin, pero de que no nos dábamos cuenta plenamente de ellos: a nosotros nos toca no desmentirle.
Fuente: Mediapart, 3 de septiembre de 2020
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Traducción: Lucas Antón