Esta entrevista con David Graeber tuvo lugar en la primavera del 2020. Conducida por Lenart J. Kučić, fue originalmente publicada en la revista Disenz. Al leer la entrevista nos sentimos inspirados: se trata de un retrato perfecto, a principios de mayo, de este extraño 2020. Guerrilla Translation ya había traducido varias obras de Graeber al español desde el 2013. El 1 de septiembre volvimos a contactar con David para plantearle la idea. Nos respondió el mismo día diciendo que se acordaba de nosotros y que estaría encantado de que tradujéramos la entrevista.
Dos días después, Nika Dubrovski, su esposa, informaba que David Graeber había muerto. Seguimos perplejos y devastados por la pérdida de una de nuestras mayores inspiraciones como colectivo, además de uno de nuestros autores preferidos, sobre todo tras nuestra recentísima correspondencia.
¿Es posible que haya gobiernos democráticos que utilicen esta pandemia para imponer medidas autoritarias sobre la ciudadanía? ¿Por qué no hemos visto una huelga del personal sanitario y de cuidados para reclamar mejores salarios durante esta pandemia? ¿Qué ocurriría si Wall Street cerrara unos meses? ¿Por qué los coches voladores sólo existen como efectos especiales en la pelis de ciencia ficción? ¿Cómo nos pueden servir los principios anarquistas para desenmarañar el caos de la crisis? ¿Por qué no queremos depender de los ejércitos chinos y estadounidenses para defender al planeta?
Dos días después, Nika Dubrovski, su esposa, informaba que David Graeber había muerto. Seguimos perplejos y devastados por la pérdida de una de nuestras mayores inspiraciones como colectivo, además de uno de nuestros autores preferidos, sobre todo tras nuestra recentísima correspondencia.
Presentamos la entrevista en tres partes, esta primera sobre Occupy y el capitalismo del Covid, la segunda sobre el autoritarismo versus la autogestión en tiempos de pandemia y la psicología emocional de la deuda y la tercera sobre mitos antropológicos, visiones tecno-utópicas y ecofascismo.
Era una agradable tarde de primavera londinense y David Graeber, profesor de antropología de la London School of Economics, estaba sentado en una azotea. Nuestra conversación discurrió mediante videollamada debido a las restricciones a los desplazamientos provocada por la pandemia del coronavirus. No solo hablamos del nuevo virus y sus consecuencias para la sociedad, la política y la economía, también aprovechamos la excepcional oportunidad/la oportunidad poco frecuente para charlar sobre su obra publicada: desde Fragmentos de una antropología anarquista a En deuda o La utopía de las normas y, finalmente, su libro más reciente Trabajos de mierda: una teoría.
El profesor Graeber se presenta como antropólogo y anarquista. Pero no le gusta que le llamen “antropólogo anarquista” ya que esa disciplina no existe, algo que nos explica durante el transcurso de la entrevista. Graeber también es activista: ha sido parte de muchos movimientos sociales y protestas durante las últimas décadas. Se le atribuye con frecuencia la acuñación del slogan no-oficial de Occuppy Wall Street: Somos el 99%. Pero él insiste que el slogan, como todos los demás aspectos del movimiento, fue fruto del esfuerzo colectivo.
¿Es posible que gobiernos democráticos utilicen esta pandemia para imponer medidas autoritarias sobre la ciudadanía? ¿Por qué no hemos visto una huelga del personal sanitario y de cuidados para reclamar mejores salarios durante esta pandemia? ¿Qué ocurriría si Wall Street cerrara unos meses? ¿Por qué los coches voladores sólo existen como efectos especiales en la pelis de ciencia ficción? ¿Cómo nos pueden servir los principios anarquistas para desenmarañar el caos de la crisis? ¿Por qué no queremos depender de los ejércitos chinos y estadounidenses para defender al planeta?
Y, finalmente, ¿cómo se convierte una diatriba alcoholizada en un éxito de ventas?
Da la impresión de que, durante la pandemia, todo el mundo habla el mismo idioma: desde gobiernos progresistas y conservadores hasta Dáesh y anarquistas. El mensaje es idéntico: quedaos en casa, lavaos las manos, evitad las aglomeraciones… Mi impresión es que la gran mayoría ha seguido las recomendaciones oficiales sin rechistar demasiado. No hemos visto nada parecido desde hace mucho tiempo. ¿Qué ha pasado?
Bueno es que hay mucha gente que no está lo suficientemente loca como para ignorar recomendaciones médicas en plena pandemia.
Esto me hace pensar en Henri de Saint-Simon, el politólogo francés del siglo XIX. Puede que Saint-Simon fuera el primero en plantear la idea de la extinción del Estado. Argumentaba que, con el tiempo, un Estado reformado sobre criterios científicos no tendría que depender de la coerción, y que, entonces, no sería un Estado tal y como lo contemplamos hoy en día, con su monopolio de la violencia.
¿Por qué?
Según él, por el mismo motivo por el que el médico no tiene que amenazarte para que tomes los medicamentos que te ha recetado. Eres consciente de que el médico tiene ciertos conocimientos de los que tú careces y asumes que está actuando en tu mejor interés. Saint-Simon argumentaba que en un estado racional y fundamentado en principios científicos la ciudadanía actuaría del mismo modo, y la imposición coercitiva se convertiría en cosa del pasado. Puede que hubiera algunos locos que no quisieran seguir la receta médica, pero serían una minoría sin importancia. [1]
Sobra decir que este era un planteamiento extremadamente optimista e ingenuo. De hecho, Marx desdeñaba a Saint-Simon y su estirpe, describiendolos como “socialistas utópicos”. Pero hay muchas ramas del gobierno que, a día de hoy, pretenden funcionar según criterios puramente científicos y racionales. De hecho, podría argumentarse que ni siquiera forman parte del gobierno, debido a su propia naturaleza.
Esta es una conversación que teníamos constantemente en el movimiento estudiantil del Reino Unido durante la oleada de protestas del 2010. Éramos fundamentalmente anarquistas, pero apoyábamos la salud y la educación pública. Parece hipócrita, ¿no? A nosotros no nos lo parecía, pero no parábamos de debatir al respecto. Quizás el problema sea que los Estados son incapaces de concebir instituciones públicas —con esto me refiero a instituciones universales y sin ánimo de lucro— que no estén bajo su control. Eso no supone que dichas instituciones tengan el mismo talante que los ejércitos, o el sistema carcelario, que son artefactos exclusivamente estatistas.
Plantear el conocimiento como expresión endémica del poder es una idea muy atractiva para los académicos, dado que andan sobrados de lo primero y faltos de los segundo. Así que no es de extrañar que les resulte tan atractivo.
Efectivamente. Foucault diría que toda autoridad capaz de imponerse sin recurrir a la violencia es la más aterradora de todas.
Cierto, aunque creo que en este aspecto hay una malinterpretación arraigada de Foucault. Se asume que todo discurso es una expresión del poder, y que toda expresión del poder es fundamentalmente violenta y objetable. Y es cierto que a veces parece que esto es lo que está diciendo. Pero si entráramos en detalles Foucault diría que no, en absoluto.
Plantear el conocimiento como expresión endémica del poder es una idea muy atractiva para los académicos, dado que andan sobrados de lo primero y faltos de los segundo. Así que no es de extrañar que les resulte tan atractivo. Foucault, por su parte, tenía otras preocupaciones inmediatas (le diagnosticaron como homosexual en su juventud, y quería entender cómo sus deseos más íntimos podían ser considerados una patología).
Dedicó su vida a intentar comprenderlo. Gran parte de la izquierda académica olvida que esos diagnósticos no son meras abstracciones, sino que se imponían mediante procedimientos legales o amenazas de violencia física, aunque el propio médico no te esté literalmente apuntando con una pistola. Existe una interpretación vulgar de Foucault que pretende obviar la violencia implícita que subyace a la mayor parte de las instituciones que describe.
Al fin de cuentas, el panóptico era una cárcel. En general, si te sientes observado, lo normal es irte a otro lado. Aunque lo cierto es que las cosas han empeorado bastante desde la época de Foucault. Eran tiempos sin vigilantes de seguridad armados en escuelas y hospitales. Las cosas han cambiado.
Durante la pandemia, hemos visto a gobiernos de todo el mundo imponiendo medidas que, a principios de año, hubieran resultado inimaginables en sociedades democráticas, todo bajo el paraguas de la salud pública. En Eslovenia, por ejemplo, te multan si te manifiestas en contra de las medidas gubernamentales. No es por la manifestacioń en sí, eso sería antidemocrático, sino por violar las ley de enfermedades infecciosas. Así que los únicos grupos de personas con libertad de movimiento son la policía, el ejército y los políticos.
No me sorprende. Puedes aprender mucho sobre tu gobierno por la forma en la que tratan el derecho de reunión, ya sea por razones políticas o de cualquier otro tipo.
¿A qué te refieres exactamente?
Normalmente en las democracias liberales la justificación que subyace al conjunto de sus estructuras legales suele estar relacionada con nociones idealistas de “libertad”. La Carta de Derechos de los Estados Unidos comienza hablando de la libertad, de expresión, de la prensa y de reunión. En la práctica, cuando ese derecho de asamblea se ejerce para protestar —que es la esencia misma de la identidad estadounidense— se percibe como menos legítimo que el derecho de reunión de gente que quiere venderte algo.
Cuando dices esto, el grueso de la clase media norteamericana no da crédito. No tanto en el caso de los pobres, que ya dan por hecho que las reglas son injustas. Pero, en fin, te dirán: “claro que tienes derecho de reunión, siempre que solicites un permiso, ¿qué tiene eso de malo?”. Y les tienes que contestar: “vale, pero si antes de poder expresarte le tienes que pedir permiso a la policía, eso no es libertad de expresión. Si les tienes que pedir permiso antes de publicar algo, eso no es libertad de prensa”. Entonces pueden decir: “¡pero esto son cosas distintas! Hay que pensar en el tráfico, no puedes manifestarte porque sí, y sin tener en cuenta al resto de los viandantes”. Lo cual me resulta bastante cómico, porque que yo sepa el derecho a un tráfico fluido no está recogido en la constitución.
Es algo que aprendimos durante Occupy. Tras el desmantelamiento forzoso del campamento, nos quedamos de piedra con la gran cantidad de americanos de clase media que se desentendieron al ver como su preciosa Carta de Derechos quedaba en papel mojado. La misma Carta de Derechos que inculcan con orgullo a sus hijos….
Anonymous ha demostrado que puedes utilizar las redes para hacer protestas relevantes e impactantes. Y por todo el planeta hay gente ideando nuevas maneras de protestar desde casa.
¿Queríais ocupar un espacio público?
Cualquier espacio. Cuando nos echaron de Zuccotti Park intentamos montar otro campamento porque… bueno, era fundamental que la gente supiera dónde estábamos. Eso fue uno de los puntos claves de la primera ocupación: cualquier neoyorquino con ganas de involucrarse sabía automáticamente dónde podía ir para ponerse manos a la obra.
En principio teníamos la intención de irnos a un solar enorme que hay cerca de Wall Street. El solar era propiedad de la Iglesia episcopal de los Estados Unidos, que en un principio nos dio el visto bueno. Pero debido a presiones en el seno de la jerarquía eclesiástica acabaron retirando su apoyo. . A pesar de ello, varios obispos lideraron una manifestación con la intención de ocupar el solar. Los polis nos dieron una paliza y la prensa se negó a mostrar imágenes de los sacerdotes: sólo mostraron a los manifestantes enmascarados, con fin de caracterizarnos como gente violenta y amenazadora.
Después ocupamos un parque que estaba abierto las 24 horas e, inmediatamente, cambiaron las reglas del parque. Después obtuvimos una victoria judicial gracias a un fallo que nos garantizaba el derecho a dormir en la acera — siempre que solo ocupamos la mitad de la superficie. Acto seguido, el ayuntamiento aprobó una ley declarando Manhattan una “zona de emergencia” donde las decisiones judiciales no son aplicables. Llegados ahí decidimos ocupar las escaleras del edificio donde se firmó la Carta de Derechos (que, por cierto, está bastante cerca de Wall Street), ya que no estaba bajo jurisdicción municipal. En un abrir y cerrar de ojos estábamos rodeados por la SWAT y, pasados dos días, ya habían encontrado la manera de echarnos.
Hicimos lo imposible por establecer alternativas legales, pero el Estado pisoteó los mismos principios legales que inculcan a los niños en las escuelas, los mismos principios que, se supone, deben hacerles sentirse orgullosos de ser americanos. Y los medios se mantuvieron en silencio.
¿Pero que puedes ocupar cuando estás haciendo cuarentena en tu casa?
Siempre hay algo que puedes hacer. Anonymous ha demostrado que puedes utilizar las redes para hacer protestas relevantes e impactantes. Y por todo el planeta hay gente ideando nuevas maneras de protestar desde casa.
Dicho esto, las cuarentenas no serán permanentes. Debemos recordar que existía un mundo previo a las vacunas donde la gente tenía formas de defenderse ante el cólera, la fiebre amarilla o la gripe: rastreaban minuciosamente los vectores de contagio, los aislaban y los ponían en cuarentena. Prestaban atención a la higiene y al distanciamiento social y restringían ciertas actividades comerciales. Todo esto era rutinario en la Época Victoriana.
Mi amigo John Summers ha estado investigando la estrategia usada por la pionera del trabajo social Jane Addams frente a este tipo de amenazas en Hull House, la casa de acogida modelo del movimiento settlement que fundó en 1889. Su conclusión: las clases medias habían olvidado cosas que en el pasado eran conocidas por todos, sabiduría popular. Y claro, nada de esto fue capaz impedir la articulación de movimientos sociales, como demuestra el caso de Hull House, que es un ejemplo de la edad de oro del anarquismo en el seno del movimiento obrero.
Seguimos en una fase reactiva y de pánico y apenas hemos empezado a hallar formas de afrontar el problema. Es demasiado pronto para pensar que el virus va a aniquilar nuestras relaciones sociales.
¿Y las relaciones económicas?
Es fascinante. Los gobiernos de todo el mundo han mantenido durante años y años que era totalmente imposible hacer lo que justamente han hecho durante la pandemia: detener casi toda actividad económica, cerrar las fronteras y declarar un estado de emergencia global. Hace tan solo unos meses se asumía que un declive de uno por ciento de PIB sería una hecatombe, que acabaríamos aplastados por el equivalente económico de Godzilla.
Pero eso no ha pasado.
No, y ha pasado otra cosa. Todo el mundo se quedó en casa y la actividad económica sólo se ha reducido en un tercio. Es una locura — cabría esperar que, con todo el mundo inmovilizado y en casa, la economía se desplomaría en un ochenta por ciento, no sólo un tercio, ¿no crees? Hace que uno se plantee qué están midiendo exactamente. ¿Y qué es una “economía”? ¿Qué es el “trabajo'’?
Creo que la pandemia nos ayuda a ver esas cosas con más claridad.
Wall Street existe para Wall Street, y para que los ricos sigan siendo ricos. No es útil para nadie más. Aunque puede ser muy perjudicial para todos, de ahí al debate en torno a la necesidad de cerrarlo.
¿Con más claridad?
Para empezar, hemos podido distinguir qué trabajos son realmente esenciales, y cuáles son totalmente innecesarios. Pero también ha aclarado el verdadero rol de las instituciones.
Los evangelizadores del capitalismo siempre han argumentado que el sistema financiero global representa una versión mejorada y libre mercado de la economía planificada. Como un plan quinquenal, ya que determina la asignación de recursos e inversiones a fin de optimizar la producción. Todo para garantizar que las personas del futuro vean sus necesidades cubiertas, y que haya prosperidad y bienestar a largo plazo. Pero es una promesa vacía.
Cuando se habló de cerrar Wall Street para prevenir otra catástrofe económica como la del 2008, no se planteó en ningún momento que un parón de un mes o más pudiera tener efectos negativos reales. Wall Street existe para Wall Street, y para que los ricos sigan siendo ricos. No es útil para nadie más. Aunque puede ser muy perjudicial para todos, de ahí al debate en torno a la necesidad de cerrarlo. La noción de un mercado libre y autorregulado es un mito. Siempre ha estado regulado por el Estado. Cuando se discute sobre regulación o desregularización , la clave es preguntar “¿en beneficio de quién?”.
Por eso creo que la gente se está planteando seriamente el modo en el que nos han estado gobernando en las últimas décadas.
Traducido por Stacco Troncoso, editado por Marta Cazorla Rodríguez para Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
Artículo original publicado en DISENZ.
[1] Si eres de “esa minoría” o conoces a alguien que lo sea, te dedicamos este vídeo.